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10 de abril de 2024 Twitter Faceboock

Opinión
Día del investigador y de la investigadora: ¿qué significa hacer ciencia hoy en Argentina?
Rosario Escobar | Dra. en Enseñanza de las Ciencias | Redacción de Ciencia y Tecnología |@mrosario.escobar

@JcpBuenosAires

En 1947 el doctor Bernardo Houssay recibe el premio Nobel por sus investigaciones por sus descubrimientos sobre el papel de la hipófisis en la regulación de la cantidad de azúcar en sangre. Algunas reflexiones sobre qué significa hacer ciencia y la crítica situación hoy en Argentina.

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Las preguntas comienzan, por lo general, desde la temprana infancia. Queremos tocar, abrir juguetes para ver qué tienen adentro, o cómo funcionan, o entender por qué cae agua del cielo cuando llueve. Soñamos con prototipos, imaginamos qué pasaría si les hiciéramos pasar corriente, o cómo responde a determinadas instrucciones o al agregado de tal o cual artefacto. También, por lo general, se presentan dos opciones a medida que vamos creciendo: o abandonamos esa curiosidad para seguir una vida “normal”, o nos aferramos a ella, manteniendo vivas las mismas preguntas que nos hicimos de pequeñas a lo largo de nuestra vida. Las y los niños experimentan, rompen y preguntan. De grandes, si tienen suerte, podrán elegir si la ciencia, la investigación y la innovación serán también su actividad laboral.

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Esa forma de vivenciar la realidad, de pensarla, de fantasear con cosas que no existen y buscar que sí existan, aunque más no sea escribiendo una hipótesis o idea, son los primeros pasos en el camino de la ciencia. Se trata de un arte: se mueve libremente en el imaginario, pero también se inscribe en ciertos parámetros sociales y culturales. No se trata sólo de creatividad y avidez por entender la naturaleza, es también un deseo más elevado: que esas ideas, esos prototipos, esas categorías que creamos transformen el mundo, que sean útiles para el avance de esa sociedad.

La ciencia tiene historia, y en ella viven tanto las creaciones más maravillosas que podamos imaginar, como experimentos del horror. Se trata de una actividad colectiva de miles de individuos interconectados a través de los sistemas científicos de todo el mundo, de los institutos, de las universidades, de las redes sociales especializadas, de las revistas y cuyo valor social es puesto en consideración y evaluado todo el tiempo. Todas las ideas y las invenciones tienen autores y siempre son creaciones colectivas: por muy experto que seas en un determinado tema, necesariamente tendrá que haber otros que te validen, que te digan si lo que pensaste o desarrollaste está bueno así como está, tiene potencial, debería mejorarse, o reformularse por completo. Investigar es trabajar...y mucho.

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Ciencia y sociedad

Todo proyecto de investigación requiere financiamiento para su desarrollo. Es lógico entonces que si el desarrollo o la idea tiene valor para la sociedad, que cada miembro activo de esa sociedad aporte “algunos centavos” para tal fin. El dinero que se invierte en ciencia y tecnología contempla sostenimiento de infraestructura, salarios, becas para la formación de jóvenes científicos y subsidios para proyectos de diversa índole (en 2021 Argentina se aprobó en Argentina la ley de financiamiento a la ciencia, la cual pretendía destinar el 0,28% del PBI a la ciencia y técnica ese año para llegar al 1% en 2032).

La sociedad en su conjunto tiene también derecho a decidir en qué invertir sus impuestos, y qué usos le dará a todo lo concerniente al desarrollo tecnológico según sus propias necesidades, por ejemplo en salud, en educación, en transporte, en ambiente, en producción agrícola y de alimentos, de la manera más sustentable, con el menor impacto ambiental, preservando la diversidad y los bienes comunes naturales.

Ciencia para qué, ciencia para quién

Sin embargo, el destino de la ciencia y el desarrollo tecnológico en el sistema productivo Capitalista tiene otros fines. En un mundo donde todo tiene un precio y el fin último es el incremento ad infinitum de la tasa de ganancia de sectores concentrados del Capital, la producción científica pública se decide en gran medida en función de tales intereses. En esta matriz productiva lo que se produce desde el sector público se transfiere al privado a muy bajo costo. Y alguien podría objetar: “ pero las empresas venden productos que son necesarios para la humanidad”. Ése es justamente el problema: que te vendan algo por lo que ya aportaste y que nace del trabajo del pueblo trabajador en pos de cubrir sus propias necesidades. La privatización de lo público mercantiliza el fruto del trabajo mancomunado de miles de trabajadores (a lo largo del mundo) limitando el acceso de gran parte de la sociedad a los avances de la ciencia y la tecnología.

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Este mecanismo se articula de distintas maneras, pero principalmente a través del patentamiento. La pandemia por Covid-19 fue una época donde este proceso quedó a la vista de todos: las vacunas y otros productos como tests y barbijos que surgieron de universidades e institutos públicos, permitieron a empresas y megamillonarios como el argentino Hugo Sigman, su comercialización en detrimento de las grandes mayorías.

Por otro lado, todo desarrollo tecnológico requiere la homologación de la sociedad que garantiza su seguridad de uso y consumo. A través de distintos organismos públicos nacionales (INTI, ANMAT, etc) e internacionales se valida y autoriza toda la producción científico - tecnológica nacional y su comercialización. Que sea público justamente es una garantía de seguridad. Por este motivo, la injerencia de lo más concentrado de la economía en la ciencia pública, pasando por la universidad, hasta Conicet y sus institutos puede tener graves implicaciones en el bienestar y seguridad del conjunto de la sociedad.
Aunque la actual gestión del gobierno de Javier Milei pone de manifiesto su costado más brutal, el pueblo trabajador y las comunidades saben de eso desde hace mucho tiempo. El avance privatizador sobre Conicet y la universidad pública en sus múltiples facetas expulsa científicos, despide trabajadores y renueva instante a instante el saqueo del trabajo científico, la producción tecnológica y el despojo extractivista en los territorios.

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No pasarán

Desde el comienzo del fatídico gobierno de Milei, e incluso desde antes, los trabajadores, científicos, estudiantes y docentes nos plantamos un 20 de diciembre, un 24 de enero, en cada asamblea a lo largo y ancho del país, en el polo tecnológico, en el festival Elijo Crecer del pasado fin de semana, ayer en la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA, en filosofía y letras y seguiremos. Porque somos las y los trabajadores los que creamos las herramientas, los que movemos el mundo y los que proyectamos hacia el futuro un planeta habitable para las generaciones que nos suceden. Tenemos tradición de investigación y de lucha en defensa de la ciencia y la educación públicas y es esa misma tradición la que nos ha hecho ganar un lugar destacado a nivel internacional: cinco premios nobeles, entre ellos Bernardo Houssay, quien ya en 1934 impulsaba la creación de la Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias (AAPC) con la finalidad de conseguir el financiamiento adecuado para que los científicos desarrollen sus investigaciones con más tiempo y mejores resultados.

Hoy es un buen día para recordar que la vida tiene mucho que ver con el movimiento y la transformación y por lo tanto, con la fuerza. La ciencia también nos enseña que no pocas veces es mucho más fácil romper que construir algo nuevo. Se necesitará entonces una fuerza tan poderosa que una millones de voluntades y que dé vida a un nuevo movimiento capaz de pulverizar millones de motosierras. En eso estamos.

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