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La Izquierda Diario
5 de mayo de 2024 Twitter Faceboock

Los herederos del Cordobazo: conclusiones políticas del “1905” argentino
Matías Maiello | @MaielloMatias
Emilio Albamonte

En el número anterior de Ideas de Izquierda abordamos, en polémica con la historia liberal y peronista, el papel determinante de la insurgencia de la clase trabajadora y el movimiento de masas en la historia política argentina. Como continuidad de aquel artículo, en esta ocasión desarrollaremos algunas conclusiones políticas y estratégicas del período abierto con el Cordobazo y el ascenso de los 70, cuya apropiación consideramos fundamental para pensar el presente.

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Hay varias interpretaciones sobre lo que sucedió en los 70. Para los militares se trató de una “guerra necesaria” en defensa del “capitalismo occidental y cristiano” donde la dictadura genocida solo cometió algunos “excesos”. Hoy Milei y Villarruel quieren revivir una versión de este relato. En contra del propio represor Harguindeguy que, dando cuenta del repudio a los militares, se autocriticaba por adoptar los métodos del Ejército francés en Argelia de desaparición de personas sin tener suficientemente en cuenta que en Argentina los desaparecidos eran connacionales: “cada desaparecido tenía padres, hermanos, tíos, abuelos, que actuaron políticamente con un gran resentimiento”. También está la interpretación canónica de los “dos demonios”: un terrorismo de izquierda versus un terrorismo de derecha. Fue la versión oficial que fundó la democracia de la derrota luego de la transición pactada con la dictadura. Frente a ambas, el kirchnerismo popularizó un tercer relato que, a diferencia de los anteriores, reivindica la militancia de la generación de los 70. Bajo este prisma se desarrolló una especie de setentismo romántico por fuera de cualquier reflexión estratégica. Lo que fue una etapa política clave de la historia nacional devino en una especie de mito que nos dice poco y nada sobre lo que sucedió en el proceso revolucionario de los 70 reduciéndolo, en muchos casos, a una historia de las organizaciones guerrilleras que borra la insurgencia obrera.

Sin embargo, el período abierto con el Cordobazo fue mucho más que eso. Para la historia de la clase trabajadora argentina tiene un significado similar al que tuvo la revolución de 1905 para la clase obrera rusa. Una especie de “ensayo general” plagado de problemas políticos y estratégicos que, más allá de las grandes diferencias que separan aquella etapa de la actual, se plantean estratégicamente para la construcción de una izquierda revolucionaria en la actualidad. Hoy estamos ante un momento bisagra de la historia nacional que nos obliga a devolver los acontecimientos de “los 70” al terreno de la política. Es decir, de la contingencia de los resultados históricos –en este caso, la derrota de aquel proceso en manos de la dictadura genocida– producto del choque de las diferentes estrategias y objetivos políticos que estuvieron en juego. Aquí nos proponemos sintetizar algunos elementos en este sentido, retomando el balance de los 70 escrito por Ruth Werner y Facundo Aguirre en Insurgencia obrera en la Argentina 1969-1976, así como otros trabajos que ha publicado nuestra corriente [1] y de los cuales se nutren estas páginas.

1. Del Cordobazo al Viborazo: la lucha de estrategias y el problema del frente único

La idea de que el Cordobazo fue el punto más alto de la resistencia obrera anterior, moldeada por el peronismo, cuya culminación lógica sería el retorno del General, es poco menos que un mito. Como señalábamos en nuestro artículo anterior a partir de lo que cuenta Abal Medina (padre), el propio Perón consideraba a la etapa del Cordobazo y los “azos” –Rosariazos, Tucumanazo, Mendozazo, Viborazo, Rocazo, etc.– como un momento crítico para el peronismo, cuya conducción se encontraba al margen del movimiento [2]. Surge una nueva vanguardia obrera y estudiantil que, si bien tenía hilos de continuidad con duras luchas del período anterior, emerge bajo la influencia de la Revolución cubana, el Mayo francés, la guerra de liberación nacional en Vietnam, la Revolución cultural en China, etc. De allí la influencia que tendrá la izquierda marxista en este primer capítulo del proceso de los 70.

El Cordobazo es un gran catalizador de todas las fuerzas que estaban contra la dictadura de la “Revolución argentina”. Pasado este primer momento se delineará una amplia disputa de estrategias y programas en la izquierda donde se ponen en juego diferentes proyectos. No fue por casualidad que ninguna de las principales corrientes de aquel entonces vio en este ciclo de levantamiento y semiinsurrecciones la oportunidad de confluir con las tendencias a la acción histórica independiente que expresaba el movimiento de masas a través del desarrollo de instituciones de unificación y articulación de la vanguardia y los sectores de masas en lucha. Las estrategias y proyectos en danza eran tan ajenas a la autoorganización como a la idea de un socialismo desde abajo con un Estado de los trabajadores basado en una democracia de los consejos (soviets). Dos rasgos característicos atravesaban –muchas veces combinados– al grueso de la izquierda: 1) el “frente populismo” de colaboración de clases en los marcos del Estado burgués, sea para emular al allendismo chileno o para construir un “socialismo nacional” peronista y 2) la construcción de aparatos armados separados de las organizaciones de masas, coherente tanto con el liderazgo unipersonal de Perón o con variantes del modelo stalinista de partido único como los establecidos por Mao, Ho Chi Min o Fidel Castro.

En el caso de Montoneros ambos elementos confluían en una estrategia política que suponía la radicalización del nacionalismo burgués. Creían que Perón abriría el camino hacia la “patria socialista”, convencidos de que era un líder revolucionario cercado por arribistas y burócratas que obstaculizaban su contacto con las masas. Así, en medio de los “azos”, ejecutan el 1 de junio de 1970 al odiado exdictador Pedro Eugenio Aramburu. A partir de esta acción, que marcará la escena nacional, emergerá como la principal organización armada de la izquierda peronista y el propio Perón la reconocerá como parte importante del movimiento y nombrará a Galimberti como delegado de la juventud peronista. Casi simultáneamente, el 30 de julio de 1970, el PRT conducido por Mario Roberto Santucho funda el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). El ERP se consideraba a sí mismo como el producto genuino de la irrupción revolucionaria de la clase obrera y las masas, la fuerza militar llamada a derrotar a las FF. AA. de la burguesía en una guerra popular prolongada inspirada en una combinación ecléctica que incluirá la ruptura con el trotskismo y apropiaciones de Mao, el Che Guevara y el General Giap.

Frente a la guerrilla se erigía la idea de una vía pacífica al socialismo, que en realidad consistía en una reformulación del precepto estalinista de la “revolución por etapas”, una revolución democrática junto con sectores de la burguesía. Esta estrategia, que en Chile terminaría con el aplastamiento del proletariado en manos de Pinochet, la encarnaba en Argentina el Partido Comunista que influía sobre Agustín Tosco, el principal dirigente obrero combativo de la vanguardia y el movimiento de masas de Córdoba. Otra variante de la “revolución por etapas” la representaba el PCR, que se terminará de definir como maoísta en 1972, el cual tendría un creciente peso en la vanguardia obrera cordobesa y el clasismo. Su principal figura obrera fue René Salamanca. En pocos años pasará de una orientación basada en el lema “ni golpe ni elección, insurrección” a defender al gobierno de Isabel y López Rega bajo una teoría ficcional que reducía toda la política argentina a una disputa entre “el imperialismo ruso” y el norteamericano.

En este cuadro, el emergente más destacado de la radicalización obrera que dio a luz al Cordobazo y más imbuido de un espíritu de autoorganización obrera e independencia de clase fue el clasismo de Sitrac y Sitram. Ambos sindicatos de empresa devinieron luego de la rebelión en bastiones de un nuevo tipo de sindicalismo. Surgido en lucha contra la burocracia, estableció la democracia obrera como método, se definió antipatronal, antiimperialista y hasta por el socialismo. A partir de 1969 adquirió proyección nacional por peso propio. Sin embargo, el clasismo configuró una especie de sindicalismo revolucionario que se negaba a plantear la construcción de un partido de trabajadores independiente que fuese alternativa al peronismo y a las diferentes variantes de colaboración de clases que atravesaban a buena parte de la izquierda de aquel entonces. Fue su gran límite. En ese marco, muchas veces quedó sujeto a las influencias de los grupos sectarios que se negaban sistemáticamente a acciones de frente único con los sindicatos dirigidos por la burocracia peronista o por el reformismo, cuestión que tendió a aislar al clasismo en repetidas oportunidades.

Esto sucedió en el Viborazo o segundo Cordobazo de marzo de 1971. A principio de aquel año, Fiat despedirá a un grupo de delegados y activistas. La respuesta será la toma de fábrica con rehenes y rodeada por tanques de combustible. Tendrán el respaldo activo de decenas de fábricas y el apoyo popular. Los trabajadores logran triunfar y en febrero, el interventor de la provincia lanzará la famosa amenaza “Cortaré la víbora comunista que anida en Córdoba de un solo tajo”. Será la campana de largada del Viborazo. Los gremios lanzan un paro en repudio el viernes 12 de marzo. El Sitrac y el Sitram paran y ocupan las plantas, luego marchan en la localidad de Ferreyra, levantan barricadas y protagonizan duros enfrentamientos con la policía en lo que se conoció como el Ferreyrazo. En la represión es asesinado el joven obrero Adolfo Cepeda. La respuesta es un nuevo paro general el lunes siguiente que se transforma en un levantamiento obrero y popular que se extiende por los barrios llegando a controlar partes significativas de los mismos. A diferencia del Cordobazo, donde el ritmo del levantamiento lo impuso la espontaneidad del movimiento de masas, el Viborazo tuvo mayor preparación. Los clasistas de Sitrac-Sitram le imprimieron su impronta y era clara la influencia de las distintas corrientes de izquierda. Sin embargo, no se plasmó la unidad que había caracterizado al primer Cordobazo.

Antes de que sucediese el Viborazo, la dirección sindical peronista más ortodoxa, altamente desprestigiada, había renunciado y dejado acéfala a la CGT provincial. Frente a esta situación Tosco había propuesto conformar un comité o comando de lucha que unificara al conjunto de la representación sindical. Esta propuesta, que los sectores burocráticos avalaron inmediatamente, tenía un doble filo: respondía a la necesidad de articular al conjunto del movimiento obrero y, por otro lado, planteaba la posibilidad de recrear cierto control burocrático. Los representantes de Sitrac-Sitram se negaron a integrarlo denunciando este segundo aspecto. En vez de redoblar la apuesta y proponer que aquel comando de lucha, limitado a los dirigentes, se amplíe a la base formando comités de acción por fábrica o región, que uniera a metalúrgicos, mecánicos, lucifuercistas, estatales, estudiantes, los barrios, etc., para desarrollar la más amplia unidad frente a las patronales y la dictadura, se autoexcluyeron sin dar esa pelea. El comando de lucha finalmente quedaría integrado por los gremios peronistas y los independientes agrupados en torno a Luz y Fuerza. El costo de aquella decisión se reflejó en el propio desarrollo del Viborazo, que no logró el despliegue de masas que había tenido el primer Cordobazo.

Detrás de esta discusión había un problema táctico de primer orden que se repetirá como tal en varios momentos centrales del proceso de los 70. Nos referimos a la cuestión del “frente único obrero”. Tanta importancia tenía para la Tercera Internacional en tiempos de Lenin y Trotsky que era considerada una de las claves para la revolución en “Occidente”. Es decir, en sociedades más complejas donde la burguesía responde a la emergencia del movimiento obrero (sindicatos, partidos, etc.) estatizando sus organizaciones para garantizar el dominio sobre las masas y asimilar a dirigentes como burócratas. El frente único es clave para evitar el aislamiento de la vanguardia [3]. Consiste en “golpear juntos, marchar separados”, es decir, por un lado, en unificar las filas de la clase obrera en la lucha de clases más allá de las divisiones sociales, políticas y organizativas que atravesaban a la clase trabajadora –y sobre las que se montaban las diferentes burocracias– para enfrentar a la burguesía; y, por otro lado, en “marchar separados” para agrupar a los sectores más perspicaces y decididos de la clase en un partido revolucionario que luche consecuentemente por el poder.

El frente único surge primero como necesidad de la clase trabajadora ante los ataques de la burguesía y su Estado. Necesidad que en el caso del movimiento obrero cordobés se hizo evidente en el Viborazo. Pero el frente único es más que eso cuando adquiere su mayor desarrollo en condiciones de radicalización. Los consejos o soviets –u organismos equivalentes– son, justamente, organismos de frente único de masas y son los únicos capaces de expresar un poder alternativo de clase frente al Estado burgués. Es decir, cumplen un papel clave para pasar de la defensiva (que como planteaba correctamente el teórico militar Carl von Clausewitz, no se limita a detener el golpe sino que consiste en un escudo formado por golpes hábilmente dados) a la ofensiva. La perspectiva de constituir consejos de trabajadores, estudiantes y sectores populares como poder alternativo al Estado burgués era clave para abrir el camino a una revolución socialista en Argentina.

Sin embargo, la principal divisoria de aguas que se establecía en aquel entonces entre las corrientes de izquierda no era si estaban por una perspectiva independiente de este tipo o por la colaboración con sectores de la burguesía, sino si construían o no aparatos armados, como si esto definiese, de por sí, la política revolucionaria. Trotsky decía con razón que aquel que piense que es necesario renunciar a la lucha física debe renunciar a toda lucha porque el espíritu no vive sin la carne. En este sentido, no hay verdaderos consejos sin organismos de autodefensa y armamento de los trabajadores. Pero es la política la que da origen a la guerra y no a la inversa. Una política de colaboración de clases no deja de ser tal al tomar las armas. Sobre esto reinaba la confusión en la izquierda de los 70, y muchos sectores del clasismo del Sitrac-Sitram no eran ajenos a ella.

2. Del GAN a la vuelta de Perón: la cuestión de la independencia política

Entre las consecuencias directas del Viborazo no solo está la caída del interventor provincial sino la renuncia de Levingston, presidente de facto en aquel entonces. El régimen va a adoptar una política doble para impedir otro ciclo como el que se inició en 1969. Por un lado, asumirá la presidencia el general Lanusse con una política de apertura electoral: lanza el Gran Acuerdo Nacional (GAN) para una transición negociada con el peronismo y los radicales, cambiando la política de proscripción del peronismo. Por otro lado, va a endurecer las leyes represivas: crea un tribunal especial “antisubversivo” y en octubre de 1971 ocupa con el Ejército la FIAT, disuelve el Sitrac-Sitram y despide 300 trabajadores, entre los que se contaban todos los dirigentes y delegados. Esta derrota comienza a marcar el final del ciclo de levantamientos y semiinsurrecciones de los “azos”.

La división que marcó el segundo Cordobazo ya expresaba los aprestos para el desvío electoral. En noviembre de 1970 se había sellado el acuerdo impulsado por Perón y el radical Ricardo Balbín, junto con demócratas progresistas, conservadores populares, etc., para reclamarle elecciones a la dictadura, lo que se conoció como La Hora del Pueblo. El peronismo cordobés representado por Atilio López de la UTA, quien luego sería vicegobernador de Córdoba, ya se había integrado a este acuerdo. A su vez, Agustín Tosco era aliado del Partido Comunista, que no se quería enfrentar a Perón e impulsaba el Encuentro Nacional de los Argentinos (ENA) con el Partido Intransigente y un sector de la democracia cristiana, como versión “por izquierda” de La Hora del Pueblo. El clasismo, aunque no entra en esta política, carecía de alternativa frente al desvío electoral y la vuelta de Perón al no plantearse poner en pie un partido independiente de los trabajadores que hiciera suyo el cántico del primer Cordobazo de “luche por un gobierno obrero y popular”; ni siquiera se plantea una intervención en las elecciones para reagrupar a la vanguardia en ese sentido.

Por su parte, el PCR tendrá primero una línea abstencionista bajo el lema “ni golpe, ni elección, insurrección” en la elección de marzo de 1973, para luego terminar avalando en los hechos la fórmula Perón-Perón en septiembre como parte de su giro definitivo hacía el maoísmo y la reivindicación de un bloque entre la clase obrera y la burguesía nacional. Mientras tanto, el PRT-ERP prácticamente no tomará nota del desvío electoral a partir del GAN. Su política continuará centrada en la construcción del propio aparato militar bajo la tesis de que continuaba el “vuelco masivo del proletariado a la guerra revolucionaria”. Recién hacia las elecciones de septiembre tiene una política electoral alrededor de la propuesta de fórmula presidencial Tosco y Jaime, pero luego de que no se concretase volverá al abstencionismo.

Este desvío institucional basaba su eficacia en la confusión estratégica y política en la izquierda. En ese marco, la corriente liderada por Nahuel Moreno, ya como PST, planteará correctamente la necesidad de oponer al peronismo y a los candidatos de la burguesía, candidaturas obreras independientes y socialistas. Fue el único partido de izquierda que presentó batalla en este terreno, proponiéndoles las candidaturas de la fórmula presidencial a José Páez, dirigente del Sitrac, y a Leandro Fote, secretario de la organización del sindicato del Ingenio San José de Tucumán. Su programa se pronunciaba contra todos los partidos patronales y por un gobierno obrero y popular como primer paso para una Argentina socialista. Fote rechazó la candidatura por cuestiones personales, Páez declinaría el ofrecimiento como candidato a presidente pero sí aceptaría ser candidato a gobernador de Córdoba. Finalmente la fórmula será Juan Carlos Coral y Nora Ciappone. Bajo el lema “No vote patrones, burócratas ni generales” y “trabajador vote trabajador” obtendría 77.000 votos en marzo de 1973 frente a Cámpora y 130.000 para diputados. Para las elecciones de septiembre haría un llamado a Tosco, Salamanca, Jaime, la JTP, al Peronismo de Base, al PC y al conjunto de la izquierda para levantar una fórmula obrera común que trajera a escena la experiencia del Cordobazo. En agosto hizo un plenario en el que se le ofrecieron las candidaturas a Agustín Tosco y a Armando Jaime (el principal referente del combativo movimiento obrero cordobés y un importante dirigente de la vanguardia obrera salteña, respectivamente), y se proclamó la fórmula Juan Carlos Coral-José Páez en caso de que no aceptasen, lo que finalmente sucedió. El PST obtendría 190.000 votos (1,7 %) frente a la fórmula Perón-Perón. Por su parte, el PO liderado por Jorge Altamira tendrá una política abstencionista, aunque en septiembre llamará a votar por los candidatos del PST.

La política correcta del PST frente a las elecciones se daba en simultáneo con un enorme error de caracterización que tendría amplias consecuencias durante toda la etapa. La organización liderada por Moreno daría por cerradas apresuradamente las tendencias más revolucionarias de la situación frente al fortalecimiento del peronismo. La conclusión, que profundizará más adelante, era que se cerraba la etapa prerrevolucionaria y se abría una fase “no revolucionaria”, sin ver que se trata de un desvío al interior de una etapa que lejos estaba de haber concluido. La primavera camporista constituyó una especie de gobierno de “frente popular” donde se intentó conciliar a la clase trabajadora y a la juventud radicalizada con los sectores patronales y las instituciones estatales, incorporando a los sindicatos y a la JP al gobierno, pero terminará rápidamente. Perón no logra desarmar a la guerrilla. Se produce el golpe palaciego que llevará al gobierno a Raúl Lastiri, yerno de López Rega, anticipando el clima represivo que se venía. Perón volvía para garantizar un orden a medida de las patronales locales y de la negociación con el imperialismo. La masacre de Ezeiza de junio de 1973 demostró su alineamiento total con la burocracia sindical y la derecha peronista para disciplinar a la vanguardia radicalizada y a la propia izquierda peronista. A lo largo de 1974 y, en especial en 1975, la lucha de clases adquirirá su máxima intensidad.

3. Las luchas contra el Pacto Social y la Triple A: sobre la coordinación y la autodefensa

Una de las políticas centrales de Perón a su retorno fue la imposición de los que se conoció como el “Pacto Social”. Su arquitecto fue José Ber Gelbard, representante de la burguesía nacional ligada al mercado interno y afiliado secreto al PC. El objetivo económico del Pacto Social era detener la espiral inflacionaria mediante el congelamiento de precios y salarios. El objetivo político era frenar el desarrollo de la lucha de clases afianzando el control de la burocracia sindical. La otra pata de la política de Perón era represiva, que iba desde la nueva Ley de Asociaciones Profesionales –una ley contra la lucha obrera que daba amplias atribuciones a la burocracia– hasta la acción paraestatal de la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A) para liquidar a la vanguardia y separarla del movimiento de masas. Inspirada en el Somatén español, estaría integrada por matones de la burocracia sindical, grupos de ultraderecha, lúmpenes, policías retirados y en actividad, y comandada en las sombras desde el Ministerio de Bienestar Social por López Rega. Asesinará entre 1.500 y 2.000 militantes y dirigentes. Parte de esta política fue el golpe policial de febrero de 1974 en Córdoba conocido como el “Navarrazo”.

El gobierno peronista, la burocracia sindical y la burguesía debían enfrentar las altas expectativas de los trabajadores luego del retorno de Perón, que querían imponerles a las patronales muchos reclamos postergados. Si bien el prestigio del General impedía el rechazo explícito a los controles salariales, los trabajadores buscaron diversas formas para sus demandas: acciones por sus condiciones de trabajo, sanidad, seguridad, salarios atrasados, reclasificación, etc. Estas luchas serán la base para el desarrollo de una amplia vanguardia. En un primer período tendría lugar la emblemática lucha de los Astilleros Astarsa. También la toma del Sindicato Ceramista de Villa Adelina contra la burocracia de la FOCRA. El movimiento estudiantil secundario protagonizará una masiva y prolongada ocupación de escuelas con epicentro en Rosario. Ya asumido Perón, se desarrollaron conflictos con tomas de establecimientos por reclamos salariales (Terrebusi y Molinos de Avellaneda) y diversas luchas como Tensa, Fate, Goodyear, Astilleros Río Santiago y Ferro Enamel. Los motivos más frecuentes de conflicto siguieron siendo por las condiciones de trabajo y la reincorporación de despedidos, entre los más destacados: General Motors de Barracas, Matarazzo, Fundiciones San Javier, Philips, entre otros. Las comisiones internas y los cuerpos de delegados comenzaron a cumplir un papel de especie de contrapoder fabril. Estas luchas chocaban objetivamente contra las pretensiones de “paz social”, lo que no les dejaba otra alternativa que endurecerse frente a la ataques policiales, parapoliciales y a los matones de la burocracia. Métodos como la toma de fábrica con rehenes entre el personal jerárquico y rodear de combustible los establecimientos como forma de autodefensa se afianzarán entre la vanguardia, ejemplo de ello serán conflictos como los de Cristalux, Propulsora Siderúrgica, Del Carlo, etc.

En este contexto, tendrá lugar el primer Villazo. En enero de 1973, la Comisión Interna de Acindar había sido recuperada por la lista encabezada por Alberto Piccinini en oposición a la burocracia nacional de la UOM, la cual en ese entonces era la columna vertebral del sindicalismo argentino. Cuando, a principios de 1974, Lorenzo Miguel ve peligrar el control de la seccional, lanza un ataque contra los sectores combativos y expulsa del sindicato a toda la Comisión Interna de Acindar y muchos delegados opositores. La respuesta será la histórica huelga de marzo de 1974 con piquetes, toma de rehenes y amplísimo apoyo popular que terminará por torcerle el brazo a la burocracia de la UOM, las patronales y al propio gobierno que estaba interesado en la “normalización”. Al mes siguiente, los sectores combativos de Villa Constitución convocarán a un plenario antiburocrático del que participarán Tosco y Salamanca, entre otros referentes de la vanguardia obrera. En aquel plenario, realizado el 20 de abril, el PST dará una correcta batalla política frente a los dirigentes combativos y las corrientes guerrilleras, proponiendo la formación de una coordinadora nacional. Sin embargo, tanto Piccinini, Salamanca y todo el PCR, Tosco y el PC, así como el ERP, se opondrían a poner en pie una coordinadora nacional bajo el argumento de que implicaba romper lanzas con la JP y Montoneros, quienes eran los primeros en rechazar la propuesta ya que se plegaban a la política de Perón. Para colmo, solo dos semanas después, Perón echaría a los Montoneros de la Plaza de Mayo al grito de imberbes estúpidos y anunciándoles que iba a “sonar el escarmiento” mientras daba todo su apoyo a la burocracia sindical destacando que siempre fue la columna vertebral del peronismo.

Nuevamente queda plasmado uno de los problemas estratégicos clave de la izquierda en la etapa: la negativa sistemática a desarrollar organismos de autoorganización. Instancias de coordinación y unificación de los sectores combativos podrían haber constituido un precioso engranaje para quebrar la loza de la burocracia y forzar un frente único de cara al desgaste que estaba teniendo el propio peronismo. Pero otra vez se impone una línea de autoaislamiento de la vanguardia en lugar de dar la pelea por influir sobre la base reformista de los grandes sindicatos. Una cuestión de primer orden cuando se desarrollaban ampliamente luchas duras por empresa pero aisladas y todo ese proceso, más allá de las ilusiones que concitaba el peronismo, tendía a superar el estadio de luchas obrero-patronales, enfrentando a la burocracia que era el principal puntal del gobierno. Eran luchas que, en tanto iban más allá del Pacto Social, cuestionaban al gobierno peronista mismo. Y en ese sentido, el primer Villazo había planteado un desafío mayúsculo. Peor aún, había triunfado. La coordinación nacional también era una necesidad en sí misma para la autodefensa de los activistas de base que quebraban la legislación antihuelgas y represiva. Incluso el PST, que había propuesto conformar una coordinadora, carecerá de una política sistemática en este sentido, lo cual era coherente con su caracterización de que se había cerrado la etapa revolucionaria.

Todavía no había pasado un mes del discurso de Perón del 1 de mayo cuando el día 29 la Triple A asalta por primera vez un local de un partido legal, el local PST de El Talar en Pacheco. Fueron secuestrados 6 militantes, tres de ellos serían asesinados. Sus cuerpos aparecerían en una zanja no muy lejos del lugar a las pocas horas. En el acto de repudio al atentado, el diputado Ortega Peña, del Peronismo de Base, responsabilizó a Perón por la matanza. Pocas semanas después sería asesinado también por la Triple A. A través del “Pacto Social” Perón buscaba contener el enfrentamiento de clases, pero para 1974 los sectores de vanguardia representaban una clara amenazaban para sus planes. Por eso el accionar de la Triple A se concentró en golpear a la vanguardia obrera y estudiantil y a la izquierda. Estaba dirigido en buena medida a cortar los lazos de la vanguardia con el movimiento de masas, una tarea que difícilmente podía llevar adelante un gobierno “popular” con medios represivos puramente legales. La necesidad de organizar la autodefensa frente este tipo de ataques que se multiplicarían quedaba en primer plano.

En el plano político era central combatir los ataques a la vanguardia y contrarrestar el miedo con el que se pretendía paralizar al movimiento de masas. Un buen ejemplo histórico de cómo enfrentar este problema fueron los Arditi del Popolo, desarrollados a principios de la década de 1920 en Italia. Eran grupos multipartidarios que defendían las organizaciones y las acciones obreras contra los fascistas –a los cuales les propinaron derrotas en varias ciudades–. En aquel entonces fueron felicitados por Lenin por su papel en el fortalecimiento y la defensa del frente único obrero, en polémica con la dirección del PC Italiano que les negaba el apoyo y solo se proponía construir milicias partidarias [4]. Pero, en contraste con ejemplos de este tipo, las corrientes guerrilleras se embarcaron en una guerra de aparatos con las FF. AA. que terminó siendo un factor adicional de aislamiento de la vanguardia obrera y juvenil. Mientras tanto, las organizaciones de masas carecían de autodefensa frente a las bandas parapoliciales de la Triple A. Por su parte, luego de la masacre de Pacheco, el PST llamó a enfrentar en forma unida a las bandas fascistas planteando correctamente la necesidad de poner en pie comités de autodefensa. Pero ante la negativa de la mayoría de las organizaciones de izquierda o combativas, el propio PST dejó de plantearlo. Era una expresión más del carácter centrista de la política de esa organización durante el período que, como en este caso, sostenía políticas correctas que rápidamente abandonaba. Así, en base a aquella caracterización según la cual se había cerrado la etapa revolucionaria, ya a partir de marzo de 1974 comenzará a orbitar en torno al Grupo de los 8 (la UCR, el PC, el PI, entre otros), un “frente democrático” que reunía a buena parte los partidos del régimen.

Sin ninguna corriente de la izquierda que se hubiera jugado a condensar las tendencias a irrupción del movimiento obrero, estudiantil y popular en instituciones de autoorganización, comités de acción, coordinadoras, etc., y formas de autodefensa ligadas a las organización de masas, el recrudecimiento de la represión luego de la muerte de Perón encontrará a la vanguardia surgida desde el Cordobazo sin preparación para lo que venía. En este momento la expresión máxima de esta vanguardia era la UOM recuperada de Villa Constitución. Se trataba nada menos que de una de las principales seccionales del sindicato pilar de las 62 Organizaciones peronistas en que se sostenía al gobierno nacional. La ofensiva contra la vanguardia de Villa se desplegará a fines de marzo de 1975, la respuesta dará lugar al Segundo Villazo. En la madrugada del 20 de marzo, más de 4.000 efectivos policiales y una caravana de Falcon coparon la ciudad, allanaron casas y encarcelaron a casi toda la conducción de la seccional de la UOM. Inmediatamente una segunda línea de dirigentes metalúrgicos toma la posta, reorganiza los lugares de trabajo y lanza desde las bases una huelga que durará 59 días. El pueblo de Villa Constitución se pone del lado de los metalúrgicos y otros sindicatos que se suman a la huelga. Se forma un Comité de Lucha, con mucho peso de las organizaciones de izquierda, entre sus dirigentes hay militantes del PRT-ERP, Montoneros y el PST. En una primera etapa se ocupan las fábricas. En una segunda etapa despliegan una enorme resistencia con eje en los barrios y las zonas aledañas. Se organizan guardias para enfrentar a las bandas fachas. Se establece una dura defensa, cortando las luces, con trabajadores armados en los techos. Será un verdadero ejemplo de resistencia obrera y popular frente a la ocupación militar. Pero finalmente, aislado nacionalmente, será derrotado.

Así, el círculo que se había iniciado con el Navarrazo se comienza a cerrar contra los sectores combativos del movimiento obrero del interior a pocos meses del desarrollo de las jornadas de junio y julio de 1975 que tendrán por epicentro el Gran Buenos Aires y harán volar por los aires el Pacto Social. Esta discordancia de los tiempos estuvo marcada por la ausencia instituciones de coordinación y autodefensa de la vanguardia y de organismos de coordinación nacionales –como el que estuvo planteado en el plenario de Villa Constitución– que articulasen los procesos del interior con los de Buenos Aires impidiendo la derrota de los primeros antes de que los segundo desplegasen toda su fuerza. La incapacidad de las organizaciones de izquierda para poner en pie un partido revolucionario de la clase trabajadora que asumiese estas tareas fue fundamental en este resultado.

4. De las Coordinadoras a la huelga general: los imperativos de la estrategia y el programa frente a la cuestión del poder

Para 1975, los efectos de la crisis del petróleo iniciada dos años antes que había golpeado de lleno en la economía internacional, por un lado, y el cuestionamiento cada vez más fuerte de amplios sectores del movimiento obrero, por otro, terminan haciendo virtualmente imposible el Pacto Social. El 4 de junio de ese año el ministro de Economía Celestino Rodrigo anunciará un paquete de medidas que pasará a la historia como el nombre de “Rodrigazo”. Una política de shock que beneficiaba a la gran burguesía local y al capital financiero para hacer frente a la crisis económica. Incluirá una devaluación que oscila entre 80 y el 160 %, liberación de los precios, incluyendo los productos de primera necesidad, lo cual llevará a aumentos siderales del costo de vida. Al mismo tiempo se congelan las paritarias, el gobierno decide no homologar los nuevos convenios y establece topes salariales. De conjunto era un golpe brutal contra la clase trabajadora y las clases medias.

Frente a este ataque pega un salto cualitativo la oposición obrera pasando del plano sindical al plano político de la mano de la base y el activismo a nivel nacional. Rápidamente se multiplican las medidas de lucha e imponen paros por gremios a escala provincial y en algunos casos regional. Pese a las derrotas previas sufridas por las vanguardias que venían desde el Cordobazo, la clase obrera de Córdoba, Santa Fe y Mendoza tendrá también un papel importante en los acontecimientos. Pero la novedad será la irrupción de la acción histórica independiente del movimiento obrero de los centros políticos y estratégicos de la gran industria de Gran Buenos Aires, Capital y La Plata, que pasa a la vanguardia a nivel nacional. En la zona norte del gran Buenos Aires se inician en dos oportunidades marchas hacía la Capital intentando llegar a las sedes del SMATA y de la UOM. El primer intento lo encabezan los obreros de la Ford y de astilleros Astarsa, el segundo los trabajadores de General Motors, hasta que, finalmente, la burocracia de Lorenzo Miguel se ve obligada cambiar de posición y exigir la homologación de los convenios.

El 27 de junio convoca a una jornada contra el plan Rodrigo, en apoyo a Isabel Perón y por la homologación. Sin embargo, lo que estaba pensado como una movilización folklórica se transforma, bajo el impulso de las bases, en un virtual paro general donde más de 100.000 manifestantes desafían la militarización y el estado de sitio copando la Plaza de Mayo y exigiendo la renuncia de Rodrigo y López Rega. Era la primera vez en su historia que la clase obrera levantaba demandas políticas contra un gobierno peronista. Isabel Perón mantiene la negativa a homologar los convenios. A partir de este momento se irá construyendo una huelga general de hecho que supera a la burocracia peronista y que ni las patotas de la burocracia ni la Triple A logran contener. Desde las comisiones internas y cuerpos de delegados de GBA, Capital y La Plata se desarrollarán las Coordinadoras Interfabriles, que serán las grandes protagonistas de este proceso. En las coordinadoras de zona norte, zona sur y zona oeste del Gran Buenos Aires y de la zona de La Plata, Berisso y Ensenada, participan 129 fábricas y 11 seccionales sindicales que agrupan a más de 120.000 trabajadores. En Capital los subtes tendrán su propia coordinadora, también participan del proceso internas bancarias y fábricas importantes, especialmente en la alimentación. La influencia de las coordinadoras se extiende aún más si tenemos en cuenta la presencia de delegaciones en los dos plenarios nacionales que realizaron.

En su primer plenario nacional votan realizar una movilización del 3 de julio donde mostrarán su gran poder de movilización cercando la ciudad de Buenos Aires. En las columnas desde la zona norte del GBA, 10.000 obreros de la Ford, Terrabusi, Alba, Editoral Abril, Matarazzo, Laboratorio Squibb, IBM, astilleros San Fernando y Tigre y las principales metalúrgicas de la zona marcharán por la Panamericana protegidas por sus grupos de autodefensa equipados con molotovs, caños y miguelitos y por escuadras del ERP y Montoneros. Son detenidos en la General Paz por carros hidrantes y tanquetas de la policía. De zona sur, 5.000 obreros con mucha presencia de los choferes de colectivos de la UTA se enfrentan a la policía en el Puente Pueyrredón. De zona oeste otros 5.000 trabajadores, centralmente metalúrgicos y estatales, marchan a la Capital. En La Plata se moviliza una columna de miles de trabajadores del Astillero Río Santiago que confluye con trabajadores de muchas fábricas y establecimientos de la zona, obreros de la construcción, estudiantes, incluyendo Berisso y Ensenada para enfrentarse con la policía provincial en una lucha en las calles que dura hasta la 6 de la tarde. Aunque la acción coordinada de la policía y de la burocracia sindical impide que estas columnas lleguen a la Capital, la fuerza del movimiento se hace evidente y obliga a la burocracia de la CGT y las 62 Organizaciones peronistas a convocar al día siguiente a un paro nacional por 48 horas para los días 7 y 8 de julio.

Se producirá así la primera huelga general política contra un gobierno peronista. Un acontecimiento histórico que abrirá una crisis revolucionaria y planteará seriamente el problema de quién era el dueño del poder. Sin embargo, aunque las coordinadoras habían impuesto la huelga, no fueron ellas las que la dirigieron. Representaban el sector más avanzado del movimiento obrero pero la burocracia peronista mantenía su ascendencia sobre la mayoría de la clase. Así, la CGT pudo actuar efectivamente como muro de contención. La huelga logra imponer la homologación de los convenios y la renuncia de Rodrigo y López Rega. Pero la burocracia se apresura a sostener al gobierno de Isabel y salvar, una vez más, a la clase dominante.

El programa levantado por las Coordinadoras, que condensaba las demandas surgidas de las fábricas, resultaba brutalmente insuficiente frente a un gobierno que, con el plan Rodrigo, estaba jugando una carta contrarrevolucionaria que tenía su correlato militar en la acción de Triple A y de las FF. AA. Ya no se trataba solo de la homologación de los convenios ni de aumentos salariales solamente, estaba en juego el destino del gobierno de conjunto. El problema de la hegemonía obrera para recomponer la alianza obrera y popular era clave. La inflación y el desabastecimiento azotaban a la población, pero la organización de los barrios en torno a la lucha contra la especulación y el desabastecimiento estuvo ausente. Esta actividad, por ejemplo, había sido central en el proceso revolucionario en Chile bajo el gobierno de Allende donde surgieron los Cordones Industriales que se vinculaban a las Juntas Vecinales y a las de Abastecimiento y Precios. La falta de una política de este tipo será determinante en el giro posterior a la derecha de sectores amplios de las clases medias. Por otro lado, más allá de los elementos que se daban espontáneamente en las acciones, estuvo ausente el planteo de poner en pie organismos de autodefensa para enfrentar la represión estatal y paraestatal. La ausencia de un gran partido revolucionario de trabajadores quedó plasmada en toda su dimensión en la impotencia de la vanguardia organizada en las Coordinadoras para asumir la dirección del movimiento y llevarlo hasta las últimas consecuencias con el derrocamiento revolucionario del gobierno de Isabel Perón.

Ninguna de las corrientes de izquierda que actuaron en el seno de las Coordinadoras tuvo una política de ese tipo ni apostaron a desarrollarlas. Más cercanas a comités de acción que organizaban a una amplia vanguardia que a consejos o soviets –es decir, organismos de frente único de masas–, las Coordinadoras tenían por delante la lucha por articular a una mayoría de la clase trabajadora y desplegar la hegemonía obrera sobre los sectores medios y populares para poder transformarse en organismos de poder alternativos frente al Estado capitalista. El brazo sindical de Montoneros, la JTP, que era mayoritaria en las Coordinadoras y había pasado a la oposición luego de la muerte de Perón, seguía reivindicando el papel revolucionario del nacionalismo burgués, fue uno de los grandes obstáculos a su desarrollo en ese sentido. Su acción fue central para limitar las demandas a un carácter corporativo y, por ende, adaptarlas a los lineamientos de la burocracia de la CGT. El PRT, por su parte, tenía a su principal dirigente, Mario Roberto Santucho, en la compañía guerrillera del Monte en Tucumán, y careció de una orientación específica frente a la crisis revolucionaria. Mientras que en el caso del PST, otra de las corrientes con cierto peso, frente a la impotencia terminó orbitando alrededor del mencionado Grupo de los 8, en una línea democratizante que iba en detrimento de una estrategia revolucionaria que postulase a la clase obrera como sujeto hegemónico para darle una salida a la situación. Por su parte, Política Obrera liderada por Altamira –que no contaba con peso significativo en ese entonces– se abocaba a la formación de “comités interfabriles”, una especie de agrupación amplia impulsada por PO en las fábricas, mientras que el proceso real estaba encarnado en las Coordinadoras. Sus planteos no superaban la idea de una lucha reivindicativa generalizada hasta que recién el 25 de junio define la situación como pre-revolucionaria. Luego levantará la consigna de “gobierno de la CGT” en momentos donde la burocracia de Miguel corría en auxilio del gobierno [5].

Finalmente, luego del triunfo parcial de julio, el imponente ascenso obrero comenzó a diluirse en luchas parciales y quedó sin perspectivas. Lorenzo Miguel logró sostenerse al frente de la CGT y buscó apuntalar al gobierno. Como señalaba Trotsky, la huelga general plantea la cuestión de quién tiene el poder –el gobierno de Isabel quedó virtualmente en el aire– pero por sí misma no la resuelve. Finalmente, la salida política de conjunto la terminó dando la burguesía en términos contrarrevolucionarios meses después con el golpe militar en marzo de 1976.

5. Lecciones para el presente

Este sucinto recorrido a modo de balance por la etapa más revolucionaria de la historia argentina no tiene un objetivo puramente, ni principalmente, histórico. Más allá de las diferencias que nos separan de una situación como la de aquel entonces, muchos de los problemas políticos y estratégicos que fuimos mencionando conservan toda su actualidad para pensar cómo enfrentar hoy el plan de guerra que está desarrollando el gobierno de Milei. Detrás de él están las grandes patronales y el capital financiero, los mismos actores que estaban detrás de Onganía, del plan Rodrigo o de la propia dictadura genocida.

La burocracia sindical peronista, desde aquel entonces, ha profundizado la estatización de los sindicatos; bajo el menemismo muchos devinieron burócratas-empresarios. Hoy cumple un papel colaboracionista similar al que tuvo bajo Onganía, con sus diferentes alas más o menos comprometidas en la negociación con el gobierno, pero de conjunto actuando como contención. El peronismo de conjunto, hoy en una profunda crisis luego de la catástrofe del gobierno de Alberto y Cristina, sostiene un juego similar buscando un equilibrio entre garantizar la “gobernabilidad” y mantener un perfil opositor para poder representar un futuro desvío en caso de crisis. En ese marco, por un lado, algunos sectores se integran directamente al esquema político del gobierno de Milei, como Jalil de Catamarca, Jaldo de Tucumán, entre otros. Y, por otro lado, se arriesga a perder por izquierda a sectores de su base electoral que ven que, más allá de los discursos opositores, no está dispuesto a librar ninguna pelea seria contra el plan de Milei y el FMI. Kicillof y Grabois serían los encargados actuales de contener este flanco. Con CFK en una ubicación más parecida a aquel “desensillar hasta que aclare” de Perón frente a Onganía y con Kicillof buscando una reubicación del peronismo, después de 5 meses de pasividad, a través del llamado de Katopodis a una movilización masiva para el día que se trate la Ley Ómnibus en el Senado.

El PTS, como parte del Frente de Izquierda, hace años que viene sembrando en sectores de masas una perspectiva de independencia de clase y se ha transformado en una referencia política a nivel nacional. Cuenta con una organización con varios miles de cuadros, militantes y simpatizantes. Con mucha estructuración en importantes sindicatos, como en Salud a partir de la cual se impulsó la Posta Sanitaria en la que cientos de trabajadores de la salud y estudiantes de medicina se organizaron para socorrer a los heridos de las movilizaciones, en docentes de GBA donde cuenta con cientos de delegados en los Suteba, que se suman a otros tantos de otras corrientes de izquierda, una corriente en ceramistas y en las fábricas recuperadas que ha resistido cada embate desde hace años, así como en la alimentación, en ferroviarios, en aeronáuticos, en el subte, en telefónicos, en los ingenios del norte, entre otros. También en 75 facultades y 25 universidades de todo el país, así como en terciarios. Una diferencia importante respecto a la situación en la que llegó la izquierda a finales de los 60.

A nivel internacional surgen nuevos fenómenos como el histórico proceso en las universidades de EE. UU. y Francia contra el genocidio del Estado de Israel en Gaza, cuya comparación inmediata es el movimiento en solidaridad con Vietnam que marcó a una generación. Una nueva vanguardia juvenil antiimperialista que, lejos de ser un fenómeno coyuntural, se inscribe en un capitalismo atravesado por múltiples crisis y un creciente militarismo. Left Voice, organización hermana del PTS en EE.UU. viene interviniendo activamente en la City University of New York y otras universidades, desde docentes y estudiantes, luchando contra la represión y peleando por masificar el movimiento contra el genocido en Gaza y por una Palestina libre apelando a la autoorganización y a la unidad obrero estudiantil. Révolution Permanente, organización hermana del PTS en Francia, viene cumpliendo un papel protagónico en el importante movimiento que se desarrolla en el país por Palestina y enfrentando la política represiva de Macron. Anasse Kassib vocero de Révolution Permanente enfrenta la persecución de la policía francesa que lo acusa de “apología del terrorismo”, junto a Jean-Luc Melenchon de la Francia Insumisa y Phillippe Poutou del NPA. Son ejemplos particulares de una lucha más general que libran las organizaciones de la FT-CI en más de una docena de países, porque creemos que la emancipación de los trabajadores será nacional por su forma pero internacional de contenido.

Hoy en Argentina, fenómenos como la reciente marcha universitaria de un millón de personas en todo el país son las primeras muestras de una nueva situación que se está gestando. El desarrollo de un escenario como la que se vivió a finales de los 60 en Argentina está inscrito en una situación como la actual, en la que nos encaminamos a enfrentamientos cada vez más agudos de la lucha de clases que pueden conjugarse con un escenario de debilidad del gobierno de Milei y crisis del peronismo. Como señalara Christian Castillo esta semana en el parlamento, la izquierda aún es una fuerza minoritaria pero se apoya en una clase mayoritaria. Es la fuerza que quiere expresar políticamente esa fuerza social que nutrió la insurgencia de la clase trabajadora y el movimiento de masas que se expresó en la Semana trágica y la Patagonia rebelde, en el Cordobazo y la huelga general de 1975 y que atraviesa la historia argentina.

Retomando las lecciones de aquel “1905” argentino, desde el PTS luchamos por construir ese gran partido revolucionario de la clase trabajadora que esté a la altura de expresarla políticamente. Lo hemos hecho durante décadas, muchas veces contra la corriente, en la lucha de clases, peleando por la coordinación, buscando siempre confluir y articular a los diferentes sectores de vanguardia que van surgiendo, batallando por la independencia política, interviniendo en la lucha ideológica. Pero la nueva etapa que se abre en la actualidad contiene amplias y renovadas posibilidades para la izquierda revolucionaria. Ahora la lucha por construir ese gran partido se da en nuevos términos. La cuestión, tanto en el ascenso de los 70 como de cara al futuro es partir, como señalaba Trotsky de que: “La victoria no es el fruto maduro de la ‘madurez’ del proletariado. La victoria es una tarea estratégica”.

 
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