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Las consecuencias económicas del Brexit aún no están claras. La conservadora y pro “remain” –aunque no muy entusiasta- Theresa May al mando del antiguo imperio, obtuvo de la canciller alemana, Frau Merkel, el “derecho” a tomarse algún tiempo –un bien altamente preciado- antes de invocar el artículo 50 del Tratado de Lisboa. Por su parte, el traicionado aspirante a Primer Ministro y aprendiz de Thatcher, Boris Johnson, uno de los dos principales impulsores del Brexit -aunque históricamente no muy partidario del abandono de la Unión- estrenó su sorpresivo y flamante cargo de Ministro de Relaciones Exteriores en una conferencia conjunta con su homólogo norteamericano, John Kerry. La decisión levemente mayoritaria de los electores del Reino Unido está virtualmente huérfana, dirigida por una “remain” centrista y un “leave” persuadido más por ambición personal que por convicción política. Esta conducción se encuentra desarrollando negociaciones frenéticas al menos a dos puntas.
Hay quienes especulan que el Brexit abriría paso a un acuerdo Reino Unido-Estados Unidos. Sin embargo esta eventualidad –siempre posible- enfrenta múltiples límites. Entre ellos y en principio, privaría a Estados Unidos de su delfín político en la UE y de la base financiera privilegiada de gran parte de sus bancos que operan libremente en Europa. Aunque se habla de sectores republicanos presionando a Obama hacia un acuerdo comercial con el nuevo gobierno, tal como indica Shawn Donnan en Financial Times, las elecciones en Estados Unidos son tan pronto como en noviembre y al Reino Unido no se le permite –al menos por el momento, agregamos- negociar nuevos acuerdos mientras sea miembro de la Unión Europea. Por otra parte y dejando volar un tanto la imaginación, vale al menos enunciar lo bizarro de una fortuita comedia del “eje” neoliberal anglosajón, bajo el espíritu antiglobalización del Brexit y un ocasional gobierno del aislacionista Trump.
Además, May y Merkel buscan estrechar lazos (bajo el recelo de Francia y el resto de la UE), mientras la Primer Ministro británica insiste en que “Brexit quiere decir Brexit” (que a ciencia cierta, nadie sabe bien qué significa) y dispara el mensaje contradictorio de que los británicos esperan tanto retacear los movimientos de los ciudadanos de la UE como un abstracto “trato adecuado en el comercio de bienes y servicios para el Reino Unido”. Es archisabido que –al menos en teoría- la restricción a la circulación de ciudadanos europeos hace inevitable la pérdida de acceso al Mercado Común. Las negociaciones aún están abiertas y, al menos hasta el año próximo, May no invocaría la cláusula 50.
La bolsa o la economía
Mientras tanto y aunque la economía británica se esté desacelerando y el FMI haya rebajado una vez más (y van...) el pronóstico de crecimiento mundial para el año en curso y para el próximo, el proceso del Brexit parece por ahora bajo control. Cuestión que por su puesto, tiene una traducción económica.
En cierto modo y al menos en el corto plazo, entre las fuerzas en pugna que identificamos en Brexit: ¿qué hay de Lehman Brothers?, viene primando la contratendencia. La Reserva Federal volvió a mantener las tasas bajas en su reciente reunión de julio y continuará haciéndolo –no hay en lo inmediato mucha duda de ello. El personaje de Gordon Gekko responde bien a la pregunta de su ventrílocuo, el periodista de Ámbito Financiero Siaba Serrate, sobre una eventual suba de tasas en septiembre: “Antes de las elecciones, en plena campaña y con Trump suelto en la habitación, olvídese”. El Banco de Japón, el Banco Central Europeo y el Banco de Inglaterra, por su parte, tienen en la manga planes de estímulo a ser activados en cualquier momento. En la coyuntura, la revaluación del dólar contribuyó a la baja de los precios de materias primas como petróleo y soja afectados fundamentalmente por las voluminosas reservas petroleras en Estados Unidos y un inesperado buen clima para la cosecha de la oleaginosa en los campos norteamericanos. Habrá que ver cómo evoluciona la tendencia aunque, por ahora, los precios conservan la mayor parte del terreno ganado en el segundo trimestre del año y continúa un flujo moderado de capitales hacia el mundo “periférico” que, dicho sea de paso, incrementó su endeudamiento de un modo exorbitante desde 2008 a esta parte.
Por su lado la bolsa de Wall Street alcanzó nuevos máximos desde mayo de 2015 y los indicadores trimestrales de la economía norteamericana -en ese ir y venir frenético característico de los últimos tiempos- arrojaron una serie de datos positivos aunque sin mayor estridencia. En su tertulia con Gekko, el ya mencionado Siaba Serrate concluye que con un crecimiento real esperado de a lo sumo 2/2,5% de la economía norteamericana y la rentabilidad contrayéndose hace varios trimestres, los nuevos récords de Wall Street sólo pueden explicarse por la continuidad de una política de tasas bajas. Y efectivamente no es la potencia de la economía norteamericana lo que está impulsando el crecimiento de la bolsa. Como afirma Krugman en un artículo reciente “en cierto sentido, las ganancias del mercado de valores, son el reflejo de una debilidad económica, no de fortaleza”. Krugman apunta dos aspectos sobre los que hemos insistido en diversas oportunidades y en particular en Revolución de la robótica. Señala por un lado que el precio elevado de las acciones es reflejo de la falta de oportunidades de inversión. Y por el otro, que siendo los precios de las acciones un reflejo de los beneficios y no de los ingresos totales cuando el porcentaje de los beneficios como parte del ingreso nacional es bastante más elevado incluso que en los años ’90, la relación entre “beneficios y prosperidad” resulta escasa en el mejor de los casos.
Dicho de otro modo, los elevados valores de la bolsa son expresión, en última instancia, de que el remedio de las políticas monetarias expansivas no pudo activar los motores fundamentales del crecimiento capitalista que quedaron seriamente averiados tras Lehman. Existen múltiples elementos para sospechar que se están gestando las condiciones para una nueva recesión global. Pero hasta cierto punto y quizás más aún que los grandes desequilibrios económicos y financieros que se acumulan, la baja inversión y el empobrecimiento o estancamiento de las condiciones de vida de las clases obreras de los países centrales, se han ido transformando en un gran núcleo de la inestabilidad.
Las causas de la ira
El Brexit no es un “cisne negro”. En un sentido y parafraseando a Theresa May, “Brexit quiere decir Brexit” y Trump quiere decir Trump, incluso si el Brexit tiene un comando ultramoderado y si –como es probable- Hillary se termina consagrando como próxima mandataria norteamericana. Y el Brexit aunque más no sea como mensaje y Trump –como recado infinitamente más peligroso-, son producto de que aún sin catástrofe, un particularmente bajo crecimiento económico ha estado reconfigurando la estructura de las clases sociales en los países centrales. Las consecuencias del ataque a las condiciones de vida que bajo las décadas de “gloria” neoliberal fueron parcialmente enmascaradas tanto por el crecimiento moderado y las “burbujas exitosas” de los años ’90 o 2000 como por el crédito al consumo que se montó sobre el boom inmobiliario posterior a la crisis de 2001, quedaron al desnudo en el período posterior a la caída de Lehman.
La combinación de un dinamismo económico lejano al de los años de la “Gran Moderación” y el saldo de un endeudamiento récord que llegó a representar el 160% del ingreso de los hogares en Reino Unido y cerca del 130% en Estados Unidos y España, colocaron en primera plana el extraordinario crecimiento de la desigualdad, la desocupación endémica resultante de las deslocalizaciones productivas, la inmigración utilizada como mano de obra barata contra los núcleos de las clases obreras tradicionales, tanto como el carácter precario del nuevo empleo creado durante las décadas precedentes. Como señala Costas Lapavitsas en "Capitalismo financiarizado: crisis y expropiación financiera", la explosión de préstamos hipotecarios entre 2001 y 2003, cubrió primero la demanda de vivienda de los hogares con ingresos altos y luego –entre 2004 y 2006- los créditos subprime endeudaron a los sectores más pobres de la clase trabajadora estadounidense. El crédito subprime percibido en un principio como una “democratización” de las finanzas, acabó en un desastre colocando a millones de personas en riesgo de indigencia.
Luego del estallido de la crisis, gran parte de los ingresos –los salarios, en particular- se destinaron a su propio “desapalancamiento”. Esto es, se dirigieron a pagar deudas no sólo hipotecarias sino de tarjetas de crédito, de servicios de salud o préstamos académicos como es particularmente el caso de Estados Unidos. Cuestión que se traduce en una reducción del ingreso disponible para otros fines.
Y el pánico
Desde Financial Times y bajo el sugerente título “Las élites deben responder a la ira populista”, Martin Wolf lo pone en términos más que claros: el estancamiento del ingreso perturba a las personas más que la desigualdad creciente. Wolf cita un estudio de McKinsey Global Institute que muestra que en 25 economías de altos ingresos, entre el 65 y el 70% de los hogares en promedio, experimentaron una disminución o estancamiento de sus ingresos entre 2005 y 2014. Mientras que entre 1993 y 2005, sólo el 2% de los hogares habría percibido disminución o estancamiento. Agrega Wolf que la crisis financiera y la débil recuperación posterior, resultan la principal explicación de aquel estancamiento de los salarios reales.
La conclusión de que el estancamiento perturba más que la desigualdad es gráfica aunque cabe agregar que el estancamiento abre paso a una indignación que aumenta la percepción de la desigualdad. Cuestión que se aprecia por ejemplo en la disminución de la proporción del salario en el ingreso nacional que, como también identifica Wolf, afecta particularmente a Estados Unidos, el Reino Unido y los Países Bajos.
De hecho existe una contradicción entre la habilidad de las élites gobernantes –en una práctica incorporada tras grandes desastres el último de los cuales fue el de 2008- para exorcizar la catástrofe y su incapacidad para recuperar la potencia relativa de la economía conseguida en décadas precedentes. Esta contradicción está alterando seriamente el statu quo y es lo que, como también señala Wolf, destruyó la confianza popular en la competencia y probidad de las elites empresariales, administrativas y políticas.
Para colmo de males, si desde 2008 a esta parte se puso de manifiesto una suerte de dualismo entre el estancamiento en los países centrales y un reverdecer de los llamados “emergentes” y exportadores de materias primas, la dicotomía a esta altura se está agotando. Quizás tantos años de inmovilismo expliquen la localización de los fenómenos de derecha más bizarros en el centro mientras en la periferia proliferan las derechas “civilizadas” como expresión del reciente agotamiento del ciclo de crecimiento. Como sea, y más allá de los movimientos coyunturales, todo indica que centro y periferia convergen hacia el estancamiento.
Todo este entramado que se manifiesta en gran parte por derecha pero también por izquierda, cuestiona a las elites políticas tradicionales y está generando a su vez “pánico” en las elites económicas o el “mainstream”. Quienes -no hay que olvidar- poseen una gran capacidad de exageración a fin de amplificar su propaganda. Wolf, conmina a las elites gobernantes a dejar de fracasar en su intento de ofrecer curas, o resignarse a que pronto podrían ser eliminadas y con ellas, el esfuerzo de unir la autogobernanza democrática con un orden mundial abierto y cooperativo. Esto es, el neoliberalismo…Wolf pide prosperidad y alerta que su ausencia fomenta la furia…Es sabido, aunque es probable que las elites políticas tengan poco para ofrecer.
Los comandos económico-políticos de los países centrales hicieron escuela en la década del ‘30 y reforzaron sus saberes con la caída de Lehman…Es de esperar que, mientras puedan, continúen instrumentando políticas destinadas a ahuyentar la catástrofe. Como siempre, puede fallar y tanto la acumulación de contradicciones como, más aún, la amenaza de una nueva recesión, limita naturalmente la efectividad de esas políticas. Sin embargo la paradoja central podría estar tomando otro rumbo. Incluso hallándose la crisis bajo relativo control, el entumecido nivel de crecimiento económico está lacerando a sectores sociales claves para la estabilidad de los países centrales. Este dualismo parece devenir la especificidad histórica de la crisis post 2008. Los programas de ultraderecha que estimulan el ascenso de fenómenos como el Brexit o Donald Trump, de aliento al nacionalismo, la xenofobia y el proteccionismo, están fabricados en gran parte a medida de esta decepción de los electorados. No expresan los intereses –al menos inmediatos- de la mayoría del gran capital transnacionalizado, personificados en las “elites políticas” tradicionales, aunque siembran el veneno necesario para futuros giros.
Sean cuales fueren los resultados electorales en Estados Unidos –por tomar el ejemplo más apremiante- y sean cuales fueren incluso las eventuales adaptaciones programáticas de hipotéticos vencedores, las causas del fenómeno Trump continuarán activas. El elemento novedoso que merece ser reflexionado es que quizás la pesadumbre de la economía durante tantos años –aún sin catástrofe, insistimos- termine generando las condiciones económicas y políticas para que –aunque esto no sea inminente- las elites tradicionales vean disminuida tanto su capacidad de ejercer el poder como de implementar los ya tradicionales programas de gestión de la crisis. |