Con el diario del lunes se puede afirmar que con llevar hasta el final el análisis de las tendencias políticas que se venían expresando, el fortalecimiento de Mauricio Macri era una consecuencia lógica.
Dijimos que la larga marcha de la “moderación” kirchnerista, desde los orígenes como gobierno de la contención y pasivización hasta la consumación de la restauración, tenía como resultado “natural” la candidatura de Daniel Scioli.
El candidato del FpV se difuminaba por su propia naturaleza y por opción política en la borrosa frontera de lo que los analistas llamaron el “centro”, que no es más que el ocultamiento de un desplazamiento a la derecha. “Centro” es la forma eufemística y civilizada que tiene para autodefinirse todo aquel representante de la derecha en un país como la Argentina.
En ese espacio se ubicaron los tres principales candidatos. Sergio Massa fue el primero que lo ocupó “conceptualmente”, pero el oficialismo y el macrismo trabajaron casi en equipo para que lo pierda políticamente.
Aunque, con su prácticamente impune discurso punitivo que llegó hasta la propuesta de sacar el Ejército a la calle (solo denunciado con la contundencia que se merece por el Frente de Izquierda y por Nicolás del Caño), Massa hizo su aporte a la “batalla cultural” hacia la derecha y el conservadurismo en el terreno social.
Pero el rumbo adoptado por Massa no implicó más que recorrer consecuentemente el camino abierto por el kirchnerismo con la temprana aceptación de las leyes represivas propuestas por Blumberg (2004), que después siguieron con el festival de policías sciolistas, hasta el tridente ofensivo de Sergio Berni, Ricardo Casal y Alejandro Granados.
Ante este panorama, trabajosamente construido y aceptado por el oficialismo, una parte importante del electorado percibió lo que muchos analistas afirmaron: no hay diferencias sustanciales entre los tres principales candidatos, que terminaron sintetizándose en una polarización de dos.
Más aún cuando todos aceptaban la necesidad de un ajuste y solo diferían en la velocidad para aplicarlo.
En el último tramo de la campaña y en homenaje a la relación de fuerzas, Mauricio Macri hizo un discurso lo más “socialdemócrata” que puede hacer alguien que interviene en la vida política con tremendo apellido.
La letanía de Mauricio Macri en el discurso de festejo con tono de larga charla motivacional fue similar a muchas de las intervenciones públicas de Scioli y su clásico cualunquismo.
Frente esta disposición de las principales fuerzas políticas, una gran parte del electorado se desplazó hacia el representante más genuino del “centro” (derecha). El que no carga con el lastre del culposo y desgarrado apoyo condicional del kirchnerismo que se manifestó en las múltiples escenas de “doble comando” explícito.
En la provincia de Buenos Aires, la madre de todas las batallas, Aníbal Fernández se convirtió en el padre de todas las derrotas. Y La Cámpora o el sabatellismo en las intendencias, fueron sus hijos legítimos.
Pero Aníbal Fernández no fue más que el depositario del malestar general que existe con el Gobierno nacional en amplias franjas de la clase trabajadora (sobre todo sindicalizada) y las clases medias que ya había reflejado la ruptura y la demagogia de Massa en 2013. Un malestar que es producto del inocultable deterioro de la situación económica.
En qué proporciones a la provincia de Buenos Aires “la ganó” María Eugenia Vidal o “la perdió” Aníbal Fernández quedará como una incógnita para politólogos e historiadores y para nuevos “desfalcos” del CONICET (parafraseando a Andrés Malamud). Lo que es seguro es que la derrota estuvo a la “altura” del candidato del FpV.
Se terminó imponiendo una “polarización” baja (alrededor del 35%) entre las dos fuerzas (aunque con Massa manteniendo los votos) y en los últimos días de campaña, la demagogia clásica de los candidatos tradicionales se combinó con distintas variantes de llamado al “voto útil”.
Una realidad que evidencia que ninguno de los tres principales logró “enamorar” a las grandes mayorías populares con sus proyectos o programas políticos, pese a haber contado con los recursos estatales (ya sea del Estado nacional, provinciales o municipales) y el respaldo del gran empresariado y los dueños del país.
Aunque colocó al candidato que supuestamente “mejor medía”, el desgaste del gobierno nacional y del oficialismo impidió que Daniel Scioli ganara en primera vuelta y quedó casi empatado con Macri.
El kirchnerismo y Scioli, convocaron al “voto útil” para “que no gane la derecha” (Mauricio Macri) y con la demagogia de que era el “mal menor” y la única “garantía” de no perder conquistas sociales.
El jefe de Gobierno porteño, a su vez, convocó al “voto útil” para evitar que Scioli gane en primera vuelta y de esta manera logró forzar el ballotage. Reconoció que no podía alzarse con el triunfo por méritos propios y reclamó el apoyo para lograr la segunda ubicación.
Por último, Sergio Massa desde más atrás aún, solicitó un voto útil “diferido”: pretendía ubicarse segundo porque presuntamente sería el mejor para enfrentar al oficialismo en un eventual ballotage. Es decir, el que estaba tercero cómodo, aseguraba que podía ser el “mejor segundo”.
Los tres utilizaron como recurso político, el rechazo que generaban los otros candidatos, antes que la adhesión contundente a sus propias propuestas.
Los resultados terminan de configurar un escenario de crisis política en las coaliciones tradicionales: el peronismo dividido internamente en el Frente para la Victoria y con una parte desplazada hacia Massa; y el PRO, triunfador político en las PASO pero sin la densidad ni con una estructura política nacional para dar garantía de “gobernabilidad”.
El ballotage abre un escenario “brasilero” con Scioli en el camino de la “dilmificación” (buscando seguir la orientación de la mandataria de Brasil cuando retuvo por poco la presidencia) y Macri en la senda de la “caprilización”, el desplazamiento que en líneas generales hacen las derechas del continente como homenaje a la relación de fuerzas. Queda abierta la incógnita de cuánto está dispuesta Cristina Fernández a cumplir al papel de Lula o a esta altura le atrae el tentador escenario de la vía chilena: un Piñera (Macri) propio que le permita alguna vez el regreso heroico.
Los resultados de la segunda vuelta están cargados de incertidumbre.
En este contexto de polarización “sui generis”, cobra otro valor político el resultado del Frente de Izquierda y de los Trabajadores, subiendo levemente desde las PASO en presidente y vice y alcanzando alrededor de un millón de votos en el tramo de legisladores; además de superar a la variante de centroizquierda que representaba Margarita Stolbizer.
El progresismo opositor se hundió una vez más electoralmente, el oficialista está doblemente derrotado, primero por su propia desgarradora resignación ante Scioli y luego por los resultados: doble fractura expuesta.
El FIT queda como un consolidado polo político de la extrema izquierda con voz propia para encarar el rechazo con el voto en blanco, frente a estas dos opciones conservadoras y antipopulares y fortalecer su desarrollo político y organizativo. |