El affaire Panama Papers, del que ya mucho se dijo, constituye solo el emergente de un asunto de bastante mayor envergadura. Una trama que, al estilo de las famosas muñecas rusas mamushkas, contiene un episodio adentro del otro. Si se observa desde el suceso más pequeño podría decirse que la mamushka Panamá papers está adentro de la mamushka más grande llamada “paraísos fiscales” que, a su vez, está dentro de la muñeca mayor que es la cuestión impositiva y cuya gravitación en la economía mundial adoptó especial relevancia desde los años del fin del boom de la segunda posguerra hasta nuestros días. Hacia fines de los años 60 y principios de los 70, la tributación –cuya historia de fraude acompaña al capitalismo desde los orígenes– empieza a cambiar su fisonomía adquiriendo particular relevancia. La cuestión impositiva resultó uno de los instrumentos del giro neoliberal destinado a incrementar una tasa de ganancia del capital, en descenso por aquel entonces.
¿Qué son los paraísos fiscales?
Aunque no todos los puertos fiscales son lugares físicamente paradisíacos, gran parte de ellos sí lo son, convirtiéndose en suertes de “dos por uno”. Lugares verdaderamente celestiales para el pequeño puñado de dueños del capital que vive pensando distintas estratagemas para retener y acrecentar la más amplia porción del tiempo de trabajo sustraído al común de los mortales. El Fondo Monetario Internacional –pretendiendo no emitir juicio de valor– denomina a los paraísos fiscales Centros Financieros Offshore (CDO) lo que literalmente se puede traducir como centros financieros en el exterior. Pero ¿qué son?
Según los textos “Paraísos fiscales en la globalización financiera” y “Los paraísos fiscales a discusión”, se trata esencialmente de territorios que gozan de un “autogobierno” que les permite determinar su propia regulación en materia fiscal y económica. Esto significa que no tienen que tener necesariamente condición de países, por lo que pueden existir territorios al interior de los Estados que posean características de paraíso fiscal. Solo por acercar algunos ejemplos, Estados Unidos ocupaba en 2015 el tercer puesto por detrás de Suiza y Hong Kong en el ranking de secretismo financiero de la ONG Task Justice Network. Delaware, definido por la organización contra la corrupción, Transparencia Internacional, como “refugio para delitos transnacionales”, encabeza la lista de “paraísos fiscales” norteamericanos. El Reino Unido –otro “país normal”, si los hay–, posee cuatro de los principales paraísos fiscales del ranking elaborado por la misma ONG.
Son enclaves, es decir, territorios con un sistema regulatorio dual, diferente para residentes y extranjeros. A las entidades que se establecen en paraísos fiscales no se les aplica prácticamente ninguna regulación. Los territorios considerados paraísos fiscales reducen la presión impositiva para extranjeros hasta incluso hacerla desaparecer y gozan de una muy laxa normativa financiera. Dentro de los “inquilinos fiscales” de Delaware, por ejemplo, se encuentran American Airlines, Apple, Amazon, Coca-Cola, Facebook, General Electric, Google, JP Morgan, Twitter, Visa y Walmart.
Sobre usos y usuarios
Bancos, empresas transnacionales, grupos de empresas e individuos propietarios de voluminosos patrimonios son quienes usufructúan, mediante variados mecanismos, los paraísos fiscales. Siguiendo la descripción de los textos mencionados, estos territorios se utilizan corrientemente para tres tipos de práctica: la elusión, la evasión impositiva y el lavado de dinero. La elusión es una práctica considerada legal mediante la cual las empresas diversifican los territorios donde pagan impuestos buscando minimizar la carga con respecto a lo que pagarían en un único territorio. Por el contrario, la evasión es una práctica ilegal que consiste en no registrar ganancias que formalmente deberían ser gravadas con algún tipo de impuesto. El lavado de dinero es una operación destinada a lograr que los fondos y activos provenientes de actividades ilícitas aparezcan como resultado de actividades lícitas.
Vale la pena retener sólo un dato resultante de todas estas encantadoras operatorias. Tax Justice Network calculaba en alrededor de 11.5 billones de dólares el valor de los activos depositados en estos enclaves en 2005. El equivalente a un tercio del PBI mundial en aquel año.
Más acá del paraíso
La proliferación de los paraísos fiscales se remonta a los años 60 y 70 y se fue desarrollando como un capítulo de las políticas destinadas a mejorar las condiciones de la ganancia del capital en el contexto del fin del boom de la segunda posguerra.
El desarrollo de los “paraísos” acompañó las políticas de liberalización de los mercados financieros que unos años más tarde se complementaron con cambios en las prácticas bancarias vigentes en Estados Unidos, reducciones impositivas, entre otras, implementadas a partir de los años 80 y muy pronto imitadas por otros países centrales, como el Reino Unido y Francia. Basta tener en cuenta, por ejemplo, que en Estados Unidos y en Reino Unido las tasas impositivas máximas sobre los ingresos más altos declinaron desde el 70 % en la década del 70 hasta aproximadamente el 30 % una década después.
De modo que no se trata solo de los paraísos fiscales –que resultaron puntos de partida de gran parte de las aún actuales e impagables deudas externas– sino de una maraña de políticas de reducciones impositivas destinadas a incrementar la apropiación de ganancias. A nuestro entender estas medidas, conjuntamente con el incremento de la explotación del trabajo y la conquista de nuevas áreas para la expansión del capital, actuaron durante las últimas décadas como tres significativas tendencias que contrarrestaron la caída de la tasa de ganancia. Por eso, parece interesante repensar el affaire Panamá papers a la luz de una situación en la cual una vez más grandes masas de capital enfrentan serios obstáculos para su acumulación. |