Fotografía: Vivian Maier.
La escritora italiana Elena Ferrante transformó en un éxito editorial una novela de cuatro volúmenes que superan las dos mil páginas. En el corazón del relato, la amistad de dos mujeres a lo largo de su vida. La saga literaria fue adaptada como una miniserie producida por HBO.
Rafaella (Lila) y Elena (Lenú) viven en un barrio pobre en las afueras de Nápoles en los años 1950. A través de ellas conocemos a sus familias; Rafaella es la menor de los Cerullo; Elena es la mayor de los Greco. Sus vidas transcurren en la cotidianeidad del barrio, los amigos, la escuela y el trabajo. La violencia, no en dosis extremas, sino de una forma sutil y cotidiana es omnipresente: está en el lenguaje, en las relaciones, en los sentimientos. El contexto de posguerra o, quizás, la cercanía de la guerra, hace que cosas brutales se vivan con normalidad.
A partir de un hecho azaroso, se dispara un retrato de la amistad de las dos mujeres, narrado por Elena de forma retrospectiva. Lenú adora a Lila pero escribirá la historia de sus vidas solo para contradecir un deseo testarudo de esta última de no dejar rastros de su existencia sobre la Tierra. Ya desde la primera página, sin conocer ni escuchar siquiera a Lila, sabemos que es ella quien ha marcado el ritmo de la amistad, o la que parece hacerlo. Por si acaso, Elena aclara,
En mi vida he hecho muchas cosas, pero nunca convencida; siempre me he sentido un tanto despegada de mis propios actos. En cambio Lila, de pequeña, se caracterizaba por tener una determinación absoluta.
Parecidas o diferentes, siempre juntas
Una de las arterias de Dos amigas es la amistad entre dos mujeres, un tema ignorado, criticado, banalizado y arrojado al fondo de la “literatura femenina”. El sentido común, que no es ajeno a los valores patriarcales de la sociedad contemporánea, dictamina que la amistad entre mujeres es un mito, no existe: las mujeres compiten entre ellas, sienten envidia, odio, se comparan (entre ellas, con los varones o en referencia a su mirada).
Es imposible abstraer las relaciones entre las personas de las condiciones del mundo que las rodean. La realidad es que todo “conspira” contra la cooperación y la solidaridad entre mujeres en las sociedades capitalistas, marcadas por la competencia y el individualismo. En el caso de la amistad entre mujeres, es imposible ignorar el hecho de que son un grupo oprimido por su género, aun cuando comprenden la mitad del mundo, y se relacionan a la vez con los varones, en una sociedad cuya jerarquía es superior.
Lila y Lenú entienden el funcionamiento desde que son pequeñas, aunque solo adivinan, y aprenden a fuerza de prueba y error, las reglas. Las jerarquías están presentes en la familia y son muy claras. Las mujeres son madres y encargadas del hogar; los varones se parten la espalda trabajando. Las mujeres deben obedecer y los varones deben mandar. Quien no obedece será castigado y eso es parte de la vida. Elena cuenta en las primeras páginas,
No siento nostalgia de nuestra niñez, está llena de violencia. Nos pasaba de todo, en casa y fuera, pero no recuerdo haber pensado nunca que la vida que nos había tocado en suerte fuese especialmente fea. La vida era así y punto.
Lejos de la niñez “vigilada” del siglo XXI, la niñez del primer volumen de la saga, La amiga estupenda, está poblada de piedras, golpes entre pares, palizas de los mayores, castigos y sufrimiento. Lila y Lenú no sueñan con un futuro especial, solo saben que no quieren ser como sus madres y, por sobre todas las cosas, no quieren ser pobres. Y (quizás) en un guiño autobiográfico, sueñan en hacerse ricas escribiendo un libro, una idea que elaboran después de leer Mujercitas y enterarse de que su autora había ganado mucho dinero.
Desde que se conocen, compiten. Compiten por trepar más alto o atreverse a algo más temerario. Ambas van a la escuela y son de las pocas que continúan los estudios después de superar la etapa básica de la primaria. Aprenden italiano formal, la primera marca de diferencia entre ellas y el resto de sus amigos del barrio que solo hablan el dialecto de esa región. Lila se destaca en todas las asignaturas, gana los concursos, sorprende a los maestros, desafía a todos.
No sé qué causó dentro de mí aquel desclasamiento, hoy me resulta difícil expresar claramente, con fidelidad, lo que sentí. En un primer momento tal vez nada, algo de celos, como todas.
Lenú se debate entre la competencia y la admiración pero al final del día sabe que Lila es una fuerza que la empuja hacia adelante.
Algo me convenció, entonces, de que si iba siempre detrás de ella, si seguía su ritmo, el paso de mi madre, que se me había metido en el cerebro y no me abandonaba, dejaría de amenazarme.
Esas palabras describen casi a la perfección la búsqueda de cómo ser una misma. En esa búsqueda, la narradora, y la abrumadora mayoría de las mujeres, escapan de la imagen de sus mayores para construirse a semejanza a sus pares. No es una búsqueda lineal ni armoniosa, está poblada de contradicciones, como la amistad que poblará las páginas de los cuatros volúmenes.
Para no spoilear las historias y las aventuras alucinantes que vivirán, solas y acompañadas, juntas y separadas, nos limitaremos a decir que en la niñez aparecen como una unidad, un todo en el que se complementan y se desafían mutuamente. La adolescencia las encontrará avanzando por caminos diferentes, el trabajo, el estudio y la familia, cada una con sus fracasos y sus éxitos. Pero las dos con la certeza casi confirmada de que no pueden ser felices y exitosas, de que deberán elegir (¿podrán hacerlo?) entre avanzar en los estudios o tener una familia.
Ese paso urgente entre niñez y adultez estará marcado por entender cómo funcionan las reglas masculinas en el noviazgo y el matrimonio (y por extensión, en el mundo), que representará los mayores desafíos cuando apenas son adultas. Esa dificultad quedará plasmada en Un mal nombre (segundo volumen) cuando Lenú reflexiona, “Qué difícil orientarse, qué difícil no violar ninguna de las detalladísimas reglas masculinas”.
Es imposible resumir en algunos caracteres una historia de décadas. A lo largo de los cuatro volúmenes, Lila y Lenú se encontrarán con la política y los rastros de la historia italiana, porque Dos amigas no es solo la historia de dos amigas; es la historia de la vida italiana en un barrio en las afueras de Nápoles contada a través de la relación de dos mujeres que son amigas.
Quizás porque parece haber saltado el estante de “literatura femenina” y pelea su lugar en lo que se considera “la literatura” (cuyo carácter universal sigue siendo un reducto masculino) existen tantas especulaciones sobre la identidad de la firma “Elena Ferrante”. Nadie la conoce, no se sabe dónde vive ni cómo es su cara. Solo acepta entrevistas a través de su editorial, algo que alimenta suspicacias. En esta era de la fama efímera pero siempre necesaria, en la que “todos podemos ser famosos”, renunciar la fama, a la admiración y la idealización es impensado. Nadie renuncia a un privilegio sin razón; algo esconde. ¿Será un varón? ¿Será un grupo de guionistas? ¿Será un experimento lingüístico?, son las hipótesis que más resuenan.
Siempre habrá quien deje pasar la oportunidad, por distracción o prejuicio con la “literatura para mujeres” (como si hubiera una literatura que no lo fuera, ¿un debate más viejo que el mundo?). Dos amigas, con el batallón extraordinario de personajes secundarios que las acompañan en una serie de cuatro temporadas, nada tiene que envidiar a las grandes novelas realistas del siglo XIX o a cualquier drama producido por Netflix. Eso sí, las lectoras tendrán un bonus porque de una forma u otra todas somos Lenú, que sueña con ser Lila, que sueña con ser Lenú.
Este artículo fue publicado originalmente el 7/8/2016. |