Fotografía: reuters
Martin Rouleau, un joven de veinticinco años, atropelló a dos militares en un centro comercial de la región de Richelieu. Mató a uno de ellos y murió posteriormente bajo las balas de la policía luego de que su automóvil volcara en la huida.
Rouleau era vigilado por las autoridades luego de que intentara salir del país para llegar a Turquía.
El miércoles 22 de octubre, el montrealense de padre libanés y madre quebequense, Michelle Joseph Zehaf- Bibeau de 32 años fue abatido mientras irrumpía en el edificio del Parlamento federal con un rifle con el que hirió de muerte a un caporal del ejército.
A esa hora de la mañana, entre las diez y media y las once, sesionaban en distintas salas las bancadas de los tres principales partidos federales.
Hoy por la mañana despegaron los aviones de caza destinados por el gobierno federal a la lucha contra el nuevo enemigo declarado del Estado Islámico.
La relación entre estos tres hechos no es fortuita. Canadá se ha comprometido en una nueva alianza contra el terrorismo, como lo hizo antes para la invasión en Afganistán. Y es que los analistas más serios no dejan de señalar que los atentados son una respuesta simétrica a la nueva agresión a la que el imperialismo canadiense se ha sumado.
¿Qué se puede esperar de esta nueva situación?
Probable blanco del último atentado, el primer ministro Stephen Harper, líder del partido conservador, ha salido a decir que “no se dejará intimidar por la amenaza terrorista”.
Pero a pesar de todos los berridos de este tipo de la clase política y de los medios masivos, lo que se hace difícil explicar es cómo estos jóvenes canadienses se “radicalizaron” sin que se haya comprobado una relación directa u orgánica con el “islamismo radical”. Porque los actos no fueron ni planeados desde el exterior ni organizados por la susodicha amenaza terrorista internacional.
Para decirlo francamente: el gobierno federal va a utilizar estos atentados como justificación para lanzarse con fuerza renovada hacía la “cruzada contra los infieles extremistas”.
Al mismo tiempo, estos hechos podrían ser utilizados como excusa para una reducción o suspensión de los derechos y libertades individuales, siempre en defensa de la tan mentada democracia canadiense.
En el marco de que se vienen perdiendo las conquistas sociales ganadas con decenios de lucha y donde las libertades elementales vienen siendo limitadas por leyes especiales de fuerte inspiración bonapartista, esto no puede más que significar una profundización del ataque gubernamental hacia la lucha y la organización social.
La prensa no deja de señalar lo aislado del acto y el hecho de que se trata de jóvenes desubicados víctimas de la “propaganda del mal”. Sin embargo lo que se antoja es también un agotamiento del discurso triunfalista e infalible de las potencias mundiales, y también un anti-occidentalismo creciente en el mundo y en el seno del mismo monstruo imperialista.
Durante sus casi diez años de gobierno, Harper ha logrado una transformación del Canadá. De aquel país de “apariencia pacífica” y “vocación democrática” no queda nada.
Hoy Canadá es señalado por su beligerancia, por su protección a ultranza de las empresas trasnacionales (que tantos estragos han causado y causan en Latinoamérica, empezando por las mineras) y por su desdén de las cuestiones ambientales.
Y al mismo tiempo ha hecho todo para no dejar piedra sobre piedra del viejo estado benefactor, con la salud y la educación como objetivos centrales. Es en estas circunstancias donde se deben buscar la causa de la radicalización de estos jóvenes que acaban de protagonizar los atentados que están sacudiendo al país. |