En mayo de 2013, luego del asesinato del Pájaro Cantero, el gobierno provincial instruyó al Juez Vienna para dar curso a la megacausa por asociación ilícita conocida como “Los Monos”. Algunos periodistas especializados, como Carlos Del Frade, indican que el funcionario que solicitó personalmente a Vienna que lance la causa fue Raúl Lamberto, Ministro de Seguridad por esos años. Vienna ya tenía la investigación preparada. A raíz de una foto del Juez con el padre de un narco asesinado por los Cantero, se sospecha que su motivación non sancta era reemplazar al clan Cantero por otro sector de su agrado. Desde ese momento, la justicia provincial se metió de lleno en la guerra narco que dejaba muertos sin cesar en las calles rosarinas, como informamos en la edición de ayer.
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Los Monos, banda originaria de una villa en el sur de la ciudad, se convirtieron en la clave de la política de “lucha contra el narcotráfico”, que consistía en dar curso a causa judicial, inundar los medios de comunicación con noticias no exentas de exageraciones (por ejemplo, los famosos túneles de la banda eran un simple sótano) y saturar de policías los barrios. Una política que secundó a su manera el gobierno kirchnerista desembarcando gendarmes y prefectos a mansalva, de la mano del represor Sergio Berni.
Mientras, la meritocracia narco siguió funcionando como un relojito, sin que un solo funcionario de gobierno le tocara la puerta a un juez para que iniciara investigaciones. Cargamentos de cientos de kilos de cocaína de máxima pureza siguieron saliendo de los puertos del sur santafesino. Con especial recurrencia, salieron a la luz casos que involucran al Puerto de Rosario (Ver en esta edición: El Puerto de Rosario: un “narco” más peligroso que el Monchi Cantero). En Rosario, un kilo de cocaína pura sale 5000 dólares. Al llegar al Estado Español, cotiza entre 40 mil y 90 mil dólares, según la fuente. Una ganancia extraordinaria, que hasta el más acaudalado de los sojeros envidiaría. Estas enormes masas de dinero siguieron siendo lavadas y planchadas por los emprendimientos inmobiliarios, casas de automotores y boliches en manos de testaferros pequeños de testaferros más grandes de gente anónima, que es empresaria bien, que tiene su off shore en Panamá, igual que el presidente.
La persecución a Los Monos no sirvió para desarticular el negocio. Ni el gran negocio de la exportación –al que ellos no se dedicaron- ni el mercadointernista del búnker o el delivery, para el cuál surgen inevitablemente nuevos actores que toman el relevo y siguen abonando el tendal de muertes jóvenes en cada barrio por el que pasan.
En cambio, Los Monos prestaron un enorme servicio ideológico al régimen. La construcción de un estereotipo: el narco villero. Eran perfectos para ello. Físicamente, y hasta por el nombre de la banda, Los Monos cubrían todas las expectativas de lo que un chacarero enriquecido o un pacato funcionario socialista esperan de un delincuente: son morochos, hablan mal, usan gorrita. Mientras, los narcos de traje caro y con título de CEO siguen tranquilos su vida en los barrios privados y torres de lujos de la ciudad y del país. Solo excepcionalmente cae alguno de ellos, pero difícilmente sean noticia durante cuatro años como han sido Los Monos.
Lejos de aminorar los aberrantes crímenes del clan de los Cantero, responsables de las muertes y esclavización en búnkeres de cientos de jóvenes de la ciudad, la reflexión tiene el sentido de apuntar contra el resultado del estereotipo del narco villero: la conclusión de que la villa es el narcotráfico. Y entonces llegan los canales que cubren un enorme despliegue de oficiales entrando a una casilla miserable, donde una madre arma bolsitas de cocaína para el narcomenudeo con sus tres hijos jugando en el piso. Empieza la catarata de barrabasadas y exageraciones, noteras indignadas porque la mujer le daba la teta al nene mientras armaba bolsitas, hasta que se apaga la cámara, la madre está presa y el nene queda solo, sin que nadie se preocupe por su destino. Y el narco sigue, porque esa mujer no era, como exageraba la notera, la Al Capone del siglo XXI, sino una simple subordinada, que será reemplazada por otra, porque el narcotráfico tiene, como todo negocio capitalista, un enorme ejército de reserva entre los desocupados estructurales que quedan a la vera del sistema.
Esta operación ideológica, a la que Los Monos se prestaron gustosos, es el fundamento de la militarización de los barrios, con la misma policía que organiza el narcotráfico y la trata de mujeres. No se les ocurre a los funcionarios socialistas, o más bien quieren ocultar, que en los barrios pobres de la ciudad viven miles de trabajadores precarios o con sueldos miserables que se agolpan en fábricas del plástico, metalúrgicas, de la alimentación, en la construcción y en el comercio. Y que cientos de ellos quieren dar pelea a la miseria, no salvándose solos en el mundo del hampa ni resignándose a quedarse en el molde como dice el burócrata de turno, sino organizándose colectivamente para resistir el ajuste.
La construcción del "narco villero" tiene el objetivo de echar una mirada clasista sobre la crisis que atraviesan las sociedades donde el narcotráfico tiene un peso considerable, como empieza a ser Argentina. Una mirada que, tras la cortina de humo de los prejuicios, oculta los múltiples lazos entre el narcotráfico en tanto negocio capitalista ilegal, los capitalistas legales, los jueces, la policía y el poder político. |