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La Izquierda Diario
6 de julio de 2016 Twitter Faceboock

Salud
Salud, mercado y “la pastilla mágica”
Alfredo González | @Alf_Gonzalez_

Los laboratorios y sus empresas de marketing nos venden una salud perfecta. Pastillas mágicas que nos ayudan a salir a la noche o a soportar nuestras tareas. Nadie habla de efectos secundarios ni del derecho a “sentirse mal”, porque eso arruina el negocio.

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Una chica joven preocupada porque un dolor de cabeza no la deja salir. Un hombre que se queja de que el dolor de cabeza no lo deja ir a trabajar. Pero la voz en off nos tranquiliza. Nos ofrece un medicamento y “que nada, ni un dolor de cabeza, te impida seguir”. La pastilla mágica que soluciona todos tus problemas, por suerte está a la venta. Efectos adversos, indicaciones médicas, incluso el derecho a sentirte mal, son cuestiones que más vale no mencionar.

La producción en masa de medicación durante el siglo XX cambió la forma de relacionarnos con nuestra salud. Los avances científicos y tecnológicos hicieron posible que una enorme porción de la población del mundo tuviera a su alcance fármacos efectivos. Ya no se trataba de los vendedores de “aceite de serpientes”, esos charlatanes tan populares en EEUU que promocionaban sus elixires milagrosos, sino de preparados químicos eficaces, capaces de aplacar síntomas y cambiar el curso natural de las enfermedades.

Pero esta producción masiva no se daba en el vacío, sino en el contexto del mercado. Y la “buena salud” pasaba entonces a ser un producto más, al alcance de la mano, en forma de pastillas. El establecimiento de los medicamentos como una mercancía llevó a la misma situación que cualquier otra mercancía: hay que vender todo lo que se pueda para obtener la mayor ganancia y la menor inversión posible. Como planteamos hace poco en otra nota, esta realidad es una de las mayores responsables de la emergencia de las resistencias antibióticas.

En el caso de los analgésicos, su transformación plena en mercancías es aún más evidente. Los llamados “anti inflamatorios no esteroides” (diclofenac, ibuprofeno, aspirina, entre otros) tienen publicidad de forma constante. Unos con cápsulas blandas, otros con cafeína, algunos en forma de té. Se venden como inocuos, sin ningún daño. Pero la realidad es que su uso sin control y de forma cotidiana puede causar enfermedades muy graves: daños a los riñones, lesiones hepáticas y cardíacas, alteraciones digestivas cómo úlceras e incluso hemorragias gastrointestinales. Todas asociadas al uso prolongado y sin control médico. Pero al marketing no le importa, lo importante es que todos crean que hay que tomar analgésicos siempre, que es la receta para ser feliz.

Ahí es donde se cuela el otro lado del asunto. Porque no se trata sólo de sentirte bien para estar bien, sino de que hay que sentirse bien para ser útil, para producir. Porque por un dolor de cabeza no se puede faltar a trabajar. Porque parece que es casi inmoral estar cansado o dolorido después de pasarse el día en el trabajo. Más vale, tomate la pastillita.

La paradoja de todo esto es que, en una época en la que la humanidad tiene a su disposición herramientas que eran imposibles hace tan sólo doscientos años, el uso de estas herramientas en pos del lucro las hace menos efectivas, e incluso peligrosas. O, mejor dicho, no se trata de una paradoja, sino de un sistema económico, social y productivo basado no en la búsqueda del bienestar de las personas, sino en la propiedad privada.

 
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