Estaba prevista para comenzar en noviembre, pero se fue atrasando para que sus 30 capítulos no fueran atravesados por el verano y corrieran el riesgo de que el espectador pierda el hilo de la serie.
La producción fue de Underground de Sebastián Ortega (hermano de Luis) y Pablo Culell, los mismos que realizaron en el 2002 otra serie también centrada en una cárcel: Tumberos. Dijeron que varios les pedían volver, pero buscaron que no se repitiera. “El marginal” también trata el tema de la vida carcelaria, aunque aquella otra todavía guardaba mucho del contexto de la crisis de 2001.
El titular de medios públicos, Lombardi, cuando asumió si bien por un lado se quejó de la herencia K por los “millones de pesos en ficciones que no se estrenaron”, al mismo tiempo marcó que se respetarían “las cosas buenas que se hicieron”. El Marginal ya estaba filmada para cuando ganó Macri y la mantuvieron en esta nueva gestión.
La novela arranca con un ex policía (interpretado por Juan Minujín) que está preso, al que trasladan de prepo y encapuchado a la mansión de un juez, evidentemente corrupto, Mariano Argento. Una ficción que abruma por su realidad.
El juez le promete su libertad si encuentra a su hija adolecente (quien “ya tuvo problemitas”, una intriga que tira el juez) y fue secuestrada por una banda que opera desde la prisión de San Onofrio, un lugar ficticio pero de nuevo, más parecido a la realidad que ella misma. De hecho la serie fue filmada en la cárcel de Caseros, al igual que Tumberos, entre cuyos muros históricamente estallaron violentos motines y corrieron graves casos de corrupción penitenciaria –fue inaugurada por el genocida Videla, y De la Rúa la cerró cuando la secretaria de Política Criminal era Patricia Bullrich–. Y ya dejemos de comparar esta novela con la realidad.
La propuesta concreta para el ex policía Pastor Peña es que se infiltre en el penal con la identidad falsa de un homicida y descubra dónde está la chica secuestrada.
En el patio mismo del penal funciona una villa muy precaria, en realidad un infierno de casillas regenteadas por un matón. Allí es donde el protagonista comienza su estadía, no sin antes hacerse de un espacio que tuvo que ganarse a fuerza de enfrentar al mandamás. No es el único lugar de la cárcel. Como en la sociedad aquí también hay escalas de nivel de “vida en el encierro”: hay un pabellón y otra zona “vip” donde para muchos se vive mejor que afuera.
En este lugar de privilegio dentro del infierno vive el “Borges” (Claudio Rissi), el mismo actorazo de Terrenal, la obra de Mauricio Kartun. Aquí hace de preso que gobierna la cárcel y negocia con el director del penal (Gerardo Romano) y los agentes penitenciarios. En la obra de teatro hacía del Tatita (Dios) y también administraba la justicia. Él no quiere muertos, y está preocupado por los presos más jóvenes, los más rebeldes y sin códigos.
Otro personaje, en este caso que peca de inocente, altruista y utópica, lo encarna Martina Gusmán, la asistente social. La serie lo presenta como un bálsamo frente a tanta violencia descarnada, caracterizada como una especie de madre cálida que cuida pero sabe también aplicar sus reprimendas cuando es necesario.
Mientras tanto, todos saben que es inútil todo lo que hace, todos lo saben e igual lo hace, así funciona el bálsamo, calma al instante pero no cura ni soluciona, pero en un ambiente infernal de recios machos de toda calaña, es como un ángel divino para todos.
Al final del capítulo estreno, podríamos decir, que Pastor cumple con su misión y descubre que la chica está encerrada en el mismo penal.
Pareciera que en el primer capítulo tiraron toda la carne al asador, cada personaje ya está en su lugar, y mostraron “quién es quién”, ahora falta que la trama se desarrolle. |