Francisco, ni lerdo ni perezoso, no actúa según una brújula inmaculada y divina, o la palabra que dios le susurra al oído. Por el contrario, parte de la realidad política, internacional, de la juventud y de la milenaria institución que dirige.
La Iglesia, previa asunción de Bergoglio, se encontraba en una gran crisis producto de los casos de pederastia (abusos sexuales contra menores), de corrupción dentro del Banco Vaticano y de lavado de dinero. Francisco vino a renovar esta imagen bajo su apariencia austera y de misericordia.
El Vaticano arrastra una gran contradicción producto de su rígida doctrina, por esta razón surge la parafernalia sinodal que el Papa pretende vender al mundo. Desde fines de la década del 60’, la cuestión LGBTI, o mejor llamada de las sexualidades y los géneros, fue ganando mayor legitimidad en la sociedad occidental.
Los primeros movimientos de liberación sexual fueron la punta de lanza del activismo que comenzó a luchar contra la opresión y represión a las que las personas LGBTI eran sometidas. Gracias a este movimiento se fue ganando mayor visibilidad y se conquistaron importantes demandas. Cuarenta años después, en muchos países se logró avanzar en materia de derechos con respecto a la unión civil, el matrimonio igualitario, la identidad de género, el aborto, leyes sanitarias favorecedoras para personas con HIV, etc.
La visibilidad ganada tuvo su impacto en la vida cotidiana. A comparación de cincuenta o sesenta años atrás, al día de hoy salir del clóset o decidir la propia identidad ocurre con mayor frecuencia. La cuestión LGBTI ganó su propia agenda política, sus propios referentes y su lugar en la realidad de millones de personas.
Esta realidad, la de miles de jóvenes que cuestionan las normas morales de la familia y la Iglesia, es la que hoy en día choca con la doctrina eclesiástica. La que se opone de llano a toda alternativa a las relaciones sexoafectivas por fuera de las heteronormativas o a cualquiera identidad autopercibida por fuera de la biológica.
Así es como el Sínodo de obispos resulta ser una maniobra discursiva para aggiornarse a la nueva realidad, a las conquistas ganadas por las y los LGBTI, para renovar la decaída imagen de la Iglesia. Ni Francisco ni el obispado pretenden modificar en absoluto la doctrina eclesiástica, los sínodos de hecho son instancias meramente consultivas y no resolutivas. Tan solo se preguntan de forma retórica si cabe lugar para acoger los homosexuales en las bellas praderas del Vaticano, eso sí, sin que atenten contra la doctrina de la familia tradicional y los valores morales. Nótese que en el documento no existe mención alguna hacia aquellas personas que eligen como identidad una diferente a la biológica. |