Cuatro y treinta AM suena la primer alarma, después la segunda y así sucesivamente. De a poco el sonido invade el sueño, empieza a perturbarte, no es tanto por el ruido, es por lo que significa. Cuerpo cansado, cabeza dormida y piernas relajadas están obligadas a levantarse de golpe, primero te sentás y entendés poco y nada, sólo te cae la ficha que ya tenes que arrancar y no volvés hasta la tarde noche. Otro día que se te va trabajando.
8, 10, 12, 14 o 16 son las horas que muchos llegamos a tener que tolerar en nuestra jornada laboral y se multiplican por 5, 6 o 7 días, con turnos y/o francos rotativos, “inventos americanos” que alargan la semana, que dan un solo franco o dos. Extras, obligadas por la presión, amenaza o un salario que no alcanza para nada. Premios, a la producción, a las ventas o la perfecta puntualidad, no son más que otros medios de extorsión. Y así, realizando distintas combinaciones llegamos a esa vida laboral cotidiana en la que se desarrolla una lucha de clases silenciosa y no por eso menos cruel: odiamos ir a trabajar, luchamos por tener más minutos o segundos para descansar o distraerse, haciendo todo un poco más lento, yendo al baño o desafiando los límites temporales del descanso mientras las horas NO pasan, las agujas del reloj pesan, no se mueven, no vemos la hora de que termine esto.
La revolución industrial y el avance de las tecnologías vinieron con una falsa promesa: la posibilidad de trabajar menos. Cada fábrica y empresa es puesta en funcionamiento para que una inversión económica genere ganancias, jamás se ponen en marcha por el exclusivo interés de ser un aporte a la sociedad y al bienestar de los que vivimos en ella. Es así que todo ese potencial organizativo del humano, es desviado hacia una gran máquina de producir lo que sea, como sea, con tal que se pueda vender y sin importar los daños ambientales que puedan causar. Los “avances” fueron para producir más en menos tiempo, con menos obreros, ganar en la competencia, conquistar nuevos mercados destruyendo los anteriores. Donde trabajaban miles, la máquinas redujeron los puestos de trabajo a cientos. Esos cientos trabajan más horas, en un ritmo más intenso, cuando lo ideal hubiese sido que esos miles trabajan pocas horas, con más descanso, más rotación.
Es así que el tiempo de la jornada laboral ha sido una inagotable lucha entre explotados y explotadores. La maquinaria no trajo las 8 horas, aunque el desarrollo si permite disminuir las horas de trabajo necesarias de una sociedad. La reducción de la jornada laboral fue conseguida a través de huelgas, paros, luchas, organización y muertos, como los Mártires de Chicago o los 44 días de huelga general en Barcelona que fueron claves en la obtención de 8 horas de trabajo, 8 horas de descanso y 8 horas para vivir.
A su vez la industria, bajo las leyes capitalistas, trajo algo horrible: deshumanizar la actividad productiva, convertir a los trabajadores en un apéndice, un pieza más de la máquina, quitándole toda esencia humana a la creación de objetos y causando una insatisfacción en algo que ya no se siente propio. Nadie quiere que llegue la hora de tener que ir a trabajar y todos esperamos la hora de que termine.
El trabajo no dignifica (gran chamuyo si los hay), no nos pertenece, nos sentimos infelices y esperamos a poder irnos para sentirnos dueños de nuestra vida (aunque con otras limitaciones). El trabajo, que es lo que nos diferencia y es el rasgo característico del ser humano, debería generarnos placer, sentir que nuestro hacer va a un aporte para la sociedad y que con un pequeño esfuerzo alcanzaría para lograr tal objetivo.
Para aquellos que poseen fábricas, empresas, tierras o bancos su fuente de riqueza sigue siendo nuestro trabajo. La gran mayoría de la población mundial sólo tenemos nuestra fuerza de trabajo para sobrevivir. Utilizan la energía de nuestros brazos y piernas, nuestro tiempo y capacidad durante largas horas. Pero de todas esas interminables jornadas con pocas horas de trabajo ya generamos el equivalente a nuestro sueldo, ese pago que sólo alcanza para sobrevivir para tener que siempre volver al otro día. Todo el resto de nuestro trabajo se lo quedan ellos, ese pequeño puñado de capitalistas que día a día piensa como seguir robándonos y se les ocurren ideas como el trabajo en negro, tercerizado, por agencia, por contrato, acelerar los ritmos de trabajo, exigir más horas, liquidar derechos, despedir, etc. lo que termina haciendo la brecha entre ricos y pobres cada vez mas y mas insoportable.
Cuando los comunistas decimos que queremos una vida libre de toda forma de opresión, pretendemos un mundo donde no haya ni explotadores ni explotados, donde los medios de producción dejen de ser privados y la producción no sea regida por el afán del lucro sino por las necesidades del conjunto de la sociedad en la mayor armonía posible con la naturaleza, llegando a un nivel tal en el que cada integrante de la sociedad en condiciones de trabajar pueda cumplir esa cuota de deber con una mínima cantidad de horas necesarias, 3 o 4 horas diarias y 4 veces por semana, dejando todo el tiempo que resta para disfrutar de la vida, dedicarnos al ocio, al arte, la cultura, el estudio, las ciencias, el bienestar de nuestra salud y todo tipo de expresión humana en la que nos sentimos a gusto.
Sólo de esa manera estarán dadas las condiciones para un exponencial desarrollo de la sociedad, marcando una nueva etapa en la historia de la humanidad. |