Días de tensión se viven en los diversos estados del imperialismo norteamericano. Este martes 5 se realizarán las elecciones, donde millones de estadounidenses deberán concurrir a las urnas para elegir entre el representante del partido republicano, el ultraderechista Donald Trump, y la demócrata y actual vicepresidenta, Kamala Harris.
En los últimos años, y a pesar de la promesa de la elección del actual presidente, Joe Biden, la ultraderecha ha avanzado a paso firme en EE.UU. No es casual que el cierre de la campaña de Trump se haya realizado en el Madison Square Garden, el principal centro de eventos ubicado en Manhattan (NYC), uno de los bastiones históricos del Partido Demócrata y donde las diversas encuestas otorgan un 40% de intención de voto a Trump, superando incluso la intención de voto conseguida en 2020. En dicho evento, los asistentes hicieron gala del racismo, la xenofobia, la misoginia y la transfobia de las huestes trumpistas. Que este ambiente reaccionario se haya instalado en una suerte de “normalidad” en una de las ciudades más multiculturales y políticamente progresistas de EE.UU. y el mundo es una muestra de fuerza que la derecha intenta exhibir a pocos días de la elección.
Pero el avance de la ultraderecha no se ha conseguido solo por su propia fuerza. La administración de Biden y Harris ha permitido al movimiento trumpista crecer en sectores descontentos con la política del gobierno en torno a problemas claves, como la inflación o la guerra de Ucrania, además de permitir ataques a la propia base demócrata en torno a libertades democráticas, como fue el retroceso del derecho al aborto a través del caso “Roe vs. Wade”, y hacer eco del discurso reaccionario contra las minorías oprimidas y la agenda “anti-woke” de la ultraderecha.
A estos elementos se sumó la represión de ambos sectores contra el movimiento pro-palestino, que incluso los demócratas tomaron con mucha fuerza en estados como Nueva York, California o Michigan, llegando al paroxismo y a campañas macartistas contra la juventud.
Otra de las campañas donde demócratas y republicanos han actuado en concomitancia ha sido en la política antiinmigrante. Mientras los republicanos y los adherentes de Trump han impulsado una enorme campaña antiinmigración, incluyendo bandas civiles que persiguen y acosan a latinos, negros y caribeños, tratándolos de aliens, basura (como lo hicieron hace poco con Puerto Rico), o a través de fake news, como se dijo sobre haitianos comiendo mascotas en Ohio, los demócratas han respondido afirmando que también tendrán mano dura contra la migración ilegal, que reforzarán los controles y las policías fronterizas. “Cuando sea presidenta, expulsaremos rápidamente a quienes lleguen aquí ilegalmente, procesaremos a los carteles y daremos apoyo a la patrulla fronteriza”, afirmó Harris hace unos días en Washington.
Sin lugar a dudas, la elección de Trump o Harris traerá coletazos sobre Latinoamérica. Un triunfo trumpista alentará a los sectores reaccionarios de la política local al ver que uno de sus principales referentes internacionales ha vuelto al poder. Personajes como Bolsonaro, Milei o Kast tendrán margen para su política e intentarán aprovechar el impulso del movimiento conservador, antifeminista y “anti-woke”. Un triunfo de Harris significaría mantener el status quo, donde EE.UU. sigue financiando una guerra totalmente reaccionaria en Ucrania y sosteniendo al Estado de Israel, el genocidio palestino y la aventura guerrerista de Netanyahu. Con esta política se han cuadrado, de una u otra forma, todos los gobiernos progresistas de Latinoamérica, incluidos Lula y Boric.
Pero más allá de quién termine al mando de la Casa Blanca, no se puede desconocer la subyacente crisis política que ha venido arrastrándose durante años en EE.UU. Mientras la base trumpista se amplía y toma control del Partido Republicano, un importante sector del electorado progresista votará por Harris con la esperanza de detener una segunda administración de Trump.
El voto al “mal menor”, tan frecuente en las últimas elecciones, ha comenzado a ser cuestionado por un sector de la juventud que ha tenido que enfrentarse a los propios demócratas a partir de la defensa de Palestina y la exigencia del fin del apoyo norteamericano a la guerra. Mientras Harris y Trump luchan por mostrar quién sostiene más a Israel, la juventud se moviliza, criticando tanto a demócratas como a republicanos. Además de la juventud, un sector de la propia clase trabajadora ha comenzado a desafiar a las burocracias sindicales que llevan décadas subordinadas a los intereses de los demócratas, abriendo la puerta a un movimiento independiente de la clase trabajadora que pueda confluir con esta nueva juventud que se reivindica antiimperialista, con el movimiento antirracista de Black Lives Matter y la lucha de las mujeres por sus derechos sexuales y reproductivos.
De la unidad desde abajo y de todos los explotados y oprimidos puede surgir un movimiento que logre frenar a la ultraderecha y la guerra, un movimiento que, sin duda, desde los pueblos oprimidos del mundo, seguiremos con mucha más atención y pasión que la elección entre dos verdugos de la política norteamericana. |
