Manifiestación en el bar Stonewall al día siguiente a la masacre de Orlando.
El bar Stonewall es reconocido por la irrupción del movimiento de liberación sexual en las calles, encabezado por trans, lesbianas y gays, enfrentando a la policía local. Para esa época, 1969, los actos homosexuales eran ilegales, así como también lo era llevar más de dos prendas de ropa del sexo opuesto.
Una nueva razzia fue la chispa de la opresión cotidiana en la que se veían envueltas las personas LGBTI. Las trans se negaron a ser detenidas por la policía, seguidas por los demás que se negaron a entregar sus identificaciones, hasta que retumbó el grito de una lesbiana invadiendo a los presentes: “¿Alguien va a hacer algo?”. La multitud estaba inquieta, enojada y muy decidida, así comenzó la revuelta.
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El día de ayer, el presidente Obama afirmó: “Los disturbios se convirtieron en protestas, las protestas se convirtieron en un movimiento, el movimiento en última instancia se convirtió en una parte integral de los Estados Unidos". Y a su vez declaró que el monumento "debe reflejar la historia de nuestro país, que somos más fuertes juntos”.
Sin embargo, la realidad da por tierra cualquier acto simbólico en un país donde los mismos políticos que enuncian discursos “progresistas” de unidad y tolerancia, son los que reproducen la violencia hacia las personas LGBTI. La masacre de Orlando mostró que la discriminación por orientación sexual o de género, así como el racismo y la xenofobia están a la orden del día. Así es que la activista Jennicet Gutierrez hace un año evidenciaba, en la mismísima Casa Blanca, el rol protagónico del gobierno estadounidense y sus fuerzas de seguridad deteniendo, torturando y hasta deportando a las trans latinas. Ni hablar del nulo tratamiento de medidas democráticas básicas como las leyes de matrimonio igualitario e identidad de género en el propio congreso estadounidense. | 
