Hace pocos días presenciamos la violenta y sangrienta represión que sufrieron los trabajadores de Lear, que una vez más se habían dado cita en el corte de Panamericana, reclamando la reincorporación de los despedidos. La saña con la que los golpearon provocó heridas que fueron de gran consideración, tanto que algunos trabajadores podrían quedar con serias secuelas. Fue parecido el ataque al que sufrimos el 29 de noviembre de 2.007 los trabajadores del ajo de la empresa Campo Grande, que dejó el saldo de un muerto, nuestro compañero Carlos Erazo. Las balas de goma, como en aquel entonces, se incrustaron en la piel. Entonces, la humillación se hizo latente. Golpearon a mujeres embarazadas, jóvenes, madres y abuelas. Al final del zumbido de las balas, de las corridas y del gas lacrimógeno, quedó en evidencia el obrar de las fuerzas represivas, al servicio de los que lucran con nuestras vidas, dejando muerte y destrucción a su paso.
Nunca vamos a olvidar los trabajadores del ajo el dolor que sentimos al ver el encarnizamiento en contra de nuestros compañeros. Con las mujeres con las que habíamos compartido largas y extenuantes jornadas laborales. En aquella ocasión con gran repercusión por tratarse de una de las represiones más feroces sufridas en los últimos años.
Esta forma de querer adoctrinar a los trabajadores se ha ido profundizando cada vez más en el fin de ciclo Kirchnerista cuando la crisis en los distintos sectores, en particular el automotriz, produce suspensiones y despidos debido a la gran caída de la actividad. De este modo, los primeros recursos por recortar son los empleos. Despidiendo a los trabajadores los empresarios buscan salvar sus ganancias. Acelerando los ritmos de trabajo quieren que menos trabajadores, produzcamos lo mismo. Lo que hace esta maquinaria de alienación es descargar el peso de la crisis sobre las espaldas de los trabajadores.
Nos quieren hacer creer que no hay salida a la crisis, pero quienes pierden cuando suceden son los trabajadores, nunca las ganancias capitalistas. Sin embargo hay otra opción, se pueden afectar las ganancias de los empresarios y que sea ellos los que paguen la crisis. Una muestra de cómo se puede hacer esto son los proyectos presentados en el Congreso Nacional y en la Legislatura Mendocina por el FIT que prohíbe las suspensiones y despidos.
Mucho se intenta desde los grandes medios y en los discursos de los partidos patronales, profundizar este adoctrinamiento, instalando la idea de que los cortes de calle no se debieran hacer, pero no es más que un disfraz para tapar los grandes ajustes, la inflación, los tarifazos y la pérdida de empleo en contra del pueblo trabajador.
Quieren avanzar contra los que luchan para imponer precarias condiciones de vida, precarización laboral, para profundizar el clientelismo político y la corrupción. Tanto al FPV, la UCR, el PRO, como FAUNEN, están detrás de estos intereses capitalistas. Mientras que para los trabajadores la única opción es cuidar sus propios intereses, es decir sus fuentes de trabajo, como lo han hecho heroicamente los trabajadores de la ex Donelley, hoy MadyGraf.
Las mujeres obreras del ajo seguimos sufriendo la precarización laboral; muchas no nos vamos a poder jubilar al no tener aportes, a pesar de haber trabajado toda la vida. Lla única opción que nos queda es entrar en tortuosos trámites que a través de una moratoria nos permita cobrar la jubilación mínima que todos sabemos que es una burla a quienes trabajaron toda su vida; nunca contamos con obra social o con vacaciones pagas. La precariedad laboral es más grave en el campo donde se cultiva el ajo; allí se han encontrado familias enteras en chacras de poderosos empresarios del ajo viviendo en condiciones inhumanas, en su mayoría son familias bolivianas o de trabajadores golondrinas, viviendo en la esclavitud porque les retienen su documentación o son sometidos con distintos modos de coacción.
La tercerización laboral dentro de la misma informalidad, bajo la modalidad de cuadrilleros, que denunciamos junto a compañeros bolivianos, sigue siendo moneda corriente en los sectores rurales.
Seguimos viendo en los galpones de empaque a niños trabajando o bebes que permanecen en el lugar de trabajo junto a sus madres mientras tratan de hacer unos pocos pesos, pero expuestos a los riesgos de un establecimiento de trabajo, con autoelevadores, pilas de cajas pesadas, altas temperaturas y polvo en suspensión. Todo esto, bajo la vista del patrón que pasa por al lado de los niños y les toca la cabeza con un hipócrita gesto de consideración.
Estas condiciones han permanecido así a lo largo de muchos años, profundizándose con la implementación de las cooperativas truchas que persisten desde la década de los noventa, con la flexibilización laboral.
La espontaneidad de la lucha nos llevó a plantearnos la bronca contra la burocracia sindical que con su abandono y su desidia histórica no nos representan, pues se han adueñado de las organizaciones obreras, desvirtuando su propósito y las han convertido en empresas de los ajustes.
En cambio, la lucha organizada, ya con muchas organizaciones obreras, de derechos humanos y partidos políticos de los trabajadores, como el Partido de los Trabajadores Socialistas rodeándonos de solidaridad pudimos avanzar, reconstruir lo que la represión destruyó. Con pocos recursos, pero con una enorme convicción pudimos salir adelante, realizar denuncias y acciones de gran repercusión a nivel provincial y nacional.
La lucha y las denuncias que llevamos adelante las trabajadoras y trabajadores del ajo, entre otras, el trabajo infantil, logró que se lleve a cabo un programa del Ministerio de Trabajo de la Nación, Buena Cosecha, que aún hasta hoy es insuficiente para alcanzar a los cientos de niños de familias que trabajan en zonas rurales. Se logró que el Instituto de Asociativismo y Economía Social, le diera la baja a la monstruosa cooperativa trucha Colonia Barraquero y sobre todo visibilizar estas condiciones que han permanecido intactas desde épocas lejanas, con la convicción de cambiar esta realidad para el futuro, para los que vienen.
Los trabajadores sabemos que lo único que puede cambiar el curso de las cosas son nuestros propios actos; lo que dejaron esos días de lucha fue una gran lección para los trabajadores rurales, pues en aquellos sectores tan atrasados, cuando la decisión de resistir y la bronca contra la explotación se hacen evidentes, no hay burocracia sindical ni partidos políticos patronales capaces de hacernos retroceder. Prueba de ello fue la conformación del Sindicato de Trabajadores del Ajo y Afines, organización que logró tener su Personería Jurídica. Sólo la lucha consciente y organizada podrá llevarnos a los trabajadores, jóvenes y mujeres a la conquista de nuestros derechos. |