Los sucesos narrados en la novela nos permiten conocer una historia que sucede en un pequeño pueblo fabril, Coketown, donde no existe otro tiempo ni ritmo que el que le imprimen los horarios laborales. De hecho, no sólo la ciudad, sino la vida misma que en ella se concentra y, que Dickens describe con una prosa clara y de rápida comprensión, giran en torno al traqueteo de las máquinas a vapor. La geografía gris de Coketown hace juego con la triste monotonía que ensombrece la cotidianeidad de sus habitantes. Las aguas del río son enturbiadas por los desechos industriales, mientras que las construcciones del asentamiento son, todas iguales de ladrillo rojo e impregnadas del oscuro hollín que vicia el aire.
No obstante, dejando de lado la mera descripción de una situación harto conocida desde hace años en el mundo, la importancia de esta novela reside en los caracteres que Dickens le otorga a los diversos héroes que pueblan Coketown, justamente porque en ellos se pueden observar los intercambios que los sistemas educativo, social, laboral, político y económico, mantienen entre sí -a través del entramado de las relaciones entre los personajes, que representan a cada uno de ellos- y que terminan por conformar el régimen capitalista. Pues, al leer Tiempos difíciles nos vamos encontrando con distintos protagonistas que se ubican a favor del sistema o en contra de él, dependiendo de las posiciones que les toca ocupar en la sociedad de Coketown.
Las lecciones del pedante Tomás Gradgrind, segurísimo de lo único importante para la vida: “las realidades” (sistema educativo); la sumisión de la pobre Ceci Jupe, alumna “número veinte”, hija de circenses humildes, ignorantes, pero de gran corazón y el casamiento de Luisa Gradgrind, arreglado por los intereses propios de su padre (sistema social); la alianza de Josías Bounderby, el poderoso nuevo burócrata y dueño de la fábrica, con la parasitaria Sra. Sparsit, miembro de la vieja aristocracia financiera (sistema político-económico); muestran algunos de los rasgos que dan forma a la crítica que Dickens deja en su novela y que, en su momento, sirvió como una denuncia ante el pueblo. Empero, del otro lado de la balanza surge el héroe central de estos Tiempos difíciles: el desafortunado trabajador Esteban Blackpool (sistema laboral).
Blackpool encarna la voz del oprimido, del empleado explotado, del proletario obligado a consumir su vida en la fábrica, en condiciones de trabajo espantosas y a cambio de una mísera remuneración. Él es quien se enfrenta sólo al aparato laboral y resume en pocas palabras, en una charla cara a cara con su jefe, lo que representa el corazón de esta gran novela, diciendo:
“Soy hombre de pocos conocimientos y de modales ordinarios para que pueda señalar a este caballero el modo de mejorar todo esto, aunque hay en esta ciudad trabajadores de más talento que yo y podrían hacerlo, pero lo que sí puedo decirle qué es lo que no mejorará nunca la situación. La mano dura no la mejorará. Triunfando en los conflictos no se mejorará. Poniéndose de acuerdo para dar siempre, antinaturalmente, la razón a una de las partes, y quitársela siempre, contra toda lógica, a la otra parte, nunca se mejorará. En tanto se aísle a millares y millares de personas que viven todas de la misma manera, metidas siempre en idéntica confusión, por fuerza van a actuar como un solo hombre, y ustedes serán como otro solo hombre, con un mundo negro e imposible de salvar entre unos y otros, mientras persista esta desdichada situación, sea poco o sea mucho tiempo. La situación no se mejorará ni en todo el tiempo que ha de transcurrir hasta que el sol se transforme en hielo si se persiste en no acercarse a los trabajadores con buena disposición, paciencia y métodos agradables como hacen ellos unos con otros en sus muchas adversidades, acudiendo al socorro de sus compañeros necesitados con lo que ellos mismos necesitan. No consiguen hacerlo mejor, según mi muy modesta opinión, los trabajadores de ninguno de los países por donde ha viajado el caballero. En particular, valorándolos con tanta o cuanta mano de obra y moviéndolos como números en una suma o como máquinas. De la misma manera que si ellos no tuviesen amores y gustos, recuerdos e inclinaciones, ni almas que pueden entristecerse ni almas capaces de esperar; desdeñándolos como si para nada contasen ellos, cuando están tranquilos, y echándoles en cara la carencia de sentimientos humanos en sus tratos con ustedes, cuando ellos se inquietan; de esa forma, señor, no se mejorará a situación mientras el mundo sea mundo y no vuelva a la nada de la que Dios lo sacó.”
Así es como Esteban se descarga, saca de su interior todo el cúmulo de miserias que lo asfixian y trata de explicarle al empresario que es un ser humano, que tiene emociones, sentimientos, problemas y padecimientos. Así es como Esteban dejar de ser un “empleado dócil”, lo que, claro está, lo convierte en un foco de incendio. Ese posible chispazo de revolución debe ser contenido; la historia es conocida, Esteban termina siendo despedido.
En síntesis, Charles Dickens presenta con Tiempos difíciles una historia que se desarrolla en el mismo contexto de su producción: el florecimiento del industrialismo y el capitalismo más violento. Esta situación, conocida y vivida en carne propia por el autor –trabajó en una fábrica de betún a sus doce años- le sirve para realizar una crítica y una denuncia al régimen capitalista, en la que desnuda con simpleza las características de los sistemas que lo componen.
Sin dudas, la riqueza que encontramos en esta novela no ha pasado de moda. Lo que Dickens señala, hoy tiene tanta actualidad como en 1854. Por eso un texto se convierte en un clásico, por eso no pasa de moda, por eso admite relecturas constantes. Tiempos difíciles nos abre los ojos y nos arroja en la cara una realidad podrida hace rato, que continúa emanando ininterrumpidamente, desde hace más de ciento cincuenta años, los mismos hedores fétidos. |