En 1981 se describían los primeros casos de lo que se llamaría Síndrome de Inmuno Deficiencia Adquirida (SIDA). En estos 34 años la enfermedad pasó de una sentencia de muerte segura a ser (desde la aparición en 1994 de los tratamientos altamente efectivos) una patología crónica controlable.
En tan sólo 3 décadas y media el HIV/SIDA se metió de lleno en el imaginario colectivo. Como estigma social, como leyenda urbana, como “castigo divino”, como justificación de la homofobia y la moralina barata y represora. Pasaron 34 años, aprendimos mucho del VIH y aprendimos a tratarlo. Pero vivir con VIH sigue siendo un “estigma”, un “riesgo”. Algo que le pasa a “los otros” a los que no son cómo uno. Y es que una enfermedad de transmisión sexual, ligada en el imaginario colectivo a la homosexualidad, es un blanco fácil para los prejuicios.
Pero la estigmatización a quien convive con HIV mata. Mata porque invisibiliza la necesidad de cuidarse. Mata porque lleva a la “clandestinidad” ¿Cuánta gente no se hace el análisis porque tiene miedo al estigma que trae el diagnóstico? ¿Cuántos no hacen tratamiento o lo abandonan porque tienen miedo que alguien se entere?
Muchos. Muchísimos.
La lucha por el derecho de las personas que conviven con HIV a ser reconocidos como personas y no como “infectados” es una lucha contra instituciones e ideologías reaccionarias enormemente poderosas. Es una lucha no sólo contra una Iglesia oscurantista y no sólo contra trogloditas como Abel Albino, que culpabilizan a quien convive con HIV (un “algo habrá hecho” infectológico), sino contra gobiernos que protegen, financian y levantan las políticas de la Santa Sede.
Rosario: análisis de detección gratuita de HIV-SIDA
|