Felipe VI salió anoche a bendecir desde su palacio de la Zarzuela los nuevos consensos del extremo centro del 78: endurecimiento de políticas migratorias, rearme y ofensiva del imperialismo europeo en la arena internacional y el candado constitucional fuera del que no cabe nada más que el caos y el desorden.
Lo hizo comenzando y terminando su discurso con palabras sobre el desastre de la DANA. Una instrumentalización de este crimen social que viene haciendo la Casa Real desde que tuvieron que salir por patas entre abucheos y pegotes de barro el 3 de noviembre.
La catástrofe vivida en el País Valencià fue presentada, una vez más, como un hecho sobrevenido y meramente natural. Por supuesto, no hubo mención alguna a sus causas de fondo: las políticas negacionistas climáticas llevadas adelante por los diferentes gobiernos de la derecha o el “progresismo” valenciano o las responsabilidades políticas y empresariales en la prevención y atención posterior a la riada. Sobre la indignación social contra los responsables pasó de largo y solo reconoció algunos problemas de “coordinación”.
El desastre vino del cielo y la respuesta al mismo fue una hermosa estampa de “unidad nacional” en la que todos, desde el Ejército y los gobiernos, hasta las empresas y la población, habrían arrimado el hombro por encima de rencillas. Un relato despolitizado nada inocente, que encaja como anillo al dedo con el discurso de la derecha y los intentos de imponer una salida bonapartista a la crisis, como el nombramiento de dos generales para dirigir las tareas de reconstrucción.
Siguió hablando de la inmigración, como uno de los grandes retos que enfrentan las sociedades democráticas del siglo XXI. Regaló los oídos al facherío comprando el discurso de que las migraciones pueden derivar “en tensiones que erosionen la cohesión social” y por ello recordó lo importante del “esfuerzo de integración” de los inmigrantes, el respeto a “las leyes y normas básicas de convivencia y civismo” y “la firmeza que requiere la lucha contra las redes y las mafias que trafican con personas”.
Por si quedaba alguna duda de hacia donde apuntaba el discurso del Jefe del Estado, cerró recordando que el cómo “seamos capaces de abordar la inmigración” lo deberemos hacer con “una buena coordinación con nuestros socios europeos, así como con los países de origen y tránsito”. Toda una referencia directa al Pacto Migratorio de la UE que a la vez que blinda fronteras y endurece los requisitos para acceder al asilo, subcontrata con dictaduras y otros regímenes cipayos como Libia, Marruecos o Egipto, para que establezcan verdaderos campos de concentración de migrantes en sus territorios.
El otro gran reto de la UE, los planes de rearme y la coordinación para que el imperialismo europeo gane peso en la convulsa arena internacional, también fue bendecido por Su Majestad: “En este contexto España y los demás estados miembros de la Unión Europea, debemos seguir defendiendo con convicción y con firmeza, junto con nuestros socios internacionales, las bases de la democracia liberal, de la defensa de los derechos humanos y de las conquistas en bienestar social sobre las que se asienta nuestro gran proyecto político”.
Por lo que sea, la palabra “Palestina” o derivados no aparecieron en el discurso. No encajaría bien mencionar un genocidio en vivo y en directo, apoyado política y militarmente por esta Europa de los Derechos Humanos, con el envoltorio de defensa de los valores democráticos de esta escalada de la UE.
En un plano interno, Felipe VI repitió su tradicional cantinela en referencia a la Constitución de 1978 como marco inviolable e inmutable: “Si miramos hacia dentro, nuestra gran referencia en España es la Constitución de 1978, su letra y su espíritu. El acuerdo en lo esencial fue el principio fundamental que la inspiró. Trabajar por el bien común es preservar precisamente el gran pacto de convivencia donde se afirma nuestra democracia y se consagran nuestros derechos y libertades, pilares de nuestro Estado Social y Democrático de Derecho”.
Aun cuando la labor de, por un lado, los gobiernos de coalición del PSOE con Unidas Podemos y Sumar, y la dirección procesista de ERC y Junts, por el otro, han logrado desactivar el movimiento democrático catalán, la Corona volvió a recordarnos que no hay realidad posible fuera del atado y bien atado, por si acaso.
La otra gran “novedad”, que ha sido señalado por los grandes medios y partidos del extremo centro, fueron las apelaciones a la “serenidad” a los diferentes agentes políticos. La Corona trata así de ubicarse por encima de las contiendas políticas entre el viejo bipartidismo y salvaguardarse de paso de la desafección que sigue corroyendo a buena parte de las instituciones y partidos.
Apeló a restablecer unas bases mínimas de acuerdo y concordia al PP y el PSOE, y para ello no dudó de tirar de imaginario colectivo reaccionario como la “unidad de los demócratas” que consiguió derrotar el “acoso terrorista”. Una llamada de atención a los dos grandes partidos para que se avenga a estabilizar una restauración del Régimen del 78 que, tras la valiosa colaboración de Unidas Podemos y Sumar con sus participación en lso gobiernos de coalición, ya podría volver a caminar sin socios “molestos”.
No hubo mención alguna a los escándalos del emérito, por supuesto. Tampoco quiso entrar Felipe VI en otras problemáticas sociales. Ni la precariedad laboral, ni las violencias machistas, ni las listas de espera en la sanidad… merecieron la atención de Su Majestad. Solamente se dignó a hacer una referencia al problema de la vivienda, pero para asentar que este no se debe a ningún problema de especulación, sino a “una demanda que la oferta no alcanza a satisfacer”. Una mera cuestión de mercado que, como claman los economistas liberales, se solucionaría con otro prodigioso ciclo de ladrillazo.
Por último, pero no menos importante, el Rey quiso tener un saludo especial para la juventud. Un guiño a las nuevas generaciones no exento de intencionalidad. Felipe VI no saludo a los jóvenes que se movilizaron por Palestina, ni a los que lo hacen por el derecho a la vivienda. Su mención era para “la juventud, en fin, que busca oportunidades y supera los obstáculos a base de mérito y esfuerzo”. Un cántico al individualismo y la cultura meritocrática cultivada por la manoesfera de la ultraderecha a la que se sumaba anoche la Zarzuela. |