Foto: diario La República de Perú
El pequeño con la pelota dibujada en los pies se hamaca de un lado al otro para, de golpe, seguir la marcha. El jugador contrario mira fijo el balón, como miran los niños a los magos, intentando descifrar el truco que hace desaparecer el objeto. En esta oportunidad no sirve, el pequeño escapa y el balón lo sigue, atado a sus pies. El pequeño diez, ágil e inteligente mentalmente hablando, juega una pelota llovida, por encima de varios contrincantes y encuentra sólo a un compañero, y lo deja frente al arquero.
El pequeño jugador se vuelve inmenso cuando acaricia una pelota con la zurda y la cuelga del ángulo al mismísimo palo del arquero que, incrédulo, la observa en la red.
Podría seguir detallando sus jugadas, así como nombrando sus récords. Anoche, uno más: con 55 goles se convirtió en el máximo anotador de la Selección Argentina superando al recordado Gabriel Omar Batistuta. Raro para un diez, más raro aún para un pequeño que no siente su patria. Sin caer en exaltaciones nacionalistas, ni aunque el vencido sea justamente Estados Unidos, como si nos faltaran deseos a los que nos consideramos defensores de los países sometidos por el emblema imperial, de verla derrotada.
Pero la idea no es recurrir al patrioterismo berreta del que es presa el mismo héroe de esta historia. Aunque los ropajes del chauvinismo deportivo critiquen que no es líder, que no canta el himno, que no pega y se revuelca cuando va perdiendo, que se toma el fútbol solamente como lo que es, un juego. Y así lo siente, y así lo juega. Por llevar a la gambeta, a la virtud con la pelota, como estandarte; por todo esto, el pequeño Lionel no es Argentino. Porque el fútbol, como máxima expresión del arte de jugarlo, es universal. |