"Un marxista llegó al poder en Sri Lanka" titulaban los diarios del mundo hace solo unos meses. El triunfo de Anura Dissanayake en septiembre pasado se terminó de consolidar en las elecciones legislativas del mes pasado cuando su coalición, Poder Popular Nacional, obtuvo la mayoría en el Congreso.
Pocas semanas después, Dissanayake anunció que va a mantener los acuerdos con el FMI y a apllicar un nuevo plan de ajuste.
El "marxista" Dissanayake, que había generado una enorme expectativa popular tras el estallido de 2022 que terminó con la caída del presidente Gotabaya Rajapaksa e inició dos años de movilizaciones contra el ajuste del FMI que fueron violentamente reprimidas, puede terminar en un experimento fracasado que termine por defraudar en tiempo récord las expectativas generadas.
Un nuevo episodio de la crisis política se abrió en 2022
Las recientes elecciones legislativas de noviembre en Sri Lanka son un nuevo episodio de la crisis abierta en el verano de 2022 por la huida y dimisión del entonces presidente, Gotabaya Rajapaksa, mientras miles de manifestantes invadían su residencia tras 3 meses de continua movilización en medio de una profunda crisis económica, escasez de productos de primera necesidad y elevada inflación, acompañados de tensiones interreligiosas exacerbadas por el gobierno de turno. En este contexto el país se vio atravesado durante muchas semanas por importantes jornadas de huelga general y protestas reprimidas a sangre y fuego. Esas movilizaciones de 2022 mostraron la fuerza de la clase obrera de Sri Lanka, y terminaron por poner fin al gobierno del clan familiar de Gotabaya Rajapaksa, en el poder durante décadas, y hundir al régimen en una crisis de proporciones.
A raíz de estos acontecimientos, el presidente interino Ranil Wickremesinghe, un político de carrera con un currículum completo (seis veces primer ministro) y alineado con los intereses de sus predecesores, gobernó el país con mano de hierro, intensificando las medidas autoritarias y sofocando todo intento de protesta. Rodeado de los más fervientes partidarios de Gotabaya Rajapaksa y responsable de "reparar las finanzas del país", negoció con el Fondo Monetario Internacional (FMI) un importante plan de rescate para la economía de Sri Lanka, a cambio de brutales medidas de austeridad dirigidas contra los trabajadores y sectores populares. En marzo de 2023, un drástico aumento de los impuestos provocó nuevas protestas y una oleada de huelgas generales.
En este contexto se produjo la elección de Anura Kumara Dissanayake (apodado AKD) en septiembre de 2024, tras una campaña centrada en la lucha contra la corrupción, anunciando el entierro definitivo del antiguo establishment y prometiendo la renegociación de los acuerdos con el FMI, en particular sobre la privatización de empresas estatales y el ajuste fiscal. Aprovechando la desconfianza de la población hacia los políticos tradicionales y aprovechando el colapso de la influencia de las grandes familias políticas, el partido de AKD logró mantener esta dinámica hasta las elecciones legislativas de noviembre. Su coalición, el Poder Popular Nacional (PNP), obtuvo una contundente victoria, consiguiendo 159 de los 225 escaños del Parlamento. Una victoria que deja las manos libres al nuevo presidente para llevar a cabo sus políticas.
Tras las promesas de campaña, las desilusiones esperadas
En septiembre, después de las elecciones en las que ganó AKD, el Financial Times tituló: "El neomarxista Dissanayake gana la presidencia de Sri Lanka", "El nuevo presidente de Sri Lanka admira a Lenin", mientras que el New York Times se preocupaba por las posibles consecuencias de la elección de un "presidente marxista” sobre los acuerdos firmados con el FMI.
Pero todo indica que el capitalismo global puede quedarse tranquilo: AKD hace tiempo que dejó atrás sus orígenes marxistas. El 21 de noviembre, en su primer discurso ante un Parlamento en el que ahora tiene mayoría, AKD anunció que se "centraría en mantener la estabilidad económica y reafirmar la confianza con los distintos actores económicos del mundo". Dos días después, el FMI saludó las conversaciones mantenidas con la nueva administración y anunció el acuerdo de 333 millones adicionales en el marco del plan económico implementado en 2022.
Mientras que el PNP prometió durante su campaña "renegociar con el FMI el contenido de un programa más aceptable y reforzado, y sobre su aplicación para salvaguardar a los sectores pobres y vulnerables", las nuevas promesas y acuerdos ddel Gobierno implican que las esperanzas que una parte de la población pudiera haber tenido se verán rápidamente defraudadas.
Como señala Romaric Godin para Mediapart, AKD abandonó definitivamente los elementos más avanzados de su programa, y en cualquier caso se mantuvo en general alineado con los modelos liberales que sus predecesores habían comenzado a implementar. Un programa que pretende, por tanto, continuar las medidas de austeridad iniciadas durante los dos últimos años, pero barnizadas con una política de lucha contra la corrupción. Basta decir que el cambio de presidencia será sólo un cambio de fachada, posible gracias a la pérdida de legitimidad de las anteriores castas gobernantes, y que AKD no se plantea cuestionar el control del FMI sobre la economía y llevar a cabo una profunda transformación del modelo de Sri Lanka en contra de los intereses de las potencias imperialistas y de los mercados financieros globales y el FMI que, además, como subraya Romaric Godin, "no pretende ’ayudar a los pobres’, sino garantizar los flujos pasados y futuros de inversiones internacionales" y es sólo el garante del mantenimiento del orden económico mundial.
En cuanto a la persecución de las minorías étnicas, la campaña de AKD estuvo marcada por el chauvinismo cingalés-budista, un componente histórico de la ideología del PNP, centrado en la visión de un Estado centralizado de Sri Lanka sordo a las demandas de autonomía de la minoría tamil. Los tamiles, históricamente perseguidos desde la independencia hasta el apogeo de la guerra civil que terminó con las masacres genocidas de decenas de miles de civiles en 2009, tienen pocos motivos para alegrarse por los resultados de estas elecciones. En un contexto de creciente crisis económica, el nuevo gobierno no dudará en reavivar las brasas de estas persecuciones para impulsar sus políticas de austeridad, como lo habían hecho los gobiernos anteriores.
En los últimos dos años la clase trabajadora de Sri Lanka ha demostrado su capacidad para influir en el curso de los acontecimientos una y otra vez. Si bien la llegada al poder de AKD podría representar una esperanza para una parte de la población de Sri Lanka, estos primeros retrocesos ya dejan entrever las ambiciones liberales y de austeridad del nuevo gobierno, que pretende hacer pagar a la clase trabajadora las consecuencias de la crisis económica de 2022. Frente a esto, es más que probable que asistamos a nuevas movilizaciones masivas frente a un Anura Kumara Dissanayake que comienza a mostrar su verdadero rostro, en un contexto donde los desafíos a las políticas del FMI están aumentando a nivel internacional. |
