En cambio, sí alumbró un fenómeno más modesto como una carta abierta firmada por 43 oficiales y suboficiales de la Unidad de Inteligencia 8200 que rechazaron seguir sirviendo en esa unidad, alegando que sus tareas sirven para “espiar a palestinos inocentes” y “profundizar la ocupación en Cisjordania”. “No podemos seguir sirviendo al sistema con la conciencia limpia, negando los derechos de millones de personas”, agrega la carta abierta enviada a Netanyahu, al jefe del ejército, Benny Gantz y a los medios, provocando una gran conmoción en la superestructura política israelí.
Si bien en 2003 fueron registrados hechos periódicos de insubordinación en tropas de combate como el grupo de 27 pilotos o los 13 comandos de la brigada Sayeret Matkal que se negaron a prestar servicio por los llamados “asesinatos selectivos”, es la primera vez en la historia israelí que la negativa parte de miembros de una unidad de inteligencia, presuntamente “exenta de dilemas morales”, aunque horrorizada por la sofisticación de los mecanismos de tortura, de la cual ellos mismos fueron testigos.
Los puntos de contacto con los refuseniks son innegables. Los refuseniks formaban un movimiento de soldados activos y reservistas que se negaban a prestar servicio en la primera guerra de Líbano (entre 1982 y 1985), cuando los líderes del Likud, el premier Menajem Beguin y su ministro de Defensa Ariel Sharon, ordenaron a la Fuerza de Defensa Israeli (FDI) invadir el país de los cedros para aplastar a la resistencia palestina encabezada por el Fatah y la OLP.
Miles de soldados, incluso oficiales de rango y suboficiales superiores, se pronunciaron objetores de conciencia afrontando las consecuencias de los tribunales militares que los condenaban a purgar condena en las cárceles. Fue la expresión de un enorme movimiento pacifista de corte liberal que dio a luz organizaciones como Paz Ahora (hoy reducido a un sello vinculado al centroizquierdista Meretez) y Iesh Gvul, una organización de soldados con sectores antisionistas, espantados por la masacre de Sabra y Shatila. Los soldados objetores de conciencia se negaban a prestar servicio fuera de la “línea verde”, los límites del Estado de Israel establecidos antes de la Guerra de los Seis Días de 1967 (cuando el Estado sionista ocupó Gaza, Cisjordania, Jerusalén oriental, las alturas del Golán y la península del Sinaí). Ese movimiento volvió a expresarse en la primera Intifada (1987-1990), el levantamiento mas radical de las grandes masas palestinas, donde las mujeres cobraron un protagonismo de vanguardia enfrentando a la FDI, cuando “la tierra ardía bajo los pies haciendo crujir a los sionistas”, como rezaba una expresión popular.
El movimiento refusenik cuestionaba objetivamente a la FDI como ejército de ocupación, es decir el pilar sobre el cual se constituyó el Estado judío sobre la base de la limpieza étnica del pueblo palestino. Muy similar al viejo estado espartano (independientemente de las diferentes relaciones de producción), el ejército es el nervio vital de la sociedad israelí sobre el que se apoya ese régimen colonial y racista. De la FDI surgieron los partidos políticos y el semillero del cual se selecciona la burocracia civil estatal. Esa combinación entre un levantamiento popular de masas de un pueblo oprimido que resistía y las fisuras en la principal institución de un Estado colonial y racista, dieron lugar a una crisis muy profunda que fue canalizada por los Acuerdos de Oslo de 1993, oficiados concientemente por el imperialismo norteamericano, el entonces premier Itzjak Rabin y el dirigente histórico del Fatah y la OLP, Yasser Arafat. Rabin, uno de los grandes generales que revistaba en el partido laborista con un pasado “glorioso” como carnicero del pueblo palestino desde la Nakba, era plenamente conciente de la crisis estratégica que corroía al Estado hebreo. Esos acuerdos de paz tramposos y fraudulentos terminaron profundizando los padecimientos del pueblo palestino, mientras cerraba las brechas en el Ejército.
El asesinato de Rabin terminó de barrer la hojarasca de la solución falaz de dos estados, abriendo la derechización de la sociedad israelí, con el protagonismo de los movimientos de colonos ortodoxos que provenían del viejo Gush Emunim (Bloque de los Creyentes, creado en 1974 después de la guerra de Iom Kipur) y la formación de decenas de partidos políticos a la derecha de los derechistas Likud y Mafdal. El movimiento sionista, originariamente laico y semi ateo, devino religioso, mesiánico y milenarista, barriendo a los refuseniks, colocando la piedra de toque que disparó la colonización acelerada de la Cisjordania palestina.
Bajo este marco derechista emerge un nuevo fenómeno, desde ya muchísimo más acotado pero que despertó el mismo temor por fundados motivos. La carta denuncia que los servicios de inteligencia israelíes de ningún modo sirven a “objetivos de defensa” pues “toda la información recopilada sirve como herramienta para profundizar el control militar en los territorios palestinos. Las colonias no tienen nada que ver con la seguridad nacional. Lo mismo sobre las restricciones de construcción y desarrollo, de la explotación económica de Cisjordania, el castigo colectivo a Gaza y la actual barrera de separación… Millones de palestinos han vivido bajo ocupación militar israelí durante unos 47 años. Este régimen niega los derechos básicos u expropia grandes tramos de tierras para la construcción de colonias judías que tiene un sistema legal, una jurisdicción y una aplicación de la ley distinta”.
La Unidad 8200 es la compañía de espionaje más importante de los cuerpos de inteligencia de la FDI (y una de las más selectas desde el punto de vista internacional), provista de la tecnología más sofisticada, diseñada por EE.UU. y el Estado hebreo, considerada un pilar de la “seguridad israelí”. Sus funciones son similares a la Agencia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, aunque en este caso se trata de una unidad militar, cuya dirección es información clasificada. Los soldados que egresan de esa unidad tras el servicio miliar suelen ser empresarios o técnicos de alta tecnología, vinculados a la industria militar, cuyo centro de gravedad es el mismo ejército. Su status casi aristocrático es una marca registrada en la sociedad israelí. Por eso la alarma del régimen. “Motín”, “anarquía”, fue la voz de mando de la “opinión pública” alertando sobre posibles fisuras en el ejército. Si bien son apenas 43 soldados en un mar de miles, los analistas más avezados anticipan problemas a futuro, dado su origen en el corazón de la oficina más prestigiosa e importante de la inteligencia israelí. La huella de los refuseniks parece tener más tela para cortar. |