Día tras día, el Partido de Justicia y el Desarrollo islamista (Adalet ve Kalkınma Partisi) que gobierna Turquía, impone un sistema político cada vez más autoritario, junto a condiciones de trabajo muy duras y precarias.
Ubicada a 50 km de Estambul, Gebze se encuentra entre las principales zonas industriales del país. Su zona industrial más organizada es el lugar donde se llevan a cabo enormes inversiones internacionales, subvencionadas por el gobierno. Entre esas empresas está la gigante de cosméticos norteamericana Avon. Como en otros lugares de la zona, sus trabajadoras son sometidas a duras condiciones laborales. El 19 de mayo ocho obreras fueron despedidas, luego de que decidieran unirse al sindicato de base independiente, Depo, Antrepo, Gemi Yapımı ve Deniz Taşımacılığı İşçileri Sendikası, (DGD-SEN, tienda, almacén, construcción naval y marítima de la Unión de Trabajadores del Transporte). Cuatro días después, empezaron a realizar piquetes fuera de la planta.
La sindicalización es la única razón de su despido. Ninguna de las despedidas recibió alguna advertencia por “conducta poco ética”. De hecho, algunas habían sido recompensadas por la empresa por su diligencia en el trabajo. Fueron despedidas solo por rechazar las condiciones de contratación externa: la falta de seguridad laboral, bajos salarios, exceso de horas extras, problemas de salud. La empresa alemana Klüh, que entró como subcontratista en diciembre de 2015, empeoró las cosas en Avon, obligando a todas las trabajadoras subcontratadas (recién incorporadas o con puestos de responsabilidad) a pasar un período de prueba de dos meses. Klüh también se adjudicó el derecho a trasladar a las obreras a cualquier sector. Este fue el golpe final que llevó a las trabajadoras a organizarse.
Las obreras mantienen la vigilia bajo un sol abrasador, pero con la moral alta gracias a las numerosas visitas y solidaridad de otros trabajadores en huelga y grupos de mujeres. Las pancartas dicen: “Nuestra belleza viene de la fuerza y la fuerza, de la resistencia”, y “Quítate el labial, alza la voz”.
Las trabajadoras han criticado al gigante de la cosmética por reclamar la autonomía de las mujeres: “ Los representantes de ventas independientes de Avon, que supuestamente ´empoderan’ a las mujeres, están en verdad integrados a un sistema que pone todo el riesgo sobre sus hombros”. Por otro lado, las empleadas de la compañía están sometidas a excesivas horas extras, condiciones de trabajo pesado e insalubre, enfermedades profesionales en las articulaciones de la espalda, el cuello y las muñecas, mobbing, acoso…”. A la mayoría se le paga el salario mínimo, a pesar de estar trabajando hace más de diez años en la empresa.
Una obrera dijo: “Gané dos premios como mejor empleada, porque era buena en la comunicación con la gente. Pero no me gustaba trabajar en la fábrica, era un trabajo agotador con descansos muy cortos. Nunca sabías cuándo podías volver a casa, porque nos solían hacer trabajar horas extras”. También contó que mientras los empleados de Khül (alrededor de 160) cobraban el salario mínimo (u$s 450 mensuales), los contratados directamente por Avon cobraban u$s 860.
Avon no quiere mujeres “fuertes” en cualquier parte del mundo. En la zona industrial de Calamba, Filipinas, emplea directamente a 150 trabajadoras, mientras que 350 son subcontratadas. A estas últimas les paga un salario mínimo de u$s 146. Cuando se sindicalizaron, 16 delegadas fueron despedidas, días antes de Navidad, en 2015.
De hecho, Avon ve a las mujeres de los países capitalistas periféricos solo como una lista interminable de mano de obra barata. En ese sentido, su “conciencia social” del Occidente “civilizado” está en plena armonía con el autoritarismo de los islamistas neoliberales: Recep T. Erdogan, presidente turco y líder de AKP, ha instado reiteradas veces a las mujeres a tener al menos tres hijos y, recientemente, sugirió que “la planificación familiar y la anticoncepción no son para familias musulmanas”.
Las trabajadoras de Avon rechazan fuertemente la camisa de fuerza impuesta por el capital, el estado y el patriarcado. Su vigilia se ha sostenido por más de veinte días. El 10 de junio fueron a las oficinas centrales de la empresa para expresar sus demandas, y fueron acosadas por los jerárquicos masculinos, que les dijeron que “terminaran con toda esa porquería y se buscaran maridos”. Las obreras respondieron con una sentada espontánea frente a la oficina principal.
También están organizando una campaña en las redes sociales, con el hashtag #BeautyForAPurpose (belleza con un propósito), y han lanzado un petitorio on line en inglés.
Las organizaciones sindicales de Turquía deben recurrir a estas jóvenes trabajadoras precarizadas, si es que tienen la esperanza de desafiar al gobierno del AKP, que los últimos doce meses de sus catorce años en el poder ha aumentado a niveles inimaginables su hegemonía sobre el aparato del estado y la población.
Barış Yıldırım es activista en Estambul
Traducción: Mariana Oliveri |