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La Izquierda Diario
28 de junio de 2016 Twitter Faceboock

Cultura
La cultura es una cuenta bancaria
Guillermo Iturbide

En la nota de Clarín “La ideología de la gratuidad”, el escritor y crítico musical Federico Monjeau se opone a que en el CCK se vean funciones de la Orquesta Sinfónica Nacional en forma gratuita.

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La propuesta del artículo en cuestión parecería una discusión menor, pero se trata de una contribución más dentro de una serie de intervenciones que, desde el comienzo del gobierno de Mauricio Macri, configura una suerte de “guerra de guerrillas”, una “batalla cultural” de numerosos intelectuales y periodistas afines a Cambiemos o parte de la periferia ideológica “republicana” que se expresan en dicho diario. En esta misma tónica, desde hace rato periodistas como Lanata o Ricardo Roa se vienen expresando haciendo críticas sobre todo en el terreno de la educación y la cultura, cuestionando la gratuidad de la educación universitaria, la apertura misma de nuevas universidades, o la gratuidad parcial de distintos eventos o manifestaciones culturales.

Dice Monjeau: “Al principio podía pensarse que la herencia más difícil de sobrellevar del Centro Cultural Kirchner para la nueva administración era su nombre. Pero ahora empieza a verse un lastre un poco más complicado, y es una ideología. Es, por llamarlo así, una ideología de la gratuidad, que instaló en el área de Cultura el gobierno anterior ni bien asumió. A partir de ese momento todas las actividades provenientes de la Secretaría de Cultura de la Nación pasaron a ser gratuitas, también por supuesto las de la Sinfónica Nacional, que es el tema que concierne particularmente a esta columna. Es así como la Sinfónica Nacional se transformó en la única orquesta profesional del planeta en dar todos sus conciertos gratuitos”.

Se sabe que el macrismo hace una bandera de una proclamada “desideologización”, como antídoto a la partisana “batalla cultural” del kirchnerismo. No obstante, no todos quienes revistan dentro o en su periferia comparten esa táctica, y por el contrario proponen lanzar una lucha abiertamente ideológica pero de signo opuesto. Es lo que vienen haciendo Lopérfido y Lanata alrededor del tema de los desaparecidos y la defenestración del “setentismo” como parte de sacarse el lastre de la “pesada herencia”. Este artículo de Monjeau parece ubicarse en esa constelación. En todos los casos, el enemigo formal que se ataca es el kirchnerismo, ciertamente un contendiente a medida, una presa fácil. Sin embargo, no es casualidad que los temas en cuestión lo excedan, ya que se remiten a cuestiones popularmente sentidas, como es la posibilidad del acceso a la educación y la cultura.

“Ninguna orquesta pública ni privada se financia con la venta de entradas, pero ninguna, excepto la Sinfónica Nacional, deja de vender entradas. Todo tiene su precio. El valor eventualmente es más simbólico que económico, pero no puede prescindirse de él si se trata de formar un público interesado y un sistema de exigencias compartidas.” Es decir, Monjeau reconoce que no se trata de un problema económico, sino simplemente de una cuestión de lucha ideológica.

Pareciera que, a tono con la ideología amarilla del “emprendedorismo”, hay que
inculcar que nada se regala, que todo se consigue con el esfuerzo individual(ista) y, menos que menos, nada que tenga que ver con la “alta cultura”. Uno siente que Monjeau está interpretando música compuesta por Macri, o tal vez, por qué no, compuesta por él mismo pero con una notoria influencia de aquél “maestro”. En la revolución de la alegría todos somos iguales, todos tenemos las mismas oportunidades, lo que nos diferencia es nuestro espíritu laborioso o nuestra holgazanería: “Estoy convencido de que el público que, en condiciones económicas de hacerlo, no está dispuesto a pagar el precio de una entrada de cine por un concierto de una orquesta, no es un buen público; no lo es al menos para el buen funcionamiento de una orquesta, que requiere de oyentes exigentes”.

Impresiona tanta preocupación suya por un tema puramente “ideológico”, económicamente intrascendente, pero puramente político, como es vetar una de las pocas posibilidades de acceso gratuito a la cultura, por medio de un arancel. La cualidad de “oyentes exigentes” sería proporcional al tamaño de la billetera. Es notorio que la Argentina supo tener a comienzos del siglo XX una “oligarquía ilustrada”, que sabía combinar muy bien el genocidio indígena y luego la represión al movimiento obrero, junto con el estímulo y el disfrute de las bellas artes. No parece ser la característica del actual gobierno CEÓcrata, cuyo personal político desciende, familiar o políticamente, de aquella rancia estirpe, pero cuyas opciones estéticas se inclinan más hacia un Tinelli o un Miguel del Sel.

Para Monjeau pareciera que una orquesta sinfónica es una máquina, un aparato que funciona a lo pay per view. Por eso lo más interesante no es lo que dice, sino lo que omite sobre la “calidad” de las orquestas: la precariedad laboral contra la cual luchan sus músicos, despidos, persecución política y sindical, sueldos impagos. Han sufrido esto orquestas notables como la del Teatro Colón o del Teatro Argentino de La Plata, así como orquestas municipales, o los programas de las orquestas escuela para niños de sectores populares, así como también la destrucción de la educación musical mediante el desfinanciamiento y el achicamiento de conservatorios y escuelas de arte. Todo esto llevado a cabo por gobiernos de los tres niveles en los últimos años, tanto del macrismo como del kirchnerismo. Pero no, parece que la culpa de todo es la gratuidad.

Cuando leo las palabras de Monjeau, pienso lo actual que es aquello que León Trotsky escribió hace 92 años, cuando planteaba que una tarea fundamental de la revolución será, en primer lugar, la apropiación por parte de los trabajadores de lo mejor de la herencia cultural de las clases poseedoras. Los “bárbaros” bolcheviques, en medio del hambre y la guerra civil, abrían las puertas de los antiguos teatros de la nobleza a las clases populares y construían otros nuevos. Nuestra burguesía “ilustrada” los destruye, mientras premia a lo más decadente salido de las cloacas de la cultura televisiva. Y, por si fuera poco, tenemos críticos que juzgan el gusto musical según nuestra cuenta bancaria…

 
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