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18 de enero de 2025 Twitter Faceboock

Entrevista
Escritos Bárbaros. Ensayos sobre razón imperial y mundo árabe contemporáneo
Francisco Torres

Publicamos esta entrevista de colaboración que nos hicieron llegar. Los Escritos barbaros de Rodrigo Karmy (recientemente públicos en LOM), transmiten el ímpetu de una escritura fraguada al calor de las revueltas y las guerras recientes en el mundo árabe.

Link: https://www.laizquierdadiario.cl/Escritos-Barbaros-Ensayos-sobre-razon-imperial-y-mundo-arabe-contemporaneo

Rodrigo Karmy es profesor e investigador del Centro de Estudios Árabes de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile desde el año 2006, y profesor del Postgrado de Filosofía de la Universidad de Chile (2012) y de la cátedra Mundo Árabe Contemporáneo, en la carrera de Relaciones Internacionales de la Universidad de Santiago de Chile (2012). En su reciente libro, busca dar claves para comprender cómo opera la compleja trama de la zona tras todo el oropel de discursos, alianzas, máscaras y estrategias.

En tu libro analizas cómo el mundo árabe pasó de estar sujeto al eje franco-británico, a estar bajo la hegemonía del imperialismo norteamericano. De acuerdo a una de tus tesis, Estado Unidos sería "el último puntal de la evangelización del planeta cuya «misión» salvífica se proyecta en base al término «democracia»". Nos gustaría detenernos en este punto ¿Hasta dónde ves que pueda seguir operando esta "democracia misionera", considerando el fracaso norteamericano en Irak, y la reconfiguración de las fuerzas mundiales con la reentrada, por ejemplo, de Rusia en el tablero mundial?

RK: Para contestar tu pregunta, quizás sea pertinente trazar una cartografía de la imperialidad occidental, cuya primera configuración comenzaría por el eje hispano-portugués iniciado en 1492 y proyectado en base al término “evangelización”; el segundo eje sería el franco-británico que desplaza al anterior y encuentra su aparición en la economía política del siglo XVIII (los teóricos franceses e ingleses) que seculariza a la “evangelización” en la forma gubernamental de la “civilización”; el tercero, lo hallaríamos desde la segunda mitad del siglo XX en el eje de los EE.UU. con la OTAN articulado en base a la noción liberal de “democratización” (la “democracia misionera” que señalas en tu pregunta).

Lo que tenemos aquí es el despliegue de la oikonomía pastoral como racionalidad propiamente imperial configurado en base a tres modulaciones esenciales que, más que mantenerse en una secuencia lineal se yuxtaponen entre sí con diversas intensidades y escenas coloniales. En este plano, me parece que la “democracia misionera” de los EE.UU.-OTAN sigue operando con estrategias diversas.

En el periplo que alcanza desde Bush padre a Bush hijo, tenemos un funcionamiento cuya estrategia podríamos calificar de “tiránica”, en el sentido que su objetivo consistía en convertirse en el gran policía del capital a nivel planetario. Esta estrategia se articula en base al vacío dejado por la ex–URSS que desde 1990 ha encontrado su debacle con la caída del muro de Berlín, la reconfiguración en Federación Rusa y la elección de Yeltsin como presidente. Rusia estaba a los pies de EEUU como nunca antes en la historia del siglo XX (lo subrayo, porque me parece que es importante señalarlo).

Como un verdadero tirano global, los EE.UU. no sólo intentan apropiarse de los grandes recursos petroleros y gasíferos a nivel mundial, sino también, impedir el acceso ruso-chino a dichas fuentes y potenciar la formación del BRICS o bien una comunidad “euroasiática”.

Pero la estrategia “tiránica” tenía sus costos y, finalmente, desde el Pentágono se elabora la conocida doctrina “Gates” que comienza a funcionar desde la segunda administración de Bush hijo con el ingreso de Condolezza Rice y su concepción del “Nuevo Medio Oriente”.

La estrategia estadounidense cambia hacia su momento “oligárquico”, modelo que se puso en funcionamiento ya desde que acontecieron las revueltas en el 2011 y la posterior invasión en Libia. Este modelo “oligárquico” se consolida con Obama y consiste en la posibilidad de extender la hegemonía norteamericana a través de las oligarquías regionales. En Libia, mientras Obama estaba visitando Chile, Hillary Clinton se reúne en París con los “líderes” europeos (curioso que ya no se llaman “presidentes” o “primeros ministros”) y les apoya en la intervención.

No se trata ya del “tirano” que pasa por encima de todos y dice: o están conmigo o están en contra mi, sino de un “oligarca” que domina el planeta junto a otros y los integra en su orden contratándolos para ejercer alguna acción en particular. Es lo que, en términos generales, se conoce como el soft power aplicado por Obama y que, en una de las últimas entrevistas ofrecidas, él caracterizaba así: “El poder real significa que tu puedes obtener lo que quieras sin tener que ejercer violencia.” (Atlantis, April, 2016, p. 87).

Es interesante esta afirmación de Obama (que perfectamente pudo haber escrito Gramsci), porque, en rigor, resume bien al mentado soft power en cuanto pretende la re-construcción de la hegemonía y, con ello, el establecimiento de un modo de ejercer el poder en el que la dominación se da gracias a la violencia ejercida por otros.

EE.UU. se posiciona como una suerte de gran contratista que teje una suerte de “equilibrios precarios” entre las oligarquías para la mantención de una suerte de pax romana. En este sentido, no me parece que estemos asistiendo a un “fracaso” de los EE.UU., sino a un reacomodo que ha tenido lugar durante la administración Obama y que reconfigura su estrategia dejando de lado el modelo “tiránico” (vigente desde 1991 hasta el 2003) hacia el modelo “oligárquico” (vigente desde la segunda administración Bush hijo hasta la actualidad) pero que mantiene intacta su misión “democratizadora”.

En mi perspectiva, la invasión a Irak el año 2003 marca un antes y un después. Es en virtud del fracaso del modelo “tiránico” donde se produce el giro hacia el modelo “oligárquico”. Pero, a su vez, se produce algo mucho más decisivo que, si bien, lo enuncio en el libro, no lo explico del todo: Irak fue hecho un foso que no abrió salida alguna para los EE.UU., mas que aceitar la estrategia “oligárquica” y comenzar a tejer lazos con Irán. El acuerdo fue el siguiente: EE.UU. levantaba las sanciones económicas que pesaban sobre Irán y éste se hacía cargo de la administración de Irak (un subcontrato, como ves, Irán termina por trabajar para EEUU). Aunque por cierto, Arabia Saudita fue la más afectada con dicho acuerdo (puesto que esto posibilitó a Irán ingresar en el mercado mundial en abierta competencia con los saudíes), los EEUU pusieron en práctica su estrategia “oligárquica” como nunca.

En cualquier caso, sería exagerado decir que EE.UU. ha liberado a Irán de sus sanciones, pero lo que sí podríamos señalar es que Irak fue una suerte de aufhebung para los EE.UU.: fracasó su intervención colonial, pero triunfó su sistema que consiste en el despliegue de la guerra civil global como última forma de gestión sobre las poblaciones.

Esa forma de “gestión” no es más que la que promueve la anarquía del capital, sobre todo, cuando asistimos al despliegue de un capitalismo con múltiples modulaciones a nivel global que pugna por la apropiación de los grandes espacios económicos. En eso consiste el aufhebung iraquí al que me refiero en el libro. Todos se encuentran en esta nueva formulación de la anarquía del capital desplegada como forma última de la gestión de las poblaciones. En este caso, tal como el propio Marx había adelantado en El Manifiesto Comunista, la noción de “guerra civil global” y de “capitalismo” coinciden sin fisuras. Me interesa, sin embargo, en aras del análisis, cómo es que esa guerra civil que ha ido promoviendo la “balcanización” del planeta y, en particular, del Medio Oriente, no es un simple “desorden” que habría que venir a ordenar, sino el orden mismo del cual pende nuestra actualidad.

Por último, y para atender a tu pregunta, diría que en esta “lucha global por los grandes espacios económicos” renace Rusia. Esta última siempre fue una potencia clave en la geopolítica europea e imperialista. Sólo después de la caída del muro sufrió una pérdida de influencia clave que desató las fuerzas post-katechónticas de los EEUU y que hoy retorna con nuevos bríos bajo el mando de Putin. Pero, a diferencia del período de la “guerra fría” en se que disputaban dos modelos ideológicos “supuestamente” diferentes (aunque algunos intelectuales desde Heidegger a Marcuse habían reparado en su afinidad “metafísica”) que terminaron por converger en un mismo horizonte capitalista.

En ese sentido, hoy estamos arrojados enteramente al desierto de la oikonomía como última y única forma de gestión planetaria. Para terminar con mi respuesta a tu pregunta, diría que, desde un punto de vista histórico, es normal que Rusia tenga o exija la posición que hoy exige. Antes de la Primera Guerra Mundial y después de la Segunda Guerra, Rusia tuvo un lugar decisivo en las relaciones internacionales. Hay que ser muy noventero para sorprenderse del papel que cumple Rusia hoy en día, porque su hundimiento durante los años noventa fue una excepción, no la regla.

Citas la tesis del sociólogo egipcio Nazih Ayubi según la cual el Estado árabe moderno se configuró de forma "hipertrófica", esto es, como un Estado "feroz" pero no "fuerte", que ha carecido de hegemonía ideológica (en el sentido gramsciano) que le permitiría forjar un bloque social "histórico" estable. De ahí tú destacas el carácter represivo y sumamente autoritario de los regímenes árabes: ¿En qué momento dirías que estamos en la historia de este Estado hipertrófico? ¿Qué representaría el Estado Islámico en este contexto?

Pienso que estamos en una mutación. Digo “mutación” y no “evolución” para subrayar el carácter abrupto de las transformaciones a las que estamos asistiendo. En este sentido, estamos asistiendo a una mutación nomística en la que el nómos estatal-nacional trazado desde los acuerdos franco-británicos de Sykes-Picot han sido subsumidos (no sustituidos) por la nueva geoeconomía de corte global. En este sentido, el mundo árabe experimenta el hundimiento de los dos proyectos postcoloniales de matriz estatal-nacional con el que abrazaron al siglo XX: el nacional-populismo y el islamismo-populismo. A pesar que aún tienen raigambre entre grandes partes de la población, éstos últimos ya están agotados.

En este registro, la vitalidad de las revueltas árabes (intifadas) ha sido el síntoma del agotamiento de los dos discursos como estallido de la imaginación que, entre las calles por las que fluye, clama por imaginar una nueva vida común. En este sentido diría que las intifadas e ISIS son, ambos el síntoma del agotamiento del nómos estatal-nacional, pero de manera exactamente inversa: si las intifadas abrieron la posibilidad de pensar un mundo sin Estado (por tanto exento de capital), ISIS ha intentado instituir un Estado sin mundo (el islam como discurso necroikonómico).

Como planteo en Escritos Bárbaros, ISIS no es más que el reverso especular de las revueltas, consecuencia del brutal aplastamiento instigado por los diversos regímenes: a la potencia común de las revueltas, surge el sectarismo de ISIS, el estallido imaginal de las revueltas, se transforma en el esteticismo espectacular y frente a la revocación de la violencia soberana articulada por las revueltas, ISIS restituye dicha violencia al punto de auto-denominarse “Estado islámico”.

Destacas que el acuerdo Sykes-Picot, que consumó el reparto franco-británico de la zona, fue la matriz estatal-nacional del imperialismo que inauguró el Estado árabe. Señalas, que su marco pareciera estar agotado, y por tanto, que las posibilidades del discurso nacional-populista, también. ¿Qué consecuencias políticas vez de esta clausura?

En plena guerra civil global el presente parece ofrecernos dos posibilidades. O bien, todo decanta en revuelta y entonces asistimos a una afirmación del poder común como estallido de una imaginación que impide que los pueblos se vuelvan poblaciones, o bien, todo deriva en nuevas formulaciones de ISIS donde el espectáculo sustituye a la imaginación, las poblaciones a los pueblos y se aceita la guerra civil global ad infinitum.

Pienso que esas dos posibilidades están co-existiendo hoy en día y la situación es abiertamente indecidible. Piensa que, por un lado, hemos visto las matanzas de ISIS en diferentes ciudades, pero también, las protestas en Iraq contra la corruptela del nuevo régimen pro-norteamericano, nuevas asonadas de los palestinos contra la ocupación israelí o bien, aunque ello trasciende el espacio árabe (pero no musulmán), las protestas en Turquía donde el simulacro de golpe llevado a cabo por Erdogan ha intensificado su represión y, con ello, la oposición turca a salido a la calle para manifestar su rechazo.

Nada está decidido. Ambas posibilidades están ahí luchando todos los días, unos para revocar la soberanía del capital y democratizar sus espacios y otros para reivindicarla y capturar sus calles. No soy de los que piensa que la intifada del 2011 está muerta por la asonada contra-revolucionaria, sino de los que sostiene que esos procesos nunca acaban cuando el poder cree haberlos acabado. Mira el asunto en retrospectiva: ¿quién de nosotros pudo anticipar el estallido intifadista del 2011? Nadie. Y si hay un nuevo estallido, tampoco será anticipable. Lo único que podemos decir hoy es que, reitero, estamos en una situación absolutamente indecidible.

Tu análisis resulta interesante, especialmente porque superas una lógica que podemos llamar "campista", que esta muy extendida al interior de la izquierda. Tu denuncias por igual al bloque EE.UU.-OTAN y a las dictaduras árabes, señalando directamente que son "2 ejes capitalistas en disputa". Dices que hay sin embargo un "resto", que se resiste y desafía las lógicas capitalistas. Nos gustaría detenernos en esto: ¿A que te refieres con el "resto"? ¿Qué potencias tendría?

Lo que tu llamas “campismo”, yo le llamo “apocalíptico” que, en mi perspectiva, sería un discurso constitutivo de lo moderno consistente en la configuración del espacio político a la luz de la duplicidad entre “amigos y enemigos”, entre “nosotros o el terrorismo”, “yo o el caos” (una forma secularizada de la narrativa apocalíptica que cesuraba el espacio entre la “Gran prostituta de Babilonia” y la “Jerusalem Celestial, tal como lo desarrolla el apocalipsis de Juan).

Para dicha izquierda, el régimen sirio, por ejemplo, es visto como el último reducto moral contra el imperialismo (la civilización) y quienes protestaban en su contra fueron inmediatamente catalogados de “agentes de Israel” o del “imperialismo” (la barbarie). Una simple inversión del discurso apocalíptico (en donde Siria es la Jerusalem celestial y los EEUU la prostituta de Babilonia) no hace más que abastecer sus políticas del terror.

Hay que recordar dos cosas: que el régimen sirio promovió tantas o mayor cantidad de matanzas contra los manifestantes que exigían la revocación del estado de excepción vigente desde 1963 y mayores derechos civiles, que lo que ISIS ha hecho después.

La crisis siria no comenzó con ISIS, sino con la actitud del propio régimen de Al Assad que instigó una represión brutal contra su pueblo. Fue Al Assad y la presión de las potencias occidentales que alentaron a los grupos islamistas, quienes militarizaron la intifada y desencadenaron la guerra civil. El discurso de dicha izquierda dirá que yo no estoy informado, o peor aún, que soy un agente del imperialismo. Pero eso, más que hablar de mi, da cuenta de la limitación de esa misma izquierda que no es capaz de pensar más allá de un mundo que se le aparece como blanco o negro, Bashar o el Imperio.

Mi posición constituye un intento por desactivar esa apocalíptica de la cual se nutre dicha izquierda “campista” como la llamas, porque asumo que dicha izquierda no fue capaz de desactivar los presupuestos fundamentales de la imperialidad occidental reproduciendo así los males que ella misma se proponía conjurar. Y para ello, las lecturas de Averroes, Benjamin y Agamben me resultan clave.

Es aquí donde aparece este “tercero excluído” por el discurso apocalíptico que, siguiendo las lecturas del pensamiento contemporáneo, aparece en Escritos Bárbaros bajo la figura del “resto”. “Resto” designa una potencia irreductible a la captura soberana, una vida común absolutamente incesurable por los dispositivos geoeconómicos del capital (genealogía que desarrollé largamente en mi libro anterior titulado Políticas de la ex –carnación. Para una genealogía teológica de la biopolítica. Ed. UNIPE, Buenos Aires, 2014).

Pienso que las revueltas árabes, entendidas como el acontecer de una tercera intifada a gran escala, constituyen ese “resto” inasimilable para los dos grandes discursos árabes que, frente a su irrupción, aquellos regímenes que estaban a favor de los EE.UU. como aquellos que estaban en contra quedaron igualmente pasmados: ni el discurso nacional-popular, ni el islamista-popular pudieron asimilar a esa potencia para sí.

Precisamente, es aquí donde trazo una de las tesis clave del libro: que el imperialismo es un humanismo. Y lo que los ensayos de Escritos Bárbaros sugieren es que resulta imprescindible desmantelar el presupuesto antropológico de la imperialidad occidental, aquél que funda al hombre en la forma de un “sujeto y agente del pensamiento”. El hombre como propietario del pensamiento que, por serlo, configura esa comunidad de los hablantes sobre la que descansa la democracia, constituye el presupuesto antropológico de la imperialidad occidental.

En mi perspectiva –que evidentemente no desarrollo aquí, pero que funciona como mi premisa crítica- dicha antropología fue articulada a contrapelo del averroísmo gracias a la apropiación del occidente latino durante el siglo XIII de los textos filosóficos que fluían desde el mundo del islam clásico hacia el occidente latino. No puedo extenderme aquí sobre esto. Basta decir que el averroísmo pone en tensión el presupuesto humanista según el cual al hombre le es constituivo el pensamiento. Al contrario, éste asume la incoincidencia radical entre cuerpo e intelecto, haciendo de este último una potencia única para todos los hombres, separada de ellos y absolutamente eterna.

La potencia es impropia, es de “todos” y de “nadie” a la vez y los hombres, para participar de ella, requieren de la imaginación. Esta última es la combustión interna de la noesis averroísta y la única que pertenece y define a la especie humana. En Escritos bárbaros hago intento restituir el carácter político del averroísmo para mostrar cómo la intifada sería una actualización política de esa antigua noción de potencia esgrimida por los filósofos árabes medievales.

La intifada es una potencia común, irreductible a las formas impuestas por el nacional-populismo o por el islamismo populista (dos proyectos “humanistas” en rigor, inclusive el islamismo populista, tal como muestro en el ensayo dedicado a Sayyid Qutub titulado El poder de Dios). En este entendido, la apuesta averroísta de Escritos Bárbaros implica una interrogación radical al humanismo imperial en donde la intifada viene a destituir su ensamble antropológico.

Sitúas a las revueltas árabes del 2011 dentro una larga historia de la insurrección contra el Estado hipertrófico, destacando que su diferencial está en que se dieron desde un "ascetismo revolucionario", desprendido tanto del discurso nacional-popular como del discurso confesional-popular (variantes islamistas). ¿Hasta que punto esta delimitación puede ser ventajosa para repensar una política antimperialista?

Si, la intifadas tuvieron esa característica. Le llamo “ascetismo revolucionario” no a la puesta en funcionamiento de algún dispositivo disciplinario, sino a un movimiento orientado al desprendimiento de las formas identitarias y a la reivindicación de la potencia común. Las revueltas no fueron un movimiento identitarista sino la desarticulación de toda identidad. Y aún así, fueron un sujeto como potencia. Esto se advierte muy fácilmente atendiendo a los diversos análisis que ofrecieron diversas denominaciones al supuesto “sujeto” obsesionándose por identificar el “quien”, que estaría detrás de estos movimientos.

CNN, por ejemplo, dijo en su momento que eran yuppies, o estudiantes universitarios, el discurso de la izquierda habló de “trabajadores”, y el de la izquierda apocalíptica los tildó de “terroristas” de Al Qaeda (fue lo que dijo Gaddhafi y Al Assad). Finalmente, si esta intifada mostraba la existencia de un poder común en el que diversos actores podían converger, el orientalismo mediático no dudó en decir que todo esto se había realizado gracias a las redes sociales que, obviamente, Occidente (no Oriente) había dado al mundo árabe para su propia liberación. Así, el orientalismo descansaba tranquilo porque finalmente, estas intifadas se habían dado gracias a Occidente. Cuestión falaz, obviamente: toda época tiene sus “redes sociales” y la nuestra no es la excepción. Y dichas redes funcionan siempre como medios que catalizan una revuelta pero que jamás la causan.

Ve tu cómo coincide la retórica occidental como la de la izquierda “campina”: para ambos la intifada era un producto “occidental”. Yo sostengo algo enteramente diferente: la intifada fue una revuelta radicalmente impropia, que no coincidía con las grandes estrategias estatales y geoeconómicas, pero que levantaba a los pueblos árabes que volvían nuevamente a la insurrección después de largo tiempo de espera. En este sentido, la fuerza de la intifada residió en su inactualidad.

No calzaba con ninguno de los dos discursos postcoloniales y, sin embargo, no fue más que el estallido de los cuerpos y el uso incondicionado de las plazas y calles. Como tu bien dices, sirviéndome de los trabajos de Samir Amin, trazo una brevísima historia de las revueltas árabes desde principios del siglo XX porque, una de las cosas que el orientalismo mediático no dejaba de afirmar era que “estos pueblos nunca se han rebelado contra el poder y, por tanto, no saben lo que significa la democracia.” Frente a esto había que recordar, leer y mostrar que los pueblos árabes han sido protagonistas de grandes insurrecciones a lo largo y ancho del siglo XIX y siglo XX. De ahí el epígrafe de Ibn Jaldún (siglo XIV) que inaugura Escritos Bárbaros: “De todos los pueblos, los árabes son los menos dispuestos a la subordinación”.

Ahora bien, no diría que la potencia intifadista pueda ser identificada con la noción de “poder constituyente” de Toni Negri (puesto que aún en Negri asistimos a la dialéctica entre fundación y conservación), sino mas bien, con la “violencia divina” de Benjamin, que no es más que una fuerza revocatoria. En este sentido, planteo que la intifada da lugar a una suerte de ultrasoberanía como un “extremo del poder” en el que se juega la deposición de toda soberanía.

Al respecto, me parece clave la sugerencia agambeniana de pensar un “poder destituyente” que restituya al “uso” como aquella “apropiación de lo inapropiable” porque, sin necesariamente leerse mutuamente, está muy acorde a la concepción dabashiana de la “razón estética” desarrollada precisamente a propósito de las revueltas. En cualquier caso, esa potencia anárquica, esa violencia revocatoria, ese ultrapoder puesto en juego por la asonada intifadista, puede ser leída como clave de una mutación: las revoluciones modernas encuentran su paradigma en la Revolución Francesa en la que se contempla la dialéctica de la fundación y conservación del orden y desde la cual es heredera esa izquierda “campista” que tu señalas.

Sin embargo, las intifadas preñan al mundo de otro modo de vivir la insurrección. Un modo no teleológico ni sacrificial que prescinde de vanguardia y de todo centro (es un movimiento enteramente acéfalo). Como tal, no reivindica más que la inmanencia en la forma de lo que Dabashi llama el “cosmopolitismo mundano” que define a una nueva posibilidad de ser-en-el-mundo (de lo que algunas veces el libro designa con el término habitar): frente al globalismo del capital que destruye al mundo desmaterializándolo en la forma de la mercancía, la revuelta declara su cosmopolitismo, restituyendo la inmanencia de una vida radicalmente común.

Por último, con respecto al Estado Israel y la lucha del pueblo palestino -conflicto que denominas "colonial-israelí" debido a la no equivalencia de las fuerzas en pugna-, indicas que estas a favor de la creación de un Estado binacional o plurinacional, en base a una fuerte proceso de des-sionización. Esto supone, una discusión de estrategia importante. ¿Podrías desarrollar tu posición?

Efectivamente, es un asunto estratégico que, como todo asunto de ese tipo dependerá de la correlación de fuerzas en conflicto. En esto sigo a Edward Said, Jamil Hilal o Ilan Pappé, entre otros intelectuales que han tenido esta posición.

Pero, más aún: desde que Obama ha promovido la “solución de los dos Estados” me ha parecido que nuevamente entrábamos en una trampa. Como bien afirmó Ilan Pappé en su momento, la solución de los dos Estados experimentó su “defunción”.

Porque, en efecto: ¿cómo crear un Estado palestino cuando Israel le ha intervenido la totalidad de sus territorios cortando carreteras, apropiándose de recursos, despojando tierras, desplazando o aniquilando a poblaciones enteras? ¿Cómo crear un Estado palestino con un mínimo de “territorio” allí donde 68 años de nakba lo han fragmentado en mil pedazos?

Pero, más aún: todos los partidos sionistas temen el binacionalismo o el plurinacionalismo porque atenta directamente contra la idea del Gran Israel que ha sido el proyecto transversal al proyecto sionista (de izquierdas y de derechas, en tanto ambos remiten a un mismo proyecto colonial). Nunca hay que olvidar lo que Hilal nos dice certeramente: que el Estado de Israel tiene un carácter “etnoreligioso” que, como tal, define su carácter excluyente.

Pero, no solo de estrategia viven las estrategias. También hay ciertos asuntos que me parecen clave: la apuesta por una política no identitarista. Y esa apuesta no me parece utópica, sino la única posible allí donde se trata de desionizar a Israel y abrirse a un Estado bi o plurinacional que vaya más allá de la forma decimonónica del Estado-nación.

Incluso, podríamos ser más radicales y proponer a Palestina como una zona exenta de Estado, pero eso está por ser pensado. En cualquier caso, hay algo que es clave por hacer: dejar la ANP (Autoridad Nacional Palestina) constituida en los famosos “acuerdos de Oslo” de 1993 y volver a la OLP (Organización por la liberación de Palestina). Los “acuerdos de Oslo” mostraron ser una táctica israelí más para profundizar la ocupación. De todos modos lo que digo es absolutamente discutible.

En el corto plazo la apuesta por un Estado bi o plurinacional, me parece, es una institucionalidad que se deja atravesar por aquella vida común que no acepta “identidad” alguna, constituyendo así, quizás, uno de los dispositivos más certeros contra la ocupación sionista en Palestina (y contra todo “nacionalismo” en general). Mal que mal, fue en Palestina donde aconteció por vez primera la intifada (1936 y luego en 1987), porque, como indicaba Arendt respecto de los judíos, hoy se podría decir respecto de los palestinos que son la “vanguardia” de los pueblos, toda vez que dejan entrever las formas políticas de lo por venir.

 
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