Fue la única mujer de tres hermanos. Criada en Inglaterra bajo el yugo de una familia conservadora de abolengo, tuvo a bien rebelarse desde la infancia contra el destino que su familia había previsto para ella. La primera batalla que la pintora tuvo que librar, fue contra su padre quien nunca vio con buenos ojos la pasión de su hija por las artes.
Sin embargo, las figuras femeninas en casa de su madre, su abuela y su nana, permitieron a Leonora sumergirse en un universo de fantásticas aventuras, donde los protagonistas eras enigmáticos seres míticos. Situación que -en secreto- delineo lo que más tarde sería su obra.
La pintora tuvo una vida signada por el destierro. Cuando tenía apenas 15 años dejó a su familia para internarse en una escuela de artes en Florencia, Italia. Más tarde, en 1936 volvió a Inglaterra para instalarse en Londres y continuar con sus estudios de arte. Desde su estancia en Florencia, la pintora había conocido diferentes expresiones surrealistas, sin embargo fue hasta su arribo a esta capital, cuando su relación con algunos artistas se concretó, lo que le permitió una enorme influencia en su obra.
En aquellos años, mientras su relación con el pintor Marx Ernst florecía, tomó una posición atrevida como mujer declarándose en contra del régimen de Vichy y contra el régimen nazi. Desarrolló una militancia activa dentro del Freier Künstlerbund, movimiento subterráneo de intelectuales antifascistas, en donde participó junto a otras figuras como su esposo.
Leonora vivió una intensa y fugaz historia de amor con el pintor Max Ernst, quién para entonces era ya un consolidado icono del dadá y del surrealismo. Ante las presiones, tanto sociales como familiares, los pintores decidieron vivir en Francia, hasta que en 1939 Ernst fue encarcelado.
El funesto destino de su esposo causó una fuerte desestabilización mental, que su familia trató de solucionar al internar a Leonora en un hospital psiquiátrico en España. La pintora debió entonces enfrentarse a lo más reaccionario de la medicina occidental antes de huir a Portugal, donde con ayuda de Renato Leduc, escritor de origen mexicano, logró refugiarse en México mediante un matrimonio convenido.
“La locura puede llevarte a la iluminación”
Los vaivenes en la vida de Carrington, sin duda nutrieron su carácter insurrecto, lo cual en México le permitió rodearse de figuras del movimiento surrealista que también vieron en México la oportunidad de establecerse alejados de la guerra que se desarrollaba en Europa.
Así conoció a personajes como el cineasta Luis Buñuel, el poeta y escultor Sir Edward James, la pintora Remedios Varo y el cineasta Alejandro Jodorowsky, con quienes desarrollaría una profunda amistad. Además, pudo reencontrarse con otros viejos colegas, surrealistas exiliados al igual que ella, como André Bretón, Benjamin Péret, Alice Rahon y Wolfgang Paalen.
Con apenas 25 años de edad, al momento de llegar a México la pintora había vivido una travesía que sin duda tendría impacto en su obra. Eso aunado a la mística fascinación que el país mexicano le ofrecía, su obra tomó tintes que rápidamente la posicionarían como una figura emblemática del surrealismo. La pintora, que siempre se sintió fascinada por la naturaleza y sus animales a los que retrataba como criaturas embriagantes, encontró en los paisajes mexicanos una fuente sin igual de inspiración.
Sin duda, uno de los lugares favoritos de Leonora fue el Jardín Surrealista perteneciente a su amigo Sir Edward James, ubicado en la serranía de la Huasteca Potosina, en Xilitla, a un costado del río Santa María.
El jardín se alza en medio del silencio selvático como una estructura laberíntica fascinante, en el cual la mezcla de la naturaleza pantanosa, las construcciones de piedra que parecen elevarse en todos sentidos, y los seres que le habitan, le hacen un lugar digno de su nombre.
Actualmente en la vieja casa de Sir Edward James -hoy conocido como El Castillo- se puede también apreciar la pintura del “Diablo Rojo” de Carrington, pintura con la que más tarde se adornaría la entrada de la casa.
Leonora Carrington fue una artista polifacética y amorfa, quien también se desarrolló como escritora y dramaturga. En 1938, publicó su primer libro de cuentos fantásticos “La casa del muerto”, ilustrado por Max Ernst. Una vez en México, desarrolló varías obras de teatro como “Penélope” (1945), “La Invención del Mole” (1960), “La historia de los mayas” (1963), entre otras.
Otro de los grandes legados que Carrington dejó en México, fue el mural “El mundo mágico de los mayas”, ubicado en el área dedicada a Chiapas en el Museo Nacional de Antropología de Ciudad de México. Para realizar esta obra, Leonora se dedicó a estudiar la historia de los mayas y el Popol Vuh, demostrando una vez más su fascinación por las culturas mexicanas.
Leche del Sueño
Carrington siempre defendió la naturaleza de su obra como la oportunidad de mostrar los más profundos recovecos de sus sueños y pesadillas, y sin duda lo conseguía. Esto era lo que provocaba tanta admiración por parte de Jodorowsky. En repetidas ocasiones trabajaron juntos. Quizá por ello, el polifacético artista conservaba, como uno de sus más invaluables tesoros, un pequeño libro de cuentos escritos e ilustrados por la pintora, titulado “Leche del Sueño”, cuyo único fin de creación fue entretener con historias de monstruos y aventuras a sus dos pequeños hijos.
Esto fue Leonora, una inigualable artista que se desarrolló lejos de los grandes centros de producción artística. Una mujer muy crítica, incluso hasta de la corriente artística con la que se le reconoce, su crítica era la exclusión a la que se le confinaba a las mujeres, ya que por un lado presumía sus figuras como símbolo de la creación surrealista y por el otro, les mantenía lejos de la elaboración de tratado y manifiestos.
Una artista poco legible y rebelde; feminista precoz y recia, cuya obra sin duda seguirá fascinando a próximas generaciones con la fina capacidad artística de la pintora, para describir la magia de los sueños y el encanto de la cultura mexicana, hablando siempre desde la posición de la mujer. |