Hace pocos días Marcelo Tinelli se convirtió, por unas horas, en el huésped de honor de la Casa Rosada. Fue recibido por el presidente Macri cual embajador de un país extranjero.
Si todo respiraba tensión en el inicio de la reunión, el final del encuentro mostró a dos adultos con importantes responsabilidades, jugando con una aplicación para celulares a intercambiar o combinar sus caras. Las imágenes, que recorrieron el país, generaron una lluvia de críticas.
El periodismo “serio” ensayó recriminaciones. Quienes fueron críticos, marcaron el hecho de que Macri y Tinelli se comportaran “como adolescentes”, mientras las consecuencias del ajuste que se despliega desde el Gobierno no cesan de profundizarse. Digamos, al pasar, que tal comparación es un insulto a amplios sectores de la juventud que demuestran cotidianamente muchísima más madurez.
Marcelo y su poder “destituyente”
La entrevista entre Macri y Tinelli pone en evidencia que el titular del Poder Ejecutivo apostó a intentar resolver – o paliar- aquello que puede efectivamente controlar. Que la reunión con el conductor haya entrado en la “agenda estatal” muestra que, para el presidente, la satírica imitación realizada por Freddy Villareal significaba un costo político creciente.
Días antes de la reunión, las imágenes de Tinelli ridiculizando a Fernando De la Rúa habían vuelto a circular por las redes sociales, como parte de una suerte de cruzada contra el conductor. Los ahora renombrados “trolls macristas” habían jugado su papel en el hecho.
Rebobinemos un momento. ¿Fue Tinelli quién derribó al presidente radical? Nada más alejado de la realidad.
De la Rúa cayó por la enorme resistencia obrera y popular que se desplegó durante dos años contra sus políticas de ajuste. Esa resistencia encontró su punto más alto en las jornadas revolucionarias de diciembre de 2001, cuando decenas de miles batallaron en Plaza de Mayo, enfrentaron a las fuerzas represivas y forzaron la renuncia de quien ocupaba el Poder Ejecutivo.
En ese entonces, el verdadero “poder destituyente” estuvo en las calles, no en los medios. Pero la ridiculización y la burla a De la Rúa colaboraron en deteriorar su imagen, lo cual fue un componente dentro del conjunto de la situación.
Consignemos como dato no menor que la parodia, tanto en aquel entonces como ahora, golpea sobre la principal figura del régimen político argentino, marcado por el “híper-presidencialismo”. Desde ese punto de vista, en momentos de crisis social, la burla puede tender a devenir cuestión de Estado.
Este martes, al reunirse con Tinelli, Macri apostó sus fichas a evitar que se profundice el deterioro de su propia imagen por medio del humor que se despliega en Show Match. Como una suerte de acto de censura mutuamente acordado, el presidente quiso evitar la continuidad de las burlas sobre su figura, en el marco de una situación signada por la recesión económica y una crisis social creciente.
Precisamente, de todas las variables de la situación política y social, la relación con Tinelli está dentro de las controlables. Ni la tan prometida lluvia de inversiones, ni el descenso de la inflación o el freno a despidos y suspensiones están dentro de lo menú de lo que Cambiemos puede ofrecer en materia de resultados.
Los límites del “relato” macrista
Los insultos y críticas contra Macri por la imagen junto a Tinelli en Snapchat llegaron con un tufillo moralizante que debió ser del agrado de Carrió. Sin embargo, tanta indignación tiene su contracara en lo limitado del análisis. A esta altura del Gobierno de Cambiemos, a nadie deberían sorprender estas cuestiones.
La imagen de las caras combinadas no hace más que situarse en una suerte de “tradición” ya existente: la alegría tonta ante cada triunfo parcial. El bailecito en el balcón de la Casa Rosada el pasado 10 de diciembre y el jueguito con Tinelli se engarzan con ese mismo hilo.
El festejo y la “revolución de la alegría” son todo el “relato” que puede construir Macri. No hay épica –ni puede haberla- en el nuevo oficialismo porque el centro de su plan es el ajuste sobre las condiciones de vida del pueblo trabajador en aras de recomponer la rentabilidad del capital.
No hay, por ende, “problemas de comunicación”. Aranguren podrá ser un hombre con pocas capacidades retóricas, pero el centro de sus limitaciones reside en informar un ajuste brutal tarifazo que hunde el nivel de vida de millones de personas. Esas medidas no pueden ser “comunicadas” de modo “amigable”, salvo que se apele a las falsedades. Pero en tiempos de crisis, la mentira tiene las patas aún más cortas.
Un ajuste no se corresponde con una presentación épica. La única forma de presentarlo ante la opinión pública es convertirlo en el resultado necesario e ineluctable de una catástrofe y Macri, como se ha señalado, no tiene una a su alcance.
Precisamente por eso, para el macrismo, las operaciones judiciales contra el kirchnerismo aparecen como una suerte de tabla de salvación. Siguen siendo el “circo” necesario –al decir de Julio Blanck- para tapar la creciente falta de “pan”.
Si Macri no quiere ver a CFK presa, como todo parece indicarlo, contradictoriamente está obligado a desear la profundización de esa dinámica. La cárcel para Cristina, por haber dirigido el “mayor latrocinio de la historia nacional” –según Joaquín Morales Solá- es el punto de llegada de un discurso que necesita mostrar “mucho López” para poder justificar “tanto Aranguren”.
Demás está decir que el kirchnerismo, con sus Báez, Jaime, De Vido, Boudou y otros, no hace más que facilitar esa tarea.
Sin embargo, ese panorama también puede significar el jugar con fuego para el actual oficialismo. Como parte de la casta política millonaria que gestiona el Estado burgués y como parte de esa misma clase social, tiene mucho que esconder ante los ojos de la población.
Genética PRO
Pero el déficit de relato no es un problema de la gestión actual del Estado nacional. Por el contrario, la épica es estructuralmente ajena al macrismo. Históricamente hablando, el PRO es el heredero despolitizado del 2001. Aunque su génesis está en el rechazo a los partidos políticos tradicionales, su superación de esa crisis de representación se canalizó por medio de la “ética gestionaría”, al estilo CEO.
Si el kirchnerismo se apropió de la política en las calles –a la que siempre había sido ajeno como buena fracción del peronismo menemista- para canalizarla hacia la reconstrucción del prestigio del Estado burgués, el PRO transformó ese descontento en un sistema basado en la promesa de una correcta administración de las cosas, aséptica ante todo rastro de ideología.
Detrás de cámara, el país real
La reunión del martes selló una tregua con Marcelo Tinelli. Los alcances de la misma son desconocidos para el gran público. Nos animamos a decir que también lo son para los actores implicados.
La burla volverá. Solo es cuestión de tiempo. No se trata solamente de la personalidad de Macri. La gran imitación de sus rasgos, su forma de hablar, sus gestos y su falta completa de profundidad en su personalidad, se potencian con el creciente descontento que genera su política económica.
El humor se manifiesta como un momento catártico de la bronca acumulada contra quien aparece -y es efectivamente- el responsable de la caída del nivel de vida de millones de personas. “Me río para no llorar” es la frase que podría resumir ese espíritu.
Tinelli, gran empresario del entretenimiento, sondeará el crecimiento de ese descontento social para hacer su programa. En la bronca social estarán sus ganancias.
Pero el país real es también la resistencia que se despliega a las medidas de ajuste. Resistencia que se despliega en las calles, los lugares de trabajo y barrios. Una resistencia que necesita encontrar en medidas contundentes –como un paro nacional activo- la fuerza para derrotar la política al servicio del gran capital que despliega Macri y da sustento a las actuales “joditas para Tinelli”. |