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La Izquierda Diario
17 de abril de 2016 Twitter Faceboock

OPINIÓN
¿Quiero ver el video?
Luna Paya

Una joven denuncia a su abusador en un video que se viraliza en las redes sociales. La viralización lo convierte en noticia de los medios. Las notas de los medios vuelven a multiplicarse en las redes.

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Una compañera de militancia mandó el video por mail a una lista. Y la hija adolescente de un compañero, lo envió por inbox de Facebook. Personas desconocidas me lo enviaron por DM de Twitter. Y personas conocidas lo hicieron por whatsapp. Cuando aún no me decido a verlo o no, los diarios hablan del video.

Y quiero hablar del video sin verlo. O quiero verlo, pero entonces estoy segura de que, luego, no podría hablar de él. Para ser más precisa, no sé si quiero hablar del video, de este video, sino de los videos que, como éste, inundan las ventanas de todos los dispositivos en los tiempos que corren. Pero quiero hablar y sólo tengo preguntas, este domingo en este mundo en que la publicidad de lo privado se ha convertido en la contracara de esa moneda por la cual se ha privatizado todo lo que era público.

¿Y es verdaderamente privado aquel acontecimiento que revela, ejemplifica, se presenta como caso de una práctica social, cultural, histórica en este mundo en que la subordinación de las mujeres se garantiza con el consenso gestado por las ideologías y con la coerción impuesta por la violencia?

El código procesal penal indica que el abuso sexual es un delito privado. Y la teoría del Derecho conceptualiza que un delito es privado cuando se considera que su gravedad no afecta el orden público de la sociedad. Y la violencia contra las mujeres no afecta el orden público de la sociedad, es cierto, lo sostiene. Otra cosa muy distinta es atacar la propiedad privada. Eso desordena a esta sociedad en la que la inmensa mayoría somos expropiados y donde la mitad de la humanidad debe estar sometida a las más diversas formas de violencia, incluso a la expropiación de su cuerpo. Violencia privada que sostiene el orden público.

Todas las leyes y recomendaciones procesales piden no exponer a la víctima de delitos privados: preservar su intimidad para no revictimizarla. Hablan de una intimidad que fue violentada: la misma que el ordenamiento social indica que no le pertenece, que puede ser violentada, aunque después haya leyes que castiguen ese acontecimiento sin evitar que siga aconteciendo.

Y cuando la víctima denuncia públicamente, pone el cuerpo. El mismo cuerpo que no puso consentidamente, sino que fue puesto por otro en ese lugar de víctima. ¿Es necesario el cuerpo propio, expropiado y reapropiado, para hablar de aquello que es privado para una, para muchas, para todas y, por lo tanto, es público?

No tengo respuestas a las preguntas que me genera el video no visto. Sólo la amarga sensación de que ya lo he visto, que lo vengo viendo desde el fondo de la historia, incluso desde antes que se inventaran los videos. Y el asalto de la incertidumbre sobre cuál será el devenir de una práctica denunciadora, enunciada en la primera persona del nombre propio y el cuerpo presente, dirigida a millones infinitos incorpóreos.

Acaso me niego a ver el video pensando que el dolor de la denuncia puede aliviarse con el coraje de la exposición ¿virtual? (¿puede ser el adjetivo indicado tan inapropiado para este caso?), pero sólo puede ser mitigado en la tangible unión y en el movimiento (corpóreo) de las que estamos hartas.

 
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