El caso Rusia con el Comité Olímpico llegó a una primera definición: la sanción a los atletas rusos queda vigente para Rio y será tarea de cada federación internacional determinar sanciones. Es decir, el COI legitima el accionar de IAAF; por lo que grandes deportistas mundiales como Isinbáyeva, Shubenkov, Klichina y un largo etcétera no podrán participar de las pruebas olímpicas. Los dichos de la garrochista estrella, Yelena Isinbáyeva, fueron contundentes: “que todos esos deportistas extranjeros pseudo limpios respiren aliviados y ganen sus pseudo medallas de oro en nuestra ausencia”. La rusa, con su acidez verbal característica, da en el clavo en una cuestión muy importante: el dopaje lo practican casi todos los países. Si bien puede haber sido una “cuestión de estado” en Rusia, como lo declararon los “arrepentidos”; desde Seúl 1988, con el caso resonante de Ben Johnson, el uso de drogas para el alto rendimiento deportivo vino para quedarse.
Al día de hoy se siguen analizando muestras de medallistas olímpicos de Beijing 2008 y 2012 con nuevos métodos. El resultado habla por sí solo: en mayo de este año fueron encontrados 30 nuevos casos de dóping entre los competidores de Beijin 2008 y 23 de los que compitieron en Londres 2012. Y afecta a un sinnúmero de países. Si con el canadiense Ben Johnson en 1988 el uso de drogas aparecía como oportunidad de “subir la vara”, sacar una ventaja antideportiva, hoy el que no practica dopaje no se “iguala” al resto. El dopaje no solo es ruso. Es una práctica mundializada, ligada a los intereses de los sponsors, las Federaciones, los “teams” y todo lo que rodea al management empresarial del deporte.
El espíritu de los Juegos Olímpicos, el hecho de ser una competencia entre naciones, ha perdido con el tiempo su valor extradeportivo. Antes, los Juegos inevitablemente exponían distintos “sistemas” políticos: el caso de la Alemania nazi en Berlín 1936 es más que elocuente. El triunfo del afroamericano Jesse Owens en la prueba de 200mts cortaba de cuajo la postura nazi de la superioridad cultural, biológica, económica y política de los arios alemanes. Pero no sólo se trata de pujas de aparatos estatales, con el pretexto de las Olimpíadas para sus propios beneficios. También hay casos donde los propios deportistas “toman partido”: los enfrentamientos a sangre y fuego de la revolución húngara del ´56 también se expresaba a los puñetazos en el partido de Waterpolo entre Hungria-Rusia en ese mismo año. Las luchas contra el estalinismo por parte de los que querían liberarse de la “cortina de hierro”, sin ir hacia el capitalismo, no fueron las únicas manifestaciones. Estados Unidos tiene el triste papel de haberles quitado las medallas a sus velocistas Tommie Simth y John Carlos en 1968, por el solo hecho de haber festejado en el podio con el gesto de las Panteras Negras.
Reiteramos: no estamos hablando de boicots rusos o estadounidenses, de rechazos de los africanos a participar en Montreal del 76, como manifestación contra el Apartheid sudafricano. Estamos hablando de deportistas que transforman sus gestos deportivos, todos sus entrenamientos, sus competencias, en pos de una manifestación política trascendental. Tan trascendental como la competencia olímpica misma.
Pero esos deportistas, en plena ofensiva neoliberal desde los 80´s, fueron recluidos a “estrellas” en sus disciplinas. Desde el joven Michael Jordan hasta el hoy mundializado Lionel Messi; todo pasa por la competencia deportiva, el gesto de calidad superior, y las firmas de contratos publicitarios. El “ejemplo” de masas en que se transforman estas figuras está ligado a su propio “don”; no en sus convicciones; en las luchas ideológicas y culturales que representan. La despedida a Muhammad Alí (Cassius Clay) por parte de Estados Unidos estuvo teñida de un sinnúmero de re-lecturas de toda la magnífica obra del boxeador. Pero sin dudas, el cuestionamiento al imperialismo yanqui por Vietnam, en defensa de la condición oprimida de sus pares afroamericanos; eso es algo que no podrán borrar de las mentes de nadie.
Esa “burbuja deportiva” se explica en parte por la mercantilización galopante del mundo deportivo; y por el propio peso de la cultura posmoderna que gobernó el mundo desde los 80´s. Pero hay vientos de cambio. Hay quienes vienen expresando sus ideas, y se hacen cargo como jugadores de incentivar la defensa de derechos. Sin ir más lejos, parte de los mejores jugadores de la NBA, con Carmelo Anthony a la cabeza, han hecho llamados públicos contra el racismo y la brutalidad policial contra los afros en Estados Unidos y han convocado a las marchas del #Blacklivesmatter. Esto, en el legendario Drem Team de 1992 era impensable.
Y así, Río 2016 aparece cruzado por las tendencias más conservadoras dominantes en el deporte: negocio de mercado y alto rendimiento por dopaje. Pero a su vez, Río 2016 aparece en un mundo que va lentamente politizándose a derecha e izquierda; con crecientes nacionalismos; con fenómenos reaccionarios como Donald Trump; con un Brasil que deja en la exclusión a millones de sus habitantes para garantizar el negociado, primero del Mundial FIFA 2014 y ahora de estos Juegos. Puede ser que estos Juegos Olímpicos sean uno más, pero existen bases para pensar que la politización de un sector de los deportistas de elite está volviendo… |