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La Izquierda Diario
10 de junio de 2016 Twitter Faceboock

Tribuna Abierta
Elecciones en tiempos de cólera
Manuel Aguilar Mora

Las elecciones son termómetros para medir la temperatura política. Su lectura permite encontrar claves importantes de la situación de un país a pesar de que sus mediciones no son de ninguna forma transparentes pues están determinadas por variables muy diversas que las distorsionan.

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Las elecciones son termómetros para medir la temperatura política. Su lectura permite encontrar claves importantes de la situación de un país a pesar de que sus mediciones no son de ninguna forma transparentes pues están determinadas por variables muy diversas que las distorsionan: las tradiciones políticas, la trayectoria de los partidos, el carácter de los candidatos y, ante todo, el grado en que se encuentra el conflicto de clases en el momento de su realización. No son lo mismo las elecciones en los países de larga tradición parlamentaria (Francia, Inglaterra por ejemplo) que en los países, como el nuestro, sin tales tradiciones; al contrario, en los cuales la norma ha sido la de gobiernos dictatoriales, claramente antidemocráticos, dominados durante décadas por una forma bonapartista de gobierno autoritario, disfrazado durante casi un siglo con las farsas electorales de cada sexenio y las múltiples elecciones a gobernadores, a ediles, diputados y senadores de un sistema de partido único de facto.

A partir de la festejadísima “transición democrática” del 2000, el establishment se jactaba de que México entraba en una “fase democrática”. Los dos sexenios panistas (2000-2012) en Los Pinos, de los cuales parece que hoy nadie se acuerda, demostraron que las prácticas antidemocráticas seguían sin cambio: el enorme fraude del 2006, el macabro sexenio de Felipe Calderón, pusieron las cosas en su lugar. La restauración priista de Peña Nieto con su estela de desastres ha llevado a ese desencanto a alturas muy altas. Hoy reina un sentimiento nacional de desengaño, apatía, en el que el “humor social” de descontento y enojo son muy evidentes. Todos estos son los rasgos que se dejan ver en el resultado de las elecciones del pasado domingo 5 de junio en el que teóricamente las elecciones a la gubernatura en casi la tercera parte de los estados y para la Asamblea Constituyente de la Ciudad de México convocaban a las urnas a 30 millones de electores potenciales.

Dos cuestiones son las que resaltan de los resultados: el abstencionismo generalizado, en especial en las elecciones de la Constituyente en la Ciudad de México en el que se elevó a cotas inauditas de más del 70%, rozando en algunos distritos casi el 80% y el hecho que el partido perdedor fue el PRI, el cual perdió tres de sus feudos estatales importantes: Veracruz, Chihuahua y Quintana Roo (en este último la derrota de su aliado el partido Verde, el PRI la siente como suya).

El partido ganador resultó el PAN que ganó la gubernatura en los estados antes mencionados y en Aguascalientes, Tamaulipas, Durango y Puebla. El grupo gobernante que ocupa Los Pinos, fiel seguidor de la tutela yanqui ya aprendió la lección desde el año 2000: ante situaciones en las que los índices de descontento llegan a niveles muy altos como actualmente sucede en México, la solución bipartidista, tan exitosa en el vecino del norte, comenzó a ser aplicada. Para el 2018 ¿le tocará al PAN sustituir al PRI?

Muchos columnistas de la politiquería en los medios así lo creen y jactancioso el ex presidente Vicente Fox lo declara a voz en cuello, destapando para el 2018 como candidata panista a Margarita Zavala de Calderón. De hecho los dos partidos burgueses principales son simplemente las franquicias políticas de una misma oligarquía capitalista que se enriquece en forma inversamente proporcional en la medida en que la mayoría de los mexicanos se empobrece: en lo que va del gobierno peñista, la élite de supermillonarios (poseedores de más de 500 millones de pesos) creció espectacularmente: en 2012 eran 14 486, hoy son 23 381. O sea con Peña se hicieron superricos casi 9 mil capitalistas mexicanos, a 2 250 por año. A ellos sirven fielmente tanto el PRI como el PAN, siendo la otra cara de la moneda los millones de pobres engendrados también en lo que va de este sexenio.

¿Pruebas? Hay muchas. Seleccionemos sólo dos. Tamaulipas y Veracruz. En el primer estado los candidatos de ambos partidos son parte de la misma mafia dominante, los dos con vínculos estrechos con los grupos más poderosos traficantes de droga. En Veracruz el candidato panista ganador, Miguel Ángel Yunes Linares tuvo como contrincante priista a un primo hermano suyo. Ambos representantes de una verdadera escoria humana, como lo es el actual gobernador priista, Javier Duarte, asesino de periodistas al que han aspirado a suceder.

La peste de gobernadores priistas no hicieron difícil el trabajo de “oposición” del PAN. En Chihuahua, contra muchos pronósticos obviamente interesados, el priista César Duarte fue contundentemente derrotado por Javier Corral, un panista de la vieja escuela, que ya tuvo que intervenir sólo tres días después de ser candidato electo para impedir una transa de Duarte que antes de irse quiere contratar una nueva deuda de 6 mil millones para proyectos privatizadores de carreteras. Chihuahua durante el sexenio de Duarte se convirtió en uno de los estados más endeudados del país.

El PRD, el disminuido tercer partido gobernante de la burguesía mexicana, ha continuado en su deslizamiento hacia lo irrisorio como acompañante segundón del PAN, siendo, según lo expresó el propio Ricardo Anaya presidente panista, gran impulsor de las victorias de su partido en Veracruz, Quintana Roo y Durango. El PRD arquitecto de victorias panistas con un presidente, Agustín Basave quien amenaza renunciar si le rechazaban su propuesta de alianza con el PAN. De partido de la “revolución democrática” se ha convertido en el partido impulsor de la “contrarrevolución democrática” que representa el PAN.

Finalmente es imposible no detectar una gran contradicción entre el resto del país y la Ciudad de México, pareciera que en una sola nación existieran dos países. Fue tan abrumador el abstencionismo que barrió literalmente la farsa de la elección de los representantes de la Asamblea Constituyente que ésta surge deslegitimada y sin la autoridad requerida para su importante tarea. Las votaciones dan como triunfador a Morena, seguido de cerca por el PRD, pero el proyecto de esta supuesta Asamblea soberana es tan crudamente un proyecto salido de los sótanos de los expertos en la manipulación priista que, a pesar que este partido sólo consiguió a duras penas el cuarto lugar en las votaciones del domingo 5 de junio, será en realidad un factor decisivo de la Asamblea. El escenario adoptado por la mayoría priista de diputados que aprobaron la ley que dio píe al decreto que reformó la Constitución General y desde donde habría que construir la ley fundamental para la ciudad, está concebido de tal suerte que de los 100 diputados constituyentes, el PRI se agandalla de entrada una sobrerepresedntación integrada con los electos el 5 de junio (cinco, contra los 11 que logró en 2015), los cuatro que serán designados directamente por el presidente Peña Nieto, los catorce que designarán las fracciónes priistas del Senado y de San Lázaro, con lo cual el PRI sentará 23 diputados, apenas uno más de los 22 de Morena y seis menos que los 29 del PRD, el partido con mayor número de diputados.

Ante este sombrío panorama, es muy empinada la cuesta que confrontamos los sectores de la verdadera izquierda independiente, democrática y revolucionaria. La lucha por la construcción de esa alternativa debe también superar las tradiciones todavía vigentes e influyentes de los moldes estalinianos, que son mayoritarios en la dirección del movimiento de resistencia de los trabajadores más importante en la actualidad que es el del magisterio, representado por la CNTE (Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación).

Como si la experiencia desastrosa de su alianza con el PRD en Michoacán y Oaxaca no hubieran sido suficientes, de nuevo dirigentes de la CNTE refrendaron esta política de supeditación a los partidos burgueses cuando en Oaxaca se declararon partidario de votar por el partido de López Obrador, el MORENA. Precisamente fue en Oaxaca en donde el PRI tuvo uno de sus pocas victorias el 5 de junio, arrebatándole la gubernatura a la alianza que integraron en el estado el PAN y el PRD.

Para finalizar, no es posible dejar de mencionar el ejemplo de los compañeros del Movimiento de los Trabajadores Socialistas que lograron, contra innumerables obstáculos (reunión de más de 70 mil firmas para empezar) registrar un candidato independiente para la Asamblea Constituyente. Sergio Moissen, un precarizado profesor universitario fue así colocado en las listas de votación como “candidato independiente” junto con su suplente la compañera maestra Sulem Estrada. Todavía no se dan los resultados finales de la votación en la ciudad de México, de hecho hay un recuento debido a los innumerables casos de irregularidades habidas. Pero según lo que ha sido ya publicado, la fórmula del compañero socialista que agitó en favor de una alternativa anticapitalista logró 11 mil votos, una de las más altas sino es que la mas alta logradas por las independientes.

Su conducta fue el único destello socialista y de convocatoria a conducir un curso independiente de lucha de los trabajadores que brilló en medio de esta gran farsa de los partidos burgueses que han sido las elecciones a la Asamblea Constituyente de la ciudad de México. Así, con el gesto de estos camaradas la lucha proletaria pudo expresarse aunque modestamente, como muy modesto es todavía el movimiento revolucionario independiente. Pero éste forja su victoria precisamente con actos modestos, tercos, de perseverancia lúcida contra las calamidades de la vida del capitalismo y su cauda de múltiples enajenaciones.

 
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