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La Izquierda Diario
25 de junio de 2016 Twitter Faceboock

TRIBUNA ABIERTA
Las consecuencias económicas del Brexit
Martín Kalos | Economista, @martinkalos

La separación de la segunda mayor economía de la Unión Europea es la consecuencia menos pensada de la imposibilidad de las instituciones europeas de dar respuesta a las demandas de su población.

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La crisis económica en Europa, que estalló con la crisis en las hipotecas sub-prime en Estados Unidos en 2007 pero se continuó luego con los problemas en la deuda soberana de las naciones europeas, no ha perdido vigencia – como puede atestiguar Grecia, que acumula una caída del 30% de su PBI en los últimos 8 años -. La separación de la segunda mayor economía de la UE es la consecuencia menos pensada de la imposibilidad de las instituciones europeas de dar respuesta a las demandas de su población.

La reciente decisión por parte de los 30 millones de ciudadanxs del Reino Unido de separarse de la Unión Europea abre un período de incertidumbre para la economía mundial. Los tiempos son aún laxos: el Reino Unido debe enviar una carta formalizando el pedido de separación a las autoridades europeas, lo cual puede ser una tarea que el renunciante Primer Ministro Cameron deje para su sucesor (que se elegirá recién en octubre); y luego pueden pasar hasta 2 o 3 años en los cuales se negocien los términos del “divorcio”.

En esa negociación entrarán muchos factores: en primer lugar, la Unión Europea no puede darle una salida sin costos al Reino Unido, ya que corre el riesgo de incentivar la salida potencial de otros miembros. En Italia y Francia, por ejemplo, más de la mitad de la población querría un referendo sobre su pertenencia a la UE, según varias encuestas. El Brexit también será tomado por los partidos de ultra-derecha, que han crecido peligrosamente en los últimos años, contribuyendo a su discurso nacionalista y xenófobo.

A la vez, el Reino Unido enfrenta la posibilidad de que Escocia se le independice: allí el 62% optó por permanecer en la Unión Europea, lo cual podría dar lugar a que revierta la decisión tomada en 2014, cuando refrendó su permanencia dentro del Reino Unido con el 55% de los votos.

En términos económicos, la estrecha ligazón comercial y financiera entre el Reino Unido y la Europa continental hace que cada traba adicional que se imponga respecto de la virtual libre circulación de bienes y servicios que hay hoy, sea un perjuicio para la producción y las ventas europeas. Para el Reino Unido implica perder acceso a los acuerdos comerciales que tiene la Unión Europea y que deberá renegociar para que sus empresas no pierdan mercados: por ejemplo con Corea del Sur, un mercado importante para la tercerización y la relocalización de etapas de procesos productivos de las empresas europeas (y británicas).

Por tanto, las empresas europeas (británicas inclusive) serán lobbystas activas detrás de los oídos de todas las autoridades involucradas, buscando un acuerdo que deje las cosas lo más parecidas posible a la situación actual de libre comercio. A la par, buscarán seguramente una mayor independencia (y mayor devaluación) de la política monetaria británica, que les permita competir en mejores condiciones con los demás capitales europeos – en particular, con los alemanes, que tienen una productividad superior -. En el corto plazo puede esperarse entonces una menor demanda agregada, principalmente por la postergación de las decisiones de inversión que podían tener en carpeta los capitales del viejo continente, que llevará seguramente a un menor crecimiento europeo y hasta a recesión en varias naciones.

Para lxs trabajadorxs europexs, un primer perjuicio va de la mano de las menores oportunidades migratorias: no en vano, uno de los fantasmas agitados por lxs adhesorxs del “Brexit” fue la inmigración masiva de refugiadxs y su efecto sobre el empleo para lxs ciudadanxs del Reino Unido. La mayor precarización laboral y una tasa de desempleo históricamente alta son problemas acuciantes para lxs trabajadorxs británicxs en los últimos años, que no pudieron ser resueltos hasta aquí independientemente del drama de la inmigración de Europa del Este y Medio Oriente.

Otro potencial conflicto es la relocalización con la cual ya han amenazado varias empresas, en la medida en que ya no les sea tan buen negocio permanecer en dos mercados (el continental europeo y el británico) menores que el mercado actual unificado.

Argentina ya enfrenta una desaceleración de China, un crecimiento bajo de Estados Unidos y una recesión abrupta en Brasil; la caída de su otro gran socio comercial viene a ser lluvia sobre mojado. Se confirmará así que las exportaciones no crecerán por ahora lo suficiente como para traccionar a la alicaída demanda de productos nacionales.

También puede complicar las inversiones productivas, tanto de capitales europeos que ahora tomen actitudes más cautas; como de otros capitales que pudieran querer invertir en Argentina en sectores que tradicionalmente exportan a Europa (como miel o carne de alta calidad). Además, un mayor flujo de capitales hacia el dólar (escapando de la debilidad temporal de la libra y el euro) tenderá a reducir los precios internacionales de las commodities, lo cual afecta en particular las exportaciones argentinas.

 
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