Fotografía: Sebastian Sciutti
El viernes por la tarde, cuando uno bajaba –hacia el Bajo, como corresponde- por calle Belgrano, lo primero con lo que se topaba era una enorme columna de trabajadores y trabajadoras de Comercio. Cuadras y cuadras repletas de jóvenes y no tan jóvenes. En la calle Defensa –a apenas metros de distancia de donde terminaba la columna de mercantiles- empezaba una más abigarrada de Luz y Fuerza.
Defensa es una calle muy angosta, es difícil no apretarse. Ahí se encontraban unas 5 cuadras de trabajadores que pugnaban por llegar al Monumento al Trabajo. Prácticamente no lo lograrían.
Belgrano era, por así decirlo, uno de los “brazos” de la manifestación que, como un pulpo, extendía tentáculos en varias direcciones. La expresión “marea humana” –utilizada como cliché en estos casos-era la mejor definición de la situación.
Los más de 100.000 trabajadores y trabajadoras se mostraban como una fuerza enorme. Cierto es que la esa fuerza se hallaba limitada por los moderados objetivos de sus direcciones que, a lo sumo, proponen una mejor negociación con el gobierno.
Sin embargo, la “Argentina plebeya” -la que se encuentra en blanco y encuadrada en las organizaciones sindicales- hacía su entrada en escena bajo el gobierno de Macri. No será, ni por asomo, el único acto de la obra.
El gobierno nacional logró unificar un conjunto de reclamos gracias a su marcada agenda anti-obrera y, más en general, antipopular. Los sindicatos se convirtieron en convocantes y protagonistas de la concentración más importante en 4 meses de gobierno.
Vale reseñar que no la única. Distintas manifestaciones y distintos actores -muchas veces entremezclados- son protagonistas, desde hace ya varias semanas, de una realidad que expresa en las calles, el creciente malestar político producto del deterioro del bolsillo obrero y popular.
Las “clases peligrosas”
El discurso reaccionario de la clase capitalista hizo de ese término el predilecto para definir las manifestaciones obreras durante parte no menor de la historia bajo el capitalismo. La adjetivación no carece de fundamentos.
Este viernes, la clase trabajadora argentina volvió a evidenciar su enorme peso social. Lo hizo, incluso, a pesar de no haber paralizado el país como ocurrió en los paros nacionales bajo el kirchnerismo. La ausencia de gremios poderosos como SMATA o la UTA fue otro componente que restó fuerza a la masiva demostración.
La movilización expresó, de manera condensada, la fuerza social de una clase que, al calor del crecimiento económico en la década pasada, se recompuso también en el plano de sus fuerzas objetivas. No se trata de una “reivindicación del kirchnerismo” -como suele pensarlo alguna mente obtusa- sino de precisar las tendencias económicas que operaron efectivamente.
Que esto se hizo a costa de la continuidad de la precarización laboral y sobre la base de esa enorme conquista burguesa que fue la devaluación de la moneda en 2002, no cabe duda.
Precisamente, una de las claves del ciclo kirchnerista estuvo en la continuidad de esas condiciones estructurales conquistadas por la clase capitalista, evidenciada -entre otras cosas- en la fragmentación de las filas obreras. Tercerización y precarización laboral, contrataciones permanentes y todo tipo de otros subterfugios legales fueron el común denominador.
Esas prácticas no existieron solo en el terreno de la llamada economía “privada”, sino también -y con mucho peso- en el Estado mismo. Como se ha señalado, la sangría de despidos que Cambiemos impulsa en ese ámbito sería más difícil si del kirchnerismo se hubiera “heredado” estabilidad y no miles de contratos precarios.
A pesar de esas limitaciones, esa fuerza social se expresó este viernes, en la siesta porteña.
Rupturas
El discurso mediático gorila de jueves y viernes pasado “pedía explicaciones” a los dirigentes sindicales por haberle dado solo 4 meses al gobierno de Macri y, en el caso del kirchnerismo, haber hecho la vista gorda por casi 9 años.
Para el periodismo “republicano” el ajuste en curso no tiene importancia. Independientemente de las circunstancias, la defensa de las instituciones merece “respeto”. Señalemos al pasar que el mismo pedido que aquí se aplica al gobierno electo, en Brasil se aplica a la oposición golpista. La vara para medir tiene amplia flexibilidad.
Volvamos a la clase trabajadora y sus organizaciones. Su fuerza se pondría de manifiesto nacionalmente a partir de 2012, cuando las variables económicas del ciclo de crecimiento “a tasas chinas” hubieran pasado a mejor vida. El kirchnerismo en el poder empezaría a sentir el desarrollo de la “grieta”, pero hacia el lado obrero.
Los paros nacionales subsiguientes darían cuenta de un descontento social creciente de amplias capas de trabajadores. La burocracia sindical emergería como una suerte de sujeto político opositor que canalizaba en las calles y en las palabras el descontento, siempre hacia las variantes políticas patronales en el terreno electoral.
El discurso kirchnerista ubicaría entonces a dirigentes como Moyano o el “Momo” Venegas en el campo de los “destituyentes”. Las operaciones políticas y mediáticas de la mano de la oposición patronal permitían hacer asequible ese argumento a millones de personas.
Pero, paradójicamente, ubicarse en el campo oficialista, dentro del “proyecto nacional y popular”, tampoco rendía sus frutos. Lo sabía más que nadie un Antonio Caló que, a pesar de peregrinar por los actos del gobierno y hasta recibir tirones de orejas en cadena nacional, no lograba obtener ninguna concesión redituable.
Los últimos años del “modelo” mostraría, cada vez más, dos límites cuasi infranqueables en ambos extremos del mundo laboral: por “arriba”, la existencia de un impuesto al salario que afectaba ampliamente a las capas mejores pagas de la clase trabajadora; por “abajo”, el trabajo precarizado que impedía a sectores importantes superar el umbral de la pobreza.
Si la contención social desde el Estado era parte de las banderas declamadas por el “proyecto” –aunque hoy puedan ser apropiadas por el macrismo-, también confirmaban el fracaso del modelo de “ascenso social”.
La izquierda, un actor la obra
El panorama del movimiento obrero argentino no estaría completo sin uno de los elementos esenciales del último período: el crecimiento y desarrollo de la izquierda trotskista en el seno del mismo.
Si en el terreno electoral, como tendencia política, el Frente de Izquierda expresó crecientemente la crisis de diversos sectores en relación al kirchnerismo desde 2011, eso tendría su correlato en el ámbito sindical, donde crecerían las agrupaciones y sectores ligados a la izquierda.
Ese peso tuvo expresión también en luchas duras e importantes de los últimos años, transformados en emblemas de resistencia a los ataques del capital. La pelea contra los despidos masivos en la autopartista Lear o la lucha que impidió el vaciamiento y cierre de la gráfica Donnelley (hoy MadyGraf) son dos hechos ampliamente documentados que fungen como ejemplos.
Los cortes en la Panamericana o los piquetes independientes en los paros nacionales fueron, también, un signo de diferenciación política en relación a la burocracia sindical de todo pelaje. En la movilización del pasado viernes, el sindicalismo combativo y la izquierda volvieron a aparecer como voceros de un polo independiente, que exigía el llamado a un paro nacional contra el ajuste. Su participación fue una de las “excusas” de Barrionuevo para despegarse de la concentración.
También en la fría noche del pasado viernes se conocía una noticia central: el triunfo de una lista integrada por la izquierda trotskista en el SUTNA, sindicato que agrupa nacionalmente a los trabajadores del neumático, expulsando a la burocracia ligada al kirchnerismo de Pedro Wasiejko.
En ese marco, es preciso anotar que un límite a la estrategia negociadora de la burocracia sindical, está dado por el plan estratégico del gobierno y la clase capitalista en su conjunto: garantizar las condiciones para un nuevo salto en la explotación de la clase trabajadora, recreando las condiciones para una mejor rentabilidad y una mayor productividad del trabajo. Ese es el grito de guerra de las patronales. Un grito que el gobierno no puede hacer propio, pero conoce. De allí, la oposición rabiosa a cualquier norma que vete los despidos.
La “alegría” de Sturzenegger o el optimismo de Macri parecen herramientas discursivas para engañas incautos. Las afirmaciones moderadoras de Moyano o Caló tienen, precisamente, el límite impuesto por la política económica global del gobierno.
En ese escenario, la clase trabajadora puede empezar a pisar más fuerte en el escenario nacional. Y la izquierda es parte actuante de ese escenario. |