Los últimos años han visto un renacer de la novela negra. Su atractivo ha superado ya la barrera literaria y ha saltado al terreno de las series, para terminar de imprimirle el sello definitivo de boom.
El pasaje al formato de series ha confirmado la vigencia del género. Lejos del estatus de culto de la sin duda precursora Twin Peaks (David Lynch), las series cumplen con la receta negra: investigadores desencantados, obsesivos e imperfectos, perdedores para las generales de la ley, pero cómplices de lector/espectador en la lucha contra las injusticias y por develar la verdad. El escenario es el centro, supera incluso el crimen.
Esto sucede en The Killing, donde Sarah Linden recorre la Seattle decadente, con calles húmedas pobladas de homeless y adolescentes prostituyéndose. En The Bridge donde la historia del cuerpo encontrado en el puente entre El Paso y Ciudad Juárez queda en segundo plano. “La Bestia”, esa cosa-persona-lugar que mata, viola y tortura mujeres condensa la vida de la frontera controlada por narcos, policías y militares, controlados a su vez por los intereses políticos de ambos Estados.
Algo parecido sucede en la miniserie británica de la BBC, The Fall, donde un asesino de mujeres ataca en Belfast (Irlanda del Norte) y la policía local decide llamar a la especialista de la policía Metropolitana de Londres, Stella Gibson (Gillian Anderson). En The Fall la propia Belfast es protagonista, desde sus retenes militares hasta su jefe de policía que es un recordatorio constante de la amplia politización de todos los asuntos de la ciudad.
True Detective es quizás el exponente más logrado en cuanto a la combinación de los ingredientes de la novela negra pasada a la televisión. Las postales de Louisana en el sur de Estados Unidos albergan la historia de los detectives que se cruzan con un coctel de violencia, atraso cultural y brutalidad policíaca, que es tan común como difícil de narrar sin caer en clichés idealistas o morbo innecesario.
Pero si hay un detalle que la distingue a esta gran novela negra norteamericana, son sus personajes, que han motivado toda clase de debates, justamente porque dan en la tecla de todo lo que se odia, se ama y se teme. Una frase, elegida arbitrariamente, podría bastar para dar una idea de la crudeza que exudan: “Por supuesto que soy peligroso. Soy policía, puedo hacerle cosas horribles a la gente… con impunidad”.
No podemos dejar de sospechar, al menos, que algo de la “superioridad” y crudeza de True Detective se debe a que es el único guión original estadounidense de las series mencionadas. Las demás son versiones adaptadas, hasta edulcoradas, y hechas a medida para el público de Estados Unidos, con su inevitable cuota de visión del mundo. Es el caso de The Bridge (versión libre de Broen/Bron, una coproducción danesa-sueca) y The Killing (cuyas dos primeras temporadas son una adaptación de la danesa Forbrydelsen). ¿Será que cuando se observan las miserias propias todo se vuelve más oscuro?
En el pasaje a las series de televisión se acentúa también una de las características centrales del policial negro, donde el quién pasa a segundo plano y entran en juego el cómo, el dónde y, sobre todo, el por qué. |