El Bicentenario de la declaración de independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata –que solo a grandes rasgos y no sin abundante sangre de por medio podría considerarse el antecedente de la actual Argentina–, es oportunidad para que proliferen las exposiciones y actos en honor a los “Padres de la Patria”, aunque es justo declarar que esta vez los festejos tuvieron toques originales, como el encuentro en la famosa casa de Tucumán de 1816 reversionado como una especie de grupo de autoayuda o coaching personal de hombres angustiados por las nuevas responsabilidades, según el relato de Macri.
La novela recientemente reeditada por editorial Marea de Elsa Drucaroff, Conspiración contra Güemes. Una novela de bandidos, patriotas y traidores –originalmente publicada en 2002–, nos ubica en algunos de los episodios de esa época protagonizados por quienes tuvieron a su cargo la defensa contra las incursiones realistas que buscaban recuperar los territorios liberados del noroeste, aunque bien alejada de la historias de próceres sin dobleces ni contradicciones que nos enseñaron en la escuela.
Al contrario, será en las disputas abiertas dentro de las filas patriotas donde encontrará el material para desplegar una obra ficcional donde los protagonistas, provisionalmente unidos contra la amenaza española, no dejarán de enfrentarse por intereses de clase y por sus distintos proyectos de nación. Participarán de la conspiración de la aristocracia local contra Güemes sobre la que gira la novela, y de los intentos de desbaratarla, familias criollas tradicionales, generales mestizos sin prosapia en búsqueda de ascenso social, comerciantes acomodados, generales y tropas regulares e irregulares, gauchos, mulatos y libertos armados –pero desconfiados también– por el incipiente gobierno, cada uno con sus propios motivos para defender el nuevo régimen. Serán algunos de los personajes que la novela irá entretejiendo alrededor de una trama con características de novela histórica pero también de género policial –o conspirativo–.
Pero tampoco estos personajes serán solo estereotipos de su origen de clase. Los ideales políticos tanto como la búsqueda de prestigio y el oportunismo; el deseo, el amor y la amistad tanto como las desilusiones y los resentimientos, definirán sus acciones y alineamientos. Ni ángeles ni demonios, la novela desplegará distintas perspectivas narradas en primera persona, que con su propia lengua y a través de sus diversas experiencias y contradicciones conforman las historias de vida que la intriga conspirativa reúne.
Lejos también de la visión dominante de una patria que tiene padres pero no madres –y continuando la historia desplegada en la novela previa La Patria de las mujeres de la misma autora dedicada a las “bomberas”, red de espías patriotas del norte–, la novela hace especial hincapié en las protagonistas femeninas que las versiones oficiales apenas incluyen como nota al pie o cuidando no cuestionar el rol social que se les asigna, como coser pacientemente la nueva enseña celeste y blanca que Belgrano nos legó: aquí las mujeres pelearán en el frente, tendrán a cargo la organización de la resistencia y de la inteligencia, tendrán opiniones políticas independientes y tomarán decisiones que en muchos casos serán las que terminen no remendando sino “salvando los trapos” a los patriotas.
Esta “perspectiva femenina” tampoco será idílica ni estará exenta de sus propias contradicciones. Las mujeres que pueblan la novela podrán ser tan abnegadas como traidoras a la causa, tan solidarias como despreciativas con sus congéneres, tan pasionales e impulsivas como calculadoras y pacientes. Sus luchas tendrán lugar en un campo de batalla atravesado por las coordenadas de clase y también las de género, puestas en juego en los grandes acontecimientos históricos en los que participan pero también en las contiendas cotidianas que enfrentan con mayor o menor éxito.
La política ocupa así el centro de la novela, pero no solo porque la novela recorra los conflictos abiertos alrededor de la formación de un nuevo Estado, sino porque se hace cargo también de aquella definición forjada al calor de las luchas del feminismo según la cual “lo personal es político”. Perspectivas de clase y de género, entonces, que son parte del debate político y cultural de los últimos años pero no como recetas que aplanen a los personajes o simplifiquen las tramas en estereotipos, sino que los enriquezcan también literariamente.
¿Sería apropiado etiquetar la novela como “literatura feminista”? ¿Es esta definición un argumento de venta que el mercado editorial atribuye a toda literatura que tenga en el centro una perspectiva de género, o el reconocimiento necesario de una problemática largamente obliterada en la historia de la literatura? La autora, que además es crítica literaria y se define como feminista, consultada al respecto, nos dice:
“No creo que el arte deba reducirse a obras que son de algún ‘-ista’, ni siquiera creo que una obra sea buena porque tiene ideas del ‘-ismo’ que yo comparto. Dos ejemplos: los personajes femeninos de Saer están construidos desde una misoginia convencida, sin embargo sus novelas tienen tantas otras maravillas que desechar a Saer porque su obra tiene además ideas que yo execro me parecería idiota. Reconozco la construcción unidimensional de los personajes femeninos de Saer como una limitación artística pero eso no quita lo otro muy valioso. Otro ejemplo diferente es El mercader de Venecia: ahí precisamente lo muy potente es su antisemitismo evidente, porque Shakespeare lleva ese odio racial y religioso a un extremo feroz, y eso paradójicamente interpela a la sociedad antisemita de manera extraordinariamente subversiva; leído a fondo, El mercader… termina siendo un alegato contra el antisemitismo, pese a su discurso explícito. Levantar una literatura porque es ‘feminista’ nos lleva al rol de comisarias políticas que entonces pueden hundir una literatura porque no lo es. Soy feminista y no puedo evitar tener una mirada consciente de la opresión de género pero prefiero hablar de ‘mirada femenina’ (como punto político de llegada, no como mirada visceral que mis genitales garantizarían; eso no existe). Mi mirada femenina es la que me sale sola digamos, en mis novelas, pero deseo y espero que tengan contradicciones y otra fuerza, que pregunten mucho más de lo que respondan, que sacudan certezas mucho más de lo que ‘bajan línea’. Creo que hay ideas feministas en algunas novelas (las mías entre ellas), así como hay ideas sexistas misóginas en la mayor parte de la literatura universal, pero eso no vuelve ‘-ista’ a una literatura y sobre todo, no la vuelve ni buena ni mala. Sobre la segunda parte de la pregunta, son ambas cosas: una mirada consciente de los conflictos de género es por un lado algo que durante mucho tiempo fue ignorado y es preciso no ignorar, pero también algo que hoy el mercado pide, porque en el mercado siempre se vuelven demanda las preguntas que en cada momento son hegemónicas en una sociedad. En los ‘60/‘70 se vendía literatura donde los conflictos de clase eran protagónicos. No me parece mal que hoy haya demanda de perspectiva de género. Sí me parece mal que eso habilite a que circulen versiones peligrosamente superficiales y simplificadoras de esa perspectiva, pero no pasó algo diferente en los ‘60/‘70 con las miradas influidas por la vulgata marxista”.
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Según los propios análisis que la autora ha realizado en sus ensayos, como Los prisioneros de la torre, la politización de los problemas de género ha sido una característica de la narrativa argentina contemporánea e incluso ha llegado a ser, hoy en día, una perspectiva que se articula más “naturalmente” en la medida en que es menos disruptiva que lo que fue para generaciones previas. Escrita cuando finalizaban los noventa, y reeditada ahora con una distancia de más de una década, ¿ha cambiado la recepción que en este sentido tuvo la novela entonces y ahora? Nos cuenta Elsa:
“Claro que sí. Muchas preguntas disruptivas acerca de la opresión de género que están en La patria de las mujeres y Conspiración contra Güemes hoy se pueden retomar y pensar pero entonces eran casi invisibles. Estaban acorraladas en una colección de ‘novela histórica femenina’ que tenía en general muy baja calidad (pero fue el único modo en que mi ficción y la de otras escritoras buenas que nadie tomaba en serio encontró modo de publicarse) y se las recibía como ‘literatura para mujeres’, con el desprecio con el que se habla de ‘libritos para niños’, digamos. Recuerdo que en las entrevistas daban eso por sentado o incluso lo preguntaban con agresividad (‘¿vos escribís para las mujeres?’ me preguntó un periodista famoso y progre en un programa de radio) y recuerdo que un escritor que admiro, a cargo de una sección de libros en una revista masiva, me dijo con total naturalidad que cuando le llegaban libros de esa colección él los tiraba a la basura y los míos habían tenido ese destino. Por otro lado, las lectoras que leyeron estas obras en buena parte lo hicieron buscando cosas poco literarias como ‘aprender historia mientras se entretenían’ o ‘enterarse de los amores de los próceres’. Sin embargo tuve experiencias muy gratificantes porque incluso si encaraban así la lectura, me di cuenta de que algunas descubrían que había bastante más y se sacudían. En contactos que tuve con ellas y con algunos lectores descubrí que pese al ruido alienante que interponía el modo de circulación de mis novelas siempre había gente sensible a la que le llegaba otra cosa también, tuve la alegría de recibir algunas devoluciones de lectoras supuestamente ‘ingenuas’ que me dejaron muda y conmovida. Y también de algunos lectores que superaban el prejuicio y leían lo que ‘no era para ellos’ y se hacían preguntas de varones asombrados, incluso tristes por lo que descubrían era su rol social, o que subrayaban los conflictos políticos de clase. De todos modos creo que hoy estas novelas se pueden leer con mucha más profundidad. Que hayan aparecido en una colección que está afuera del ‘corralito para mujeres’ ayuda mucho y al mismo tiempo creo que eso pasó porque de a poco se empieza a tomar en serio la literatura escrita por mujeres y la mirada femenina pasa a ser un ingrediente artístico posible”.
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