¿Por qué cantamos? Suena extraño cantar en la derrota. No hay duda que fue derrota. La ferocidad fue enorme. No son viejitos, son responsables de un pueblo dañado en su ser mismo, en sus entrañas, en la solidaridad de los abrazos.
Pero a su vez ¿fue derrota? A cincuenta años del golpe, a los viejos los rodean jóvenes, que exponen su cuerpo a la barbarie. Las esvásticas nazis que dibujaron con sangre en las piernas de Soledad Barrett, hoy reaparecen. Las ollas populares que acompañaron la huelga general de junio de 1973 hoy están de nuevo junto a la gente. Se nos van yendo los viejos, pero ahí están las nuevas Soledad, los nuevos Ibero. Es así. Algunos se preguntan si es que debemos borrar y cuenta nueva, si se vuelve a empezar de cero, si nos tenemos que ir con nuestros muertos a otra parte. No. No es de cero, no es cíclico.
La palabra compañera, compañero resuena con fuerza. Una vez, al despedirnos, le dije a un amigo: ¡hasta la victoria siempre!, y él con una sonrisa me dijo: entonces ¿no nos vemos más? Era consciente de esa larga lucha, y estaba convencido de ese hasta la victoria, pero jugaba con su certeza, sabía que nos iba a exigir tanto. Él ya murió, y creo que hoy me respondería igual, con la misma certeza y cariño.
Quizás habría que agregar que esos viejos nos siguen acompañando. No quiero mencionar nombres, para no ser injusto, pero esas viejas y viejos siguen siendo referentes. El ayer es hoy, y es hoy más que nunca. Las Nibia Sabalsagaray o los Santiago Rodríguez Muela son hoy. Por eso cantamos.
Escribí estas líneas pensando en compañeras y compañeros que dieron su vida, pensando en que un mundo más humano y más digno era posible. No se reparte de cero. Cada gesto fue, marcó un sentir solidario. No es posible imaginar sin ellos, que dieron su vida. No fueron héroes, son nuestra gran familia.
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