ATENCIÓN: Voy a decir cosas muy negativas con respecto a las benzodiazepinas, en un esfuerzo para lograr que los doctores lo piensen dos veces antes de recetarlas y también en un intento de desalentar en los pacientes su uso. De todas maneras, dado que los síntomas de abstinencia pueden ser severos y peligrosos, los pacientes que ya están tomando benzodiazepinas en dosis significativas y regularmente, no deberían dejar de hacerlo o intentar reducir sus dosis sin supervisión médica.
La mayoría de las nuevas drogas maravillosas resultan no ser tan maravillosas una vez que uno las conoce mejor. La familia de las drogas conocidas como benzodiacepinas (comúnmente conocidas como “benzos”, de ahora en más BZD), fueron las drogas maravilla de los ´60s. Yo y muchos otros saludamos su aparición y comenzamos a recetar Valium [Diazepam] o Librium no solo para la ansiedad, sino también para muchos otros tipos de problemas clínicos más allá de esta primera indicación. Por ejemplo, para reducir algunos síntomas de pacientes psicóticos, para ayudar a la gente con problemas de abuso de alcohol en su intento de dejarlo, para eliminar la agitación en casos de depresión o demencia y para ayudar a dormir. Al principio se consideraba que las BZD eran seguras y no prestábamos mucha atención a los riesgos de adicción. En poco tiempo, las BZD se convirtieron en la medicación más recetadas en América.
Una segunda locura por las BZD comenzó en los ´80s cuando el Xanax [Alprazolam] se convirtió en la nueva droga maravilla. Su creador, Upjohn* (dirigida en ese momento por un ex directivo del Instituto Nacional de Salud de EEUU), desarrolló una impresionante estrategia de marketing escondiendo la codicia de ganancias de la empresa bajo la máscara de la inversión en investigación. Upjohn pudo cooptar a las cúpulas académicas de psiquiatría en todo el mundo organizando la primera prueba de gran escala de una droga psiquiátrica a nivel internacional. Los resultados fueron preocupantes para mí, en calidad de observador externo. En ese momento advertí de los grandes riesgos que conllevaban las BZD. No me sorprendió descubrir que la dosis de Xanax que se necesitaba para tratar los trastornos de pánico estaba peligrosamente cerca de la dosis necesitada para provocar adicción. Esto debería haber asustado y prevenido a todos de usar Xanax, pero no lo hizo. El Xanax se convirtió rápido en un best seller. Y todavía lo es.
La verdadera maravilla de las BZD consiste en que todavía su venta sigue siendo un éxito, a pesar de que producen muy pocas ganancias y no tienen promoción en la propaganda farmacéutica (dado que las patentes han vencido y por lo tanto sus costos y beneficios han bajado). Entre 1996 y 2013 el porcentaje de gente en los EEUU que usa BZD creció más de un tercio, de un ya importante 4,1 % a un 5,6 %. Particularmente perturbador es que el uso de BZD es ridículamente alto en los ancianos, el grupo que más puede ser afectado. Y es dos veces más probable que sea recetado a una mujer que a un hombre.
Uno esperaría que una droga tan ubicua tuviera muchísimos usos clínicos. Pero estaría equivocado. Las indicaciones psiquiátricas para las BZD se pueden contar con los dedos de la mano. Mientras las BZD hacen maravillas con la catatonía, es muy difícil encontrar un caso de catatonía. Las BZD son útiles también en usos acotados en el tiempo en caso de agitación aguda en psicosis, manía y depresión. Y, a veces, son útiles para pacientes con trastornos de pánico severos que necesitan alivio inmediato. También son ocasionalmente útiles en situaciones agudas de estrés o insomnio, pero ya que uno no puede predecir quién va a terminar volviéndose adicto, no es aconsejable usarlas en estas situaciones. En mi opinión, todas las indicaciones legítimas para las BZD deben ser muy acotadas en el tiempo. De todos modos, en la vida real la mayoría de la gente las toma durante largos períodos en dosis adictivas y por los motivos equivocados.
La popularidad de las BZD radica en su capacidad de reducir rápidamente la ansiedad, las preocupaciones. También ayudan a la gente a relajarse y alivian la ansiedad social. Casi como beber alcohol, pero en la conveniente forma de una pastilla.
A los médicos les gusta recetar BZD porque es la forma más eficiente y rápida de sacarse de encima a un paciente molesto: el paciente queda satisfecho por el momento, pero muchos van a desarrollar una devastadora adicción. A la gente le gusta tomarlas, pero una vez que quedan enganchados no pueden parar. En resumen, las BZD son muy fáciles de empezar a tomar, pero es casi imposible dejarlas.
Quizá te interese Reseña de ¿Somos Todos Enfermos Mentales? Manifiesto Contra Los Abusos De La Psiquiatría (Ariel, 2014).
Las BZD dañan de tres formas. La más dramática es la sobredosis mortal. Entre 1996 y 2013 la tasa de muertes por sobredosis de BZD creció más de 500 %, de 0,58 cada 100 mil personas a 3 cada 100 mil. Las BZD están involucradas en más del 30 % de las muertes por sobredosis, en general combinadas con opiáceos o alcohol.
Segundo en la lista de daños viene en los dolorosos y peligrosos síntomas de abstinencia, que por lo general son aterradores y se extienden por demasiado tiempo. La ansiedad y el pánico que siente la gente que deja de usar BZD son generalmente mucho peores que la ansiedad y el pánico que los llevó a tomarlas en principio. Otros síntomas comunes son la irritabilidad, el insomnio, temblores, falta de atención, sudoración y confusión. Llevado al extremo, si la dosis fue alta y se dejó de tomar muy rápido, los síntomas recuerdan al delirium tremens con alucinaciones, psicosis, ataques y el riesgo de muerte. Dejar las BZD es mucho más difícil si, como suele suceder, la dependencia de esa droga está complicada con el uso concomitante de alcohol, opiáceos u otras drogas. La mayoría de la gente fracasa en su intento de dejar de tomar BZD. Los mejores procesos para abandonarla son graduales y duran muchos meses y el seguimiento médico es fundamental.
Tercer riesgo, pero igualmente muy peligroso, son los impactos en el día a día del funcionamiento cerebral. Un uso prolongado puede ser devastador, especialmente en los ancianos. Si uno se encuentra con un paciente añoso que parece dopado, confuso, con pérdida de memoria, discurso errático y equilibrio afectado, lo primero en lo que uno podría pensar es en los efectos colaterales de las BZD, no en la demencia ni en el Alzheimer. Muchos pacientes mayores comienzan su espiral descendente hacia la muerte después de una prescripción de BZD luego de una fractura de caderas, golpes o hematomas subdurales (colecciones de sangre en la parte exterior del cerebro).
Más fácil decir que hacer. Junto con los opiáceos y la metanfetamina, las BZD son las drogas más seductoras. La combinación de BZD y opiáceos es especialmente seductora y especialmente mortal. De acuerdo a mi experiencia, nadie con un historial de abuso de sustancias debería recibir una prescripción de BZD.
Las BZD jamás deberían ser usadas como se las usa. En tanto son seguras y efectivas en dosis bajas durante unos pocos días, son ineficaces y peligrosas cuando se las toma, como generalmente sucede, en dosis crecientes durante un largo período de tiempo. Si se las receta en alguien que no las ha usado nunca antes, debería advertírsele cuidadosamente. Debería recetarse durante poco tiempo, en dosis bajas. La práctica real viola todas estas precauciones. 90 % de las recetas son escritas por médicos de atención primaria que pueden pasar sólo siete minutos con el paciente sin pensar seriamente en los riesgos.
Sólo hay una forma de evitar la adicción a las BZD: no tomarlas. Nunca. Dado que no podemos predecir quién eventualmente puede quedar enganchado, las ventajas inmediatas nunca valen los riesgos a largo plazo.
Han pasado más de treinta años desde la última vez que receté BZD para la ansiedad. Desde mi punto de vista, el único uso psiquiátrico legítimo es el alivio de corto plazo de la catatonía, o en casos de agitación severa y en tratamientos de desintoxicación de BZD. Para todas las otras situaciones, los riesgos de provocar adicción superan los potenciales beneficios de usarlas.
La cuestión más difícil es qué recomendar para todos los desafortunados que ya sufren de la tiranía de la adicción a las BZD. ¿Debería continuarse con la misma dosis para evitar los rigores y riesgos de la abstinencia o deberían hacer el gran esfuerzo de la desintoxicación? Es una decisión individual que no puede forzarse en nadie. Pero cuanto más tiempo se las toma, más difícil es parar y los efectos colaterales cognitivos crean más y más disfunciones neurológicas a medida que el cerebro envejece.
La mejor apuesta es apegarse a un esfuerzo serio de desintoxicación bajo supervisión médica. Como una nota de esperanza, debo decir que algunas de las personas más felices que conozco son aquellas que han superado su dependencia de las benzodiacepinas.
Traducción: Pablo Minini
*Allen Frances es psiquiatra, fue parte del equipo que redactó el DSM III (1980; siglas en inglés de Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales), y estuvo a cargo del equipo que redactó el DSM IV (además de provenir del ámbito del psicoanálisis norteamericano). Recientemente publicó Saving normal. An insider’s look at the epidemic of Mental Illness (2013) publicado en castellano como ¿Somos Todos Enfermos Mentales? Manifiesto Contra Los Abusos De La Psiquiatría (Ariel, 2014). Allí, se centra en un alegato crítico sobre la mercantilización de la psiquiatría, la medicalización creciente de las conductas, y su utilización como modo de generar ganancias para los capitales aplicados al negocio de la salud mental.
** The Upjohn Company, empresa farmacéutica creada en 1886 en Michigan, EEUU. En 1995, Upjohn se fusionó con Pharmacia en Pharmacia & Upjohn, y luego con Monsanto, pasando a llamarse Pharmacia. Una parte de Upjohn pertenece a otra multinacional: Pfizer. |