Amigo desde la escuela primaria, compañero en Dulcemembriyo y Virus y artífice de su última grabación en estudio, el músico platense recordó anécdotas y detalles poco conocidos del cantante en una charla abierta.
Federico Moura falleció el 21 de diciembre de 1988, a los 37 años de edad, y de esa fecha se acaban de cumplir 36: llevamos hablando de su partida casi el mismo tiempo que él vivió. Cuando todo parece dicho, sin embargo, siempre surge algo diferente. Casi que una justicia poética: eterno moderno, Moura sigue generando formas novedosas de observarlo por esos mismos parlantes desde los cuales nos prometió que nos vendría a buscar prolongando su sonido azul.
La sorpresa esta vez la aporta el artista platense Daniel Sbarra, probablemente una de las personas que mejor conoció a Federico en sus distintas facetas: como estudiante, como músico, como diseñador de moda, pero ante todo como amigo, que fue el vínculo nodal sobre el que se vertebraron todas las otras maneras de relacionarse. Sbarra accedió a hablar de Moura en el marco de una charla abierta organizada por el seminario “Cultura rock y política” de la carrera de Comunicación de la UBA.
Daniel y Federico se conocieron en el primario Joaquín V. González, escuela anexa de la Universidad de La Plata. El vínculo continuó en el Colegio Nacional y se profundizó en Dulcemembriyo, banda pionera de la escena rock platense en la que Moura tocaba el bajo y para la cual el Indio Solari aportó algunas letras en una historia siempre llena de mitos y recovecos que Sbarra puntualizó en la entrevista.
Luego Daniel Sbarra decidió emigrar a Francia, donde desplegó su carrera como músico de folclore en la banda del quenista Uña Ramos, aunque su estadía parisina sea más recordada acaso por haber sido el co-equiper de Miguel Abuelo en el proyecto de culto Nada. Erróneamente se lo considera un trabajo solista del cantante pero que en verdad fue una tarea entre ambos, tal como se observa en los créditos competitivos del disco. Además, otro dato: habían considerado llamar a Federico Moura para que se hiciera cargo del bajo.
De vuelta en Argentina, Sbarra fue incorporado a Virus en la era más trepidante de la banda, justo cuando acababa de editarse Relax y en la previa Locura, dos discos plagados de hits. Un fuego veloz y luminoso que se encendió con intensidad pero se apagó rápido. Aunque en ese breve tiempo Daniel logró convencer a Federico de participar en lo que terminarían siendo sus últimas grabaciones: las bagualas “Me dicen el tonto” y “En Atamisqui”, ambos para el álbum Grito en el cielo de Leda Valladares.
“Federico tenía una frase de cabecera: ‘Lo importante es fluir’. Entonces no me sorprendía que, así como lo conocí siendo bajista, después fuera diseñador de moda, cantante o el líder de una banda, como él lo era en Virus”, apuntó Daniel Sbarra en la charla. “Él siempre fue un transgresor, y eso te lleva siempre a un lugar diferente. En muchas cosas pensábamos igual: los dos le huíamos a las cosas que estaban en el tapete, porque sino era una forma de que te fagocitara el sistema. Cuando a algo lo empieza a poner el sistema, entonces está mal. Sospecho. No me parece un adelanto”.
En este editado de 45 minutos se rescatan los puntos más altos de esa charla abierta con Sbarra en la que el artista recorre su vida y también sus distintos vínculos afectivos, artísticos y profesionales con Moura, además de dos declaraciones contrafácticas: qué hay de cierto respecto a esas canciones supuestamente inéditas que circulaban sobre Federico y qué hubiese sido de él si seguía vivo y atravesaba los distintos cambios culturales y sociales que se produjeron desde 1988 hasta la fecha.
