Como anunció Benjamin Netanyahu en su discurso beligerante ante las Naciones Unidas, Israel está librando una guerra en “siete frentes”, a saber: el genocidio en Gaza que se extiende bajo la forma de ataques de colonos apoyados por las fuerzas armadas en Cisjordania. La ofensiva en el Líbano que se inició con los beepers explosivos y tuvo su punto más alto con el asesinato de Hassan Nasrallah, el icónico líder de Hezbollah que gozaba del prestigio de haber sido el único capaz de derrotar a Israel en la guerra del Líbano de 2006. Los bombardeos selectivos en territorio de Irán, donde fue asesinado el líder del ala política de Hamas, I. Haniyeh.Y los ataques contra los hutíes en Yemen y contra milicias pro iraníes en Siria e Irak. Netanyahu dejó en claro que el destinatario final de estos mensajes es Irán al que recordó que no hay lugar donde no llegue “el largo brazo de Israel”.
Envalentonado por el mazazo que le ha dado a Hezbollah, que quedó virtualmente descabezado y por el momento en estado de shock, Netanyahu ha redoblado la apuesta militar. Al cierre de este artículo, las Fuerzas de Defensa Israelíes estaban comenzando lo que aparentemente sería una incursión terrestre limitada al sur del Líbano. Mientras continúan los bombardeos, que por primera vez desde la guerra de 2006, alcanzaron el centro de Beirut. A esta altura, distritos de la capital libanesa ya parecen una postal sepia de Gaza: bombardeos incesantes contra objetivos civiles, miles de muertos, cientos de miles de desplazados, familias enteras que en su rápida huida terminaron durmiendo a la intemperie, en parques públicos y hasta en la playa.
Este reguero de muerte y destrucción en el Medio Oriente ejecutado por el estado de Israel -42.000 palestinos muertos en Gaza, otros 700 en Cisjordania, más un número cercano a 2000 en los primeros bombardeos en el Líbano - es también de factura occidental. A pesar del enorme repudio internacional a los crímenes de guerra del estado de Israel, y a su creciente aislamiento, Netanyahu cuenta con el apoyo incondicional de Estados Unidos y de potencias europeas como Francia y el Reino Unido (a los que se suman algunos sirvientes como Milei) que le proveen armamento y cobertura diplomática para sus guerras genocidas. El presidente Joe Biden, la candidata demócrata y actual vicepresidenta, Kamala Harris y el candidato republicano Donald Trump, son defensores a ultranza de la alianza estratégica con el estado sionista. Y más allá de los roces que pueda tener la Casa Blanca con Netanyahu, “Genocide Joe” consideró el asesinato de Nasrallah como una “medida de justicia” y viene cumpliendo religiosamente con el envío de asistencia militar y financiera a Israel, además de haber reforzado su presencia militar en la región ante la eventualidad de un ataque de Irán contra el estado sionista.
La ofensiva contra Hezbollah-Líbano, codificada como “Nuevo orden” por los mandos israelíes, es un éxito táctico de magnitud para Netanyahu, que venía enfrentando un panorama complicado porque tras un año de guerra en Gaza no había conseguido la liberación de los rehenes y menos aún la “victoria total”, es decir, la destrucción definitiva de Hamas. La situación en Israel después del ataque de Hamas de octubre de 2023 es compleja. Sin dudas hay un giro a la derecha del conjunto de la sociedad. Y si bien la guerra es popular, no lo es el gobierno de extrema derecha de Netanyahu, cuestionado sobre todo por su negativa a negociar un cese del fuego a cambio de la liberación de las decenas de rehenes que aún retiene Hamas. La situación crítica de la economía (mientras Israel atacaba a Hezbollah, JP Morgan degradaba su calificación crediticia) y el peso de sectores ortodoxos y colonos fascistizados suman a la impopularidad de Bibi. Sin embargo, el nuevo frente de guerra trajo consigo una renovada “unidad nacional” con opositores aún más guerreristas que el propio Netanyahu.
Las FDI han logrado en diez días decapitar a Hezbollah, asesinando a casi toda su dirección histórica político-militar. El ataque dejó expuesta la vulnerabilidad de la organización a la infiltración por parte de la inteligencia israelí, que fue clave para dar con la ubicación exacta de Nasrallah y los altos mandos que lo acompañaban. Y si bien la milicia libanesa conserva un arsenal misilístico importante y una cantidad también significativa de combatientes, probablemente pase un tiempo hasta que reemplace a Nasrallah y a los mandos militares asesinados y recupere aunque sea parcialmente capacidad de combate.
Hasta el momento la “operación decapitación” de Hezbollah sin dudas es un éxito táctico para Israel y trastoca el status quo regional. Pero no parece suficiente para establecer el ambicioso “Nuevo orden” al que aspira Netanyahu, que según el “mapa de la bendición” que exhibió ante la raleada audiencia que lo escuchó en la Asamblea de las Naciones Unidas, supone borrar del mapa a los palestinos y anexar los territorios al “Gran Israel”, y quizás también colonizar una franja del sur del Líbano.
Más que un “Nuevo orden” la situación parece encaminarse hacia un salto en el caos regional, que podría arrastrar a Estados Unidos a una nueva aventura militar en el Medio Oriente, en el medio de la disputa por la Casa Blanca.
En lo inmediato, la dinámica dependerá en gran medida de cómo responda Irán que se encuentra ante un dilema estratégico de difícil resolución. El régimen de los ayatolas viene tratando de evitar por todos los medios ir a un enfrentamiento directo con Israel y por extensión con Estados Unidos. A esa prioridad estratégica responde la construcción del eje defensivo de milicias y aliados tácticos y estratégicos, dentro del cual Hezbollah tiene un rol central, no solo militar sino como proyección de las ambiciones políticas regionales de Irán. En ese sentido también iba la intervención en la ONU de Masoud Pezeshkian, el presidente iraní reformista, que con un tono conciliador buscó retomar algún diálogo con Estados Unidos y las potencias occidentales para conseguir aliviar las sanciones y restablecer las negociaciones por el programa nuclear.
El ataque a Hezbollah es un ataque directo al corazón de esta estrategia iraní. Si el régimen no responde podría dar imagen de debilidad y perder capacidad de liderazgo tanto en el terreno doméstico, donde ha perdido legitimidad, como en el terreno internacional. Pero si se ve envuelto en una guerra en la que puede salir perdedor el resultado sería igual de catastrófico para la supervivencia de la república islámica. Frente a un conjunto de malas opciones, no se puede descartar que el líder supremo Ali Khamenei y en particular el ala más conservadora del régimen iraní salga fortalecida y acelere la marcha para desarrollar armamento nuclear.
Tomando en consideración el potencial punto de inflexión que podría significar la escalada guerrerista israelí, algunos analistas hacen una analogía con la Guerra de los Seis Días de 1967, no solo por el aspecto militar, sino sobre todo porque la derrota de Nasser y sus socios sirios marcó el inicio de la decadencia del nacionalismo árabe. De igual manera, consideran que podría significar el fin de un status quo regional, establecido fundamentalmente como consecuencia de la derrota de Estados Unidos en la guerra y ocupación de Irak, que tuvo como efecto colateral el fortalecimiento regional de Irán, elevado a enemigo principal del estado de Israel.
Sin embargo, la analogía parece exagerada, empezando porque el golpe a Hezbollah, una milicia paraestatal, sigue en el terreno de la guerra asimétrica. Por otra parte, si bien el triunfo israelí en la Guerra de los Seis Días cambió la ecuación geopolítica regional y derivó años después en el acuerdo de paz con Egipto, auspiciado por el imperialismo norteamericano, no significó el fin de la causa nacional palestina, que sobrevivió a la traición del nacionalismo árabe y resurgió en las intifadas de los territorios ocupados. Lo que contradictoriamente fue capitalizado por organizaciones islamistas como Hamas, más radicalizadas pero con la estrategia reaccionaria de establecer un estado teocrático.
No es la primera vez que Israel “decapita” organizaciones armadas islamistas radicales. En realidad es una práctica bastante habitual. Solo para dar algunos ejemplos, en 1992 asesinó a Abbas Mousavi, entonces secretario general de Hezbollah que fue sucedido por Nasrallah. Y en 2004 ejecutó al clérigo Ahmed Yassin y a Abdel Aziz al-Rantisi, dos de los fundadores de Hamas. Es verdad que la escala del ataque actual es muy superior. La guerra en Gaza ha diezmado la estructura de Hamas y probablemente la incursión en el Líbano tenga por objetivo hacer lo propio con Hezbollah, además de tratar de liquidar mediante el terror, el genocidio y la amenaza de exterminio la voluntad y capacidad de resistencia del pueblo palestino (al que ahora se suma el Líbano). A la luz de la experiencia histórica, la ventaja táctica de esos golpes no terminó traduciéndose en victorias estratégicas, simplemente porque lo que no han logrado Israel y sus aliados imperialistas es liquidar la lucha contra la opresión colonial. Al contrario, han alimentado la radicalización de nuevas generaciones que recrean la resistencia en los territorios ocupados, o enfrentan en los países centrales, la complicidad de sus propios gobiernos con el genocidio llevado a cabo por el estado de Israel. Nada dice que esta vez vaya a ser distinto. |