Si hacemos el ejercicio de describir el cielo nocturno, todos mencionaríamos la luna y las estrellas. Pero, salgamos afuera y comprobemos. Para la inmensa mayoría de la población que vive en ciudades, el cielo nocturno se ha vuelto una neblina rosa-anaranjada. Aunque esté despejado, seguramente tendremos suerte de ver la luna y un puñado de las estrellas y planetas más brillantes.
La mayoría de la población nunca ha experimentado el placer estético de contemplar la Vía Láctea, con sus millones de estrellas, por la sencilla razón de que ya no es visible. Muchos ni siquiera recordarán que existe. Este problema se extiende a un tercio de la población de la tierra y su causa es la contaminación lumínica.
Más allá del deleite estético y de la importancia que tiene contemplar el cielo nocturno para muchas culturas, la contaminación lumínica puede causar daños a la salud humana al alterar el ritmo de producción de melatonina (hormona que regula el reloj biológico) y el ciclo del sueño. Puede también tener impacto negativo en los ecosistemas al alterar el comportamiento de muchos animales, especialmente aves y murciélagos. Al actuar a distancia, puede además afectar sitios prístinos a cientos de kilómetros de la fuente de luz.
A principios de este mes, científicos de Italia, Alemania, Israel y EE.UU. publicaron un atlas de la contaminación lumínica a nivel mundial*. Utilizaron información proveniente de satélites y mediciones aportadas por ciudadanos de diferentes países. En su atlas, el nivel de contaminación lumínica se codifica en varias categorías. Las áreas negras en el mapa que acompaña la nota corresponden a cielos prístinos, mientras que en las rojas y blancas el brillo del cielo a medianoche es tan intenso que equivale al de momentos después de la puesta del sol.
La gente que vive en estas zonas urbanas no experimenta verdaderas noches desde el punto de vista visual, y de hecho no utiliza su visión nocturna (los seres humanos utilizamos dos tipos de receptores visuales: los conos son sensibles a los colores pero requieren alta luminosidad, los bastones sólo distinguen tonos de gris, pero pueden trabajar con luminosidades bajas y se utilizan en durante la visión nocturna).
El hecho de que la contaminación luminosa afecte principalmente las ciudades provoca que los países con mayor concentración urbana sean los más afectados. Si bien Argentina tiene amplios espacios de cielos prístinos en la Puna y la Patagonia, muy poca gente vive en esas zonas. El alto grado de urbanización de la población argentina hace que nuestro país sea el octavo país más afectado por la contaminación luminosa a nivel mundial. Unas tres cuartas partes de los habitantes reside en zonas donde la Vía Láctea no es visible, si bien el área contaminada abarca sólo el 1% del territorio.
Además de causar daños culturales, a la salud y el ambiente, la contaminación luminosa es una forma de derroche energético, ya que se consume electricidad en iluminar espacios innecesarios. Afortunadamente, las soluciones técnicas a este problema ya se conocen. Principalmente, evitar que las luces iluminen áreas por encima del horizonte, utilizar iluminación sólo en áreas donde sea necesario y evitar las fuentes de luz ricas en longitudes de onda "azules" que son las que interfieren en mayor grado con los ritmos biológicos.
Para conocer más, aquí se puede explorar el mapa interactivo de la contaminación lumínica del cielo nocturno.
*Nota: el mapa fue reproducido del original de: Falchi, F., Cinzano, P., Duriscoe, D., Kyba, C. C. M., Elvidge, C. D., Baugh, K., Portnov, B. A., Rybnikova, N. A. & Furgoni, R. 2016 The new world atlas of artificial night sky brightness. Science Advances 2, e1600377. http://advances.sciencemag.org/content/2/6/e1600377.full |