Estas nota fue originalmente publicada en Révolution Permanente
Las inundaciones que mataron a más de 220 personas en Valencia confirman un hecho evidente: «la emergencia de un “nuevo régimen medioambiental”», marcado por la irrupción de múltiples catástrofes en la vida social, acentuadas por la crisis ecológica. «Que los fenómenos naturales intervienen en la historia de la humanidad es una observación trivial. Pero la humanidad ha entrado en una nueva era, en la que los fenómenos climáticos que perturban el funcionamiento normal de las sociedades modernas se producirán cada vez con mayor frecuencia», señala Paul Guillibert en su libro Tierra y capital.
Esta constatación ya se había hecho con las diversas catástrofes que han sobrecogido a los países del Sur, desde las terribles inundaciones de Libia en 2023, con un balance oficial de 4.000 muertos extremadamente subestimado, hasta las inundaciones que asolaron el sureste de Brasil en mayo, causando más de 150 muertos.
En los países imperialistas, los efectos biofísicos de la crisis ecológica son menos graves que en el Sur, y han podido aprovechar el saqueo de la periferia para desarrollar infraestructuras físicas y estatales que, a priori, garantizan una mayor resiliencia frente a las catástrofes. Sin embargo, desde España hasta Alemania y Bélgica, y en menor medida Francia, es significativo que los países imperialistas también estén siendo duramente golpeados, como hemos visto recientemente.
Y esto sucede a dos niveles: en primer lugar, dice mucho sobre la profundización de la crisis ecológica y sus impactos biofísicos; en segundo lugar, pone de relieve la incapacidad estructural del capitalismo para hacerle frente, incluso en los países imperialistas.
La catástrofe climática de la DANA en Valencia es, por tanto, un recordatorio de la urgente necesidad, si queremos oponernos al futuro de barbarie que promete el capitalismo, de pensar en estrategias de lucha en un mundo que se calienta y que sean capaces de enfrentarse al capitalismo, incluso en medio de la catástrofe.
Mientras que los trabajos de la ecología radical y del marxismo ecológico se han ocupado ampliamente de la cuestión del análisis del capitalismo como raíz de la crisis ecológica y de la estrategia para hacerle frente, son menos numerosos los intentos de reflexionar sobre la intervención en el corazón de la catástrofe. Entre ellos, los del colectivo marxista libertario Out of the Woods, detallados en L’utopie maintenant. Las perspectivas comunistas sobre el desastre ecológico tratan de arrojar luz sobre estas cuestiones a través de la noción de comunismo del desastre.
Desastres ordinarios y desastres extraordinarios
La noche del 29 de octubre, un fenómeno meteorológico conocido y previsto pero potenciado por la crisis climática, la gota fría, también conocida como DANA, azotó la región de Valencia, entre otras zonas del sur y sureste peninsular. En tan sólo 8 horas, cayó sobre la zona el equivalente a un año de lluvia, provocando inundaciones masivas. A pesar de las advertencias de la agencia meteorológica AEMET, los gobiernos central y regional se negaron a suspender la normalidad. Las fuertes lluvias afectaron a la población cuando regresaba del trabajo, dejando a muchas personas atrapadas en sus coches. La gestión proempresarial ha convertido una catástrofe natural en un crimen capitalista, con un balance de más de 220 muertos. ¿Cómo ha podido este fenómeno causar tantos daños y sufrimientos?
Como señala el colectivo Out of the Woods en su libro Utopia Now, «el hecho de que el cambio climático esté provocado por el hombre (o, mejor dicho, provocado por el capitalismo) no hace sino subrayar la imposibilidad de separar los acontecimientos desastrosos de las condiciones desastrosas. La relación entre ambos es una calle de doble sentido. Las condiciones dan lugar a acontecimientos que, a su vez, refuerzan las condiciones».
Por «condiciones desastrosas», o «desastre ordinario», este colectivo entiende el funcionamiento regular del capitalismo, y su dosis cotidiana de violencia. Este desastre ordinario, que también se caracteriza por una relación de depredación y destrucción con el entorno, intensifica la probabilidad y la fuerza de los «desastres extraordinarios», como las inundaciones o las catástrofes.
El encuentro de esta «catástrofe ordinaria» con «catástrofes extraordinarias», como las recientes inundaciones, genera grandes daños. La primera reacción de las clases dirigentes no es, por supuesto, suspender la actividad normal y pensar en cómo poner a salvo a la población, sino intentar mantener el negocio en marcha. En la Comunidad Valenciana, los repartidores siguieron trabajando durante el temporal, mientras que a los trabajadores y estudiantes se les pidió que regresaran a sus lugares de trabajo y estudio a pesar de las advertencias. Ni el Gobierno regional, en manos del derechista Partido Popular (PP), en la oposición, ni el Gobierno central de centroizquierda, liderado por los socialistas con el apoyo de Podemos, frenaron la actividad.
Además de esta violencia, la gestión represiva de las consecuencias de la catástrofe por parte del Estado añade una nueva capa de violencia. «Durante las catástrofes extraordinarias e inmediatamente después, el objetivo del Estado-nación suele ser imponer el orden en lugar de acudir en ayuda de los supervivientes. Por esta razón, los acontecimientos catastróficos suelen exacerbar el desastre subyacente de la vida cotidiana bajo el capitalismo», señala Out of the Woods.
El caso más conocido es sin duda el del huracán Katrina en Nueva Orleans, en Estados Unidos, en 2005. Tras el huracán, la policía de esta gran metrópolis de Luisiana, predominantemente afrodescendiente, llevó a cabo una feroz represión contra la población racializada que intentaba sobrevivir entre los escombros. El 4 de septiembre, la policía abrió fuego contra un grupo de supervivientes negros: «Cuatro personas resultaron heridas, a una mujer le arrancaron parte del brazo, a su marido le dispararon en la cabeza y dos personas murieron», informa Courrier International.
En el caso del Katrina, como en el de las inundaciones del sureste brasileño, la catástrofe también sirvió para que el Estado federal al servicio de la patronal pusiera en marcha la «estrategia del shock», que consiste en aprovechar la catástrofe para profundizar en ofensivas neoliberales, como la gentrificación de barrios y la guetización de la población racializada en el caso de Nueva Orleans y Río Grande do Sul.
En Valencia, mientras los bomberos exigían su propia requisa, el gobierno desplegó miles de soldados y policías en la comunidad autónoma, deteniendo a muchos «saqueadores» (como ellos dicen) y dando publicidad a las cifras de esta política represiva. Esta dinámica constituye «un círculo vicioso en el que las condiciones ordinarias del desastre exacerban los desastres extraordinarios, que a su vez intensifican las condiciones iniciales», como explica Out of the Woods.
En un intento de encontrar una salida bonapartista a la crisis que atraviesa su gobierno, el derechista presidente de la Generalitat de Valencia acaba de nombrar a un general para la vicepresidencia de la comunidad autónoma. El nombramiento, por primera vez desde finales de los años 70, de un alto cargo dentro de una institución gubernamental indica hasta qué punto el ejecutivo valenciano, con la complicidad de la izquierda en el poder en Madrid, intenta recuperar el control. El objetivo es aprovechar la experiencia del general Gran Pampols, veterano de la ocupación imperialista de Afganistán, en cuestiones de «gestión de crisis» y «reconstrucción». Todo un programa.
Ante la catástrofe, vincular respuesta y supervivencia
De estas observaciones, que pueden resultar obvias, se desprende una conclusión esencial: las catástrofes naturales no deberían ser grandes momentos de unidad, en los que «todos estamos en el mismo barco» frente a los elementos y el destino, que harían desaparecer momentáneamente las estructuras políticas y sociales que nos dominan.
Esto es lo que intentaron hacer el Presidente del Consejo español, el jefe de la provincia autónoma de Valencia y el monarca y su esposa cuando visitaron a las víctimas de la catástrofe. Fueron recibidos por los habitantes con un gran lanzamiento de barro. Por el contrario, las catástrofes son catalizadores que refuerzan las estructuras de explotación y dominación. Por consiguiente, para las clases trabajadoras y el mundo del trabajo que se enfrentan a las consecuencias de la catástrofe, atarse de manos con la patronal y el Estado, esperar su ayuda y pedir el despliegue de la policía y el ejército puede representar, a fin de cuentas, una ilusión absolutamente mortal.
Para hacer frente a la catástrofe, los trabajadores y las clases populares necesitan una política independiente que señale claramente con el dedo de la responsabilidad a las clases dominantes y trate de organizar la supervivencia y la respuesta. Esto es lo que podemos ver emerger, en algunos lugares, en la región de Valencia y en la solidaridad que se está mostrando hacia los afectados y las víctimas.
Porque frente a quienes no dudan en poner en peligro a los trabajadores y a la población en su conjunto para garantizar que todo siga igual, la supervivencia y la lucha están íntimamente ligadas. En este sentido, un reto central es estructurar la solidaridad masiva que está surgiendo tras la catástrofe en comités democráticos, vinculados al mundo del trabajo y a los lugares de estudio.
Esta es la tarea que está abordando todo un sector de la extrema izquierda, el movimiento sindical y las asociaciones de lucha en el Estado español, entre ellas la CRT, organización hermana de Révolution Permanente en el Estado español, que, junto con otras organizaciones y sindicatos, está poniendo en marcha brigadas de voluntarios de trabajadores y estudiantes, al tiempo que defiende que «el poder de decidir y llevar a cabo la requisición y redistribución de las existencias de productos de primera necesidad a todos los damnificados, conjuntamente con la población y el vecindario, debe ser conferido a los representantes de los trabajadores y a los representantes elegidos en las asambleas de base. Este control debe incluir el poder de decidir sobre la reanudación o la suspensión de las actividades económicas, única garantía de que los trabajadores ya no correrán peligro».
El comunismo del desastre frente al mito de la guerra “de todos contra todos”
En las películas de catástrofes, existe un tropo narrativo que convierte el inicio del desastre en una revelación del peor individualismo y la violencia más brutal, a la que los héroes sobreviven logrando conservar un poco de su humanidad. La tesis es simple pero eficaz: el debilitamiento o el derrumbe de las estructuras físicas y sociales despierta lo peor de todos nosotros, en una especie de «guerra de todos contra todos».
Es una narrativa que sirve, en imagen especular, para legitimar el orden que contendría esta supuesta barbarie. La narrativa policial de los Estados que tratan de «restablecer el orden» tras las catástrofes, mediatizando la represión de los «saqueadores» y el despliegue del ejército y las fuerzas policiales, se basa más o menos en los mismos clichés.
Se trata de una narrativa descartada desde hace tiempo por los sociólogos de las catástrofes, incluso los conservadores. En Utopia Now, Out of the Woods se basa en los hallazgos del investigador Charles Fritz, precursor del estudio social de las catástrofes. Como director del Centro de Investigación de Catástrofes, fundado en los años 70 y financiado por la Oficina de Defensa Civil de Estados Unidos en plena Guerra Fría para intentar anticipar las consecuencias de un ataque atómico o químico, no se le podía acusar de simpatías comunistas, pero eso no le impidió refutar el mito de la «guerra de todos contra todos».
«Las víctimas de catástrofes rara vez muestran un comportamiento histérico; una especie de conmoción y aturdimiento es la reacción inicial más común. Incluso en las peores condiciones de catástrofe, los individuos conservan o recuperan rápidamente el control de sí mismos y muestran preocupación por el estado de los demás. La mayoría de las actividades iniciales de búsqueda, rescate y socorro las llevan a cabo las víctimas de la catástrofe antes de la llegada de la ayuda exterior organizada.
Las denuncias de saqueos se exageran mucho en el contexto de las catástrofes; de hecho, el índice de hurtos y robos desciende durante las catástrofes, y se da mucho más de lo que se roba. Otras formas de comportamiento antisocial, como la agresión a otras personas y la búsqueda de chivos expiatorios, son raras o inexistentes. Por el contrario, la mayoría de las catástrofes provocan un aumento de la solidaridad social en la población afectada, y esta solidaridad recién creada tiende a reducir la incidencia de la mayoría de las formas de patología personal o social».
La catástrofe de la DANA en Valencia parece validar la hipótesis del comunismo de la catástrofe, más que la de la guerra “de todos contra todos”. Nada más terminar el diluvio, miles de voluntarios se lanzaron a pie o en bicicleta a las zonas más afectadas para llevar víveres y lanzar operaciones de rescate y limpieza de calles. Mientras el gobierno se mostraba reacio a enviar un gran número de personal de emergencia, como bomberos y personal sanitario, los bomberos llamaron al gobierno a través de sus sindicatos o se filmaron a sí mismos con los puños atados para exigir que se les desplegara. Los comedores colectivos creados por migrantes surgieron al mismo tiempo que los repartos colectivos de alimentos aún utilizables rescatados de los comercios, mientras que los estudiantes lanzaron una huelga en las principales ciudades del Estado español para poder acudir en ayuda de las víctimas de la catástrofe.
Al mismo tiempo, un sindicato de trabajadores de Parques y Jardines de Barcelona envió sus excavadoras y tractores para despejar las calles. Fue una gran muestra de solidaridad y cooperación social, organizada bajo el lema «Solo el pueblo salva al pueblo». Un lema que reflejaba la profunda solidaridad que unía a la población ante la catástrofe, pero también la desconfianza y la rabia hacia los gobiernos regional y central y la patronal tras su catastrófica gestión de la crisis.
Para el colectivo Out of the Woods, que se inspira en los escritos de la ecologista Rebecca Solnit, la emoción que domina en medio del desastre, lejos del pánico y la violencia, es «una emoción más seria que la felicidad, pero profundamente positiva», y estas experiencias de cooperación social en medio de la tragedia captan una «instantánea de lo que podríamos ser, y de lo que esta sociedad podría llegar a ser».
Para Out of the Woods, estos momentos de colaboración social constituyen la base de la posibilidad de un «comunismo del desastre», que «es tanto una inversión de las múltiples injusticias estructurales que perpetúan el desastre y sacan fuerza de los desastres, como una puesta en práctica de una capacidad colectiva generalizada para subsistir y prosperar en un planeta que cambia rápidamente».
No se trata aquí de fantasear con el «colapso», ni de un cínico aceleracionismo ecológico: «No podemos adherirnos al fatalismo perverso que dice ’cuanto peor, mejor’, ni esperar a que el último huracán arrase con el viejo orden», sino reconocer que el desastre ya está aquí, en su forma “normal” de funcionamiento regular del capitalismo, y en su forma (cada vez menos) excepcional de catástrofes “repentinas”, y sacar las conclusiones estratégicas oportunas. Así, según Out of the Woods, hay que recuperar «la posesión de los medios de reproducción social» mediante la multiplicación de las «comunidades del desastre».
Si la tesis del comunismo de la catástrofe tiene el gran mérito de subrayar la continuación del enfrentamiento contra el Estado y la patronal en la catástrofe, y de hacer añicos los tropos de la guerra de todos contra todos, la reciente situación en Valencia también pone de relieve sus límites.
La batalla por la influencia y tareas preparatorias ante la catástrofe ecológica
En primer lugar, al tiempo que destaca paradójicamente la capacidad de los Estados para restablecer el orden, utilizar las catástrofes en beneficio de las políticas neoliberales o incluso cooptar los estallidos de solidaridad, Out of the woods adolece sin duda de una visión demasiado mecanicista del vínculo entre catástrofe y vida social: «incluso la mayor y más aterradora de estas catástrofes extraordinarias puede interrumpir el curso de la catástrofe ordinaria, que es, las más de las veces, demasiado extensa para ser plenamente aprehendida. Son momentos de interrupción que, aunque horribles para la vida humana, pueden ser también un desastre para el capitalismo».
Los sucesos de Valencia demuestran que «interrumpir el curso de la catástrofe ordinaria» tras una catástrofe no es un hecho. Desde la continuación de las actividades profesionales hasta los desahucios por impago de alquileres en el corazón de las zonas afectadas por la DANA, el curso del desastre ordinario no se ha interrumpido en Valencia. Sólo puede ser detenido por la fuerza política.
Las catástrofes pueden desencadenar crisis políticas. Así lo confirma el descontento generalizado con el gobierno provincial de Mazón, de la Generalitat Valenciana, y la manifestación a gran escala que pide su dimisión. O el lanzamiento de barro que recibió al Rey en su visita a las regiones más afectadas, símbolo del enfado de la población por la catastrófica gestión de la crisis por parte de las autoridades. Pero no hay nada políticamente inequívoco en estas crisis.
El intento del partido de extrema derecha Vox, conocido por su escepticismo climático y muy implicado junto a Mazón en el desmantelamiento de los servicios públicos en la Comunidad Valenciana, de capitalizar la crisis orientándola hacia salidas reaccionarias, es un ejemplo de ello. La extrema derecha también intenta utilizar la propaganda policial que denuncia a los «saqueadores» para exigir más represión y dirigir la ira hacia la población inmigrante.
Vox también está utilizando la desastrosa gestión del gobierno central del PSOE y Sumar-Podemos, partidos de la izquierda institucional que se han negado, en particular, a suspender actividades no esenciales, para capitalizar la crisis, demostrando una vez más que el estancamiento de la izquierda institucional está llevando al fortalecimiento de la extrema derecha. Del mismo modo, el nombramiento por Mazón de generales al frente del gobierno de la Generalitat Valenciana muestra cómo estas crisis pueden abrir nuevos horizontes a la extrema derecha.
Frente a estos intentos de orientar la crisis política hacia soluciones reaccionarias, dirigidos por organizaciones fuertemente financiadas y estructuradas, está claro que la indignación y la solidaridad espontáneas no bastan por sí solas. Lo que se necesita es una respuesta de las organizaciones arraigadas en el mundo del trabajo y los lugares de estudio, capaces de estructurar esta solidaridad y vincularla al movimiento obrero, luchando al mismo tiempo por la unidad y la creación de bloques para contrarrestar la propaganda antiinmigración de la extrema derecha.
Esta política implica exigir a las direcciones sindicales que abandonen su actitud de espera. Hasta el día de hoy, las direcciones de UGT y Comisiones Obreras, las dos principales centrales sindicales, sólo han propuesto un paro de 10 minutos, mientras que muchos trabajadores y sindicatos se implican decididamente en la solidaridad ante la catástrofe.
La certeza de que se avecinan catástrofes también significa que tenemos que llevar a cabo tareas preparatorias que nos permitan responder de la manera más eficaz cuando llegue el momento. Por eso es fundamental la lucha para que los movimientos obreros y estudiantiles recuperen las tradiciones de autoorganización.
El esfuerzo sistemático por crear marcos de autoorganización, como asambleas generales decisorias, en huelgas y movimientos, nos permite desarrollar valiosos reflejos en caso de catástrofe. El trabajo político sindical, que sitúa en el centro la cuestión de la salud y la seguridad de los trabajadores, es también una forma de prepararse para imponer un cese de la actividad y en caso de catástrofe, y de movilizar las herramientas del mundo del trabajo para responder a las crisis.
Del mismo modo, mientras que la extrema derecha utiliza la cólera y el desconcierto que surgen tras las catástrofes para señalar con el dedo acusador a la población inmigrante o racializada, como demostraron las inundaciones de Valencia y los incendios de Grecia en 2023, que fueron escenario de verdaderas cacerías xenófobas, es necesario un trabajo sistemático de preparación en la lucha contra la xenofobia y el racismo, y de unificación de los sectores explotados y oprimidos de la población. Además de ser una necesidad en sí misma, este trabajo permitirá reducir la influencia que podría adquirir la extrema derecha en medio de una catástrofe.
Por último, en un momento en que la crisis ecológica revela su carácter imperialista en las catástrofes más intensas que azotan a los países dominados, es necesario hacer de la apertura de las fronteras un punto esencial de un programa ecologista a la altura de lo que está en juego. Un combate que, además de ser vital, permitiría aprovechar las preocupaciones ecologistas de una parte de la juventud y del mundo del trabajo para orientarlas hacia un antiimperialismo consecuente.
Las tesis del comunismo del desastre resuenan particularmente bien en la situación, y permiten conciliar una comprensión lúcida del estado de avance de la catástrofe ecológica actual con una voluntad optimista de luchar por otro futuro. Sin embargo, para tener las mejores posibilidades de verlo realizarse, es necesario completar las tesis del comunismo del desastre con un trabajo paciente de reagrupamiento de las fuerzas y de preparación en torno a un programa revolucionario que muestre la responsabilidad de la patronal y de los gobiernos en toda la cadena del desastre ecológico y que busque organizar a la juventud y a las clases trabajadoras en torno a la fuerza de huelga del mundo del trabajo.
Traducción: Jorge Remacha |