Esta nota se propone rescatar un hilo de continuidad de la memoria del Cordobazo en el momento de la medianoche de nuestro país, en los albores de la última dictadura cívico-militar-eclesiástica y discutir con algunos de los mitos que se han gestado sobre la clase obrera en ese tiempo.
El pasado 23 de abril, en la marcha federal educativa, vimos a estudiantes y trabajadores movilizados por millones en todo el país. En Filosofía y Letras (UBA) los estudiantes salieron a copar las calles cantando “que cagazo, obreros y estudiantes como en el Cordobazo”; en el Chaco, los albañiles de una obra cantaban con los estudiantes movilizados “Universidad de los trabajadores”.
Según Marx: “La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado,toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal.”
Son estos ropajes, nombres y tradiciones que ponen como un problema actual cuáles van a ser estos espíritus del pasado del que tanto el movimiento estudiantil como la clase trabajadora van a tomar sus consignas de guerra, sus métodos y sus enseñanzas. Se plantea el problema de la memoria.
Dentro de la temática de la memoria el marxismo tiene la tarea de efectuar una contramemoria, como dice Traverso [1]. La contramemoria del marxismo tiene la necesidad de ejercer una crítica sobre los relatos que la clase dominante hace de los procesos históricos, del borramiento que realiza sobre las posibilidades de cambio. En suma, de la destrucción de un tiempo homogéneo, lineal, que sigue su curso como las leyes naturales. El marxismo se diferencia desde la tarea de volver hacia el pasado para rescatar de él a los vencidos de las garras de los vencedores, de sus calumnias, de sus necesidades históricas y ofrecer una guía de acción para los problemas del presente, un aprendizaje de las derrotas del pasado al servicio de las luchas del momento y las proyecciones de un futuro. Son las luchas del pasado sobre las que hoy volvemos críticamente para tomar de ellas nuestras armas. Es por ello que nos resulta fundamental reconstruir y divulgar una contrahistoria de la lucha de clases en la dictadura militar, sacando las mejores conclusiones para las batallas que nos competen.
En consecuencia, para abordar este periodo de tiempo de manera crítica, tenemos que discutir qué relatos se establecieron en torno a la actividad de resistencia de la clase obrera en la última dictadura militar. Para ello nos centraremos en el relato de la pasividad de la clase trabajadora en la última dictadura militar y su correlato en la memoria.
El mito de la pasividad y el relato Ubaldinista
En una investigación acerca de la memoria obrera de la dictadura, Pozzi [2] da con el relato de que la clase obrera fue pasiva durante la dictadura, que “la gente no hacía nada”. Esta tiene su concepción teórica en Delich y constituye una especie de historia oficial de la lucha de clases durante la dictadura. Este plantea que “durante cinco años, la clase obrera argentina y sus sindicatos permanecieron, en conjunto, inmóviles desde el punto de vista social y de la actividad sindical respectivamente, o bien cuando se movilizaron lo hicieron mutando formas de acción” y “Este es, desde 1955, el más extenso periodo de inmovilidad sindical que se registra.” [3] Esta desmovilización total sería el resultado de “las condiciones estructurales de la acción obrera y de su transformación y de sus posibilidades”. La historia argentina se dividiría entonces en el periodo de formación y constitución de la clase obrera y su centralidad en la política nacional con su punto más alto en los 70; y su des-formación [4] y pérdida de centralidad para entender los cambios sociales luego del 24 de marzo de 1976, llegando incluso a postular que “la historia argentina se desenvuelve al margen de los sindicatos, teniendolos en mente como riesgo pero no como actores, eventualmente como víctimas”. Entonces asistiríamos al cambio estructural de la clase obrera que le impediría ser un actor en la política nacional donde “el obrero productor comprobó la transformación de su ámbito de sociabilidad en un ámbito de pura productividad y mecanización”.
Además, esta concepción inmovilista de la clase obrera durante la dictadura se vincula con otro famoso relato que discute que “Entre 1976 y 1980 se suceden no pocos conflictos fabriles pero todos ellos son particulares, en sus motivaciones y en su resolución. Solo en abril de 1979 se produce el único paro general de protesta que registra el periodo (...)” [5] Este mito tiene dos caras: 1) que la clase obrera mantenía conflictos dispersos y no una lucha coordinada y/o unificada y 2) que su unidad provino desde arriba en 1979 con el famoso paro de “la comisión de los 25” con Ubaldini a la cabeza. Si bien, tiene su cuota de verdad, que el primer paro general declarado fue el de 1979, este relato encubre que antes de eso la clase obrera había resistido a los ataques de la dictadura. Estas resistencias se dieron, en cuantiosas oportunidades, contra la oposición de las burocracias sindicales que intentaban poner un freno a la oposición obrera y que continuaban con la dinamica de los 70’s de entregar a los trabajadores, esta vez ante el terror de la dictadura militar. Este relato “Ubaldinista” se replica a menudo, incluso diciendo que fue la primera huelga o protesta contra la dictadura. Incluso tiene un mural en la Facultad de Sociales de la UBA llamándole “padre de la democracia”.
Esta fabulación, de la que se sirve tanto la liturgia peronista como la radical, tiende a eclipsar las variadas formas de lucha y organización que adoptó y creó la clase trabajadora bajo las más adversas condiciones. Además, borra el componente antiburocrático que tenían esas luchas y el colaboracionismo de las dirigencias sindicales y de parte del peronismo.
Para establecer un contrapunto con esta mirada “desde arriba” del proceso de lucha de clases, intentaremos hacer un paneo general centrándonos en los dos primeros años de la dictadura militar y en las etapas que atravesó la relación de fuerzas entre las clases.
Del 24 de marzo del 76 hasta marzo del 77: la clase obrera en la penumbra
La clase obrera no tardó mucho en resistir frente a la dictadura y los patrones. ¿Cuánto tardó? El 24 de marzo de 1976, los trabajadores de la fábrica IKA-Renault de Córdoba comenzaban la lucha mediante el trabajo a reglamento, reduciendo la producción a más de la mitad de lo normal. Sus consignas de guerra eran: “Fuera los milicos asesinos”, “Tenemos hambre”, “Sabotaje a la superexplotación”. [6] No obstante, las siguientes semanas los militares se dedicaron a secuestrar y asesinar a la vanguardia combativa de la fábrica. Este caso representa el doble proceso que atraviesa la clase obrera a inicios del régimen militar. Por un lado, la disposición a la lucha y su combatividad. Por otro, la dura represión al movimiento obrero en general y a la vanguardia, con asesinados y desaparecidos. Si bien la represión contra este sector del movimiento obrero no era nueva, el último gobierno peronista había exhibido un gran arsenal de métodos represivos en conjunto con los gobernadores, sindicatos y empresarios, con ejemplos como la Triple A, el Navarrazo, etc. El golpe del ‘76 va a imponer un salto en estas características. La represión tuvo una repercusión general que se ve en los datos de conflictos elaborado por Mangiantini [7]. Estos nos dicen que los meses de marzo y abril experimentaron una notable caída en los conflictos laborales. Entre febrero y marzo se encontraron un promedio de 17 huelgas mensuales en el AMBA, mientras que entre el mes de marzo a mayo este promedio cae a casi 6.
Los empresarios no tardaron en hacer notar la nueva relación de fuerzas producto del golpe. En muchos casos llamaron a los delegados para hacerles saber que esa “rebeldía obrera” llegó a su fin. En el caso de la fábrica Del Carlo, en Beccar, un obrero nos relata:
... la empresa, enseguida nos llama a los delegados a empezar a discutir ̈que bueno, acá había cambiado la situación, acá hay una situación distinta… esto no puede seguir así. [8]
En la Ford de Pacheco la empresa anuncia la nueva situación de manera similar, conduciendo a desaparecidos y asesinatos. En la Del Carlo los obreros no se resignan al inmovilismo, pero luego de una feroz represión a los delegados, con desaparecidos y asesinados, se logró propagarse la desmoralización.
Septiembre cambia cualitativamente el momento de repliegue. La gran represión desatada por el gobierno y los empresarios habían descabezado a la clase obrera, quitándole sus mejores cuadros y propinándoles una derrota. La revolución se había alejado y el orden burgués se hallaba más firme. Sin embargo, la clase trabajadora nunca dejó de luchar, aunque esta vez defensivamente, y luego de unos meses de relativa pasividad en septiembre estalló una ola de medidas de fuerza basadas en paros, quites de colaboración, sabotaje y trabajos a desgano. En octubre entra el sindicato Luz y Fuerza con lo que será el conflicto más grande desde que empezó la dictadura hasta ese momento. Este último contó con los métodos antes mencionados. Fue un conflicto de envergadura nacional con solidaridad desde otros sectores. También vio la aparición de comisiones coordinadoras interprovinciales de carácter semiclandestino. Si bien el conflicto termina con una derrota, en tanto duramente reprimidos y con Smith, máximo dirigente de luz y fuerza del momento, posteriormente desaparecido, la lucha lucifuercista deja una gran cantidad de lecciones en cuanto a la variedad de métodos de lucha, la unidad con otros sectores y nuevas formas de organización desde las bases adaptadas al momento de feroz represión para no dar blancos visibles. La contienda tiene el saldo de una derrota para los trabajadores, pero la dictadura se verá desgastada y los medios, como Clarín, sacarán a relucir su miedo por un nuevo “Cordobazo” [9].
De la derrota de Luz y Fuerza y el nacimiento del gato salvaje
Tras la huelga de Luz y Fuerza se gestó un momento de tensa calma. La lucha se concentró hacia el interior del régimen fabril y se abrió paso una oleada de sabotajes y se reanudó el trabajo a tristeza. El proletariado fabril, en su bronca y en el sentimiento de derrotas, de desilusión, inician una resistencia fabril molecular. La resistencia pasa de una guerra de movimiento, asociada con las huelgas del ‘76, y en particular con la enorme lucha de los trabajadores de Luz y Fuerza, a la guerra subterránea en tanto preparación y ataques clandestinos a la producción y el plan del gobierno [10]. Los sabotajes ocurren en la producción: se rompen motores, telares, se cortan redes eléctricas, incluso vuelan “los autos de los capos de la fábrica”. Los trabajadores disponen su saber para sabotear la producción, muchas veces intentando que no parezca adrede. Los sabotajes actúan como este gato salvaje del que habla Negri [11], donde no se sabe dónde está, ni cuando va a atacar, ni cómo. Es un gato salvaje que circula por todos lados en la producción, haciéndola más difícil, más empantanada.
Además de sabotajes, el ataque móvil y encubierto que organizaba la clase obrera a la producción, se desarrollaban paros sorpresivos, a veces sectoriales, en lugares estratégicos y de corta duración. De esta manera se podía infligir daños a la ganancia empresarial sin blancos fijos. Estas medidas necesitaban un grado alto de organización y aceptación por parte de los trabajadores. Estos muchas veces se organizaban a través de Comisiones Internas de hecho y cuerpos de delegados semi-clandestinos.
Los trabajadores de la Ford Pacheco son un caso emblemático de esta nueva etapa que adopta la resistencia obrera. En tanto su fábrica estaba altamente militarizada y su vanguardia enormemente golpeada, los trabajadores se dispusieron a un sin fin de sabotajes en la producción. Podemos verlo en el relato de un diario argentino en el extranjero:
Por tristeza, quizás los trabajadores de Ford olvidaron un día las llaves en el interior de todos los autos terminados. Hubo que romper todas las cerraduras y frenar la línea de producción. [12]
La situación económica había sido un duro golpe para los trabajadores. Los despidos, la inflación y el congelamiento de salarios habían hecho estragos. Con este contexto, el ministro de economía, Martinez de Hoz, intentaba un congelamiento de salarios y de precios, luego de un aumento salarial. Este fue severamente atacado por economistas como Alsogaray y fue ciertamente incumplido por la burguesía, que seguía elevando sus precios. El gobierno tenía la contradicción de que los salarios continuaban decreciendo y que esto generase nuevos conflictos.
Ante este contexto de carestía y ruptura de ese congelamiento doble, la clase trabajadora saldrá en escena para protagonizar en junio de 1977 una huelga en el Gran Rosario de más de 10.000 personas. Iniciaron este paro los trabajadores de las empresas de tractores John Deere y Massey & Ferguson por un reclamo salarial. A estos se le sumaron huelgas en Fate y Sulfacid. Ante la declaración de ilegalidad de los paros el gobierno atacaba la medida mientras que las empresas de tractores mandaban telegramas a los trabajadores para intimarlos a concurrir al trabajo. Además, se hacía un despliegue represivo en inmediaciones fabriles que vigilaba el acceso a la planta. Tras una huelga de brazos caídos y el desalojo de la planta, las empresas resolvieron hacer un lock-out patronal ilegal.
No obstante, el conflicto se fue transmitiendo a otros establecimientos. Hacían su aparición los trabajadores de la Petroquímica PASA, la textil Estexa y los trabajadores de Grandes Cristalerías de Cuyo. Estos entraban a la lucha “en demanda de mejoras salariales y en adhesión al personal de John Deere y Massey Ferguson” [13].
Además, circularon petitorios y quites de colaboración, abandonos de tareas en demás fábricas como Duperial, Celulosa, Electroclor, Sulfacid, etc. El viernes 17 abrieron frente los trabajadores de los Sindicatos Rurales y Estibadores de Santa Fe. Como producto de esta extensión del conflicto, la patronal de John Deere y Massey tuvieron que negociar no solo con los dirigentes sindicales y miembros de las comisiones internas sino también con la Comisión de Lucha de Massey, creada desde las bases.
El resultado general fue que los reclamos fueron parcialmente concedidos. Si bien hubo un aumento general de los salarios y la negociación de otros puntos dados a las condiciones laborales, estas concesiones fueron mucho menores a lo que se habia pedido. En Massey y en John Deere el reclamo era por un 40% de aumento, mientras que lo obtenido fue del 17% y del 13% respectivamente. Además hubo saldos de despidos y cesanteados, como también una fuerte militarización de las fábricas en esos días.
El conflicto había sido iniciado por las bases que querían ir más allá de lo que negociara el sindicato de empresa con la patronal. La vanguardia habían sido “los viejos” de la fábrica, quienes transmitían la tradición de lucha de años anteriores y nuevas fórmulas organizativas. En este conflicto entra en juego también la organización del Comité de Lucha y la autoorganización.
La ola de huelgas del 77 y la maduración del gato salvaje
A finales del año iban a tomar presencia dos conflictos importantes para esta primera etapa de la dictadura militar. El primer caso va a ser la huelga de la fábrica IKA-Renault en Córdoba en el mes de Octubre. Este conflicto se origina en un reclamo del 50% de aumento salarial. La empresa les ofrece el 15% y los trabajadores comienzan la huelga de brazos caídos. El ejército se hace presente en la fábrica exigiendo la vuelta al trabajo a punta de pistola. Ante un oficial que dijo que los trabajadores tenían que dejar de reclamar por sus salarios, “del mismo modo que los militares no hacen huelga para exigir mejores sueldos” los trabajadores respondieron con centenares de proyectiles, generando una batalla al interior de la fábrica. Los militares usaron sus armas de fuego asesinando a cuatro obreros. Los trabajadores, ante este hecho aberrante, abandonaron masivamente las tareas. La prensa, en estos 4 días de contienda, agitaba que se encontraba en ese conflicto el fantasma del Cordobazo. El conflicto, a pesar de la dura represión y los despidos que le siguieron, rompió el silencio y mostró la posibilidad de lucha.
Estos dos ejemplos, la huelga del Gran Rosario y el fantasma del Cordobazo en la IKA, se condensaron en lo que se denomina la huelga generalizada de octubre y diciembre de 1977. Esto constituyó, por su magnitud y el contexto, uno de los sucesos más importantes de toda la dictadura.
El conflicto inicia como parte de un reguero de luchas iniciadas luego de la huelga en la IKA-Renault y que marcan un periodo ascendente de la respuesta obrera. En septiembre y octubre se desarrolla una huelga en Lozadur donde los trabajadoras se niegan a aceptar las ordenes de la patronal. A fines de octubre del ‘77, los señaleros de la línea Roca iniciaron una huelga que fue pronto desautorizada por el sindicato. No obstante, la huelga se extendió aceleradamente y se generaliza para las líneas San Martín, Mitre, Urquiza y Belgrano. Además, se sumaban los trabajadores de todas las líneas de Subte, y el personal aeronáutico ejercía paros de dos horas por turno. Al día siguiente se sumaron a la acción los pilotos de aerolíneas que de manera conjunta presentaron su renuncia como forma de lucha. El gato salvaje de los sabotajes seguía sus recorridos zigzagueantes por la rama del transporte, llegando incluso en esta primera etapa a Rosario, donde se pliegan los ferroviarios de la región Rosario, Villa Diego y Perez, así como se suman los trabajadores del Hipódromo de Buenos Aires. Febrilmente, el enfrentamiento adquiere una envergadura metropolitana y se extiende velozmente hacia otras áreas. Entre los reclamos se hallaban el salario como también la liberación de dirigentes desaparecidos.
Este combate ponía de relieve la capacidad de la clase trabajadora de autoorganizarse defensivamente por sus reclamos y fusionarse en unidad. También ponía de relieve el poder estratégico de los trabajadores del transporte en su capacidad de generalizar su propio conflicto y alentar a los demás con su ejemplo. El gobierno estaba debilitado para responder a este reclamo, ya que los sindicatos habían sido intervenidos y estas luchas nacían por fuera del seno de una burocracia paralizada por el mismo gobierno.
Entre el primero y el cinco de noviembre los conflictos ferroviarios abarcaban las seccionales de CABA, La Plata, Rosario, Santa Fe, Tucumán, Entre Ríos y Córdoba. Además de aeronáuticos y subterráneos se sumaban a la huelga varios sectores. En principio se sumaron los trabajadores de las líneas de colectivos del conurbano bonaerense, del puerto metropolitano y rosarino, del SEGBA y agua y energía de Rosario, Coca Cola, cerámica Lozadur, personal de la Shell, personal no docente de la UBA, trabajadores de YPF de CABA, La Plata, Mendoza y Comodoro Rivadavia, empleados de correo de Buenos Aires, Mendoza, Rosario y Mar del Plata, Obras Sanitarias de Rosario, en el Ministerio de Obras públicas y Bienestar Social, en el Banco Nación, el Frigorífico Wilson de Valentín Alsina, Alpargatas de Florencio Varela, etc.
La lucha había tomado envergadura nacional, había roto el orden público y se había convertido en un atolladero para el gobierno militar en su plan de seguir aumentando las ganancias de los patrones y destruir la solidaridad entre la clase trabajadora. La oferta salarial no pudo ser negociada solamente desde el sindicato sino que se realizaron asambleas en los lugares de trabajo donde terminaron consiguiendo un 40% de aumento salarial para los ferroviarios y la liberación de los dirigentes desaparecidos de los trabajadores del subterráneo. Tras esta gran huelga generalizada se entra en una etapa de declive de la resistencia obrera aunque se ocasionan varios conflictos que son parte del coletazo de las huelgas previas. Entran en huelga tanto ramas textiles, cerámicas, automotrices, bancarias, portuarios, sabotajes en SEGBA, colectivos de CABA y provincia de Buenos Aires, YPF Ensenada, petroquímicos en Rosario, ceramistas de Lozadur, en Siderar, etc. [14]
Ya habiendo hablado de este periodo huelguístico del ‘77, ¿qué significado tuvo la oleada de huelgas y cuál fue su efecto tanto en el régimen como en la clase obrera?
El fantasma del Cordobazo y la pesadilla de la dictadura
Por ese entonces la prensa de distintos diarios lucharon por significar a ese hecho maldito en medio del régimen que había instalado su orden. A esto se le suma el hecho de que su organización y coordinación fuese hecha desde la bases y de manera tal que el gobierno no pudo descabezar a la vanguardia del movimiento. Este último factor lo hacía un hecho difícil de significar y prever sus futuras apariciones. Como los sabotajes, la oleada de huelgas podía volver a relampaguear en lo que para ellos era el cielo sereno, como el gato salvaje no sabían ni dónde ni cómo podía el movimiento surgir nuevamente y paralizar la producción.
El diario Noticias Argentinas sostuvo que el paro era “el comienzo de una nueva configuración sociopolítica” [15]. El diario La Tribuna postulaba que el gobierno militar había afrontado “sus jornadas más dificiles en los ultimos 19 meses”, mientras que el diario La Capital mencionaba que el “proceso de reorganización nacional habia sufrido un duro traspié”. Inclusive el diario La Nación tuvo que hablar sobre lo “inconjeturable” del movimiento y de su extensión. La comparación que se incrustó en el debate público fue la del fantasma del Cordobazo en tanto la hidra obrera podía, una vez más, articular una huelga que conmocione a la dictadura y la hiera de muerte a ella como a sus planes de una reorganización del país tras los intereses de la burguesía más concentrada. En una editorial, el diario La Nación exponía: “El Cordobazo de mayo de 1969 merece recordarse (...) porque la precipitacion del general Onganía por desembarazarse de su ministro Krieger Vasena aceleró la pérdida de autoridad…” y proseguía en un conteo de daños, en tanto el movimiento había significado un “desafío neto a la autoridad del gobierno militar”. El diario La Razón se inscribía en el mismo debate. Para ellos el movimiento había amenazado en convertirse en una crisis, y en su momento de mayor amenaza un observador había enunciado al fantasma: “estamos en medio de un Cordobazo”. Al igual que el diario fundado por Mitre, La Razón salía a defender a su Ministro de Economía. Estas defensas a Martinez de Hoz estaban fundadas en que la huelga generalizada no declarada del ‘77 puso en duda la permanencia del ministro insignia de la dictadura.
Además, el golpe que le había propinado el movimiento obrero a la dictadura no sólo cuestionó al ministro, también abrió el juego político a los partidos. Incluso Balbín, que apoyó el golpe contra la “guerrilla fabril”, acotaba que “el consenso que tenía el gobierno en marzo de 1976 no es el mismo que tiene ahora”. También algunos grupos patronales como la Asociacion de Industriales Metalúrgicos de Rosario mantuvieron quejas contra la política económica de Martínez de Hoz.
Si bien la huelga de fines del ‘77 no es el Cordobazo [16], su comparación no obedece solamente al sensacionalismo. Esta obedece a algunas similitudes: un movimiento obrero bajo la más férrea dictadura (que ya se sentía vencedora absoluta) que resiste y origina un movimiento enorme por fuera de las direcciones burocráticas y que le había propinado un duro golpe tanto al plan económico como a la fuerza moral del régimen y que había articulado, además de sus demandas económicas, demandas por la liberación de los desaparecidos.
El Cordobazo es un hito en la historia argentina en tanto la clase obrera hirió de muerte la fantasía de la burguesía de un proyecto hegemónico que destruya esas trincheras que la clase obrera construyó a lo largo de su formación. Si el Cordobazo queda en la memoria de los insurrectos y de la vanguardia clasista de los ‘70, e incluso hasta ahora en quienes somos de izquierda, mucho más quedó su recuerdo marcado con fuego en la memoria de la burguesía. Esta imagen, sellada por su primera aparición, aparece en la dictadura cívico-militar como su fantasma. El fantasma es en este caso ese re-acontecer del trauma originario que reedita los miedos y le ofrece a la psiqué una presión que origina pesadillas. Esta pesadilla, evidenciada en sus constantes proclamas sobre si tal huelga o tal movimiento huelguístico es el inicio de un Cordobazo, puede tomar distintos representantes que pueden incitar los mismos dolores a la memoria burguesa. De esta manera, no fue la huelga del ‘77 la que se puso el ropaje del pasado, sino la memoria traumática burguesa la que le puso su ropaje de Cordobazo por su terrible miedo a su aparición real.
Reeditar el miedo burgués, su trauma histórico, es reeditar un nuevo Cordobazo. Reeditar el Cordobazo no es repetirlo, es superarlo. Marx decía que las revoluciones proletarias “se critican constantemente a sí mismas, (...) vuelven sobre lo que parecía terminado para comenzarlo de nuevo, se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisiones, de los puntos flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos”. El Cordobazo como tal abrió una época histórica donde en nuestro país se definía quién iba a tener el poder: si los grandes empresarios o los trabajadores. El gran problema que atravesó la clase obrera en ese periodo era el problema de su dirección (peronismo y la burocracia sindical) y la falta de un partido revolucionario que se haya preparado tanto materialmente como estratégicamente para poder torcer el rumbo de los acontecimientos e instaurar un gobierno de los trabajadores y el pueblo oprimido.
Este repaso por la resistencia obrera en la dictadura y el fantasma del Cordobazo nos predispone a pensar en el presente y su porvenir. Ante un gobierno que, a seis meses de su nacimiento, atraviesa duros golpes y grandes contradicciones internas, el fantasma de una nueva acción independiente de la clase obrera en alianza con otros sectores de la sociedad es una posibilidad y sería un golpe fundamental para llevar el fantasma del Cordobazo a la más aterradora tópica de lo Real.