Sin embargo, la conquista de la candidatura por parte de Anticapitalistas al Constituyente -fórmula impulsada por el Movimiento de los Trabajadores Socialistas- después de la verdadera hazaña que significó conseguir más de 75,000 firmas, es un hecho novedoso. Por primera vez en décadas, una candidatura obrera y socialista irrumpe militantemente en el panorama electoral con una propuesta política alternativa a los partidos al servicio de los empresarios.
Este hecho es relevado por distintos medios de comunicación, desde El Gráfico hasta El Financiero. Este último ha señalado que
“Fue inevitable sentir un viaje al pasado, a las ilusiones y creencias hoy totalmente desdibujadas. Cómo no recordar el 68 cuando Sergio Abraham Méndez Moissen comenta que propone la disolución del cuerpo de granaderos. El candidato independiente al Constituyente plantea que todos los funcionarios ganen lo mismo que un maestro, para acabar los privilegios de la clase política. También está a favor de la revocación del mandato y pide acabar con la precarización del salario y las empresas outsourcing, como sucede con los trabajadores de limpieza de la jefatura de Gobierno. Méndez Moissen es parte del Movimiento de Trabajadores Socialistas y nos recuerda conceptos que ya no son fáciles de escuchar”.
En este artículo queremos ir más allá del análisis de coyuntura y actualizar la reflexión en torno a uno de los problemas candentes para los trabajadores y la juventud: cómo conquistar la independencia de clase y abonar al surgimiento de una izquierda revolucionaria en el país.
Un poco de historia
El correlato político de la aplicación del neoliberalismo en México fue la llamada “transición democrática”. El desmantelamiento de esa suerte de “estado de bienestar” surgida en el período postrevolucionario, requería de cambios que oxigenasen la desgastada hegemonía del PRI sobre el movimiento de masas.
El masivo movimiento democrático de 1988 que reclamó ¡fraude!, la rebelión zapatista de 1994 y la huelga de la UNAM de 1999 llamaron la atención sobre el cuestionamiento al viejo régimen, que implementó una “reforma política” a modo para evitar que el tricolor abandonara Los Pinos como resultado de la acción de las masas, y garantizar la implementación del programa contenido en el TLC y mandatado por el imperialismo.
En estos tres momentos distintos sectores de masas hicieron enormes esfuerzos por sacarse de encima al PRI. La ofensiva neoliberal no hubiese sido posible –o por lo menos habría encontrado mayor resistencia–, si las direcciones sindicales charras no hubieran evitado con todos los métodos posibles que los trabajadores resistieran al proceso que los llevó a la pérdida de conquistas, atomización y precarización de sus condiciones de vida. Esto mientras legitimaban el nuevo régimen político de dominio conocido como la alternancia.
En 1988, el movimiento democrático fue desviado por el expriísta Cuauhtémoc Cárdenas. Bajo su empuje se fundó el Partido de la Revolución Democrática, al cual se mudaron la mayor parte de las organizaciones de izquierda, que se fortalecieron en el ciclo abierto por la huelga ferrocarrilera de 1959, pasando por el 68 mexicano y el auge obrero de los setentas que se prolongó hasta la década del ´80.
El 5 de mayo de 1989 surgió el PRD con la adhesión del centro izquierdista Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT), liderado por Heberto Castillo, del Partido Socialista Unificado de México (fusión del Partido Comunista de México que obtuvo su legalidad en 1984 y otras organizaciones de corte estalinista o maoísta); el Movimiento Revolucionario del Pueblo (con ascendencia guerrillera); la Unión de la Izquierda Comunista (UIC) y el Partido Socialista de México (PSM). Provenientes del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), de tradición trotskista, un sector encabezado por Adolfo Gilly se hizo parte de la fundación del sol azteca.
La marea democrática fue cooptada desde sus inicios por una dirección burguesa, con el aval del conjunto de la izquierda. Esto resultó una verdadera tragedia: evitó que en el seno de este movimiento se fortaleciera una alternativa de independencia de clase que se preparase para los combates por venir.
Como rayo en cielo sereno, el levantamiento indígena de 1994 encabezado por el EZLN planteó la posibilidad de un nuevo cuestionamiento al neoliberalismo. Sin embargo, fomentando la división entre lo político y lo social, la dirección del subcomandante Marcos, mientras anunciaba que no aspiraba al poder político, apoyaba en los hechos al PRD planteando “ni un voto al PRI, ni un voto al PAN”, y estableciendo entre sus aliados a la dirección del PRD y sus intelectuales orgánicos. La mayor parte de la izquierda que había persistido después de 1988, se fundió en el zapatismo sin delimitación estratégica o bien se subordinó políticamente al reformismo armado.
La dirección del EZLN no inició su ruptura con el PRD hasta después de que este partido votó en contra de la propuesta de ley a favor de los derechos indígenas, y en el 2006 lanzó la Sexta Declaración de la Selva Lacandona.
Pero aún en la huelga de 1999, donde una nueva generación de jóvenes rompió el férreo control burocrático del PRD sobre el movimiento estudiantil e inició un cuestionamiento en los hechos a la llamada “transición pactada”, la dirección del EZLN defendió a los “moderados” en contra de la llamada “ultra”, dando un contundente espaldarazo a las corrientes vinculadas al sol azteca que buscaban traicionar la huelga.
En este largo periodo, la mayoría de las organizaciones que se reclamaba socialistas se condujeron tras dos estrategias que abrieron una larga crisis en estas formaciones, cuando no su abierta liquidación. Por una parte, la subordinación política al PRD. Por otra, la que se hizo hegemónica en sectores amplios de la vanguardia: que los llamados “movimientos sociales” no debían aspirar a ningún tipo de representación política ni a alcanzar el poder. “Cambiar el mundo sin tomar el poder” de John Holloway –uno de los principales ideólogos del zapatismo–, se volvió el sentido común de una generación juvenil e incluso sectores minoritarios de la clase obrera.
Quienes hoy impulsamos Anticapitalistas al Constituyente, somos parte de una corriente que en esos años alertó del peligro que representaban para el movimiento obrero y la juventud combativa las variantes “democráticas” (desde el PRD hasta el Morena) y del reformismo político y social. Sin embargo, esto fue desoído por las viejas formaciones de izquierda.
La mayoría de ésta vio a la transición democrática como un avance para las masas y no como lo que era: una reforma cosmética del antiguo régimen para contener y desviar el descontento, aggiornar las instituciones y mantener intactas las instituciones de dominación. No faltaron quienes llegaron a definir a las elecciones del 2000 y el triunfo de Vicente Fox como una “revolución democrática”.
La consecuencia fue la adaptación a las alas burguesas “democráticas” que pretendían democratizar al régimen político, así como a las corrientes reformistas que se limitaban a presionarlo, adversarios de luchar por su caída revolucionaria. Bajo esta adaptación política se dejó de lado la construcción de una poderosa organización socialista y revolucionaria en México: la mayoría de la izquierda se convirtió en “consejera” del PRD, del EZLN o de direcciones sindicales “opositoras”. Esto implicó también abandonar la construcción de fracciones revolucionarias en el seno del movimiento obrero para recobrar los sindicatos charrificados.
Extraer estas conclusiones es fundamental cuando se abren nuevas posibilidades y que tenemos la oportunidad de construir una nueva izquierda socialista y revolucionaria en el país.
Un nuevo momento de la lucha de clases
El nuevo siglo transitó sus primeros años hacia el “fin del neoliberalismo”, la crisis económica del 2008 y la emergencia de nuevos procesos de la lucha de clases como la primavera árabe en el Magreb africano, que tuvo su correlato en una virtual revuelta juvenil a nivel internacional: desde los indignados españoles hasta la “juventud sin miedo” en Chile.
En México, podemos decir que del 2011 al 2015, emergió un nuevo ciclo de la lucha de clases: el movimiento contra la militarización, el #YoSoy132, la lucha magisterial y el imponente movimiento por la aparición con vida de los 43 normalistas de Ayotzinapa.
Protagonizados por jóvenes, en su mayoría estudiantes tanto de las clases medias ilustradas como de la juventud precaria, pero también por sectores de trabajadores y las clases medias, dichos movimientos tuvieron su epicentro en la Ciudad de México.
Esta generación se encuentra en una nueva encrucijada. O se hace fuerte una perspectiva revolucionaria y con independencia de clase, que articule la lucha con la necesidad de que la juventud y los trabajadores pongan en pie su propia alternativa política, o se irá tras una nueva mediación surgida de las entrañas del PRD: el Morena.
La estrategia de reforma con métodos radicales
En política no existe el vacío. La vanguardia y los sectores de masas de los que hablamos antes tienen direcciones. El Movimiento por la Paz fue dirigido por Javier Sicilia y sectores del derechohumanismo que le impusieron un gran límite: la lucha contra la militarización se convirtió en la lucha por una ley de víctimas que le dio oxígeno al régimen político.
El movimiento #YoSoy132 fue hegemonizado por un sector “moderado” que buscó llevarlo tras el voto a AMLO, bajo la lógica de que la clave era impedir la llegada del PRI al gobierno y apoyar así al mismo partido que votó en contra de la ley indígena y fue el “partido de la contención” desde 1989.
La lucha contra la reforma educativa y por la aparición con vida de los 43 normalistas puso en la cresta de la ola a aquellas corrientes hegemónicas en las organizaciones de maestros y normalistas, que también tienen cierta ascendencia entre la juventud.
En el caso de la CNTE las corrientes filo estalinistas como la UTE (Unión de Trabajadores de la Educación) del Frente Popular Revolucionario (el stalinismo mexicano), la FCSUM dirigida también por el stalinismo y sectores maoístas. Estas direcciones, que apelan constantemente a los métodos radicalizados que sostienen una base combativa, impusieron una estrategia reformista.
En el caso del movimiento por Ayotzinapa, la falta de una política para que entrase en escena el movimiento obrero le dio oxígeno al gobierno de Peña Nieto para contener la crisis política abierta en septiembre del 2014. Si bien esto fue responsabilidad de las direcciones sindicales –oficialistas u “opositoras” – que se negaron a impulsar la movilización de la clase obrera, es un hecho que las direcciones populistas fueron adversarias de la unidad obrero estudiantil y popular en las calles.
Como resultado de esto, estas movilizaciones no cambiaron la correlación de fuerzas y el gobierno de Peña Nieto se mantuvo en pie. Sin embargo, está presente un fuerte descontento con el gobierno y sus planes.
Morena
En el 2015, el Morena emergió como la novedad en el panorama nacional y en particular en la zona metropolitana. Allí, donde estuvo el centro de las movilizaciones del yosoy132 hasta los cientos de miles que salieron a las calles por Ayotzinapa. El Morena se convirtió en la alternativa elegida por millones para mostrar su descontento frente al régimen político y la “narcopolítica”.
La fuerza liderada por Andrés Manuel López Obrador, aunque mantiene un discurso de oposición, evidencia seguir los pasos del viejo PRD. Ha incluido en sus listas electorales a empresarios y ex integrantes del PRI y el PAN, reciclando a los mismos políticos parásitos al servicio de los capitalistas, dándoles una “segunda oportunidad”.
Esto es consecuencia de una estrategia centrada en reformar y democratizar las instituciones de forma ultra limitada, apelando para ello a integrar a sus filas a personeros de la “mafia del poder” que el mismo AMLO pretende combatir. Morena, al no cuestionar hasta el final el carácter de este régimen al servicio de las transnacionales y de la Casa Blanca, no puede dar una respuesta integral a las aspiraciones de cambio del pueblo trabajador y la juventud.
Las perspectivas para construir una alternativa socialista
Las miles de firmas que hicieron realidad la candidatura independiente impulsada por el MTS a la Constituyente de la CdMx constituyen un hecho auspiciante. Por primera vez en años aparece en un proceso electoral una fuerza política revolucionaria, y lo hace a la izquierda del Morena.
Quienes impulsamos Anticapitalistas al Constituyente somos parte de una organización socialista e internacionalista que en los años previos resistimos la emergencia de direcciones burguesas “democráticas” y reformistas. Eso nos permitió, cuando se abrieron nuevas oportunidades de la lucha de clases, ser parte de los distintos movimientos protagonizados por la juventud y los trabajadores, desde el #YoSoy132 hasta la lucha por los 43 y la heroica resistencia magisterial-. Al calor de ello, confluimos con jóvenes, estudiantes y trabajadores en la tarea de construir una nueva organización revolucionaria.
Nuestra participación en las elecciones está puesta al servicio de esta tarea fundamental. Como ya planteamos, queremos llegar a la Constituyente para defender los derechos de los trabajadores, las mujeres y la juventud, y plantear –también en ese terreno– la necesidad de ampliarlos, conscientes de que los derechos se conquistan en las calles.
A los miles que reciben las propuestas de los anticapitalistas, queremos proponerles la necesidad urgente de construir una nueva fuerza política en México. Para eso, hay que asumir una perspectiva de independencia de clase.
Esto implica, en primer lugar, una crítica profunda de la estrategia política –centrada en la reforma del régimen actual– de la dirección lopezobradorista y cualquier otra alternativa de centroizquierda, sea “partidaria” o “ciudadanista”. Y un diálogo profundo con las aspiraciones de cambio de los miles de trabajadores y jóvenes que confían hoy en AMLO, con el objetivo de ganarlos para una perspectiva de transformación radical del actual régimen económico, político y social.
Eso implica también la lucha estratégica con las direcciones del movimiento obrero que se reclaman democráticas, pero que llevan a los trabajadores a confiar en los partidos “opositores” cuya perspectiva no va más allá de la humanización del capitalismo. La pugna contra la subordinación política del movimiento obrero a estas variantes es una tarea histórica en México. Es imprescindible para construir una organización que no sólo de peleas en el terreno sindical y de las reivindicaciones inmediatas, sino que se ponga al frente de edificar un nuevo movimiento obrero, clasista y revolucionario.
Por eso, nuestra actividad política –antes, durante y después de las elecciones del 5 de junio– está puesta al servicio de que nuevos sectores de trabajadores y de jóvenes abracen las ideas socialistas: acabar con el capitalismo, imponer un gobierno de los trabajadores y sus aliados del campo y la ciudad, y construir una sociedad sin explotadores ni explotados.
La clase trabajadora y el pueblo de México se merecen la emergencia de una nueva organización socialista y revolucionaria que se prepare para sacudir a México desde sus cimientos.
Ciudad de México, 24/05/2016 |