El texto del acuerdo adopta como límite el aumento de la temperatura en 2°C con respecto a los niveles preindustriales, dejando abierta la posibilidad de reducir el objetivo a 1,5°C. Pero, como señaló el ex-científico de la NASA James Hansen en una entrevista al diario The Guardian “Esto realmente es un fraude, una mentira. Para ellos, ya no significa nada decir ‘Nuestros objetivos son los 2°C de calentamiento y trataremos de hacerlo mejor cada 5 años’. Son palabras sin valor. Sin acciones, simplemente son promesas. Mientras que las energías fósiles sigan siendo las más baratas, se continuarán utilizando”.
El punto central del acuerdo consiste en “contribuciones previas determinadas por el nivel nacional” declarado por los Estados. Estas declaraciones de previsión de reducción de emisiones de gases de efecto de invernadero no son en absoluto comprometedoras [vinculantes], sino que, como su nombre lo indica, las contribuciones y anuncios dependen de cada país, sin discusión posible o planificación, sin mecanismos de revisión o sanciones en caso de no respetarlas.
Una realidad muy lejos de los discursos
La totalidad de las “promesas”, en el caso de que se llevaran adelante, conducirían a un calentamiento promedio de alrededor de 3°C en el mejor de los casos. Estamos muy lejos de los 2°C de las referencias oficiales, y más lejos aún de los 1,5°C que serían necesarios, especialmente para las poblaciones más vulnerables que enfrentan la subida del nivel de los océanos y a las inundaciones, o las terribles sequias y las hambrunas que les acompañan, las dramáticas consecuencias para la salud y sus vidas. Tomar en serio este límite requeriría dejar bajo tierra 4/5 de las reservas de carbón, gas y petróleo. Pero las energías fósiles no son ni siquiera mencionadas en el acuerdo. En cambio, los países imperialistas solo utilizan esta falsa promesa de 1,5°C para dividir el frente de países más pobres y emergentes y prevenir sus primeros reclamos contra ellos.
Además, para que el acuerdo entre en vigencia en 2020, deberá ser ratificado, aceptado o aprobado por al menos 55 países representando al menos el 55% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero. Pero “en cualquier momento después de un período de 3 años a partir de la entrada en vigencia del acuerdo”, cualquier país podrá retirarse, previa notificación. Esto es algo que va contra el carácter del mismo acuerdo. Tampoco hace ninguna mención siquiera a medidas ligeramente radicales, como por ejemplo un impuesto por cada tonelada de carbono generado por los emisores más grandes, o un impuesto de 15 dólares la tonelada, que podría aumentar 10 dólares cada año (lo que implicaría un cargo de 600 millones de dólares solo para Estados unidos). Este tipo de propuestas, presentadas por algunos sectores minoritarios al margen de la cumbre, no son vistas con buenos ojos por el “Big Green”, es decir, los grupos de presión ambientales que han participado en la COP21 y que ayudaron a darle una apariencia “democrática” a la conferencia que reúne a los mayores contaminadores del planeta.
El capitalismo no puede dar salidas progresistas
Una vez más queda demostrada la impotencia absoluta de los gobiernos capitalistas para manejar la crisis ecológica y ambiental que amenaza al planeta. Los países imperialistas y otras grandes potencias son los grandes responsables de la contaminación y el cambio climático, pero en lugar de tomar medidas que tiendan a resolver la situación y paliar sus consecuencias sobre los sectores más vulnerables, utilizan los problemas ambientales para crear nuevos negocios capitalistas mientras siguen contaminando.
Así ocurrió con el famoso Protocolo de Kioto (1997) que, entre otras “medidas” para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (causantes del calentamiento global, como el dióxido de carbono, metano y otros), creó las cuotas y permisos de emisión de gases y los mercados internacionales en los que se comercian estos “créditos de carbono” por valores de decenas de miles de millones de dólares. Así ocurrirá ahora con el Acuerdo de París, que impulsa la creación de grandes fondos de inversiones para financiar empresas y proyectos de “energías limpias” como solar o eólica. Los problemas ecológicos y ambientales tienen claramente un carácter de clase, producto de la explotación a los trabajadores y la expoliación de los recursos.
Los grandes capitalistas, inversores y millonarios seguirán viviendo cómodamente en sus countries y departamentos vip con piscina entre otros lujos, lejos de las inundaciones y otros desastres. Los únicos verdaderamente interesados en resolver la amenaza ecológica y sus devastadores efectos sobre la población humilde, son los trabajadores y las masas pobres. Y su resolución estará inevitablemente ligada a afectar la ganancia de los grandes empresarios y monopolios para que los beneficios de la producción y el comercio se destinen a la inversión en soluciones concretas y no a la acumulación capitalista. |