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La Izquierda Diario
26 de abril de 2016 Twitter Faceboock

Tribuna Abierta
Walter Bulacio: ¿cómo no sentirme así?
Miguel Vilche

A 25 años de la muerte del ricotero cuyo rostro está grabado en las banderas del mundo del rock.

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Crónica íntima sobre un amigo y compañero de secundario. El momento de su detención ilegal y la conformación en un ícono de lucha contra la represión policial.

“Si ven que no llego corte 8, vayan yendo porque quiere decir que me fui con los pibes de Bonzi...”

Esas fueron las últimas palabras que recuerdo de Walter. Una frase, un sintagma sencillo que puesto en contexto se convierte en una despedida simbólica. Lo había hecho con ese particular tono que tenía, dibujando la sonrisa irónica de siempre que acompañaba un humor especial, creativo, lleno de un sarcasmo que le permitía hacer los chistes más intensos sin dejar de caer bien.

La idea de ese fatídico día era juntarnos en la esquina de Castro y Las Casas, en el barrio de Boedo. Éramos diez, veinte, no lo recuerdo bien, los que acostumbrábamos reunirnos en ese lugar para hacer la previa del show. Una mezcla de compañeros-amigos del colegio Rivadavia y los pibes del barrio, amigos de compañeros; la barra típica, la tribu de mi calle. Los Redondos tocaban un fin de semana por mes, dos Obras, un viernes y un sábado; promocionados apenas en un pequeño recuadro en el “Sí!” de Clarín. A nosotros siempre nos gustaba ir los viernes, “es cuando más onda hay, cuando se pone bien rockanroll”. Era un hábito mensual que se había conformado cuando Patricio Rey pasaba de los boliches y los lugares como Autopista Center en Mataderos, al templo del rock, cuando empezaba su irrefrenable camino a la popularidad, dejando en el camino a los elitistas del gueto.

500 nos habíamos transformado en 1500. Todo crecía y con ello, se llamaba la atención de la Ley, representada por fuerzas institucionales todavía enviciadas por las costumbres de los años de plomo.

Lo esperamos en esa esquina, claro que lo esperamos; reímos con Gancias, vinos, humo y cascarón, hasta entradas las 20:30. “Walter se fue con los pibes de Bonzi, ya fue, seguro alquilaron un micro”, era lo usual en la legendaria Banda de Bonzi, después de todo. Y así nos fuimos, cantando, saltando hasta la parada del 15 en avenida La Plata, en pleno estado de rock. Sin dramas, sin prever ni presentir nada.
Ya en la periferia del estadio nos indignamos por las escaramuzas que empezaban a ser habituales, los palazos, las botas repiqueteando. Había demasiados uniformados, sobre todo para nosotros, ricoteros viejos acostumbrados a recitales casi sin seguridad. Pero pudimos escapar a esos filtros y meternos en Obras. Pogueamos, cantamos, bailamos, nos contorneamos, levantábamos a los chicos que se caían al piso y volvíamos a por los bises. En esa época no se terminaba con “Ji ji ji”, por lo que nunca se sabía cuándo el show llegaba a su fin. Incluso una vez, ya en Libertador, desde la vereda de enfrente cruzamos corriendo porque escuchamos los acordes de “Rock para los dientes” que avisaba de un nuevo bis, ya con los plomos en el escenario, cansados pero cantando. Tampoco sabíamos con certeza cuando empezaba, porque el Indio siempre pedía paciencia a través de los micrófonos por “los redondos que todavía están afuera y no pudieron entrar”. Era todo demasiado distinto, si era mejor o peor queda a criterio de cada uno.

Nunca nos enteramos de nada hasta el lunes, es decir, tres días después, cuando ya en el colegio, la preceptora entró y nos tiró el baldazo de agua fría: “Chicos, tengo que comunicarles que Walter está internado”. Ese fue el puntapié inicial de una historia que 25 años después sigue derramando angustia por todos lados, aprietes, coerciones, ventajeros políticos, peripecias judiciales, organismos pedorros y letras, notas, artículos, cuadros, carteles, intérpretes, canciones, poesías, cantos de cancha, cantos de recitales, remeras, banderas. La cara mediatizada de un viejo amigo.
No es importante cómo me siento yo al respecto, siquiera este texto lo es.

Simplemente es una forma de recordar esos instantes en que todo cambió, esas horas previas que parecen rutinarias, esos días que quebraron la historia para siempre. Ese nihilismo es quizás el marco formal ideal de cualquier ensayo sobre el tema, después de todo ¿En qué podemos seguir creyendo? ¿A quién deberíamos defender? Mientras nos deleitábamos con la versión blusera de “Semen-up”, con chicas y chicos bailando su desenfreno, emborrachados por el maldito rock, Walter caía preso, “cobraba” junto a otros ricoteros en el micro escolar alquilado; era humillado por policías en la celda, vomitaba en ella mientras Nazareno escribía con el culo de la Bic en la pared de la cárcel la ya famosa frase: “Caímos por estar parados”, con el nombre de cada uno de ellos. Entonces ¿Cómo no sentirse así?
Una semana estuvimos en el hospital esperando su evolución, durmiendo ahí, atendiendo a la prensa como mejor nos salía, prestando declaración, absortos, sorprendidos, shockeados por semejante repercusión, por tal nivel de atención de un circo mediático feroz. Después de todo, éramos pibes de barrio de tan sólo 17 años.

Hasta que llegó el viernes 26…

La radio me despertó con la noticia, Walter se convertía en el primer muerto en las barbas del rock argentino. Nuestro amigo, el “cuervo”, el “Largui”, el que se venía a Bariloche con la plata que hacía con su laburo en el campo de golf, el que discutía de política con el Ruso, siempre zarpado en comunista. El que se sentaba conmigo, porque éramos los dos que habíamos entrado en cuarto año, los nuevos recibidos con los brazos abiertos.

El resto es historia conocida. El perro con gorra sigue intacto, ha vuelto incluso con nuevos bríos, de la mano de un movimiento que pregona la mano dura, el retorno a los viejos vicios de las fuerzas de represión del Estado.

A lo mejor sí es importante este artículo, a lo mejor puede ser un buen ejercicio con la excusa de rememorar a Walter, de traer el tema para evitar el olvido y no abandonar la lucha por una sociedad más justa, usando la iconografía de siempre. Un retrato que puede servir también para mostrar cómo el fenómeno ricotero se fue reconfigurando, como se puede evitar la sacralización, cómo siempre la obra es superior al artista, porque el silencio de Patricio Rey sigue cortándome las venas y es algo que me cuesta superar, más allá del respeto que me despiertan sus miles de seguidores. Yo también era una de ellos.

Pero también puede servir como prueba concreta, como ejemplo tangible que muestre los peligros de permitir que sigan estas tácticas que parecían extintas en términos legales, pero continúan en boga adoptando nuevas formas, legitimadas por silencios mediáticos o justificaciones reaccionarias. Estos 25 años deben demostrar que hemos aprendido que ser joven no es ser delincuente, que la libertad no es negociable bajo ningún punto de vista y nadie puede decirnos de qué forma bailar, a que volumen escuchar o como vivir una fiesta artística. Es menester saber que lo de Walter terminó con los edictos que legalizaban las razzias, pero que los casos de violencia policial siguen creciendo.

Walter está muerto. Vuelvo una y otra vez también sobre ese sintagma y una y otra vez me revuelve el estómago, me asusta, me hace recordar a aquél momento donde, a los 17 años, el mundo me mostraba su verdadero rostro, se quitaba la máscara de cordura y su rostro esquizofrénico se sonreía y me decía que nada es como parece, que la sociedad te escupe en la cara con sus miserias, que nadie te protege, que siempre le van a alborotar tus placeres.
Patricio Rey seguirá con su Súper Show, la leyenda tendrá una mancha, una gota de sangre en cada entrada, cada remera, cada prosa.
Porque así lo dispuso ese perro que nunca mira el cielo. Y así lo fijó ese monarca que nunca miró a la tierra.

Mientras tanto, la esquina siempre va a estar esperando para pasarle la botella de vino al Largui.

 
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