La tecnología y su propósito
Para los socialistas, la tecnología es una herramienta que puede jugar un rol transformador. Si bien bajo el capitalismo ha sido utilizada por intereses privados para incrementar sus ganancias y, en ocasiones, ha intensificado la explotación laboral y concentrado el poder económico, también ha traído avances que han mejorado la vida de muchas personas. El desarrollo tecnológico ha creado el potencial para que, bajo otro tipo de relaciones de producción, como podría ser en un sistema socialista, se puedan superar muchas de las limitaciones actuales, generando mejores condiciones de vida y más tiempo libre para todos.
A lo largo de toda la historia, se ha visto cómo el avance tecnológico puede transformar las formas de producción y, a la vez, la sociedad en su conjunto se transforma cuando esas formas de producción entran en contradicción con las relaciones de producción y dan lugar a las revoluciones que pueden transformar la sociedad en su conjunto, como fueron las revoluciones burguesas o las obreras.
Karl Marx, por ejemplo, en sus análisis sobre el capitalismo, veía en la maquinaria industrial una doble cara: por un lado, representaba un progreso inmenso en la capacidad humana de transformación; por otro, esa misma maquinaria era utilizada para subyugar a la clase trabajadora, obligándola a trabajar bajo condiciones más duras.
Bajo el capitalismo, los avances tecnológicos a menudo no benefician a quienes producen la riqueza, es decir, a los trabajadores, ya que suelen utilizarse para aumentar las ganancias de los capitalistas. Esto genera una contradicción: mientras la tecnología tiene el potencial de reducir la jornada laboral, mejorar las condiciones de trabajo y permitir que la humanidad disfrute de más tiempo libre, frecuentemente se emplea para intensificar el trabajo y a aumentar la explotación. Así, en lugar de liberar al trabajador, la tecnología bajo el capitalismo refuerza su subordinación, por ejemplo, a través de la automatización que amenaza empleos o de los algoritmos que vigilan y controlan a los empleados.
Los socialistas no nos oponemos al progreso tecnológico. Al contrario, reconocemos su potencial para transformar la sociedad en un sentido emancipador. En un sistema socialista, la tecnología podría ser utilizada para el bien común, en lugar de estar al servicio del lucro privado. Esto implica un cambio fundamental en la forma en que se organiza la producción y en quién controla la tecnología. Bajo un sistema democrático y socialista, la tecnología sería utilizada para reducir la jornada laboral, mejorar la calidad de vida y liberar a las personas del trabajo repetitivo y alienante.
Sin embargo, mucha de la tecnología que utilizamos actualmente ha sido moldeada por los estándares del capitalismo. Más allá del uso diferente que se le pueda dar bajo otro sistema social, la realidad es que no deja de tener los sesgos y usos que el sistema actual imprime. Esto es: un desarrollo orientado a maximizar ganancias, a aumentar la explotación laboral. El socialismo tendrá como desafío no solo utilizar esta tecnología con otro fin, sino apropiarse de lo más valioso que haya sido construido hasta el momento y re-pensar nuevas tecnologías que seguramente podrán utilizarse y en la actualidad no se hacen. Por ejemplo, ¿Tiene sentido todo el trabajo social que hoy se utiliza para cuestiones como la publicidad, mientras muchos trabajadores siguen teniendo trabajos precarios y de alto riesgo. No sería útil utilizar toda la creatividad y trabajo social para desarrollar otro tipo de tecnología?
Como señala Facundo Nahuel Martín en su libro Ilustración sensible:
La tecnología está impregnada de las relaciones de poder y las dinámicas sociales de la sociedad capitalista. Los avances tecnológicos se desarrollan bajo criterios que buscan maximizar la eficiencia y la rentabilidad para el capital, en lugar de responder a las necesidades sociales o ecológicas. Por ejemplo, el big data y su uso en el ciberpatrullaje reflejan cómo la tecnología puede ser utilizada para el control y la dominación social. La crítica a la tecnología no debe ser tecnófoba ni tecnófila, sino que debe considerar las formas tecnológicas como parte constitutiva de las relaciones sociales capitalistas. Esto implica una crítica inmanente que reconozca las contradicciones y ambigüedades de la tecnología moderna, buscando refuncionalizarla para fines emancipatorios. [1]
Además, el control democrático de la tecnología sería clave para evitar los abusos que hoy vemos bajo el capitalismo. Cuestiones como la vigilancia masiva, el uso de datos para manipular el comportamiento de las personas, y la creciente concentración de poder en manos de gigantes tecnológicos son fenómenos que solo pueden enfrentarse mediante un control social de la tecnología. Bajo un sistema socialista, la tecnología se podría aprovechar para empoderar a las personas, no para controlarlas.
En última instancia, los socialistas queremos un uso democrático de la tecnología, en el que su desarrollo esté orientado hacia el bienestar colectivo. En lugar de permitir que los avances tecnológicos sirvan solo para aumentar la riqueza de unos pocos, los socialistas proponemos que la tecnología se ponga al servicio de la emancipación humana. Esto requiere no solo un cambio en las relaciones de producción, sino también un cambio en la forma en que entendemos y utilizamos la tecnología. La tecnología no es un enemigo, sino una herramienta poderosa que, liberada de los grilletes del capital, será indispensable en la construcción de una nueva sociedad.
El taylorismo como un ejemplo del propósito tecnológico
A lo largo de la historia del capitalismo, el desarrollo de la gran industria ha estado acompañado por la imposición de tareas repetitivas y deshumanizantes para los trabajadores. Marx ya analizaba cómo la maquinaria y la división del trabajo fragmentaban las habilidades del obrero, reduciéndolo a realizar operaciones simples y monótonas.
Un ejemplo de la diferencia entre la tecnología en general y su propósito en particular puede ser el debate sobre el taylorismo, un sistema de organización laboral que optimiza tareas mediante división técnica. Sin embargo, el taylorismo representaba el desarrollo de la gran industria, que imponía tareas repetitivas y deshumanizantes. Lenin señalaba que bajo estos sistemas, los trabajadores quedaban reducidos a engranajes en una gran máquina, realizando tareas alienantes. Aunque estas formas de organización del trabajo maximizaron la eficiencia y las ganancias para los propietarios de las fábricas, también profundizaron la explotación obrera, fragmentando la experiencia humana y degradando a los trabajadores, que ya no podían reconocerse en los productos que creaban.
Lenin criticaba cómo, en las fábricas capitalistas, estos métodos beneficiaban exclusivamente a la clase dominante a costa de la clase trabajadora y argumentaba que el socialismo no debía rechazar automáticamente los avances tecnológicos y organizativos que surgían bajo el capitalismo. En lugar de ello, estos debían ser "tomados" y transformados para servir a los intereses de los trabajadores, a la vez que nuevas innovaciones podrían ser creadas. El socialismo, y en particular su etapa transicional, debe apropiarse y aprender de los avances técnicos, reorganizarlos y usarlos para la planificación socialista, en la medida que estos permitan empoderar a los trabajadores y evitar su aspecto despótico y alienante .
Uno de los elementos clave para Lenin era el control obrero. Bajo el capitalismo, muchas de estas prácticas se utilizan como una herramienta de explotación precisamente porque los trabajadores no tienen control sobre el proceso productivo. Con el control obrero y la planificación democrática, la alienación y explotación inherentes al capitalismo podrían ser eliminadas:
La última palabra del capitalismo en este terreno -el sistema Taylor-, al igual que todos los progresos del capitalismo, reúne toda la refinada ferocidad de la explotación burguesa y varias conquistas científicas de sumo valor concernientes al estudio de los movimientos mecánicos durante el trabajo, la supresión de movimientos superfluos y torpes, la adopción de los métodos de trabajo más racionales, la implantación de los sistemas óptimos de contabilidad y control, etc. La República Soviética debe adquirir a toda costa las conquistas más valiosas de la ciencia y de la técnica en este dominio. La posibilidad de realizar el
socialismo quedará precisamente determinada por el grado en que logremos combinar el poder soviético y la forma soviética de administración con los últimos progresos del capitalismo." [2]
La tecnología, fruto de la cooperación social
En los Grundrisse, Marx habla del "general intellect" para referirse al conocimiento social generalizado, es decir, el saber científico, técnico y tecnológico acumulado por la sociedad y que se convierte en una fuerza productiva central bajo el capitalismo. Este conocimiento no es simplemente un conjunto de habilidades, sino que incluye todo el desarrollo intelectual y científico que, integrado en la maquinaria y los sistemas productivos, transforma radicalmente las relaciones de producción.
Marx argumentaba que, con el avance del capitalismo y el surgimiento de la gran industria, este conocimiento científico-tecnológico se convierte en "órganos" humanos productivos. Es decir, se materializa en maquinaria, sistemas de producción y tecnologías avanzadas que transforman radicalmente las relaciones de producción. En la época de Marx, esto se manifestaba en innovaciones como los ferrocarriles y el telégrafo. En la actualidad, podemos observar este fenómeno en tecnologías como los microchips, satélites, redes de internet, genética, robótica e inteligencia artificial, cuyo impacto en la transformación de la producción de conjunto aún está en proceso de evaluación. Este conocimiento se convierte en una fuerza productiva clave que transforma las condiciones del proceso de la vida social misma.
En el capitalismo, este "general intellect" se incorpora en tecnologías que dominan la producción económica y la vida social, generando una subsunción creciente de este conocimiento al capital. Esta cooperación no se limita solo a la física, sino que también incluye la cooperación intelectual y cognitiva, mediada por tecnologías derivadas de este "general intellect".
Esto genera una contradicción para el capital al incorporarse principalmente como "capital fijo" (maquinaria, tecnología) en una sociedad que mide la "riqueza" en términos de capital variable explotado (trabajo humano directo). El capitalismo expropia la cooperación y el conocimiento de los trabajadores para beneficio privado. La clase obrera posee la capacidad de revertir esta situación y utilizar parte de esos recursos u otros que cree ella misma para la sociedad socialista.
El ejemplo de la cooperación social es evidente en cada esfera de nuestra vida. Uber sería imposible sin los smartphones, que funcionan gracias al GPS y a las redes de telecomunicaciones. Estas redes dependen de satélites y cables submarinos, desarrollados gracias a la ingeniería aeroespacial y las tecnologías de transmisión de datos. La ingeniería aeroespacial es posible gracias a los principios de la física y las matemáticas, que a su vez se fundamentan en avances previos como el lenguaje y la escritura, que permitieron la acumulación y transmisión de conocimiento. Todo esto fue posible inicialmente gracias al control del fuego, que permitió a los primeros humanos cocinar alimentos, fabricar herramientas y crear comunidades más complejas.
En esencia, si bien constantemente se nos quiere presentar al empresario como un innovador y hasta en algunos casos como un benefactor social, estas aplicaciones como Uber (entre tantos otros ejemplos) son el resultado de una larga cadena de innovaciones y descubrimientos a lo largo de la historia humana que a la vez son puestas en marcha en este momento por miles de trabajadores que realizan diferentes partes que necesita para funcionar y en muchos casos lo hacen con ayuda estatal.
¿Hacia dónde vamos y quién define? ¿Alguien tiene el botón rojo?
El vertiginoso desarrollo de la IA nos obliga a preguntarnos: ¿hacia dónde nos dirigimos y, más importante aún, quién está al volante de esta "revolución tecnológica"? La metáfora del "botón rojo" —ese interruptor hipotético capaz de detener el avance de la IA si se volviera peligrosa— nos invita a reflexionar sobre el control y las implicaciones de esta tecnología transformadora.
En la actualidad, presenciamos una concentración sin precedentes del poder tecnológico. Como menciona en su último libro Cancela, el ochenta por ciento de la inversión en la renovación de cables submarinos ocurrida durante los últimos años proviene de tan solo dos gigantes tecnológicos de Estados Unidos: Google y Facebook y los centros de datos se han convertido en herramientas esenciales para la expansión y profundización de la financiarización del mundo. Esta concentración no sólo consolida su dominio económico, sino que también les otorga un papel preponderante en la definición del futuro tecnológico. La pregunta que surge es: ¿deberíamos permitir que un puñado de corporaciones privadas tenga tanto control sobre una tecnología con el potencial de redefinir la sociedad?
Los modelos de IA, como puede ser el caso de GPT entre otros, se nutren de vastas cantidades de datos, pero estos no son neutrales. Llevan consigo los sesgos históricos y culturales de la sociedad que los produce. Hemos visto ejemplos preocupantes de cómo estos sesgos se manifiestan en representaciones problemáticas de minorías o en la forma en que se abordan temas como el socialismo. La IA, lejos de ser un árbitro imparcial, puede convertirse en un amplificador de los prejuicios existentes si no se aborda críticamente. Incluso recientemente han salido algunas investigaciones sobre cómo los mismos pueden ser interpretados lo que permitiría directa manipulación [3]
Desde una perspectiva marxista, es crucial reconocer que la IA, como toda tecnología, es fruto de la cooperación social y del "general intellect" —ese conocimiento colectivo acumulado a lo largo de generaciones. Sin embargo, bajo el capitalismo, los beneficios y el control de esta tecnología están siendo apropiados por intereses privados. Esta contradicción entre la producción social del conocimiento y su apropiación privada es un reflejo de las tensiones más amplias del sistema capitalista.
El desarrollo actual de la IA plantea serios desafíos para el mundo del trabajo. Por un lado, tiene el potencial de liberar a los trabajadores de tareas repetitivas y alienantes. Por otro, bajo la lógica capitalista, se utiliza frecuentemente para intensificar la explotación, reemplazar puestos de trabajo y aumentar la vigilancia sobre los trabajadores. En este artículo, no nos meteremos en detalle sobre las posibilidades reales de la nueva ola tecnológica, pero la pregunta no es solo si la IA transformará el trabajo, sino también cómo lo hará y en beneficio de quién.
Ante estos desafíos, surge la necesidad imperante de un control democrático sobre el desarrollo y la aplicación de la IA. No podemos permitir que decisiones que afectarán profundamente nuestras vidas y sociedades queden en manos de un pequeño grupo de ejecutivos corporativos o tecnócratas. Se requiere una participación más amplia en la toma de decisiones, que incluya a trabajadores, comunidades afectadas y expertos de diversas disciplinas.
Hace unos meses una serie de expertos tecnológicos ha llamado a frenar con los avances tecnológicos y hacer un debate sobre hacia dónde irá. Sin embargo, al estar bajo gestión privada, las empresas que más adelante están definen avanzar con esto y las que están por detrás piden frenar simplemente para no perder. En una sociedad verdaderamente democrática, este "botón" no estaría en manos de unos pocos, sino que sería una responsabilidad colectiva. Implicaría la capacidad de la sociedad para decidir democráticamente cómo desarrollar y utilizar la IA, estableciendo límites cuando sea necesario y reorientando su desarrollo hacia fines socialmente beneficiosos. En este contexto la idea que algunos autores como el actual CEO de Microsoft AI, Mustafa Suleyman, escribió en su reciente libro, de pensar cómo contenerlo y hasta “desconectarlo si es necesario”, no parece realista en medio de una carrera de velocidades tanto en el plano empresarial como geopolítico. [4]
Existen múltiples debates sobre si la IA es inteligencia, tiene creatividad, puede rebelarse, entre diversos problemas éticos. También, si estamos cerca de construir una inteligencia artificial general (AGI), algo así como una IA que puede resolver cualquier tarea cognitiva humana. No es el objetivo de este artículo entrar en esa controversia. Sin embargo sí lo es desarrollar que, en última instancia, el debate sobre la IA no es solo tecnológico, sino profundamente político y filosófico. Nos obliga a cuestionar qué tipo de sociedad queremos construir y cómo la tecnología puede ayudarnos a alcanzarla. Si queremos que la IA sea una fuerza para la emancipación humana y no una herramienta más de explotación y control, debemos pelear por un modelo de desarrollo tecnológico que sea debatido democráticamente y esté en función de las necesidades sociales.
¿Regular o expropiar?
¿Es suficiente o acaso posible regular a los gigantes tecnológicos o ha llegado el momento de considerar la expropiación de las infraestructuras tecnológicas? El caso de Elon Musk y su compra de Twitter (ahora X) nos proporciona un ejemplo paradigmático de los peligros que implica concentrar tanto poder tecnológico en manos de individuos con agendas políticas definidas.
Musk, un multimillonario con tendencias políticas de extrema derecha, no solo ha adquirido una plataforma de comunicación masiva, sino que también está invirtiendo mucho en el desarrollo de su propia IA con proyectos como Grok, capaz de responder en tiempo real las diferentes consultas de los usuarios. Esta concentración de poder mediático y tecnológico en manos de alguien que apoya abiertamente a figuras políticas como Trump o Milei plantea serias preocupaciones sobre el futuro de la libertad de expresión y el flujo de información en nuestras sociedades.
La gestión de Musk en Twitter ha demostrado las contradicciones inherentes a su supuesta defensa de la libertad de expresión. Por un lado, censura consignas legítimas como las del pueblo palestino, mientras que por otro, ignora peticiones de gobiernos como el de Brasil para bloquear cuentas que promueven ideologías fascistas. Este doble discurso revela que la "libertad de expresión" a menudo se convierte en una cortina de humo en manos de protofascistas para avanzar agendas políticas específicas. El problema, en definitiva, es la capacidad que tiene de prohibir discursos, ya que esto hoy puede ser utilizado contra la derecha y mañana contra quienes protesten por sus derechos.
Los intentos de regular estas corporaciones tecnológicas han demostrado ser ineficaces una y otra vez. Las multas, por cuantiosas que sean, son apenas un inconveniente menor para empresas que generan miles de millones en beneficios. Las regulaciones, a menudo diseñadas con la ayuda de los propios lobbies tecnológicos, suelen tener lagunas que permiten a estas compañías continuar operando con relativa impunidad.
Ante este panorama, emerge con fuerza propuestas como la de Evgeny Morozov y otros pensadores críticos: la expropiación de las infraestructuras tecnológicas. Esta idea parte de la premisa de que la tecnología, especialmente internet y la IA, son demasiado importantes para el futuro de la humanidad como para dejarlas en manos de intereses privados. La expropiación permitiría una reconfiguración de estas infraestructuras, transformándolas de herramientas de control y acumulación de capital en bienes comunales al servicio de la sociedad.
Esta reconfiguración podría ser un paso crucial hacia la descolonización de la tecnología, apoyando la creación de una arquitectura de internet más democrática y equitativa. Liberaría a la tecnología de su función predominante en la acumulación de capital y su papel en el mantenimiento del neoliberalismo global, permitiendo su uso para fines socialmente beneficiosos.
El debate se intensifica con los recientes avances que permiten introducir cambios de sesgo en la tecnología de IA. Esto significa que quienes controlan estos sistemas pueden, potencialmente, influir en la forma en que la IA procesa y presenta la información, lo que tiene implicaciones enormes para la formación de la opinión pública. Mustafa Suleyman, cofundador de DeepMind y actual CEO de Microsoft AI, sugiere que existe la posibilidad de que estas tecnologías puedan influir significativamente en el resultado de unas elecciones.
Algunos argumentan que existen riesgos inherentes al desarrollo descontrolado de la IA, como se expresó en una carta abierta firmada por numerosos expertos. Sin embargo, estas advertencias a menudo son rechazadas por aquellos que tienen intereses económicos en el desarrollo acelerado de estas tecnologías. El debate sobre la "contención" de la IA, que incluye propuestas extremas como "desconectarla si es necesario", revela la profunda preocupación que existe incluso entre los desarrolladores de estas tecnologías.
La aparición de iniciativas de código abierto como EleutherAI o la liberación del modelo Llama por parte de Meta demuestran que existen alternativas al modelo propietario dominante. Sin embargo, estas iniciativas a menudo surgen como respuesta competitiva más que como un compromiso genuino con la apertura y la democratización de la tecnología.
Además de las implicaciones mencionadas, la IA presenta serias contradicciones ambientales. El impulso por maximizar ganancias ha llevado a un uso desmedido de bienes naturales y a un impacto ecológico significativo. Los centros de datos que soportan las operaciones de los gigantes tecnológicos y los modelos de inteligencia artificial consumen enormes cantidades de energía y agua. Por ejemplo, se estima que una sesión promedio con GPT, que incluye entre 10 y 50 consultas, puede consumir hasta medio litro de agua debido al enfriamiento de los servidores y al consumo energético asociado.
Con todo esto, la expropiación de las infraestructuras tecnológicas no es solo una propuesta económica, sino una necesidad democrática. Permitiría poner estas poderosas herramientas bajo control público, garantizando que su desarrollo y aplicación estén alineados con el interés común y no con los beneficios privados de una élite tecnológica.
La expropiación, sin embargo, debería ser puesta no como un fin en sí mismo, sino parte de un programa de transición hacia el socialismo. Implicaría también un replanteamiento radical de cómo desarrollamos y desplegamos la tecnología hacia una planificación democrática de la economía.
En última instancia, la decisión entre regular o expropiar es una decisión sobre qué tipo de futuro queremos construir. Un futuro donde la tecnología sea una herramienta de emancipación y progreso social, o uno donde sea un instrumento de control y explotación. La magnitud del desafío requiere soluciones audaces. La expropiación de las infraestructuras tecnológicas podría ser el primer paso hacia un nuevo paradigma tecnológico al servicio de la humanidad.
Tecnología para liberar
En un mundo dominado por las grandes corporaciones tecnológicas y la constante tensión entre regulación y control de la tecnología, la creatividad surge como un poderoso motor para cambiar las cosas. El ejemplo del bot desarrollado por La Izquierda Diario intenta mostrar que, incluso con recursos limitados, es posible utilizar la tecnología de manera innovadora y al servicio de la comunidad.
La iniciativa de La Izquierda Diario demuestra que, aún a pequeña escala, se pueden aprovechar estas tecnologías para un uso diferente. En este caso es para la divulgación y democratización de ideas socialistas. La idea de ChatPTS es que puedas realizar consultas sobre diversos temas desde consultas ideológicas hasta caracterizaciones políticas o de coyuntura. La herramienta intentará identificar los artículos o libros más pertinentes para resolver esa duda y dará un resumen personalizado con los enlaces sugeridos para complementar la lectura. Esta herramienta bajo ningún punto de vista sustituye la reflexión colectiva, el intercambio y el permanente ida y vuelta entre teoría y práctica. Funciona como un agregador y sintetizador de lo escrito, pero no tienen respuestas únicas o precisas, sino más bien algo dinámico, que se renueva, se repiensa con las nuevas experiencias históricas.
Obviamente no es el único ejemplo. Existen cientos de miles de personas en el mundo que, al igual que este pequeño equipo, están utilizando sus habilidades y creatividad para desarrollar herramientas tecnológicas que empoderen a las comunidades y promuevan el cambio social.
En una sociedad donde las necesidades básicas estén satisfechas, la tecnología puede ser el medio para reconvertir y redefinir el rol del trabajo. Si utilizamos la tecnología para eliminar progresivamente las tareas más tediosas y alienantes, podremos liberar nuestro tiempo para dedicarnos a actividades más enriquecedoras y gratificantes.
Como plantea Catherine Samary,
Tan pronto como el trabajo se vuelve interesante en sí mismo (y proporciona un nivel de vida considerado socialmente justo en un contexto dado, por consenso), la rutina y el conservadurismo pueden ser fácilmente combatidos a través de la comparación de los resultados, de la presión de los equipos trabajando juntos, de la presión de los consumidores de bienes y servicios, y del placer que proporciona el trabajo bien hecho. [5]
Esta es precisamente la sensación que experimentamos quienes utilizamos nuestro tiempo y esfuerzo en desarrollar tecnología que esté al servicio de la comunidad. Sabemos los límites que tiene utilizar tecnología desarrollada en el capitalismo. Esto no es nada en comparación con lo que se podría conseguir en el socialismo, pero aun con nuestra pequeña iniciativa queremos mostrar un uso revolucionario de la tecnología.
La creatividad y el trabajo colectivo de quienes se niegan a aceptar el dominio de las grandes corporaciones tecnológicas son semillas de un futuro alternativo. Mediante la organización y articulación de estas iniciativas "desde abajo", podemos contribuir a la lucha directa contra el capital y a la perspectiva de construir una tecnología al servicio de las necesidades y aspiraciones de la clase trabajadora y las comunidades oprimidas. Solo así podremos avanzar hacia una sociedad donde la tecnología sea un medio para la realización plena de la humanidad, y no un instrumento de dominación y explotación. |