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La Izquierda Diario
18 de octubre de 2014 Twitter Faceboock

ENTREVISTAS // MAURICIO KARTUN
“Escribir requiere siempre energía más nómada, una cabeza dispuesta a recorrer otros territorios”
Demian Paredes | @demian_paredes
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Fotografía: Fernando Lendoiro

Entrevistamos al director, dramaturgo y maestro de dramaturgos Mauricio Kartun, a propósito del estreno, en el Teatro del Pueblo, de su nueva obra, Terrenal (pequeño misterio ácrata). La obra, que ya fue reseñada en La Izquierda Diario –y que también fue anticipada por el mismo Kartun en un reportaje publicado en la revista Ideas de Izquierda en 2013–, es divertidísima, muy dinámica, y cuenta con una actuación impecable. Todas las funciones terminan con el público entusiasta, de pie, aplaudiendo largo rato. Sobre la obra (su tiempo de escritura, los ensayos, los esfuerzos por concretarla) y el público, sobre su poética, el humor, y sus roles de docente y creador constante, hablamos con Kartun.

Mauricio, ¿podés comentar cuánto tiempo te llevó a escribir Terrenal? Y también cuánto duraron los ensayos, cómo fue ir pasando de lo escrito a la actuación.

Después de algún tiempo de acopio y boceto armé en un mes de trabajo forzado eso que llamamos el monstruo, el crudo de la obra. Aproveché un mes sabático que me tomé fuera de Buenos Aires y le metí pata cada día sin descansar ni uno sólo escribiendo desde la madrugada hasta el mediodía y dedicando la tarde a pensar la jornada siguiente. Luego un año de reelaboración, de corregir, de leer el texto en voz alta para ir escuchando cómo sonaba, esas cosas medio extravagantes que hacemos los dramaturgos.

Ensayamos luego en mi estudio durante seis meses. Fui metiendo mano a la obra aprovechando lo que allí descubría. Fue un trabajo arduo y en muchos momentos frustrante. Un par de meses antes del estreno nos sentíamos en naufragio y a la deriva. No nos gustaba lo que teníamos más que por momentos. No veíamos tierra ni encontrábamos algo que nos sirviera de remo. Pensé incluso ahí en parar el proceso por un tiempo. Nos salvaron algunas referencias teatrales, cierta redentora orientación beckettiana que manoteamos, y sobre todo las ganas y la rabia clásica esa del “no me vas a ganar, gil”.

¿Cómo viene la recepción del público con esta nueva obra?

Una recepción ruidosa, clima de cancha, qué se yo, a veces pasa que algún espectáculo pega en algún ángulo raro de la gente y rebota hacia lugares menos habituales. El teatro es actividad rara, digamos la verdad…

¿Y se te ocurre por qué “ángulo” la obra “pega”?

Nunca hay que intentar pasar la jugada en cámara lenta para tratar de entenderla porque uno es tan boludo que corre el riesgo de querer reproducirla, de quedar pegado a procedimientos, a ideas. Yo disfruto nomás y a la hora de volver a crear prefiero volver a tomar los mismos riesgos.

A mi modo de ver el nudo dramático de Terrenal está en el enfrentamiento de dos modus vivendi: el de comerciar (y “atarse” a un lugar) versus el de adoptar una vida más libre, abierta a las posibilidades y búsquedas. ¿Habrá acá un elemento que genera la atención –y tensión– por parte del público, el entusiasmo y los aplausos al final de la obra ante el desenlace de la misma –pese a la muerte de uno de los protagonistas, justamente, Abel, el libertario–?

Es posible. Volver a ver con ojos frescos esa dialéctica original del hombre contra el hombre, repensarse en esa dualidad básica, origen de cualquier política. Aun así no creo que el fenómeno sea tan sencillo. Más aún: sería horroroso que el éxito se tratase apenas de afinidad ideológica: nos condenaría a un teatro en la búsqueda alegre siempre del pensamiento “bueno”. Lo pienso y me da escalofríos. No, prefiero pensar en aquello de la “idea teatro”, de la idea que se constituye en la forma misma de la representación y le resulta inseparable de ella. Un teatro hecho no de lo que los personajes o los autores dicen sino de lo que dice su masa significante, siempre enormemente más misteriosa.

A propósito de lo que dijiste del teatro como “actividad rara”, ¿sabés “qué clase” de público tenés, quiénes siguen tus obras (franja social, etaria, etc.)?

Cada vez que estreno pienso en lo útil que sería tener alguna idea del asunto éste para poder dirigir mejor la difusión. Pero se ve que en el fondo me preocupa más el objeto que el público porque nunca me ocupo de investigarlo lo suficiente. Me gusta mucho no obstante la mezcla de generaciones que suelo ver en la platea. Espío mucho a la platea desde escenario. A veces durante la función. Aprendo mucho sufriendo al de la cara de culo y pensando porqué. Me saca de cualquier idealización o fascinación narcisista.

¿Y en relación a la crítica cultural y periodística? ¿Querés destacar algo en particular, repercusiones u otras observaciones?

Me llama la atención ese fenómeno fantástico de la última década, el de la crítica a través de sitios web, de blogs e incluso uno extremadamente más doméstico: el de las redes sociales. Me sorprende y me entusiasma porque en el alcance, lo accesible y lo versátil del soporte, el medio invita a reflexionar escribiendo, confirma la vieja hipótesis de la escritura como forma analógica de pensamiento, la populariza, la saca del elitismo académico y en su práctica continuada desarrolla lenguaje en gente que ni soñaba descubrirse en ese potencial elocuente. Hace escribir a quien no lo hacía. Hace poner en palabras la cabeza con el tremendo poder ordenador de esa acción. Me da risa cuando escucho a las aristocracias pedagógicas hablar de que la web empobrece el lenguaje. Jamás vi a tanta gente expresarse más y de manera más espontánea a través de la palabra escrita como en las redes sociales, ni encontrar en esa escritura una síntesis, su locuacidad literaria. Gente que crece en el único espacio dialéctico de prueba y error, de entrenamiento: la interlocución.

Te pregunto más en general en relación a tus obras del último período, discutiendo el tema –para decirlo “hegelianamente”– de la “dialéctica del amo y el esclavo”. ¿Cómo llegaste a esto? ¿Es una preocupación tuya del actual momento o la buscabas desde antes?

Escribo lo que me ocupa la cabeza. Mi cabeza es como mi escritorio: un quilombo desordenado en el que voy apoyando cosas hasta que por propio desequilibrio se empiezan a caer y no hay más remedio que vaciarlo y acomodar las cosas en otro lugar, en este caso la obra. Mi cabeza hirviendo de circunstancia produjo a veces contenido sobre la filialidad, o la paternidad, o el deseo. Vaya a saber, por ahí no hay tanta hormona ahora que apoyar en el escritorio, o la realidad política del mundo las ha colonizado. Más allá de eso efectivamente, dirigir, cosa que hago apenas hace un poco más de una década, me permite resolver en el discurso escénico cosas que a lo mejor no conseguía en el literario y eso tal vez me permite arriesgarme un cacho más a zonas más arduas o más áridas.


Y además de las “imágenes generadoras” ¿tenés algún autor o autores en particular como referentes para pensar las posibilidades de las formas dramáticas?

Después de tantos años de dar clases –otra forma analógica del pensamiento–, las cosas, los conceptos y los autores se confunden en una masa personal, doméstica e inseparable ya en las partes que la fueron conformando. Cada tanto algún nuevo trabajo, un escrito, un pensador o alguna obra sorprendente te cambian el gusto al guiso, pero enseguida lo revolvés y se integra a la olla. Me parece que algo así es pensar. Qué se yo, Badiou el año pasado me dio algunas pistas ricas sobre algunas cosas, o un libro de Finzi Pasca que me iluminó por ejemplo, zonas nuevas del humor y el payaso hace poco; o el interminable Bachelard.

¿Cómo es que llegás a discutir (o plantear) “temas serios” con humor?

Sospecho siempre de aquello que no lo tiene. Dice Deleuze que los que leen a Nietzsche sin sufrir de vez en cuando de ataques de risa es como si no lo hubiesen leído. Ponelo en escala: si un tipo como yo que a gatas alcanza a tirar un par de ideitas se pusiese solemne con ellas sería un pelotudo irredimible.


Igualmente en Terrenal hay un salto respecto a la “trilogía patronal” previa: si ahí hay paráfrasis, ironías y “juegos de palabras”, acá hay el humor es “el hilo conductor” (además del basamento en la historia original de Caín y Abel) de toda la obra ¿Vos quisiste hacerla así desde un comienzo, manteniendo (o aumentando) el humor, o en parte también se fue articulando a posteriori junto al trabajo de los actores?

Las dos cosas. Lo primero que les dije a los actores en el primer ensayo fue: esta es una obra de humor, hacemos reír o nos echan a patadas. Convoqué a estos actores entre otros valores por su talento enorme en esas técnicas del humor justamente. Pero durante los ensayos esas técnicas fueron produciendo también un estilo que no estaba en el texto y al que hubo que respetarle el envión: el del gag físico por ejemplo. El termómetro de los ensayos fueron justamente nuestras risas. Cuando el ensayo producía solo muecas nos íbamos con una sensación de goleada en contra devastadora.

Estuvo tu Sacco y Vanzetti en el Cervantes, seguís hasta fin de año con Terrenal en el Teatro del Pueblo. ¿Cómo siguen tus planes? ¿Ya estás pensando nuevas obras?

La cabeza del creador es muy veleta, sus imprescindibles enamoramientos, esas etapas en las que no puede separarse del imaginario de la obra se suelen agotar tras una temporadita de autonomía de su creación. Estoy todavía algo pavotamente pegado al imaginario de Terrenal pero ya un par de veces en estas semanas me vinieron a visitar otros munditos, no sé con cuál seguiré escribiendo, hace rato que me tienta el de la Buenos Aires de la colonia, por ahí…

¿Y tus colegas? ¿También son (o pueden ser) fuente de inspiración? ¿Tenés relación con otros dramaturgos (hayan sido o no alumnos tuyos)?

Leo bastante de lo que se escribe por acá. Es bueno haber sido maestro de muchos autores en producción prolífica. Me acercan textos, hago algunas supervisiones, por puro afecto, que me ayudan a pensar en mis dificultades pensando en ayudar a las dificultades del otro, puedo pensar desde la inquietud de una cabeza más joven. Pero confieso que me inciden más los fenómenos escénicos que los literarios, me disparan hipótesis nuevas, me llevan a imaginar otros soportes. Así y todo veo mucho menos teatro del que debería. Si estoy escribiendo salgo poco para poder madrugar, cuando ensayo esos horarios me comen la energía y cuando estreno me pego a las funciones, así que el tiempo es siempre mínimo.

Y tu rol como maestro de dramaturgia ¿lo estás ejerciendo actualmente, viene algo en este sentido para 2015?

Hace mucho tiempo que mis dos labores, escribir y dar clases, se fusionaron de tal manera que necesito siempre de una para la otra. Escribir requiere siempre de una energía más nómada, de una cabeza dispuesta a recorrer otros territorios. La de la docencia es un poco más sedentaria: cambian los alumnos pero la practico siempre en los mismos lugares: mi estudio, la EMAD, y la Facultad de Artes de Tandil.

 
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