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25 de octubre de 2014 Twitter Faceboock

Espacio Abierto
Brujas: una ciudad estancada en el Medioevo
Diego Tato | @riverdie73

Cuando soñamos con viajar y proyectamos especialmente Europa, capitales modernas como París, Londres o Berlín parecieran como los grandes destinos a cumplir. Pero una ciudad como Brujas -capital del Medioevo- debería ingresar en el listado obligatorio para todos aquellos románticos, lectores, admiradores del buen gusto, sensibles y sobre todo, aquellos que quieran viajar aun más allá en el tiempo.

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Hay que estar preparados: como por arte de magia, adentrarse en las calles de Brujas significa para los sentidos un cambio temporal hipnotizante y encantador a la vez. Trasvasar una imaginaria cortina de niebla dejando detrás la moderna Bélgica que nos deposita en un escenario de calles empedradas sin orden ni concierto, edificios fantásticos erigidos por ladrillos medievales, torres góticas que sobrevuelan las cabezas y casas al estilo Hôtel-Dieu. Como insertos en una película de época, el celuloide proyecta ante nosotros visiones de tiempos pasados, carrozas tirada por alazanes gallardos, nobles en calzas bermejas, elegantes damas en briales o jubones, hombres con sayos y monjes de cabeza en tonsura con sus sotanas lobas.

La ciudad ha conservado los espacios y las edificaciones en las cuales se pueden identificar sus distintas fases de desarrollo, desde el auge de la incipiente ciudad portuaria del algodón en los tiempos medios como en las modificaciones edilicias y de fachadas introducidas en el estilo neo-gótico hacia el siglo 19. Prueba viva de esto lo representan el centro histórico con la maravillosa plaza central Grote Markt o la no menos fascinante plaza del Ayuntamiento Stadhuis. Tan especial resulta su arquitectura que hasta la ciudad ha inscripto su propio estilo con el nombre de Travée Brugoise.

Desde comienzos del siglo XIII y hasta bien terminados el siglo XV, Brujas fue la capital económica de la Europa al norte de los Alpes. Las relaciones comerciales con Inglaterra relativas a la lana desplegaron un inusitado crecimiento de la ciudad que se vieron reflejados en la construcción de edificios públicos tallados en ojivales, bóvedas nervadas y elevadas torres en punta, como el Campanario de Brujas Belfort, el Ayuntamiento conservado íntegro desde 1376, la cruzada catedral de San Salvador o la imponente torre de la Iglesia de Nuestra Señora de Brujas, la torre de una iglesia más alta de toda Europa.

El duque Philippe Le Bon, hacia mediados del siglo XV convirtió a la ciudad en el centro de la corte así como también en el polo artístico e intelectual de la época. El arte flamenco con Jan van Eyck comienza a hacer escuela aquí influenciando a toda Europa y atrayendo poco tiempo después a artistas italianos que convierten en aquel entonces a la ciudad en el centro del Humanismo y el Renacimiento. Las obras del flamenco holandés y belga pueden verse hoy en el Museo Groeninge que puede transportarnos a través de seis siglos de arte. Tomás Moro halló aquí inspiración para escribir la introducción y el libro segundo sobre su afamada isla políticamente utópica.

No sería de extrañar que todavía la ciudad siga siendo una rica musa que ilumine las vetas creativas de cualquier corazón sensible. Dar un paseo por las antiguas calles y sentir como pasan un centenar de años zumbando en el aire, un aire asentado en la antigüedad y que es una delicia. Continuar el viaje a través de 370 escalones hacia el punto más alto de la torre del campanario y allí abrigar una ciudad que duerme a tus pies, con sus techos a dos aguas rojos, un gran canal a la distancia que como una gran tapiz azul une a la ciudad con el mar, las vistas de las otras grandes torres en su electrizante disputa por llegar a las nubes, el concierto de las golondrinas desde lo alto acompañados por los melancólicos arreglos del carillón de 47 campanas emplazados en la misma torre.

Seguir bordeando las calles y no perderse ningún detalle de los grabados en las fachadas de los edificios, guardias cruzados, santos embebidos en oro, leones amenazantes, rosetones y coloridas vidrieras, trabajados portales y ménsulas, tiendas de encaje y puestos de mercados, chocolaterías, sin olvidar el hermoso canal que rodea el centro de la ciudad con sus románticos botes, sus apedrados puentes envueltos por hiedras y sus cisnes galanes presumiendo su elegancia en el curso del canal. Todo invita a llenarse de recuerdos imborrables.

Si este recorrido no es de ayuda para despegar en el sueño de visitar esta encantadora ciudad, podemos ayudarnos viendo la película “Perdidos en Brujas” antes de dormir, y comprobar que Brujas es un cuento de hadas.(Título original: “In Bruges”, de Martin McDonagh)

 
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