El impacto del cambio climático ha traído una crisis global nunca antes vista, cuyas consecuencias muestran cómo afecta la vida de millones de personas. En las próximas décadas, se espera producto del cambio climático: Fenómenos relacionados al estrés por calor, sobre todo en los trabajos bajo el sol, sin ventilación o en zonas áridas, pero también de desnutrición y aumento de enfermedades. En Chile, por ejemplo, el calor extremo genera una baja de 14,2 millones de horas laborales al año, con impactos directos en la estabilidad y bienestar de las familias, especialmente golpea a los sectores más postergados de la población. El esfuerzo físico bajo altas temperaturas no solo pone en riesgo la salud, sino que también limita la capacidad mental y emocional de las personas, afectando profundamente su calidad de vida.
Estas condiciones ambientales extremas afectan no solo la salud física, sino también el bienestar emocional de las poblaciones más vulnerables en Chile. Según el reporte, la exposición a olas de calor ha aumentado un 94% en mayores de 65 años y un 88% en menores de un año, lo que incrementa los riesgos de complicaciones como deshidratación, fallas renales y problemas cardiovasculares graves.
Aunque a nivel global se ha registrado una disminución del 3,2% en la mortalidad prematura relacionada con el material particulado fino(PM2.5) producto de la contaminación, en Chile este problema persiste, intensificando la sensación de impotencia en quienes deben convivir con esta realidad.
La falta de áreas verdes agrava los efectos del cambio climático. En Santiago, Concepción y Viña del Mar, se presentan niveles críticos de verdor, lo que deja a sus habitantes más expuestos al calor extremo, la contaminación del aire y enfermedades cardiovasculares. Zonas que son fundamentales para mitigar inundaciones, reducir el ruido, absorber contaminantes y promover la actividad física, pero su escasez no es más que consecuencia de la depredación del medio que ocurre a escala general.
Cambio climático y capitalismo
El cambio climático no puede entenderse al margen de la lógica del capitalismo, que impulsa una relación destructiva con la naturaleza. Según David Harvey en Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo, el sistema capitalista trata a la naturaleza como una fuente inagotable de recursos y como un vertedero sin límites para los desechos, en un metabolismo profundamente alienado.
Esta lógica del capital, impulsada por la necesidad de expansión constante y la acumulación creciente de capital, choca con la realidad, y es que hay límites finitos en el planeta. La búsqueda insaciable de los capitalistas, del plusvalor, combinada con el crecimiento exponencial del sistema, ha llevado a un estrés ambiental sin precedentes que afecta tanto a lo que conocemos como sostenibilidad ecológica, pero también a la viabilidad del propio capitalismo.
El salto de escalas que permitió al capitalismo internacionalizar sus circuitos de acumulación ha trasladado los problemas ambientales de lo local a lo global. Lo que antes podía limitarse a la contaminación de un río o la niebla tóxica en una región específica, hoy se manifiesta en fenómenos como el cambio climático, que afecta al planeta. Este proceso no solo expande la magnitud de los problemas, sino que también acelera su ritmo, haciendo que las crisis ambientales ocurran con una frecuencia y severidad, cada vez más crecientes. En este contexto, el capitalismo, al poner al centro la acumulación de riqueza sobre el equilibrio ecológico, no solo perpetúa la crisis climática, sino que pone en riesgo la estabilidad ambiental y la vida de todo el planeta.
Necesitamos medidas urgentes
Es urgente implementar medidas radicales para frenar la crisis ambiental. Entre ellas, la expropiación de la industria energética, gestionada democráticamente por trabajadores y consumidores, para avanzar hacia una matriz sustentable basada en energías renovables, prohibiendo prácticas como el fracking. También es necesario nacionalizar y reconvertir tecnológicamente empresas de transporte, automovilísticas y metalmecánicas, reduciendo la producción de vehículos privados y fortaleciendo el transporte público.
Estas acciones deben complementarse con condiciones laborales seguras, reducción de la jornada laboral a 6 horas 5 días a la semana, sin pérdida salarial y una reorganización racional de la producción y distribución bajo control de la clase trabajadora. Este enfoque, basado en la gestión democrática y sustentable, apunta a la nacionalización de sectores estratégicos y al establecimiento de un plan unificado que armonice las necesidades de las ciudades y el campo, avanzando a otro modelo que no se base en la destrucción del medio ambiente. |