Los escándalos de corrupción que sacuden al Congreso peruano no son simples desviaciones morales de individuos corruptos; son, más bien, el reflejo fiel de un mecanismo sistémico que opera como parte integral del Estado burgués. Esta dinámica no puede ser interpretada como un accidente ni como una mera anomalía; representa la esencia misma del aparato estatal bajo el capitalismo.
El reformismo: Un análisis superficial y cómplice
Resulta irritante, aunque no sorprendente, que los sectores reformistas reduzcan el fenómeno de la corrupción a un problema de "fallos estructurales" que podrían resolverse con reformas legales o medidas administrativas. Al centrar su atención en la moralidad individual o en la “implementación de la transparencia”, el reformismo evita abordar la naturaleza de clase del Congreso y del Estado, prefiriendo perpetuar la ilusión de que éstos pueden ser purificados desde dentro. ¡Ingenuos o cómplices, quizá ambas cosas!
El Congreso: No una anomalía, sino un pilar del Estado Burgués
No es necesario recurrir a escándalos de prostitución o prebendas para explicar el comportamiento de los congresistas. Ellos son, en su gran mayoría, fracciones de la burguesía o gestores directos de sus intereses. Sus votos consistentemente favorecen leyes antipopulares y promueven la acumulación capitalista, no porque sean coaccionados, sino porque esa es su razón de ser en el sistema. Como bien advirtió Lenin: “El parlamento burgués no es un instrumento de democracia, sino una máquina para oprimir a la clase trabajadora por medio de los representantes de la burguesía”.
El escándalo de favores sexuales no es más que un detalle morboso en una maquinaria mucho más amplia de explotación y opresión. Mientras los reformistas se escandalizan ante estos episodios, los congresistas continúan legislando en favor de un orden económico que perpetúa la desigualdad. Aquí, la verdadera prostitución es política: el constante sometimiento del interés público a los dictados del capital.
El vínculo con el crimen organizado: Una continuidad lógica
No hay que sorprenderse por la conexión entre actores políticos y redes criminales. En un sistema donde la acumulación de capital es el principio rector, las líneas entre lo "legal" y lo "ilegal" son tan flexibles como cómodas para quienes detentan el poder. La muerte de Andrea Vidal y las revelaciones de redes criminales en el Congreso no son anomalías, sino manifestaciones lógicas de cómo el capital encuentra vías informales para perpetuar su dominio cuando las formales no bastan.
Las propuestas de “mayor vigilancia” o “transparencia” son patéticas. Estas medidas no harán más que perfeccionar los mecanismos de encubrimiento. La corrupción no es una enfermedad curable dentro del aparato estatal burgués; es su pulso vital.
La ilusión de la meritocracia y la neutralidad estatal
Quizá uno de los mayores mitos defendidos por los reformistas sea el de la meritocracia. Bajo el capitalismo, la meritocracia no es más que un pretexto cínico para justificar las desigualdades estructurales. Los burócratas seleccionados por este sistema no son el “mejor talento”; son los más aptos para gestionar la opresión en beneficio del capital. En su afán por "disputar el Estado", los reformistas no hacen más que perpetuar la farsa de un aparato cuya función primaria es administrar la dominación de clase.
La tarea revolucionaria: Más Allá de la Denuncia
En palabras de Marx, “el Estado moderno no es más que un comité que administra los negocios comunes de toda la burguesía”. La corrupción, las redes de prostitución y el crimen organizado son síntomas de un sistema en descomposición, pero no su núcleo. El verdadero enemigo es el propio Estado burgués.
No basta con denunciar excesos individuales o exigir reformas éticas. La solución no está en la "limpieza" del Congreso ni en la mejora de su regulación. Está en su abolición, como parte de un proceso revolucionario que desmantele el aparato estatal y abra paso a una sociedad verdaderamente democrática, gestionada por los trabajadores.
El futuro no radica en mejorar las cadenas que nos atan, sino en romperlas de una vez por todas. Solo así podremos construir una sociedad donde la política deje de ser un instrumento de dominación y se convierta en una expresión de la voluntad colectiva de una humanidad liberada. |