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14 de julio de 2024 Twitter Faceboock

Ideas de Izquierda
Artistas y Milei: ¿melancolía peronista o nuevo rumbo subversivo de la cultura en Argentina?
Javier Gabino | @JavierGabino

¿Cómo se encuentra “la cultura” ante la guerra declarada por Javier Milei? ¿Qué ideologías predominan? ¿Cuáles son los ejes actuales de ese “pensamiento común” que suele dominar los espacios culturales en determinadas épocas? y si eso existe ¿Sirve para orientarse en la nueva Argentina copada por la ultraderecha o es urgente pensar nuevos rumbos?

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Qué batalla es esta guerra

Que Javier Milei puso como uno de los centros de su “batalla cultural” el ataque a “la cultura" no es noticia. Las embestidas son muchas, desde excitarse contra Lali Espósito, criticar a Adrián Suar o insultar al fallecido Hugo Arana, hasta pelearse con Mirta Legrand por el Cine Gaumont, cambiar el nombre del CCK o tuitear contra el comunista italiano Antonio Gramsci. Aunque estrictamente hablando también son parte del combate simbólico los memes de patitos, leones, superhéroes de Marvel y terminators. Pero es importante señalar que en Milei esta superproducción de discurso mediático y performático es el correlato de un ataque real, material, sobre conquistas de las mujeres, los feminismos y diversidades, los medios de comunicación públicos y comunitarios, los DDHH y la educación pública; y también específicamente contra los artistas y trabajadores de la cultura, que son el sector al que voy a referirme en este artículo.

Con respecto a esto, luego de que fuera frenado el cierre del Fondo Nacional de las Artes y el Instituto Nacional del teatro con la caída de la primera Ley Ómnibus, se avanzó en el desguace del Instituto de Cine y su escuela, se paralizó y desfinanció todos los demás e irá por más con las posibilidades que le da la nueva Ley Bases. El enfrentamiento que está en curso es diferente a los de años pasados, inclusive bajo Macri.

A propósito de esto, en Ideas de izquierda se problematizó sobre “cómo llega la clase trabajadora” a esta declaración de guerra. Cabe la misma pregunta para “artistas y trabajadores de la cultura” ¿con qué nivel de organización y experiencias previas llega el sector a este conflicto? y sobre todo ¿con qué ideologías? entendidas en un sentido amplio, incluyendo las prácticas y experiencias cotidianas o los debates. Obviamente es imposible abarcar esa complejidad y aún menos tomarlo como “un todo”, por su diversidad y también por su alto grado de fragmentación, pero vale el ejercicio ante el desafío planteado y la importancia de “las ideas dominantes” en determinados campos, como herramientas para la acción.

La propia respuesta ante Milei en estos primeros seis meses ya mostró distintos puntos de vista. Aunque ahora hay un bajo nivel de movilización en comparación al logrado inicialmente, se delimitaron diferentes espacios. Con el surgimiento de Unidxs por la cultura y decenas de asambleas culturales con activismo artístico en un extremo y el conservadurismo tradicional de los sindicatos del sector en el otro, pasando por una crisis sobre “qué hacer” en la mayoría de las asociaciones profesionales. Mientras muchos sectores de la juventud y sus manifestaciones culturales parecen moverse por nuevos carriles.

Pero aún en esta heterogeneidad es posible corroborar que siguen predominando discursos que se hicieron hegemónicos y se institucionalizaron durante el período de gobierno de Néstor y Cristina Kirchner. Aunque las condiciones que los hicieron solidificar se derritieron progresivamente desde 2015, cuando perdió las elecciones ante Macri el actual Secretario de Turismo, Ambiente y Deportes del gobierno de la ultraderecha, Daniel Scioli.

Entonces, este artículo se propone detectar aquello que está naturalizado y es necesario debatir para moverse en esta nueva realidad. Para ser más concreto, voy a referirme a supuestos que son considerados parte de un “pensamiento común” dentro del espacio (o “campo”) cultural “progresista”. Donde la corriente principal de ideas sigue dominada por los fragmentos del peronismo kirchnerista adheridos con la “izquierda popular”. Y que de alguna manera confirman la sobrevida de un “espíritu de época” obsoleto para la era Milei, si de lo que se trata es de enfrentar lo que él representa en todas sus dimensiones.

Está claro que ese objetivo es demasiado amplio, pero como escribió Beatriz Sarlo en Las dos torres, en un ensayo no se dice lo que ya se sabe, sino que se muestra lo que se va sabiendo, se dibuja el trayecto de una flecha más que dar en el blanco. Porque la certeza es que no estamos frente a una batalla, sino ante una guerra cultural, ya que la derecha pretende transformar radicalmente la estética y la vida cotidiana. Si aspiramos a un país donde el acceso a disfrutar y producir arte no sea definitivamente negado a todo el pueblo, se necesita una reorientación, buscar conscientemente nuevos rumbos.

Rebeliones culturales, economía y espíritus

Delimitar a qué se refiere uno con “la cultura” puede ser extremadamente complejo y no es el objetivo imposible de este artículo, pero es necesario hacer algunas aclaraciones para no avanzar a los tumbos. Lo corrobora Terry Eagleton por ejemplo, que comienza dos de sus últimos libros sobre el tema con la idea de que es uno de los conceptos más complicados de definir porque su significado puede ser tan amplio o tan estrecho que cuesta darle utilidad. Se parece a la respuesta de Borges a la pregunta ¿Qué es el tiempo?: "Si no me lo preguntan, lo sé. Si me lo preguntan, lo ignoro".

Coincida o no con el conjunto de las lecturas de Eagleton y sus interpretaciones, es productivo tomar algunas de sus ideas. Según él, cuando hablamos de “cultura” deberíamos referirnos tanto a la “creación estética intencional”, como a la “red social” en gran medida inconsciente de significados a la que está ligada la vida cotidiana. Habría una relación invisible entre la cultura en sentido estrecho, es decir “como producción artística intelectual” diversa; y la cultura en el sentido amplio “como forma de vida”, que generalmente es una cuestión de hábitos y costumbres, que pueden tener décadas, a veces son centenarias y hasta las hay milenarias.

Obviamente existe una relación fluida entre ambos aspectos y las “culturas políticas” persisten cuando tienden a fusionar ambas, cuando se asientan sobre “conquistas materiales” que cambian la vida cotidiana agitando la imaginación incluso en quienes no las gozan de manera directa. Lo corrobora la historia de la izquierda del siglo XX, pero también de partidos políticos históricos como nuestro peronismo argentino.

En este sentido, mientras trabajaba en este artículo, dí con uno escrito por Damián Tabarovsky en enero de 2020 (“La cultura bajo los Kirchner y Macri”), cuyo inicio me dejó pensando. El autor cuenta que un amigo ya muerto le solía decir que “habitualmente al peronismo no le importa demasiado la política cultural (en el aspecto técnico del término, en el sentido de las actividades del área estatal de cultura) porque el peronismo es en sí mismo una política cultural. Una cultura política toda entera”. A partir de ahí, toma nota que esa ingeniosa afirmación no se cumplió durante el ciclo 2003-2015, los años de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner. El período en el que la Secretaría de Cultura fue elevada por primera vez en la historia al rango de Ministerio, aumentó su presupuesto, se inauguraron instituciones nuevas, se crearon programas e iniciativas diversas, se otorgaron subsidios, se promovió la participación en ferias y eventos internacionales, etc.

A partir de esto me quedó picando la siguiente pregunta, si el amigo tenía algo de razón ¿qué impulsó en ese momento al peronismo para volcarse así a la política cultural? Un punto de partida para la respuesta es que existía una profunda crisis de esa cultura política tras el desastre social del peronismo neoliberal menemista y la rebelión popular del 2001 que tiró abajo el gobierno de la Alianza. A la que se le puede añadir una segunda reflexión: la afirmación de que al peronismo histórico no le importaba la política cultural debe relativizarse, pero mientras el del 45 al 55 se afianzó como “cultura política” sobre la base de cambios duraderos en la vida cotidiana de la clase trabajadora generando nuevos hábitos y costumbres, el del siglo XXI necesitó más del rango de los simbólico, apelando a una recreación estética intencional. Mientras las relaciones económicas y sociales siguieron progresivamente degradándose “en tijeras”, trayendo consecuencias que desembocan en la actual situación social y política.

Respecto de la relación entre “la cultura” con el período menemista, el 2001 y el kirchnerismo, la investigadora Ana Longoni propuso en 2010 una periodización a la que llamó Tres coyunturas del activismo artístico. Si bien se refiere en particular al devenir de los sectores culturales cuyas “producciones y acciones, muchas veces colectivas”, tienen “la voluntad de tomar posición e incidir de alguna forma en el territorio de lo político”, la periodización y muchas de sus ideas podrían generalizarse para el objeto de debate propuesto sin forzar los conceptos. También porque varios investigadores volvieron en su momento sobre ellas, a la que yo sumaría que “el activismo artístico” cuando reaparece, como al inicio del gobierno de Milei, suele ser una caja de resonancia de movimientos mayores.

Para Longoni cada coyuntura forja un espíritu propio. La primera coyuntura fue bajo el menemismo, donde “a contrapelo de la tendencia dominante que encomiaba el auge del individualismo y el repliegue en el ámbito privado, emergieron algunos grupos de artistas que promovían acciones callejeras e intervenciones en el espacio público” apoyando el movimiento de DDHH, el surgimiento de HIJOS, las luchas de desocupados haciendo aportes enormes en la nueva estética política, la comunicación y la extensión de esos movimientos. Algo así como una cultura de la resistencia.

La segunda coyuntura tiene lugar entre diciembre de 2001 y la asunción del presidente Néstor Kirchner a mediados de 2003. Con la rebelión popular “cobraron existencia nuevas formas de intervención vinculadas a los acontecimientos y movimientos sociales con la expectativa de cambiar la existencia en la Argentina: asambleas populares, piquetes o cortes de ruta, fábricas recuperadas por sus trabajadores, movimientos de desocupados, clubes del trueque, etc.” y aparecen todo tipo de grupos de arte “interpelados por la aparición de nuevos sujetos colectivos que reclamaban un cambio radical en el sistema político” donde incluso “muchos artistas se integran a las nacientes organizaciones interpelados por este clima de reevaluación y transformación de la idea de lo político”. Algo así como una cultura de la urgencia y la acción políticas.

Y por último la tercera coyuntura es de 2003 en adelante, donde “esa situación de inédita conmoción y creatividad social cambia drásticamente” al plantearse una situación análoga a la política oficial de derechos humanos “que provoca una profunda incisión”. Se da una “inédita parábola” en este mundo artístico que pasa “del activismo callejero al reconocimiento en el ámbito curatorial y académico internacional, sin paradas intermedias” que “generó indudables tensiones al impactar en las condiciones de circulación de sus prácticas, en las ideas que las sustentan, en las redes de relaciones y afinidades que configuran, en las identidades que definen, en síntesis, en el vasto entramado que hace a las subjetividades colectivas e individuales en juego”. En el año 2010 en que escribía este ensayo, Longoni plantea que ese devenir estaba aún en curso, pero su derrotero lo conocemos nosotros desde el futuro presente. Podemos incluso extender este proceso que se da en “la vanguardia” como una lógica general en todo el sector, que desarrolla una cultura del incentivo estatal llena de contradicciones (alejándome en esta afirmación de los presupuestos peyorativos que la derecha libertarada alimenta sobre este hecho comprobable).

Que existen ciertos “espíritus de época” es indiscutible, lo difícil es saber cuándo y cómo llegan, y cuándo y cómo tienen su ocaso, sobre todo cuando se están viviendo. Porque además los imaginarios sociales siempre desafían la clausura. De ahí que hay años asociados a imaginarios, números que son conceptos en disputa, como “1983”, “el 68” o “los 70”. En esta Argentina actual de ideas revueltas hay tres números conceptos imaginarios recurrentes que se ponen en juego con todo lo que evocan: “los 90” añorados por Milei; “el 2001” que acecha como fantasma ante la crisis; y hay un tercero que languidece artificialmente y que intento atrapar en su agonía, es el espíritu del “2003-2015” de la “década ganada” kirchnerista. Pero entonces ¿cuáles son los supuestos que dejó ese período en el imaginario del arte y la cultura? y si eso existe ¿sirven para orientarse en la nueva Argentina copada por la ultraderecha o es urgente pensar nuevos rumbos?

Sobre la cultura ganada: estatalismo, “soberanía” y memoria

Como advertí al inicio el tema es muy amplio y entonces es necesario apelar a dibujar el trayecto de una flecha más que a las comprobaciones exhaustivas. Para trazar este punto de vista ayudan las ideas que el sociólogo Göran Therborn desarrolla en los primeros capítulos de su libro sobre El poder de la ideología y la ideología del poder (1980) donde examina la determinación material de las ideologías contra la tendencia dominante a hacer hincapié en su aspecto puramente discursivo.

Gran parte de los planteos del libro son problemáticos, pero tiene el punto fuerte de advertir que la ideología no es “algo que se tiene”, sino un proceso social que interpela a los individuos, a las clases y sectores de clase, dentro de una cacofonía en que las diversas ideologías compiten entre sí sin morir definitivamente cuando quedan subalternas. Pero donde los factores materiales son claves para su expansión o consolidación, en referencia a las guerras y las revoluciones, la lucha de clases o la burocrática maquinaria de la economía. Y en donde los ritos y los hechos materiales simbólicos son claves, desde la materialidad corpórea de las iglesias a la de los grandes actos políticos, pasando en “tiempos de paz” y “bonanza económica” a los procesos institucionalizados, académicos o estatales en donde las ideologías funcionan en una matriz material de afirmaciones y sanciones, alientos y hasta excomuniones [1], equivalentes al sistema de “coerción y consenso” de Gramsci para la construcción de hegemonía.

Demasiados papers aseguran lo evidente y solo es necesario recordarlo aquí: que entre los años 2003 y 2015 existió en Argentina un “activismo estatal inédito” en materia de cultura que estuvo conectado con organizaciones y redes de la sociedad civil. Se afirma también que Nestor Kirchner dio más peso a las políticas simbólicas sobre DDHH y los movimientos sociales, mientras Cristina Fernández tuvo una interpelación directa e impulsó planes concretos para artistas, sobre todo luego del “conflicto del campo” en el 2008, a partir del que aparece la “batalla cultural” y se forma el agrupamiento de intelectuales “Carta abierta” [2]. La particularidad kirchnerista fue el incentivo estatal, y la creación de procesos de debates encauzados, llenos de “instancias democráticas de intercambio” pero donde al final de la cadena filtrada siempre se encontraban funcionarios. La construcción discursiva y el método de intervención de las políticas culturales [3], combinaron iniciativas con objetivos “integradores y democratizadores” orientadas a recuperar “lo popular”, jerarquizar sectores invisibilizados de la cultura nacional y a construir un imaginario basado en la idea de “patria grande” y de unión latinoamericana; junto a otras totalmente ligadas al mercado y valores individuales. Que dejarán una huella simbólica importante y cuyos supuestos se continúan en una buena parte del imaginario de los “hacedores” de arte y cultura. Aunque esas condiciones que los hicieron solidificar se derritieron progresivamente desde 2015 bajo el gobierno de Macri y “la vuelta” con Alberto Fernández.

Sin poder extenderme demasiado en el desarrollo de cada uno, hay al menos tres grandes supuestos, sentidos comunes, que llegan hasta nuestros días de “crisis ideológica progresista”. Y son alentados por los sectores militantes peronistas o afines, en las asociaciones, asambleas, sindicatos o colectivos del sector.

La primera suposición es evidente, un marcado “estatalismo” acompañado de lo que podríamos llamar una “pérdida de autonomía” en desmedro de las iniciativas antisistémicas que afloraron en el arte post 2001 y se cocinaban en la resistencia de los ‘90. Desde ya que esta afirmación, tal como señalé más arriba, no tiene nada que ver con la agitación propagandística que realiza el gobierno de Milei para justificar la destrucción de las conquistas y mejoras para la producción artística que se lograron con años de luchas. Lo que quiero señalar es que, como sello de aquellos años, solo parece aflorar una creatividad encauzada en los ministerios que no puede más que ser una traba como guía para el momento actual. Este es uno de los pilares de la “melancolía peronista” en el sector, agitada desde las dirigencias de asociaciones, de los sindicatos o artistas influyentes que, a diferencia de otros momentos de la historia, militan la confianza en los funcionarios o las esperanzas en los mecanismos de las instituciones del Estado o del Partido Justicialista. Sin embargo, esto abre debates, como cuando Pompeyo Audivert señaló que frente a los ataques a la cultura de este gobierno hay que volver a recordar que les artistas “ya estuvimos súper excitados en la época de la dictadura, y unidos hemos creado cosas hermosas. Teatro Abierto no tenía subsidio. Las grandes gestas culturales no fueron subsidiadas, fueron justamente movimientos independientes autónomos autogestivos herederos de las militancias históricas que generaron cosas hermosas”.

La segunda suposición es la de haber conquistado una “soberanía cultural” que se estaría perdiendo. Un supuesto muy alejado de un pensamiento serio sobre las implicancias y consecuencias que el carácter subordinado del país respecto de “los países centrales” y sus industrias culturales, en especial de Estados Unidos, tiene como loza para la producción artística y cultural libre de los artistas nacionales o latinoamericanos. En los hechos se hace una operación ideológica que pone un signo igual entre la conquista de un “nicho” de mercado interno subordinado para la producción cultural en algunas áreas y esa idea de “soberanía”, mientras la hegemonía absoluta en la producción o la distribución cultural la mantienen monopolios extranjeros, por ejemplo, españoles y norteamericanos si señalamos los libros, o abrumadoramente norteamericanos si nos referimos al audiovisual. Este último sector es emblemático para demostrar este problema, ya que la producción cinematográfica apoyada por el INCAA representó siempre un porcentaje ínfimo del mercado real, copado en un 95 % por la industria norteamericana. Lo que demuestra incluso el carácter “ideológico” del ataque de Milei al sector. Desde ya que esta afirmación contiene la defensa de las conquistas para los realizadores nacionales, pero lo que quiero plantear es que esa “soberanía simbólica” [4] se aleja incluso de los análisis serios sobre el problema, que han hecho peronistas históricos como Octavio Getino, quien no se cansaba de señalar la “dependencia estructural” del cine argentino y el país ya que “para los objetivos de las cinematografías dominantes, los países dependientes continuamos siendo meros consumidores, al igual que decenios atrás lo fuimos en relación a todas las otras industrias”.

La tercera suposición es compartida por muchos otros sectores, pero tiene un arraigo particular en artistas y trabajadores de la cultura, es la de la reivindicación de la militancia juvenil de los años ‘70 pero clausurando toda relación de “respeto” y debate serio sobre las estrategias políticas que encarnaban de manera consciente. Sobre esto se ha escrito mucho, pero es bueno continuar señalando el problema. El peronismo kirchnerista realizó una operación de reivindicación de esta militancia en clave “sacrificial”, que fue una innovación respecto de la liturgia histórica del PJ con “los trabajadores” como centro simbólico. Pero al mismo tiempo esta reivindicación contiene la idea de que es imposible todo horizonte transformador radical, presupone al capitalismo como insuperable, presupone que los poderes reales siempre vencerán con la sangre y alienta así la aceptación de realidades eternamente desiguales e inmutables. Como ejemplo de esto para el mundo del arte, sirve recordar el derrotero de la figura del cineasta Raymundo Gleyzer, detenido desaparecido. Las películas de Raymundo se pasaban en VHS gastados en los años ‘90, para ver en la resistencia “Los traidores” (el film emblemático contra la burocracia sindical peronista), en el 2001 su figura se agrandó y fue inspiración para los nuevos cineastas y colectivos militantes, pero sin aceptación en la academia o los institutos. La pelea por su memoria fue parte de una acción consciente de parte de la militancia cinematográfica de izquierda. Pasado el período kirchnerista tenemos el día nacional del documentalista el 27 de mayo (día de su desaparición), hay concursos del INCAA con su nombre y salas en las escuelas de cine. Pero se lo conoce como un “cineasta comprometido” cuando era un militante orgánico del ERP con decenas de escritos que no se estudian en las academias, llegando incluso a la paradoja de ser “recordado” este 2024 por Tristán Bauer en una reunión con artistas, en el salón Felipe Vallese, junto a toda la burocracia traidora actual de la CGT.

Estos tres supuestos no son los únicos, pero son tres pilares claves de cierto “pensamiento común” con que artistas y trabajadores de la cultura llegan a la guerra declarada por Javier Milei. Debatirlos y superarlos se vuelve clave para orientarse en la nueva Argentina copada por la ultraderecha.

Por un nuevo rumbo subversivo de la cultura en Argentina

Como señalé al inicio es casi imposible abarcar la complejidad de los “espíritus de época”, incluso en un campo específico y más aún detectar cuando están en su ocaso. También es imposible tomar a “los artistas y trabajadores de la cultura” como “un todo”, por su diversidad y también por su alto grado de fragmentación, pero vale este ejercicio ante el desafío planteado y la importancia de “las ideas dominantes” como herramientas para la acción.

El sociólogo Pablo Semán propagandizó un concepto útil para entender uno de los aspectos de la situación que llevó al triunfo de Milei. Con la idea de la “mímica de Estado” desnudó el hartazgo con la propaganda del “Estado presente” que quedó a la luz como una “campaña simbólica”. Señaló esto como una de las bases del “anti estatalismo por derecha” que llegó a grandes franjas de la juventud y de los sectores populares, separando el discurso “progresista” de una relación material con la vida cotidiana del pueblo cada vez más degradada. Si tomamos esa idea, podemos decir que en todo un sector del arte y la cultura se desarrolló algo que podríamos denominar un “nicho cultural de Estado”, que permitió el acceso relativo a un sector a la producción mientras las relaciones económicas y sociales siguieron progresivamente degradándose “en tijeras”. No solo las grandes mayorías no tuvieron ese acceso a poder disfrutar del arte cada vez más vedado, sino que el acceso a producir con apoyo estatal se fue restringiendo progresivamente al tiempo que se disparó la precarización de las distintas profesiones y oficios artísticos, mientras “el mercado privado del arte” es ultra restrictivo. Quizás en la intersección de esta paradoja se puede inscribir el surgimiento del sector del trap, el hip hop, el rap, que de conjunto son el último gran movimiento joven de la cultura en Argentina, que nació por fuera de todo incentivo, desde las plazas y los cuartos adolescentes, altamente colaborativo y colectivo, pero cuyos referentes fueron rápidamente fagocitados por las grandes empresas monopólicas internacionales.

Retomando la utilización particular que hice de las tres coyunturas planteadas por Ana Longoni para el activismo artístico, ampliándola a una “lógica general” sobre el sector y sus imaginarios, podríamos decir que vivimos desde 2015 una agónica “cuarta coyuntura” caracterizada por la disputa simbólica y material entre “Estado y Mercado” como “mecanismo rector” para el arte, con un vuelco a favor de este último por parte del gobierno de Milei. Y como se desprende de este ensayo, creo que la guerra cultural, simbólica y material declarada puso en jaque todos los supuestos del sector. En esta situación es posible pelear por forjar nuevas prácticas, recuperar y recrear ideas subversivas a un nivel amplio, superando esa “melancolía peronista” que se convierte en una traba, incluso para defender las conquistas logradas e ir por otras.

Las experiencias abiertas en estos últimos seis meses dan cuenta de las posibilidades. Los artistas militantes de Contraimagen y la juventud del PTS compartimos peleas en común con muchos artistas independientes, espacios asamblearios que en la práctica van en este sentido. Por ejemplo, desde Unidxs por la cultura y otras asambleas se impulsaron las acciones colectivas y la organización del sector para pelear contra la Ley Ómnibus, la Ley Bases, los ataques en el INCAA o la pelea ahora por la libertad de los presos del 12 de junio y la defensa de los sitios de la memoria. Pero también compartimos procesos de reorganización, como el del nuevo Sindicato de la danza, un sector altamente precarizado con mayoría de mujeres y diversidades. O estamos en la organización de la juventud en los barrios y la unión Hip Hop, impulsando casas culturales y en las facultades e institutos organizando a los estudiantes de arte. La persistencia del activismo artístico y su regreso, con los límites que puede tener aún, nos hace recordar su vitalidad, que mantiene un hilo histórico incluso desde el 2001, en apoyo a las luchas obreras, cuando desapareció Julio López, en las peleas de la marea verde, o contra “el apagón cultural”. La particularidad es que ahora se abre un período también de un importante debate ideológico y programático que debemos desarrollar. Ahora todas las ideas están revueltas y las nuevas corrientes de pensamiento en el sector del “arte y la cultura” se forjarán en los próximos años.

Tenemos en la historia de los artistas y colectivos nacionales, latinoamericanos y mundiales una enorme “caja de herramientas” para recrear y es necesario retomar como inspiración para este momento presente. Justamente uno de los puntos de vista más radicales de la fracción revolucionaria del campo artístico del siglo XX fue considerar que los códigos profundos de la producción artística chocaban en su esencia con los del capitalismo, y pelear por dejar de ser una institución diferenciada de “productores” que tratan al pueblo como “consumidores”. Unir el arte y la vida aprovechando todo el potencial de las nuevas tecnologías que iban surgiendo, para que todo el que quiera producir o disfrutar del arte pueda hacerlo, e incluso borrar la barrera entre la producción y el goce, la obra y el espectador. La pelea de fondo que tenemos se resume en dos ideas que llevadas hasta el final deberían hacernos pensar en reorganizar toda la sociedad de conjunto en una nueva sociedad socialista. Nuestro objetivo es que todos tengan acceso a disfrutar del arte, y todos tengan acceso a producir arte si así lo quieren. Pero para lograr esto se necesita acceso a la educación artística pública, gratuita y de calidad. Se necesita trabajo para todos con derechos. Se necesita una drástica reducción de la jornada laboral, conquistando el derecho real y simbólico al tiempo libre y el ocio, un planteo hoy cuestionado por la ideología dominante y que es clave en la actualidad. Hay que pelear por la autonomía organizativa y política del sector frente al mercado y el Estado para ir por estos objetivos. Recuperar un verdadero antiimperialismo que enfrente y debata las implicancias del aparato cultural norteamericano en la economía, las formas y el contenido del arte y la cultura del país. Todo esto es imposible desarrollar acá, pero son ejes a expandir. Está planteado aportar a lograr un nuevo rumbo subversivo de la cultura en Argentina que retome lo que escribió el escritor y poeta André Bretón en 1936: “Transformar el mundo, dijo Marx; cambiar la vida, dijo Rimbaud: estas dos consignas para nosotros son una sola”.

 
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