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La Izquierda Diario
27 de octubre de 2014 Twitter Faceboock

Boxeo
El día que Mataderos bailó
Javier M. Occhiuzzi

Reseña sobre la vida del legendario boxeador Justo Suárez, el "Torito" de Mataderos.

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¿Por qué nos gusta el boxeo? Es la pregunta que nos hacemos los fanáticos y aficionados a este deporte. Algunos consideran que la belleza estética del pugilismo es una gran razón, pero también hay un elemento emotivo que seduce fuertemente: el corazón del boxeador. Es un hecho que todos los combatientes tienen corazón, pero no todos pelean con él. En el boxeo pelear con el corazón significa soportar castigo, golpes y lesiones a cambio arrancarle la victoria al rival. En la historia de la Argentina hubo muchos boxeadores que pelearon con el corazón, pero Justo Suárez, sin lugar a duda fue el más grande de todos ellos.

La Argentina que lo vio nacer chorreaba sangre y violencia. Las clases sociales eran alta y baja, no había más, y aquéllos que se atrevían a desafiar ese orden establecido eran disciplinados a hierro y fuego. El año de su nacimiento fue 1909, conocido como el año de la “semana roja”, llamado así por la matanza cometida por Ramón Falcón que ordenó abrir fuego sobre unos obreros que se habían reunido en la Plaza del Congreso para celebrar el 1ro de Mayo. El ataque dejó 80 heridos y 14 muertos. El anarquista Simón Radowitzky le devolvería la atención al comisario de la federal arrojándole una bomba dentro del carruaje en el que viajaban él y su secretario.

El boxeo nos tiene acostumbrados a las duras historia de vida de sus campeones, pero la biografía de “El Torito” hace que Rocky Balboa parezca un personaje salido de una película de Disney. Fue el decimoquinto hijo de una familia de 25 hermanos paridos por la misma madre: María Luisa Sbarbaro fue el nombre de esa mujer. Nacido y criado en el barrio de Mataderos, en un hogar con más hambre que comida, desde pequeño se vio empujado por la necesidad a buscar maneras de subsistir. Fue canillita, lustra botas y hasta mucangero, una tarea de las más bajas que había en esa época (recoger con una espátula la mucanga, grasa bobina que chorreaban las carretas que transportaban las reses muertas, de las canaletas) a 10 centavos el balde. Dura era la vida en aquel entonces y dura la realidad, pero más duro era el torito, tal vez fue por eso que debutó en el boxeo profesional a la edad de 10 años.

A principios del siglo XX, en Buenos Aires el boxeo era un entretenimiento similar al de los gladiadores de la vieja Roma, la “gente bien” iba a restaurants y confiterías pitucas para beber champagne y disfrutar de las peleas en la misma forma en que lo hacían los paisanos con las riñas de gallos. Fue en uno de esos lugares paquetes sobre la calle Florida que Justo Suarez se abrió camino a los golpes y se ganó el mote que lo acompañaría por el resto de su vida, “el torito”, debido al estilo violento, desprolijo y corajudo de su boxeo. Era cuestión de tiempo para que su fama creciera y su nombre llegara a los oídos de José Lecture, quien le dijo luego de verlo “Vos peleas a la criolla, tenés que aprender”. A partir de ese momento la carrera de Justo se catapultó al estrellato internacional.

A los 19 años ya era todo un profesional consagrado, la gente de las zonas más humildes no dudaba en subirse camiones o copar colectivos hasta llenarlos tan sólo para ir a ver las peleas del “Torito”, hasta ese momento siempre invicto. La cumbre llegó el 27 de marzo de 1930, el año de la primera gran crisis económica mundial, que encontró a Suarez disputándole el titulo Argentino de los Livianos (57 kg a 60 kg) a Julio Mocoroa, quien lo perdió por puntos. La pelea se hizo en la vieja cancha de River, en Alvear y Tagle. Cuentan que esa noche 40.000 personas colmaron el lugar; lo cierto es que en esa época el boxeo no era algo masivo y al torito lo seguía mucha gente, sumado a que lo bancaba todo un barrio entero. En medio de una crisis financiera internacional, un plebeyo porteño se elevaba de toda esa miseria para convertirse en una estrella en el firmamento. Hasta se había casado casi en secreto con Pilar Bravo, una bella chica de Lanús que trabajaba como telefonista.

Bajo la guía y representación de Lecture se fue a probar suerte a Estados Unidos, la meca del boxeo mundial. Hizo dos tours, el primero fue en 1930. En 4 meses realizó 5 peleas, arrasó a sus rivales y volvió al país con toda la gloria. La segunda en 1931, fue el principio del fin: le disputó el título mundial de su categoría al Billy Petrolle, un boxeador duro como el granito al que apodaban “La Fargo Express”, por su potencia. El “Torito” perdió en el 9 round, su primera derrota como profesional. Su carrera se estaba terminando, la vuelta a al país fue sin gloria, su esposa se divorció de él al poco tiempo y la tuberculosis comenzó a comerlo vivo, minando sus fuerzas. La última vez que se subió al ring fue frente a su amigo Juan Pathenay, que trató de no pegarle. Tuvieron que parar la pelea porque Suárez no tenía fuerzas ni para defenderse. Resultó triste, tan triste que cuentan los cronistas deportivos de la época que en el Parque Romano de Palermo esa noche todos lloraron.

Ya sin dinero, fama ni salud decidió mudarse con su hermana que vivía en Cosquín, murió el 10 de agosto de 1938 a causa de la tuberculosis. Tenía sólo 29 años. Su record fue de 27 peleas: 24 ganadas por KO- 2 perdidas y 1 empate.

El torito en la cultura popular

Para tener una idea de lo que simbolizó el “Torito” para nuestro folklore basta con ver la estela de artistas que se inspiraron en él y la historia de su vida para componer obras del más diverso tipo.

En 1930 Modesto Papávero y Venancio Clauso, le dedicaron un tango “Muñeco al suelo” donde sintéticamente resumían a la perfección la trayectoria de Suárez “De Mataderos al Centro / del Centro a Nueva York / seguí volteando muñecos / con tu coraje feroz”.

En la década del 50, Oesterheld crea una historieta inspirada en la vida del “Torito” llamada El Indio Suárez, sobre un boxeador de origen humilde que a fuerza de disciplina y trabajo duro logra hacerse de una brillante carrera deportiva.

En 1956 Julio Cortázar, quien fue gran admirador de Suárez, se mete en su piel y recrea en primera persona un monólogo interior del boxeador en el cuento Torito en su libro Final del juego.

En 1994, en el disco Pampas Reggae, de Los Pericos, lo homenajean con el tema "Torito".

En 2001 se estrenó una película llamada I love you... Torito, que trata sobre la vida de Suárez.

En el 2012 aparece en la novela La sangre que corre, de Myrtha Schalom. Si bien no es el protagonista de la obra, muestra lo que fue la vida del "Torito", su ascenso en el mundo del boxeo y su vínculo con el barrio de Mataderos.

 
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